sábado, 10 de diciembre de 2011

Cine. Lars von Trier.

MELANCOLÍA



            No acostumbro a hablar de cine; primero porque tampoco de esto sé mucho. También porque me parece un invento demasiado reciente como para prestarle una atención excesiva: debe ganársela. Quizás alguno pueda entender esta afirmación como otra salida de tono; incluso podría pensar que es una ironía. Lo siento, porque no pretende serlo: el cine, cuyas poderosas imágenes podemos visualizar una y otra vez sin que nada cambie, triunfó en el siglo pasado y hoy hay quien dice que está ya moribundo. El Séptimo Arte nunca fue un arte, siento decir esto también, pese a que tenga mucho de artístico. La reproductibilidad infinita de las imágenes—es una forma de hablar—no hace sino privarlas de sustancia; pero estas reflexiones no son para este lugar. Hay una tercera razón por la que no acostumbro a hablar de cine: voy muy rara vez al cinematógrafo y detesto ver películas en la pantalla del televisor, ese invento aún más reciente que acabó con el cine y que fue liquidado por los computadores, una herramienta aún más moderna. El teatro me subyugó desde el instante en que vi la primera representación y cualquier obra consigue hacerme reflexionar… incluso sobre la mala calidad de algunas interpretaciones. Con el cine soy más distante. Lo siento.



             El otro día, uno de ésos de espesura gris y frío en los pies, entré en un cinematógrafo a ver Melancolía. Seamos sensatos y empecemos por proporcionar la ficha de la película:
 
-          Melancolía (2011)
-          Guión y dirección: Lars von Trier.
-          Fotografía: Manuel Alberto Claro.
-          Música: Mikkel Maltha.
-   Intérpretes: Charlotte Gainsbourg, Kristen Dunst, Kiefer Sutherland, Alexander Skarsgård, Udo Kier, Charlotte Rampling, John Hurt, Stella Skarsgård, Brady Corbet.

Me senté en un cómodo sillón mientras la sala se llenaba (hacía tiempo que no veía tanto público en un cine) y contemplé la película sin mayores incidentes salvo el ruido que poco antes del final se coló en la sala provocando posteriormente un pequeño incidente [1]. Debo decir que Melacolía me atrapó desde el principio, pues el prólogo es realmente un poema visual.



            No entiendo mucho de cine, como he dicho más arriba. Aun así me atreveré a hablar de Melancolía. Digo esto porque Lars von Trier consiguió que yo dejase la sala pensativo. En el camino de vuelta a casa, con las manos en los bolsillos y deseando escuchar el segundo movimiento de la Novena mientras atravesaba el Gran Río, estuve dándole vueltas a la película; sobre todo a las imágenes, pues ellas eran las que debía esforzarme en interpretar. Es la primera película del director danés que veo (sí, ya sé: inmensa laguna); había oído hablar de Melancolía, pero sólo a propósito del Festival de Cannes y hasta que la vi no tenía ni idea del argumento. Llegué a casa y busqué algunas críticas para confirmar mi interpretación, pues la película la necesita. Leí cuatro: la de Peter Bradshaw en The Guardian; la de E. Rodríguez en ABC; la de Luis Martínez en El Mundo y la de Carlos Boyero en El País. Inmediatamente me pregunté no sólo si habíamos visto la misma película, sino, y pido perdón, dónde dejaron la inteligencia al hacer las críticas. Siempre se puede suponer que el guionista es un estúpido porque después de una lectura primera y muy superficial se cree que se ha entendido; pero me parece que aquí debemos aplicar una vez más el principio de caridad hermenéutico, que yo debo a la lectura de las observaciones que Ludwig Wittgenstein hizo a La Rama Dorada del antropólogo James Frazer [2]: si vemos algo raro, podemos creer que es una estupidez y que, por lo tanto, quien lo ejecuta es estúpido; pero los hombres no suelen hacer estupideces y lo más probable es que el estúpido sea quien hace una interpretación superficial. Es mejor pensar que no lo he entendido y volver sobre eso raro intentado comprenderlo. Pensar que Lars von Trier ha hecho una película de catástrofes es tomarlo por estúpido (y, claro, las preguntas que surgen de semejante interpretación son estupideces). Prescindiré de lo leído y ofreceré mi modesta versión.


            El prólogo nos ofrece un poderoso adelanto de lo que viene después (creo que en inglés se dice flashforward o algo así). Nos entrega las claves simbólicas para entender lo que se va a narrar. Llamó mi atención el reloj de sol con dos sombras; luego me fijé en que los árboles proyectaban también dos sombras y, como afortunadamente nadie me había interpretado la película, comprendí la imagen como símbolo de una escisión (depresión o locura si se quiere). Las escenas siguientes confirmaron esta impresión. Creí entender cuando vi lo que me parecieron dos soles flanqueando a la Luna (y eran, en realidad, el Sol y el planeta Melancolía: la realidad que alumbra y la luz de la destrucción, cegadora también, pero que no crea vida) detrás de las dos hermanas y del hijo de una de éstas. Una luz fría, de distante azul, y otra cálida. Las siguientes escenas del prólogo (los planetas, los haces de luz emergiendo de los dedos de Kristen Dunst, ésta vestida de novia avanzando angustiosamente en un bosque que se lo impide, el caballo cayendo… confirmaron mi idea: lo que se nos ofrece no es ninguna metáfora; es mucho más: un símbolo.


             La pregunta clave para evitar la literalidad es qué es Melancolía. En la primera parte (Justine) la hermana enferma (Kristen Dunst) descubre el planeta brillando en el cielo justo antes de entrar en la celebración de su matrimonio que su hermana Claire (una Charlotte Gainsbourg bellísima) ha preparado con todo cuidado. El marido de ésta, el rico propietario que todo lo controla, la identifica con algo ya conocido, Antares. Normaliza la situación identificado (en falso) lo que llega con lo que conoce. A partir de ese momento todo es una catástrofe que culmina con la destrucción total de la familia. La primera parte, dedicada a la celebración de la boda de Justine, es tal vez reiterativa, pero nos deja ver lo que un enfermo entiende de la realidad cuando la contempla desde su angustia: todo lo entiende con otra luz, la de Melancolía. Eso hace que todo fracase desde su inicio, como la noche de bodas. Durísima la descripción de los padres: uno simpático porque huye de la realidad; la madre arruinando todo atisbo de felicidad del prójimo, actitud que hereda Justine, incapaz de ser feliz si no es haciendo desgraciados a los demás. Lars von Trier nos da algunas imágenes que reflejan la hipocresía de una sociedad en la que importan sólo los beneficios (la búsqueda del eslogan) y no las personas.



            La segunda parte (Claire) narra la aproximación de Melancolía y las actitudes ante una enfermedad que arrasa la vida. El marido rico piensa que puede controlarlo todo e incluso se prepara para las consecuencias provisionales de la catástrofe; pero ésta no es provisional y por eso acaba abandonando a los que supuestamente quiere (suicidio). Justine se siente feliz confirmando las peores pesadillas de Claire. Ésta se ha entregado a su hermana: la ha cuidado, ha tenido infinita paciencia con ella, la acompaña y la espera, siempre la espera; pero lo que recibe es la búsqueda nihilista de la autodestrucción, que es siempre a la vez destrucción de quienes la aman (su hermana Claire y el hijo de ésta).



            Melancolía se nos ofrece como un símbolo de la enfermedad, ésa que consiste en la incapacidad para ser feliz y que sólo se realiza en la medida que se destruye la felicidad de los demás. En las críticas he leído referencias a la enfermedad depresiva del director; no sé si será así, pero me parece claro que su intención no ha sido sino la de mostrarnos cómo acontece lo real para alguien así: la depresión, siempre ajena, es un planeta del que nos creemos a salvo. Quizás se aproximará a nosotros, pero pasará de largo y todo volverá a la normalidad. Eso pensamos; mas Melancolía, la que retrató con dureza Durero, regresa sin haberse ido: vuelve y nos destruye. Quizás los inocentes, el sobrino, se crean a salvo guareciéndose en una cueva mágica. Claire descubre al final que no hay refugio posible ante la demencia de su hermana Justine. No hay escapatoria (angustiosa escena la de la huida con el pequeño para volver: anulación de toda esperanza) y  haberla amado es un trágico error porque sólo la conduce a la destrucción. La entrega abnegada, el amor incondicional (pese a los padres, pese al marido) no es capaz de salvar a Justine; más bien ocurre lo contrario: la entrega y el amor son tragados por el abismo de la destrucción.



            Salí del cinematógrafo preguntándome si el director había querido llevarnos de la mano hasta el nihilismo; si su pretensión era despojar al espectador de toda esperanza. Ya se sabe el cartel que hay a la entrada del Infierno… Cabe hacer esta lectura y quizás Lars von Trier sea un nihilista. Sin embargo, los símbolos, que nos dan lo que representan, son fecundos porque no anulan nuestra realidad, sino que la transfiguran. Quizás, y en este adverbio late débil, pero late la esperanza, quepa decir que Melancolía es un aviso para navegantes: no te dejes arrastrar a ningún pozo negro; salva lo que hoy pueda salvarse recordando la luminosa frase de Benjamin: sólo por los sin esperanza no es dada la esperanza.

            Shalom.

[1] Llegaban voces desde fuera; pero esos ruidos apenas duraron dos minutos y no impidieron en ningún caso ver la película. Sin embargo, dos espectadores salieron indignados y uno de ellos recriminó a uno de los jóvenes que ejercía las funciones de portero con un tono áspero, desagradable y propio de quien se cree con derecho a insultar a los demás sin que haya mediado palabra. Reconocí los rostros de los indignados: viejos políticos de un conocido partido de izquierda. Los tiempos, decía Dylan, están cambiando, pues en otro tiempo la queja hubiera ido al dueño del local por la mala insonorización; pero ahora es patrimonio común romper la cadena por el eslabón más débil.

[2] La lectura de Observaciones a la Rama Dorada es altamente recomendable. Creo que está editado por Tecnos. Por ahí lo tengo, pero que nadie espere ahora que me levante para buscarlo.