El dios que baila
II. KIBBUTZ
Tuve la inmensa fortuna de asistir a
If at all, dirigido por Rami Be’eer y puesto en escena por la
compañía israelí de danza contemporánea Kibbutz.
Se me ocurren muchas cosas, pero me parece que mis palabras serías
insuficientes y ni siquiera conseguirían esbozar una pálida sombra del
acontecimiento. Pues se trató de eso: un verdadero acontecimiento, pues me
sentí personalmente afectado por lo que aparecía ante mis ojos. Y antes de
seguir una observación: la danza contemporánea ha conseguido algo que la música
está aún lejos de lograr: la atención del público. Personalmente, el ballet
clásico me gusta, pero no se cuenta entre mis aficiones; sin embargo, la danza
contemporánea es capaz de arrebatarme y no creo que haya nada tan cercano al
teatro griego como la danza. Esta cercanía—no es un invento mío—hizo que Nietzsche se interesase por la danza y
que en sus obras aparezcan numerosos personajes danzantes: Dionisos,
Zaratustra, los espíritus libres, pero también los pensamientos danzan, las
estrellas, las alas y hasta las palabras danzan. El cuerpo es capaz de
comunicar con tal fuerza que consigue elevarnos en su baile con una alas,
grandes, alas de luz y tristeza. Esto me causa asombro y me deslumbra, pues a
mí, tan habituado a la palabra, se me da en la danza una palabra otra, casi inefable, pero que está ahí,
carnal y viva, hermosa.
Israel tiene la fortuna de tener
varias prestigiosas compañías de danza contemporánea:
Vértigo, Batsheva, Dafi y, por
supuesto, la compañía que aquí nos ocupa, Kibbutz.
Todos sabemos qué es un kibbutz (קיבוץ) y cómo contribuyeron al nacimiento y al asentamiento del Estado de
Israel. Originalmente funcionaron como comunas agrícolas de inspiración
sionista y socialista, pero hoy, debido a la crisis, se acercan notablemente a
los ambientes urbanos. No es necesario explicar todo eso aquí; pero lo que no
todo el mundo sabe es que muchos kibbutzim
han sido cantera de artistas, porque entre los supuestos de estas comunas está
la creación artística: el artista goza de plena libertad para crear en el kibutz,
pero esa libertad se ve permanentemente confrontada con los miembros de la
comunidad. No es que se ponga la creación en
función de algo, pero no se entiende como una realidad independiente de la
vida real. El kibbutz no genera artistas que hagan creaciones muertas, para
museos por decirlo así, sino en el mundo
para dar vida a la comunidad. En este marco nació el grupo de danza Kibbutz. De hecho, la mayoría de sus
miembros viven en un kibbutz o cerca de él; pese a todo, la agrupación se ha
abierto a bailarines de otros países, que trabajan con ella. Casi podría
decirse que está en un proceso de internacionalización. La Compañía de Danza
Kibbutz tiene su origen, si me he informado bien, en un kibbutz de Galilea.
Allí una superviviente de los campos de exterminio, Yehudit Arnon, fundó la compañía y la hizo crecer hasta convertirla
en una de las más prestigiosas de Israel. Yehudit Arnon, que dirigió el grupo
hasta 1996, siempre creyó que el de la danza era un lenguaje universal que
debía servir para unir a los seres humanos. El actual director, Rami Be’eer, hijo de músicos
residentes en el Kibbutz de Ga'aton,
estudió violonchelo; estos estudios los compatibilizó con los de danza bajo la
dirección de Yehudit Arnon, a la que ha sucedido como director de ballet. Rami
Be’eer entiende el ballet, como pudimos ver, como una obra de arte total que
debe impactar al espectador para sumergirlo en ella y transformarlo desde su
interior, pues el que asiste a una de sus coreografías se ve confrontado con
sus propios sentimientos y en el diálogo con la obra, ésta lo sitúa de una
manera diferente en el mundo.
¿Qué vi? Un escenario vacío al
principio; quince minutos de retraso (tal vez para que se cerrase el Shabbat) y
todo empezó con la furia de una danza que nos introdujo, al principio, en un
mundo de soledad, aislamiento y seres alienados, cuyos movimientos, a veces
mecánicos, convulsionaban al espectador, que no podía evitar sentirse afectado
por lo que sucedía sobre el escenario del Teatro Romano, que fue un marco
espléndido. A diferencia de la danza clásica, en If at all no encontramos un argumento lineal cuyo desarrollo
podamos seguir; más bien los movimientos nos alcanzan como impactos que nos
obligan a pensar. El vestuario y la iluminación marcaron, según creo, las tres
partes del evento. En la primera, dominado por el negro y por movimientos que
apuntaban claramente a la alienación, al miedo y al sufrimiento con su
corolario, la muerte; se nos coloca delante la condición humana finita y sufriente, que busca redención.
Sin embargo, el aislamiento y la ruptura—saltos, piruetas, convulsiones
acompasados con una música potente—parecen encontrar su última palabra, pues al
final de esta primera parte, si puede hablarse así, se me puso delante la
brutalidad de la destrucción y la violencia, que una y otra vez se habían
insinuado. Lógicamente, cada uno de los que estábamos allí se dejaría llevar
por sus asociaciones, pues la danza no se impone con un significado unívoco,
sino que es capaz de expresar las contradicciones que se dan en nuestra
existencia. Hubo un momento en que mi emoción se desbordó, pero cuyo
significado permanece aún oculto a mi corazón: los símbolos, y la danza
contemporánea es fuertemente simbólica, tienen la virtud de arraigar y
transformarnos lentamente desde dentro.
En la segunda parte, cuadros de luz
que actuaban como celdas, cambió el vestuario: las bailarinas se buscaban unas
a otras sin llegar a alcanzarse nunca. El drama de la incomunicación se hacía
patente sobre el escenario y no sólo se expresaba; quizás es ésta una de las
cualidades más evidentes de la danza moderna: nos entrega lo que representa y
no pone conceptos en su lugar. Lentamente, en la tercera parte, fueron
apareciendo parejas; a veces rotas, a veces tan cercanas que acababan por
alejarse… era el drama del amor humano, demasiado humano que culminó, de alguna
manera, en la boda (con sus referencias judías tan simpáticas). Quizás al final
encontramos más lirismo y menos dramatismo, pero sería un error, me parece,
entender las tres partes como segmentos independientes: If at all forma un todo que empieza con la soledad y acaba
entreabriendo una puerta a la esperanza, pues la violencia cesa poco a poco y los
cuerpos de los bailarines florecen abriéndose unos a otros en claro contraste
con los inicios. Así, diría que esta obra nos da un rayo de esperanza porque
nos enfrenta a realidades hondamente arraigadas en lo humano.
Reconozco alborozado que el
acontecimiento superó mis expectativas. No se trata sólo de que disfrutase—y lo
hice—ni de que sintiese—y fueron muchos los sentimientos que me embargaron; no,
es algo más que podría definirse en el mejor sentido como κάθαρσις, catarsis,
en el sentido original del término, como si hubiese asistido a la representación
de una tragedia; pero ¿acaso no lo hice? El dios danza no sólo para expresar su
alegría, sino también su pesar; al ver los prodigiosos brazos arqueados de los
bailarines, como alas, sentí la alegría de saber que podemos alzar el vuelo y
salir—éxodo—de todas aquellas realidades que nos angustian; pero también
experimenté el peso de nuestra propia gravedad, esa seriedad que rehúye lo
lúdico para esconderse, como un gusano, en nuestros corazones y robar la
alegría de la existencia a los demás.
El dios que baila ama la vida; por
eso Dios baila y la creación entera, como intuyeron los primeros
hindúes, es una danza de Dios. David bailó delante del arca semidesnudo:
E iba danzando David ante el
Señor con todo entusiasmo, vestido sólo con un efod de lino. Así iban David y
los israelitas llevando el arca del Señor entre vítores y al sonido de las
trompetas. Cuando el arca del Señor entraba en la Ciudad de David, Mical, hija
de Saúl, estaba mirando por la ventana, y al ver al rey David haciendo piruetas
y cabriolas delante del Señor lo despreció en su interior (2Sam 6, 14-16).
Mical,
la hija de Saúl, lo acusará de lucirse
desnudo a la vista de las criadas de sus ministros, como lo haría un bufón
cualquiera. No es sólo desprecio, es resentimiento ante la desnudez. Claro
que este mismo David había osado decir de su amor hacia Jonatán, también hijo
de Saúl, que era más maravilloso que el
amor de las mujeres. Lo admito: Nietzsche siempre me ha parecido un cristiano cabal frente a la hipocresía que le rodeaba (y me parece recordar que una afamada bailarina, Isadora Duncan, sostenía una opinión similar). Tendríamos que aprender a ser livianos, a no tomarnos
en serio. Quizás por eso vuelan los ángeles: porque se toman a sí mismos tan
poco en serio que son livianos. Nuestra existencia tiene con frecuencia
suficiente pesadez como para que nosotros le añadamos más con nuestra
mediocridad. Sí, leed a los poetas y danzad en presencia de la Belleza: os
saldrán grandes alas, como a los hermosos cuerpos que vi sobre el escenario, que
os permitirán volar a vuestros sueños.
Shalom.
2 comentarios:
Parece que en esta ocasión tienes la sensibilidad a flor de pies... No entiendo de danza, pero sí sé que es tan antigua como nosotros.
No te hacía yo aficionado a la danza. Siempre dijimos que eras rarito, pero encantador. De todo aprende una, ¿no?
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