domingo, 31 de agosto de 2008

RESPUESTA

YA ES UNA CONVERSACIÓN...

Bueno, me parece que no te falta para nada el don de palabra; pero te equivocas al suponer que yo lo poseo y más aún si supones que tengo más formación que tú. Aclarado esto, lo que dices que me parece acertado en todo: nuestra cultura, nuestra sensibilidad, nuestra historia... todo eso nos hace ver la realidad como la vemos y hasta diría que no podemos verla de forma diferente porque siempre seguimos siendo nosotros mismos. Recuerdo haber leído en alguna parte (así citaban los antiguos) que unos antropólogos británicos fueron a filmar la vida de una tribu africana que no había tenido apenas contacto con los occidentales. La grabación se hizo; se revelaron las películas y reunieron, finalmente, a los miembros de la tribu para proyectar la película. Los ingleses esperaban, supongo, ver las caras de admiración de aquellas personas al verse sobre un lienzo blanco. Pues bien, la película duró unos diez minutos después de los cuales los antropólogos procedieron a preguntar qué habían visto. Todos los miembros coincidieron: “Una gallina”. Lógicamente, nuestros antropólogos británicos se sorprendieron: “No sale ninguna gallina en la película”; pero como los otros insistían, la visionaron detenidamente y encontraron que, en efecto, durante cuatro segundos en la esquina inferior derecha aparecía una gallina. Si non è vero, è ben trovato, o eso espero. Todo esto me recuerda enormemente la obra de L. Wittgenstein, Observaciones a La Rama Dorada (está editado en Tecnos, pero no tengo muchas ganas de buscarlo en la biblioteca; de paso, merece la pena leerlo) al hablar del rey de la lluvia y de la interpretación de Frazer, que no se cuestionó nunca que bailaba precisamente en la época de las lluvias y que el inglés interpretaba como un ritual mágico para causar la lluvia. Los posmodernos -ante los que tengo reparos, pese a lo bien que me cae ese tipo simpático y sin complejos que es G. Vattimo- dirían que no hay realidad fuera de la interpretación. Al fin y al cabo, “al principio era la Palabra” dice el Cuarto Evangelio en el prólogo.

Muchas veces he dicho que no todos vemos lo mismo delante de un cuadro; de la misma forma, tampoco entendemos y sentimos lo mismo con un poema, que como alguien me dijo en una ocasión es un “no-mío mío”. En verdad, los poemas que leemos son también nuestros. Y gracias por escribir.

sábado, 30 de agosto de 2008

RESPUESTAS o casi una conversación...

RESPUESTAS A DOS COMENTARIOS

Una vez más quiero agradecer a EGO la amabilidad que tiene de leerme y si te entendí mal, te ruego que me disculpes. Ciertamente, a veces es difícil hablar con los amigos de algunas cosas, pues puede que no comportan nuestras inquietudes. Confieso que no tengo a casi nadie con quien hablar de mis inquietudes literarias -no digo ya de las filosóficas o de las teológicas-, porque además la gente suele pensar que basta con opinar; aquello de que “sobre gustos no hay nada escrito” se transforma siempre en un subjetivismo agudo sin preocupación por formarse, es decir, en prescindir de la belleza cuando es costosa. ¿No has visto nunca en los museos cómo pasa la gente delante de los cuadros? Apenas les dedican un minuto y hoy con todos los medios técnicos la gente prefiere ver la realidad a través de su cámara digital. Recuerdo que visité cuatro veces la exposición de Sorolla que hizo el Museo de Sevilla; había audioguías y muchos ni siquiera miraban los cuadros, sino la pequeña pantalla. En ocasiones he tenido la sensación de que cierta cultura -y por nada del mundo quiero ser pedante- nos aísla. Pues bien, construyamos un hermoso archipiélago para que las islas no huyan.

Otra persona que tampoco se identifica cita a Heidegger con el que personalmente tengo mis más y mis menos; pero sí, también yo creo que el arte es cuestión de verdad, de desvelar lo real, de traerlo a lo claro. Y te animo a que consigas el poemario completo.

A los dos amigos, Shabbat shalom.

POESÍA. Luis Rosales

SABBATH SHALOM
OTRO POETA TAL VEZ PERDIDO



Si el otro día hablaba de Leopoldo Panero, hoy quiero referirme a otro poeta, considerado por algunos como la cabeza visible de la llamada Generación de la Guerra o Generación del 36. Claro que entrar en el juego de los nombres** nos podría llevar a hablar de poesía arraigada, de poesía desarraigada... También nuestro poeta ha tenido quien, como a Panero padre, intenta arrastrarlo por el fango. Hablo del grandísimo Luis Rosales, La carta entera. Oigo el silencio universal del miedo, Madrid, Ed. Visor, 1984 (se puede encontrar la página de la editorial: http://www.visor-libros.com/ ). Se trata de la tercera parte de La carta entera; las dos anteriores son La Almadraba y Un rostro en cada ola (publicadas también en la editorial Visor).

Luis Rosales nació en 1910, en Granada, que tan enormes poetas ha regalado a España sin pedir nada a cambio. Vivió en Madrid en su juventud; allí se inició en la poesía (dicen los libros de texto: con los garcilasistas; pero quieren decir: con los amigos que hizo: Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero, José García Nieto... Sí, los amigos y no los conceptos. En el Cruz y Raya de ese ser excepcional que fue José Bergamín, publicó Rosales sus primeros poemas. Después llegó la horrible guerra y la desgracia a Granada: el arresto de Federico en casa de la familia Rosales y su posterior ejecución por una banda de desalmados de la peor calaña que han contribuido como pocos a la historia de la abyección. A finales de la década de los treinta, Rosales publicó en Jerarquía, que pertenecía a Falange. Posteriormente colaboraría con otras publicaciones como Escorial. En 1949 con la publicación del poemario La casa encendida causó un no pequeño revuelo, pues imprimió a su poesía un giro radical: lo cotidiano, la conversación, pasa ahora a primera plano. En los años sesenta ingresó en la Academia (leyó su discurso de ingreso allá por 1964). Recibió el Premio Cervantes y murió en octubre 1992, a los ochenta y dos años, dejando tras de sí una maravillosa obra poética. La editorial Trotta ha publicado sus obras completas.

La carta entera se sitúa en esa senda de lo cotidiano: el viaje, la conversación, la mirada al paisaje... con un sentido muy profundo del ritmo y con hallazgos expresivos ante los que yo sólo puedo descubrirme para disfrutarlos leyéndolos en voz alta, como se debe leer la poesía, una y otra vez. Se trata de uno de esos poemarios que dan que pensar sin la pedantería de algunos profesores alemanes de filosofía, que además fueron muy mediocres poetas. Voy a permitirme el lujo de citar algunos versos del poemario, que invito a leer y releer:

Un hombre circunspecto casi nunca es alegre,
Antonio es circunspecto,
por lo cual he podido ver que en varias ocasiones se
jugaba la vida de manera minuciosa
(de Para eso están los ojos).

A veces nos sorprende con reflexiones en las que uno puede perderse y a las que debe volver una y otra vez:

Pero no te equivoques demasiado: la plenitud
te llena pero no te acompaña,
porque se está acabando a todas horas y un día se olvida
de nacer,
cuando llega esa hora “el mundo cabe en un olvido”
y un solo olvido es como el mar:
te aísla,
sin embargo amor ven, vuelve a venir amor,vuelve a decirnos [...]
(de Despacio, muy despacio, despacísimo).

Por último:

La duda es una quemazón que causa el humo y
no la llama,
y quien duda se quema sin arder,
por consiguiente ahora debe aclarar que la duda que ha
comenzado a atormentarme [...]

En fin, Luis Rosales, otro de los poetas al que parece que se le ha aplicado, conscientemente, la damnatio memoriae. Pero mientras queden personas con corazón, Luis Rosales tendrá su lugar asegurado.

**Ésa es la mentalidad de los agrimensores: clasificar la realidad pensando que al catalogarla (κατα-λóγος, que dio καταλογος y no se me permite poner el acento a la segunda alfa, lo siento) la comprenden. La clasificación como sistema de dominación -al fin y al cabo según el Primer Libro de Samuel, Yhwh se enojó con Saúl porque censó a los israelitas, es decir, los trató como propiedades. ¿Nunca habéis visto a las doñas Margaritas o a los don Sebastianes explicar un poema o visitar con sus alumnos alguna catedral? Son la exactitud estéril, huera, que mata toda vida: románico de transición, Maestro Mateo, cisterciense, gótico flamígero, Dancart, arco apuntado, ojiva... Miran sin ver y leen sin comprender. Eso sí: todo está clasificado, cada elemento tiene su lugar en el catálogo y éste, una vez cerrado, es como la lápida: sólo sirve para tapar un cadáver. Sin embargo, el arte es una realidad viva -por eso una y otra vez debemos protestar contra los museos...

viernes, 29 de agosto de 2008

RESPUESTA

RESPUESTA AL ÚLTIMO COMENTARIO

La persona que escribe el comentario (y que parece que responde a las iniciales EGO, aunque no sé si es un juego con el “ego” latino) me formula una pregunta a la que yo debería responder, en primer lugar, indicando que no soy ningún consejero. Después de decir esto -y para no resultar antipático, pero también porque la pregunta me parece muy interesante y porque tengo la sana costumbre de contradecirme- haré algunas observaciones. Me parece que sería bueno preguntarse, lo primero, por el concepto de amistad, pues la respuesta depende en buena medida de lo que entendamos por amistad. El DRAE nos dice: Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. Este concepto se remonta, como mínimo a Aristóteles, pues da a entender que los amigos son aquellas personas que siempre buscan nuestro bien porque nos aman. Sin embargo, surge una otra pregunta: ¿hacer ver las sombras es hacer bien o mal? Nuestra tradición cultural asocia lo oscuro con el mal; según esto la única respuesta que me parece sensata es que depende con la finalidad que nos hagan ver las sombres: si se tratara de hacernos daño, no cabría calificar a la persona de amigo; pero si nos hiciesen ver la sombra para advertirnos del peligro, ¿no estarían buscando nuestro bien?

Desde hace muchos años -he doblado el cabo de Buena Esperanza de mi existencia- defino a los amigos como aquellas personas delante de las cuales te puedes quitar todas las máscaras: puedes mostrarte tal cual eres porque no hay ningún miedo. Habitualmente, y quizás esto sea una proyección de mis propios temores, las gentes nos ponemos mil máscaras (no sólo los papeles sociales que nos toca desempeñar) para aparentar lo que no somos. A veces es por puro miedo al rechazo -muchas veces mirando el espejo sólo alcanzas a ver un monstruo-, otras porque se espera que seamos guapos, felices, sanos... ¡y tenemos tanto miedo al fracaso! Así, un amigo puede perfectamente hacerte ver las sombras si tiene el coraje -escaso en los tiempos que corren- de mirar al mal cara a cara y llamarlo por su nombre.

Antes de acabar, ¿acaso se pueden ver las sombras sin que haya luz? Confucio enseñaba que basta una vela para disipar la oscuridad; pero esa misma vela, que es luz, creará sus sombras y reconocemos los perfiles de la realidad por las sombras que la enmarcan. Sin embargo, prefiero hablar de todas estas cosas tomándome un huisqui. Seguro que puedes hacerlo, si tienes la edad, claro, con los amigos.

Por último, agradecerte nuevamente que hayas escrito algo.

jueves, 28 de agosto de 2008

ENSAYO. Filosofía: Nicolás Berdiaev

UNA PRIMERA INTEPRETACIÓN RELIGIOSA DEL MARXISMO


Nadie puede dudar -esté de acuerdo o en desacuerdo- que el marxismo ha sido uno de los componentes ideológicos fundamentales de nuestra época. Hoy sabemos que, políticamente, ha fracasado y según mi humilde opinión eso se debe en gran medida a que su horizonte último de desarrollo era exactamente el mismo que el del capitalismo; esta afirmación, discutible sobre todo pensando en el propio Karl Marx, me parece aplicable al desarrollo histórico de los partidos marxistas. Así, como el capitalismo el marxismo ha de entenderse como una religión. Hoy son muchos los pensadores que comparten esta opinión (los críticos marxistas de la religión acabaron convirtiéndose en ocasiones en críticos del marxismo porque era una religión). No hace falta acudir a Steiner (que analizó el problema de una manera quizás superficial) ni a Karl Popper (el crítico más firme de Hegel) ni siquiera a uno de los más audaces intérpretes del marxismo, L. Kolakowski (el título de cuya última obra traducida al español es suficientemente narcisista como para leerlo: Por qué tengo razón en todo) para darse cuenta de que el marxismo, como mínimo, “ha funcionado” como una religión (y así caería bajo el epígrafe de “opio”, pero para esto sería menester que toda religión lo fuese). Los trabajos del Henri de Lubac sobre el joaquinismo lo pusieron de manifiesto; pero antes, bastante antes, fue precisamente un autor ruso, que había militado en las filas de los partidos socialistas, el que realizó esta interpretación. Ciertamente, alguno querrá invocar aquí el nombre del del Röcken, puesto que entendió el marxismo como una modificación del cristianismo, de la misma manera que éste sólo pudo entenderlo como platonismo para el pueblo. Friedrich Nietzsche, sin embargo, entendió mal no sólo la fe cristiana, sino lo que desde mi perspectiva es más paradójico atendiendo a su origen (como él querría) y a sus primeros estudios: no fue capaz de entender la Reforma luterana en gran parte por su falta de comprensión de la visión estética del catolicismo (no vayamos a citar a Balthasar).

El libro al que quiero referirme es Nicolás Berdiaev, El cristianismo y el problema del comunismo, Madrid, Ed. Espasa-Calpe, 91968. Se trata de un tomo de la famosa colección Austral, el número 26, cuya primera edición castellana es de tiempos de la República, de 1937. Berdiaev (o terminado en efe doble según las formas de transcribir el alfabeto cirílico) nació en 1874 en Kiev (actual Ucrania); murió en el destierro parisino poco después de terminar la Segunda Gran Guerra, en 1948. En su primera juventud, a comienzos del siglo XX, fue desterrado a Siberia, como tantos otros intelectuales y más tarde, por su polémica con la Iglesia Ortodoxa a raíz del Santo Sínodo, fue desterrado de por vida ya que fue acusado de blasfemia. Este destierro acabó con la Primera Gran Guerra y la Revolución de Octubre. Berdiaev, que había sido marxista o al menos había aceptado algunos de sus postulados, se opuso, sin embargo, a los bolcheviques porque su filosofía era incompatible con la abolición del individuo**. Fue expulsado de Rusia en 1920 con un numeroso grupo de intelectuales que, si bien nunca había apoyado al zarismo, tampoco lo había hecho con la Revolución. Quizás fue una suerte que lo obligaran al exilio, pues otros que se quedaron acabaron en las manos de la espantosa GPU. Se intentó establecer en Berlín (de hecho había realizado estudios en Alemania), mas la situación del país hizo insostenible su presencia allí. Berdiaev entonces, como una buena parte de la intelectualidad rusa emigrada, se afincó en París -que se venía presentando desde el siglo XIX como lugar de acogida de los perseguidos políticos. En la Ciudad de la Luz realizó sus publicaciones más importantes y permaneció allí hasta su muerte. En otro momento hice reflexión a los bizantinos que emigraron a Italia, Francia y España tras la catástrofe del 29 de mayo de 1453 y cómo contribuyeron al florecimiento cultural. A veces tengo la sensación que con la emigración rusa tras la Revolución de Octubre (¿no era Moscú la nueva Constantinopla, la Tercera Roma?) pasó algo semejante, sobre todo en Francia, país en el que la presencia ortodoxa ha sido muy importante y ha dejado una profunda huella cultural.

En El cristianismo y el problema del comunismo Berdiaev adelante una explicación del comunismo como heredero del quiliasmo (de χíλιοι -quílio, “mil”- y cuyo significado, en líneas generales, es idéntico al de milenarismo y que aparece emparentado con las doctrinas de Joaquín de Fiore, el joaquinismo): la implantación del Reino de Dios en la Tierra como acontecimiento escatológico, es decir, que marca el fin de la historia -de hecho la sociedad socialista se quiere como fin de la historia efectiva pues termina con las contradicciones que dan origen a la lucha de clases. Escuchemos a Berdiaev: “Para él [Marx], el proletariado es el nuevo Israel, libertador y constructor de la nueva ciudad terrestre. El comunismo proletario de Marx es una disidencia del viejo chilismo (?) hebreo” (pág. 72 donde “chilismo” quiere decir quiliasmo, palabra que no debía conocer el traductor). Más adelante dice: “La teoría marxista del Zusammenbruch [colapso] de la sociedad capitalista es, en verdad, la fe en el Juicio Final. Pues hay un fenómeno escatológico en todo comunismo revolucionario: la idea de que en un momento dado se abrirá un precipio que partirá el tiempo en dos. Es lo que el alemán Tillich, teórico del socialismo religioso, definía bajo el nombre de Katpoc, erupción de la eternidad en el tiempo” (pág. 72). Los análisis del autor ruso son bastante serios y, sobre todo, anticipan lo que sucedió con las revoluciones marxistas en la segunda mitad del siglo XX: su componente religioso. No me refiero ya al culto a la personalidad -evidente en figuras como Lenin Che Guevara-, sino al sustrato que (en contra de la tradición judía y de la cristiana) piensa que el Reino de Dios puede irrumpir en este mundo por la fuerza. Además, me parece que es justo decirlo, Berdiaev no fue un burgués ni defendió un cristianismo aburguesado: más bien, como puede leerse en El cristianismo y el problema del comunismo, advirtió que la fe cristiana sólo sería creíble si se desembarazaba de la sociedad burguesa (véase por ejemplo la pág. 82).

**No puedo entrar ahora en los horrores que han provocado las revoluciones en los últimos siglos; pero cualquier que mire la historia sin cerrar los ojos no podrá aceptar ya aquella idea de progreso de la que hasta Voltaire acabó desembarazándose. Sólo quiere recordar las instrucciones que se dieron para los interrogatorios -pienso ahora en el matemático y teólogo Pável Florenski, que acabó sus días en un campo en Siberia y del algún día espero poder hablar-: “En la instrucción del sumario no os propongáis buscar materiales o pruebas de que el acusado atentó de palabra o de obra contra el poder soviético. Vuestra primera pregunta será: ¿a qué clase pertenece, de dónde procede, qué estudios ha cursado, qué educación ha recibido? Ésas son las preguntas que deben determinar la suerte del acusado”.

miércoles, 27 de agosto de 2008

RESPUESTAS. Un agradecimiento y una petición.

RESPUESTA A DOS COMENTARIOS

Por primera vez recibí dos comentarios a los escrito. Quiero separar con nitidez mis respuestas, porque no se pueden nivelar la rosa y el estiércol, aunque de éste acaben naciendo, con un poco de suerte, aquella.

[1] Alguien sin nombre -anónimo- me dijo que le gustaba Panero y que me escucharía siempre que pudiese. Sólo me cabe darle las gracias pues sus palabras me animan a seguir escribiendo sobre los libros y las personas que me han ayudado de una u otra forma. Sólo espero, querido desconocido, que te gusten también algunos de los otros libros a los que me refiero. De nuevo, gracias.

[2] Otra persona se limita a ensuciar el nombre de Leopoldo Panero. Lo llama “fascista”. Ya dije que Panero había tenido la mala suerte de ser ubicado en la Generación de la Guerra. No tuve el honor de conocerlo, pero lo que he leído de él dista mucho de una actitud autoritaria -y fue de los pocos que tuvo la valentía de responder a otro poeta que se dedicaba a arrastrar por el fango, para mayor autobombo, los nombres de algunos poetas españoles. Digo esto sabiendo que ninguno de los mortales -el primero quien esto escribe- alcanza la perfección personal -la literaria sólo a veces. Sin duda, Panero cometió errores, pero quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra. Por último, se acostumbra en nuestro país a utilizar las palabras para descalificar e insultar a los prójimos. Me gustaría que si alguien más quiere comentar algo, se ahorre los insultos o que éstos recaigan sobre mí, que soy al fin y a la postre quien escribe; mas recordaré que los insultos, como indica el origen latino de la palabra, son saltos en contra: así actúan las alimañas, los depredadores, porque todas las personas, incluso las que a veces comenten el error de insultar, pensamos.

martes, 26 de agosto de 2008

POESÍA. Leopoldo Panero

UN POETA OLVIDADO

Hablar de este poeta es entrar en un berenjenal del que pocos pueden salir ilesos; pues hablar de literatura en la España de la posguerra ofende a ciertos personajillos del mundo cultural que deben defender a capa y espada que aquello era un absoluto erial. Comprendo que detesten a Zubiri, pues no lo entienden y la mejor manera de defenderse de él es descalificarlo; entiendo que Cela les parezca despreciable o que arremetan contra el mejor escritor español del siglo XX por ser hijo de su padre -la enormidad de la culpa va ligada al apellido. Los modernos saben situarse antes de Jeremías: “Los padres comieron agraces, los hijos tuvieron dentera”. En el caso que nos ocupa, da la impresión que hasta los hijos han rechazado al padre, que escribió:

EPITAFIO

HA muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra.


Leopoldo Panero, Por donde van las águilas, Granada, Ed. Comares, 1994 (página: http://www.comares.com/ ). La edición y el prólogo corren a cargo de Andrés Trapiello, leonés como Leopoldo Panero. Éste nació en Astorga en 1909; llegó, pues, demasiado tarde para pertenecer a la Generación del 27 y, por desgracia, ha sido incluido en la Generación de la Guerra, la del 36. Este hecho y el que se quedase en España ha condicionado enormemente la recepción de sus obra en los últimos años. Además, su polémica con el sobrevalorado poeta chileno Pablo Neruda (que como es bien sabido se disculpó por apoyar el stalinismo con sus millones de crímenes ¿o no lo hizo?) no le favoreció -y Dámaso quizás le falló en esto. Ciertamente, su particular peripecia personal y política ha servido para machacarlo, pero ahora no quiero entrar en la búsqueda de miserias, terreno al que parecen abonados muchos de los modernos -coprófagos se les podría llamar si no fuese porque tendrán que ir al diccionario.

Por donde van las águilas es un maravilloso poemario lleno de sensibilidad. Con un fondo imponente, Panero trabajó cuidadosamente la forma de sus poemas. La presencia de la naturaleza en la poesía de Panero se impone con rotundidad convirtiéndose en un símbolo que lleva al poeta y al lector mucho más allá. De parecida manera, los sentimientos de profunda raigambre -la familia- asoman en muchos de los rincones de esta poesía, pero sin efluvios melosos, sino como rocas sobre las que apoyar la existencia. Dios, el Dios que es fuente de sentido y de búsqueda, emerge en los poemas como la realidad que hace más profunda la realidad que se siente, como el hondón en el que perderse. Permítame Andrés Trapiello que me tome la libertad de citarlo: “La palabra patria escalofría, la palabra Dios hace huir a los snobs y a los progres (que procuran escribirla en minúscula o en plural: les parece más pagano y clásico), y la palabra familia mueve a risa. Es el gotha de nuestro tiempo. Sin embargo, la patria de la que habló Panero, su amado Castrillo de las Piedras, no es muy diferente de aquel là-bas del que hablaba Baudelaire: una huida y un sueño; su familia, al final, no fue muy diferente a la que todos tenemos: soledad y una eterna ausencia; en cuanto a Dios (“quien habla solo, espera hablar a Dios un día”), en de Panero es el mismo que todos llevamos dentro: aquel al que se habla cuando todo es silencio.


Estamos siempre solos, siempre en vela,
esperando, Señor, a que nos abras
los ojos para ver, mientras jugamos
”.

La fotografía que ilustra esta reflexión es hermosa: Leopoldo Panero y su amigo, el gran poeta
José García Nieto (del que hablaremos en otro momento), que al tener noticia de la muerte de Leopoldo escribió el siguiente soneto (Cuadernos Hispanoamericanos, julio/agosto de 1965, pág. 201):


Busco tu compañía en esta ermita
donde he entrado a rezar por ti, tocado
de soledad, herido y asombrado
por todo lo que un golpe precipita.

Y tú no estás. ¿O no era aquí la cita?
Estoy solo. Pasaba. Me han llamado
Y era tu voz; la voz del desterrado
que en el desierto del poema grita.


Torre de hombría, paz andante, lumbre
cautiva, acostumbrada pesadumbre:
¡cuánto valor sin sitio y tan aparte!

Rezo sin entender... ¿Cómo podía
haber sido... En la cruz, Él me decía
que lo mejor estaba de su parte.



Leopoldo Panero, nacido en Astorga, fallecido el 27 de agosto de 1962 en León, es sin duda uno de los grandes poetas españoles del siglo XX.

lunes, 25 de agosto de 2008

RESPUESTA

RESPUESTA AL ULTIMO COMENTARIO

En primer lugar, gracias por haberte molestado en escribir algo en la página. A veces tengo la sensación de ser un autista... En segundo lugar, no sé cuál es verdaderamente el estado en que te encuentras. Si estás abatido quizás lo mejor sería algo que te animase, aunque entra dentro de lo posible que alguien con tu mismo estado de ánimo te ayudase... Por eso, me permitiré recomendarte a Rilke, pues quizás te resulte más cercano. Una última cosa: ¿no son los estados de ánimo como los colores? Éstos dependen de la luz y lo que uno ve azul otro lo encuentra verdoso; quizás necesites cambiar de luz.

NOVELA. Dezsö Kosztolányi

UN ESCRITOR HÚNGARO



Lo que aún hoy llamamos Europa del Este -nombre que se le dio tras caer el Telón de Acero- fue otrora Europa Central: todo un piélago de países convocados en torno al Imperio Austro-Húngaro, de límites nacionales difusos, pero mucho más difuminados desde una perspectiva lingüística o, simplemente, cultural. Se sabía que terminaba aproximadamente en la frontera turca. Católicos, ortodoxos y judíos, hermanos pero de sensibilidad distinta, convivían con islas teutónicas de luteranos (esas gentes insensibles ante la belleza de un icono o ante el brillo de capitel dorado). Más allá, el turcomano quemador de bibliotecas, aquel convirtió el Asia romana en un desierto merced a su ancestral costumbre de criar cabras, el mismo que había arrasado Constantinopla y hecho desaparecer (prodigio que los modernos llaman labor cultural) la gran biblioteca, aquel que destroza las imágenes, los iconos, las basílicas. Europa Central sometida a una presión de siglos nos dio al resto de los europeos, los habitantes del continente en el que se pone el Sol, generaciones de artistas que apenas conocemos; proceden de Galitzia, Hungría, Bohemia, Transilvania, de Dalmacia, del Tirol o de Bocovina... Muchos de ellos son la herencia de Bizancio, aquella civilización que en la época en la que los alfanjes, mal remedo del kidôn que usaron los antiguos, se dedicaba a pensar la esencia de los seres angélicos, oh Rilke; civilización de la que los occidentales se reían por sus costumbres refinadas. A ellos le debemos el renacimiento carolingio, las traducciones de los griegos y de los latinos (sí, a ellos) y una enorme parte del Renacimiento del XV, cuando los bizantinos -que entre las varoniles bestias, cuya espada aún gotea sangre, quería decir afeminados- recalaron en Occidente para llevarles sus libros, su saber y su cultura. Es una deuda que nunca pagaremos, porque ya es demasiado tarde para pagarla.

Pues bien, de Hungría** nos llegó Deszö Kosztolányi, La cometa dorada, Barcelona, Ediciones B, 2005 (página: http://www.edicionesb.com/ ). La introducción la ha hecho uno que, afortunadamente para nosotros, está empeñado en servirnos la gran cultura de Europa Central, Adan Kovacsics. Se impone la lectura de la introducción, porque Kovacsics sabe muy bien lo que se dice -porque nos ha ayudado a conocer a Kertész, Esterházy, Bodor... No sólo de Musil vive el lector. Kosztolányi tuvo una vida agitada, aunque menos de lo que cabría esperar. Nacido en 1885 (un año antes que Paul Tillich del que hablamos ayer), asistió al derrumbe del Imperio y a la desintegración de Europa Central -de hecho hoy su ciudad natal no es Hungría, sino Serbia. Como Roth -pero no como los que emigraron- tuvo que reconstruir un mundo entero, el que había perdido. Y lo encontró en su infancia, en su juventud dorada porque, a diferencia de otros, no tuvo segunda inocencia. La cometa dorada narra la historia de un profesor que siente cómo el mundo se hace caótico bajo sus pies (un paso del cosmos al caos) cuando sus alumnos e incluso su propia hija le hacen frente rebelándose contra él. Me parece, en efecto, que se trata de una rebelión contra la belleza (cosmos) en nombre de una libertad sin finalidad y que, por lo tanto, acaba renegando de sí misma. El estilo es extremadamente nítido y nada hay de rebuscamiento estilístico o formal; y por eso es también una gran novela. Sin duda, se trata de una búsqueda en la propia historia, en las propias raíces y hay mucho del autor en cada página de la novela. En sus últimos meses Deszö Kosztolányi perdió la voz, él que había sido un gran poeta; murió en 1936 cuando la barbarie estaba a punto de arrasar la Europa que el autor húngaro había visto hundirse y empezar a resurgir.

**Podría haber sido rumano o esloveno o ruteno... Pero quiero referirme a los rumanos, porque el racismo sutil que se está infiltrando en los pulmones de la sociedad española empieza a ser alarmante. Podría decir que Eliade, Cioran, Ionesco o el mismo Constantin Brancusi eran rumanos (no hace falta hablar del profesor Patapievici); pero el problema no es ése. El problema es que cada día más personas entienden “rumano” como sinónimo de persona peligrosa, de probable delincuente... El racismo consiste en ver primero al rumano -al judío, al ecuatoriano, al hispano...- que al hombre. Los idiotas (léase la prensa) nos dicen que la biología resuelve ya los problemas morales: el adn y esas monsergas, cuando nosotros creíamos que una forma sutil de racismo, la más dañina en la historia, era fundar la ética en la biología. Lo peor está por venir pues las jóvenes generaciones han inoculado acríticamente ese racismo que consiste en negarle al otro el derecho a ser de otro modo. Del racismo sólo nos curaremos cuando viendo al rumano, al andaluz, al tibetano... veamos primero a nuestro hermano.

domingo, 24 de agosto de 2008

ENSAYO. Teología: Paul Tillich

DIES DOMINI
A hombros de gigantes


La Teología es una realidad desconocida para la mayoría de los españoles. Casi nadie lee teología (ni siquiera los clérigos, que a veces parecen seguir aquella recomendación unamuniana de “más religión y menos teología”. Ya enseña la sabiduría popular: “Si los curas comieran piedras del río, no estarían tan gordos los tíos jodidos”, que podría referirse al mucho hablar y al poco pensar). Sin embargo, como Benito en Alejandría, que escuchaba discutir a los peluqueros de la ciudad a propósito de la polémica entre nestorianos y monofisitas, en este dichoso país -tan atrevida es la ignorancia- son pocos, escandalosamente pocos, los prudentes que prefieren callar antes que rebuznar. Y es que respecto a la Teología hay muchos rebuznos, porque opinan sin saber, hablan sin criterio y sólo saben expresar prejuicios. Y me refiero aquí exclusivamente a la Teología. Los entes rebuznantes (bocinantes deberíamos decir merced al cambio en los sistemas de transporte, pues no queremos faltar en nada al noble animal no sólo por respeto a Juan Ramón Jiménez, sino porque, realmente, el burro es un animal humildemente noble) son de diversa índole y suelen pensar que si se apagase el Sol, nos iluminaría la Luna; pero no se toman la molestia de leer algo serio. Bueno, eso ha pasado con Hegel al que lúdicos profesores se permiten el lujo de criticar sin tomarse la molestia de leerlo. Por hablar que no quede, ¿verdad? Dicho lo cual yo debería ponerme el sombrero, sacar al perro a pasear y desternillarme de risa tomando el sol; mas de tales actividades sólo me es posible la primera, porque ni tengo perro, aunque me gustaría de vivir en el campo, ni acostumbro a tomar el sol.


Así, pues, para todos -incluyendo a los que procuran no leer para poder seguir hablando sin saber- recomendaré un libro que sólo podrán encontrar** ya en la bibliotecas: Paul Tillich, La dimensión perdida. Indigencia y esperanza de nuestro tiempo, Bilbao, Ed. Desclée de Brouwer, 1970 (edición alemana de 1962). Me parece que fue Ortega quien nos dejó la consigna: “Traducid la cultura europea” y fue un acierto traducir a Tillich. Resulta curioso leer la advertencia del editor: “La lectura de sus [de Tillich] obras, incluida la que ahora presentamos, exige, si ha de ser provechosa, una muy sólida formación filosófica y teológica. A quienes de ella carezca resultaría perjudicial. Hacemos aquí a modo de advertencia esta reserva”. Consecuencia lógica de pedir una sólida formación es que muy pocos leyesen a Tillich; pero, sobre todo, la nota revela el miedo del editor de la época (y de aquellos a los que representa) a que las personas de cultura se acercasena la Teología -la despreciable frase “doctores tiene la Iglesia” para evitar que el pensamiento pudiera causar alguna fisura en el supuestamente sólido bloque, mas como se ha visto sólo era sólido por causa de la presión.

Paul Tillich, hijo de un pastor luterano (como tantos pensadores alemanes: recuérdese el Seminario de Tubinga y al propio que expresó su desprecio por el oficio paterno allá en la casa de Röcken), nació en Starzeddel (Brandenburgo, Alemania) en 1886, el mismo año que Karl Barth y dos años después que Rudolf Bultmann, un año antes que Friedrich Gogarten y tres antes que Martin Heidegger (datos que nos permiten situarlo). Estudió Teología en Berlín, Tubinga y Halle, y finalmente fue ordenado pastor de la Iglesia luterana. Durante la Primera Gran Guerra fue capellán militar sirviendo en el mismo bando que Wittgenstein -ambos acabarían abandonándolo. Posteriormente, trabajó como profesor universitario (en la época de la galopante inflación en Alemania que tan bien dejó descrita nuestro Dámaso Alonso). Vivió el ascenso de los totalitarismos y, siendo ya profesor en la Universidad de Frankfurt am Main, se opuso al régimen nazi a consecuencia de lo cual fue destituido en 1933. Barth tendría que abandonar la enseñanza en Alemania en 1935; Bultmann apoyó los movimientos eclesiales de resistencia a la barbarie nazi (la Iglesia Confesante a la que perteneció Dietrich Bonhoeffer, que fue asesinado en 1945) y se negó a modificar sus clases para adaptarlas a la “nueva Alemania” (como exigían las autoridades). Sin duda, ver los problemas a toro pasado, como suele decirse, es fácil: en 1934 G. von Rad se hizo miembro del NSDAP, pero lo abandonó en 1937 para unirse a la Iglesia Confesante; la trayectoria de Heidegger es polémica (recuérdese el Discurso del Rectorado) y lo suficientemente conocida como para no tener que referirse aquí a ella. Sin embargo, Tillich fue obligado a abandonar en 1933. Emigró a Estados Unidos y allí ejerció una notable influencia tanto en el ámbito filosófico como en el teológico. No es el menor de sus méritos haber apoyado la emigración alemana durante los años del régimen hitleriano -Adorno y Horkheimer supieron de su generosidad.

La dimensión perdida es una obra pequeña, pero de meridiana claridad y que es capaz de establecer -como Tillich siempre quiso hacer- puentes entre la cultura de la época y la religión (pues “la forma de la religión es la cultura”). Definida como dimensión de profundidad del ser humano la religión se presenta aquí en una perspectiva que todavía hoy sorprenderá a muchos. Me parece que en los tiempos de indigencia intelectual que nos han tocado vivir, un primer acercamiento a la Teología puede hacerse a través de esta obra de Tillich uno de cuyos méritos no menores es hablar en un lenguaje inteligible.




**En el libro de Tillich tengo escrito: “ ´Robado´ al P. Antonio García del Moral”. Así fue como lo conseguí: mi generoso profesor de Griego Bíblico y de San Pablo, amigo al que estaré eternamente agradecido, viendo el vivo interés que yo sentía por Tillich (como por todos los teólogos de su época: Barth, Brunner...) me permitió quedarme con el libro. No es la única deuda que contraje con él. Pocas realidades hay más hermosas en nuestras vidas que encontrar a personas que nos abran camino y nos den luz para pensar por nosotros mismos.

sábado, 23 de agosto de 2008

POESÍA. Wang Wei, Rilke, Yourcenar y Fischerová

SABBATH SHALOM


Estaba a punto de escribir haciendo referencia a un ensayo (no tenía claro si hablar del autor de La estrella o de Tillich), pero mi Intuición (entiéndeme, lector) me dice que es mejor hablar de poesía. Y como el huisqui me hace estar generoso (también las cervezas que he tomado en la tasca de un antiguo alumno), no voy a citar sólo un libro, sino cuatro. El criterio que sigo para citarlos es puramente cronológico: del más antiguo al más moderno.



Empecemos por Wang Wei, Poemas del Río Wang (traducción y edición de Pilar González España), Madrid, Ed. Trotta, 2004. Hay que felicitar a la editorial que ha publicado estos poemas ( http://www.trotta.es/ ) por la excelente edición de las caligrafías del maestro Zeng Ruojing, algo que difícilmente pueden apreciar -en la era de las tecnologías sin tinta- la mayoría. Casi nadie conoce ya el placer de escribir con pluma sobre un buen papel, detenerse en el sonido y en la tinta fresca... Bueno, Wang Wei es un poeta ¡del siglo VIII! que nos es contemporáneo. Como es frecuente en la literatura y el arte orientales, Wang Wei busca la unidad entre arte o poesía y paisaje. Permítaseme citar un poema:

OLAS DE SAUCES
en hileras distintas
se sucede los árboles
magníficos
sus sombras invertidas
traspasan
las ondas cristalinas
no como en los canales de Palacio
donde el viento de primavera
entristece todas las despedidas



Quien no se sienta emocionado, ya sabe: sobran las palabras. La poesía china, a la sombra del confucianismo y del budismo, me ha emocionado desde hace mucho. No voy a levantarme ahora para buscarlo en mi biblioteca, pero Gredos editó una magnífica antología de poesía algunos de cuyos versos son capaces de hacernos sentir la misma tristeza que experimentó un hombre del siglo III o del VI d. C. . Un segundo, voy a buscar el libro. Ya está, se trata de AA.VV., Antología de la poesía china (introducción, traducción y notas de Juan Ignacio Preciado Idoeta), Madrid, Ed. Gredos, 2003. Citaré dos poemas:
Ya no se oye el susurro
de las mangas de seda
el polvo cubre la escalinata
los aposentos están vacíos
silenciosos
las hojas caídas bloquean las puertas
por culpa de aquella beldad
mi corazón no conoce el sosiego.
Y un segundo poema:

Luna llena en las montañas del Paso
los soldados añoran su Qinchuan natal
imaginan a sus mujeres en lo alto del pabellón
junto a la ventana
sin poder dormir.
La Bandera ilumina Shule
el ejército de nubes sube hasta los montes Qilian.
Así están hoy los aires de guerra,
¿cuántos años más tendremos que servir?



Ciego el que no capte la nostalgia en estos poemas. Bueno, vayamos con el segundo poemario: Rainer Maria Rilke, Sonetos a Orfeo (traducción de Carlos Barral), Barcelona, Ed. Lumen, 1983. Una de las cosas más emocionantes es que el diseño gráfico es de Joaquín Monclús, el mismo que era responsable de las portadas de Mafalda (una genio que cumple los mismos años que yo y que siente un poco menos de pasión que yo por los fabulosos cuatro chicos de Liverpool). Recomendar a Rilke es del todo pretencioso, porque se recomienda solo. Diré solamente que pocos poetas han conseguido emocionarme como Rilke y me bastará citar el final de un poema que vale lo que una una obra completa:



Ein Wehn im Gott. Ein Wind.

El tercer libro (cuarto si contamos la antología) es uno increíble de Marguerite Yourcenar, Los treinta y tres nombre de Dios. Ensayo de un diario sin fecha y sin pronombre personal, Barcelona, Reverso Ediciones, 2005 ( http://www./reversoediciones.es ). ¿Qué se puede decir de esta obra que no sea invitar a leerla?

Un aveugle
qui chante
et un enfant
infirme

Cada página de esta obra merecería un día; porque el error que los principiantes suelen cometer con la poesía es creer que pueden leerla, que son ellos los que la leen. No, más bien hay que dejar ser leído por el poema. ¿Qué importa lo que yo piense de la obra de arte? Lo importante es lo que ella piense de mí, lo que me dice, cómo interpreta mi existencia.



Last, but no least Viola Fischerová, Antología poética, Vitoria, Ed. Bassarai, 2007. La poesía de la autora checa refleja los profundos sufrimientos que han calado su existencia (no me refiero sólo al suicidio de su marido) y que, sin embargo, no la han privado de un sentido último. Algunos poemas difíciles harán necesaria cierta dedicación a su lectura -con el inconveniente añadido de que se trata de una traducción y en los poemas los significantes significan por sí mismos. Y el huisqui no me deja escribir más. Me merezco un descanso.



viernes, 22 de agosto de 2008

jueves, 21 de agosto de 2008

PREGUNTAS

EJERCICIO DE TRADUCCIÓN
Y
ANTICIPO DE LA ESTRELLA

La fotografía puede ser usada como pista.


Τὸ λοιπόν, ἀδελφοί, ὅσα ἐστὶν ἀλεθῆ, ὅσα σεμνά, ὅσα δίκαια, ὅσα ἁγνά, ὅσα προφιλῆ, ὅσα εὔφεμα, ἔι τις ἀρετή καὶ ἔι τις ἔπαινος, ταῦτα λογίζεσθε·

והדרך צלח רכב על־דבר־אמת וענוה־צדק ותורך נוראות ימינך׃


Cuento. Carmen Conde y Elvira Lindo


LIBROS HERMOSOS


En una de las notas de esta gacetilla (palabra que prefiero a bitácora, aunque ésta sea mil veces más sugerente, pero no hay que abusar del lenguaje) me referí a lo que se suele llamar “literatura infantil”. Afirmé que la buena literatura no conoce edades y no es necesario que me reafirme.




Quiero referirme ahora a dos libros: Elvira Lindo y Emilio Urberuaga, Olivia y la carta a los Reyes Magos, Madrid, Ed. SM, 1996 ( http://www.grupo-sm.com/ ). Carmen Conde con ilustraciones de Ulises Wensell, El monje y el pajarillo, Madrid, Ed. Escuela Española, 1980. El primer libro es un delicioso cuento ilustrado de forma magistral que enseña en sus veintidós páginas mucho más que algunas gruesas obras de ética publicadas por profesores que tienen chalé con piscina. El abuelo de Olivia es, sencillamente, la persona que a todos nos hubiese gustado tener de pequeños junto a nosotros. Si alguien lo compra para sus hijos, hará bien en leerlo primero no porque los críos puedan preguntarle algo, sino porque de no hacerlo se perderá algo maravilloso.






En libro de Carmen Conde, uno de los mejores poetas españoles del siglo XX, es una obra de teatro en verso**. Dan ganas de arrancar las páginas y colgarlas en las paredes, pues las ilustraciones son obras de arte. Se trata de una historia antigua: el tiempo que pasa:

Salí a la huerta buscando
alivio a mis pensamientos.
Pasé la tarde escuchando...
No me di cuenta del tiempo.

**Siempre he pensado que el teatro es una de las mejores formas de iniciarse en la literatura. En el colegio en el que tuve la suerte de estudiar nuestro tutor (un sacerdote al que llamábamos entre nosotros en broma “Elisa” o “Elena”) montó al comienzo de quinto de bachillerato un grupo de teatro entre los interesados, que fuimos más de los que nadie hubiese esperado. Salvo honrosas excepciones -alguna de las cuales se ha dedicado después profesionalmente, y con éxito, al mundo de la escena-, la mayoría éramos actores rematadamente malos. Especialmente uno: yo. Es una de las frustraciones que arrastraré hasta que consiga en propiedad un nicho (aunque, pensándolo bien, ¿para qué lo quiero en propiedad? Algún día hablaremos de un poeta suizo...). Sin embargo, a muchos de nosotros nos hizo leer obras de teatro con los ojos del actor, cosa que nunca habíamos hecho. Y resulta una lectura diferente, porque un mismo texto puede leerse de mil maneras diferentes y en cada nueva lectura se descubre algo. Mi mayor éxito en el teatro fue decir una frase de espaldas al público; en la siguiente obra ya me dieron un papel mudo, de figurante o de bulto; pero era divertidísimo estar en el escenario viendo a los amigos y compañeros nerviosos y felices.

POESÍA. Alda Merini



LA TIERRA SANTA



Hablaré brevemente de un poemario: Alda Merini, La Tierra Santa, Valencia, Ed. Pre-Textos 2002, versiones de Jeannette L. Clariond ( http://www.pre-textos.com/ ). Encontré el libro recién editado en los anaqueles de una librería y lo compré**.Confieso que en el dos mil dos yo no conocía a Merini. Una vez más, la portada de Pre-Textos hizo bien su trabajo. Tomé el poemario y leí:

Ho conosciuto Gerico,
ho avuto anch´io la mia Palestina,
le mira del manicomio
erano la mura di Gerico
e una pozza di acqua infettata
ci ha battezzati tutti.
Estos versos me golpearon en el corazón e hicieron que siguiese leyendo:
Ho acceso un falò
nelle mie notti di luna
per richiamare gli ospiti
come fanno le prostitute
ai bordi di certe strade,
ma nessuno si è fermato a guardare
e il mio falò si è spento
.

[La muy hermosa versión del primer poema que J. L. Clariond ha he hecho dice: “Conocí Jericó, / yo también tuve mi Palestina, / los muros del manicomio / eran los muros de Jericó / y una poza de agua infecta / nos bautizó a todos”. La del segundo es ésta: “Encendí una hoguera / en mis noches de luna / para convocar a los huéspedes / como hacen las prostitutas /en las aceras de algunas calles, / pero nadie se detuvo a mirar / y mi hoguera se extinguió"].

Alda Merini nació en Milán ocho años antes de que estallase la Segunda Gran Guerra. Es una poeta, pues, que viene de otro mundo, de un cosmos que ya no existe. Su infancia no debió ser fácil no sólo por la época, sino también por las dificultades económicas de la familia. El crítico literario Giacinto Spagnoletti la ayudó en sus primeras publicaciones de poemas; pero la vida llevó a Alda Merini al primer hospital psiquiátrico que visitaría, el San Raffaele Turro de Milán. Haber caído en manos de psicoanalistas y haber preservado en la poesía no es un logro escaso (algún día hablaremos del asunto, lo prometo). A principios de la década de los cincuenta contrae matrimonio con “el panadero”, Ettore Cariniti (que, por lo visto, poseía varias panaderías en la capital de Lombardía), que la amó profundamente y le hizo más llevadero su paso por el manicomio; regresaría al hospital Paolo Pini (Villa Fiorita), al que Merini da el nombre de Terra Santa. En él pasaría Merini veinte años de su vida (ingresando y saliendo para regresar...) que la han marcado con mucha profundidad.

La poesía de Alda Merini -la que yo he leído- está firmemente afincada en la experiencia del sufrimiento, pero no para permanecer ahí, sino para alzarse y trascender buscando un sentido. Así, Merini es, sin duda, una poeta anclada en lo religioso, en la búsqueda de un significado a su existencia y que no se resigna a que el sufrimiento tenga la última palabra. Horkheimer nos dejó dicho: “La esperanza de que el verdugo no tenga la última palabra sobre la víctima inocente” y es esto lo que acontece en la poesía de Alda Merini; ciertamente, no es un camino fácil pues el sufrimiento sigue siendo real:
Ma un giorno da dentro l´avello
anch´io mi sono ridestata
e anch´io come Gesù
ho avuto la mia resurrezione,
ma non sono salita ai cieli
sono discesa all´inferno
da dove riguardo stupita
le mura di Gerico antica
.

[“Pero un día desde dentro de la tumba / también volví a despertar / y también como Jesús / tuve mi resurrección, / mas no subí a los cielos / descendí al infierno / desde donde, atónita, miro de nuevo / los muros de la antigua Jericó"].

Es el tema de Orfeo, pero ahí está marcada más profundamente de lo que parece la fe cristiana; pues Jesús no subió a los cielos sin antes descender a los infiernos para sacar, como enseñaron los primeros teólogos cristianos, a los que allí estaban. Por eso las palabras que Dante coloca a la entrada del Infierno no pueden ser cristianas: no es posible abandonar, ni en el infierno, toda esperanza; pero esto nos lleva ya a otros temas y sólo pretendía recomendar ardientemente la lectura de la enorme poeta que es Alda Merini.

**Comprar libros de poesías de autores que no conoces -ya se trate de jóvenes poetas o de autores consagrados pero que tú desconoces- es bastante complejo. Sigo una especie de sistema que me salto la mayoría de las veces, pero que me ha dado en algunas ocasiones buenos resultados: cojo el poemario; leo un poema; si me gusta, leo otro. Si éste me gusta, adquiero el libro. Si no me gusta, leo un tercero. Si éste me agrada, compro el libro. Si no, lo dejo en la estantería o, a veces, sigo leyendo, pues la poesía es de las pocas materias que se puede seguir leyendo en las librerías -salvo que el aliento una de las dueñas de esa cadena de librerías con nombre de letra griega (que ha querido comprar alguien que fue ministro y que escribe mal, pero que, oh misterios editoriales, publica) te eche el aliento sobre el cuello y se ofrezca a confundirte.
¿POR QUÉ NOS IMPRESIONA UN LIBRO?

Hay quizás tantas respuestas a esta pregunta como lectores. Me arriesgaré, pese a al pudor, a referir mi propia experiencia desde un poema del viejo amigo Ungaretti. Para que se entienda lo que voy a decir es preciso conocer los versos y por eso pido perdón de antemano a la editorial por transcribirlos:

È ORA FAMELICA
È ora famelica, l´ora tua, matto.
Strappati il cuore.
Sa il suo sangue di sale
E sa d´agro è dolciastro essendo sangue.
Lo fanno, tanti pianti,
Sempre di più saporito, il tuo cuore.
Frutto di tanti pianti, quel tuo cuore,
Strappatelo, mangiatelo, saziati.

(Giuseppe Ungaretti, Un grito y paisajes y últimos poemas, Tarragona, Ed. Igitur, 2005. Traducción de Carlos Vitale. Como yo no soy quién para enmendar la maravillosa traducción de Carlos Vitale, la reproduzco a continuación:

ES HORA HAMBRIENTA
Es hora hambrienta, tu hora, loco.
Arráncate el corazón.
Sabe su sangre a sal
y sabe agria, es dulzona porque es sangre.
Tanto llantos hacen
cada vez más sabroso tu corazón.
Fruto de tantos llantos, ese corazón tuyo,
arráncatelo, cómetelo, sáciate.

Este maravilloso poema lo leí por primera vez en uno de los momentos más duros de mi vida, cuando yo mismo me derrumbaba -algo que jamás pensé que llegaría a sucederme, porque uno se cree, pese a la edad, fuerte. Los golpes te han hecho llorar, sí, pero te ves firme, asentado sobre lo que estimas seguro; pero estás sobre tu propia fragilidad y, aunque la fragilidad puede ser más cruel que la dureza, acaba también haciéndose añicos. Hasta la noche más oscura acaba rompiéndose y le llega la noche hasta el día más luminoso.

Me llevé el libro al Europa, un lugar que acostumbro a frecuentar en los últimos tiempos. Allí, sentado escribí, leí y sobre todo lloré. Los camareros se turnan en el café y, además de Ana y otro chico cuyo nombre ignoro, pero que es igual de generoso que la del barrio de la Macarena (lo que tuvo como fruto un curioso incidente) sirviéndome huisqui, hay allí dos camareros italianos, una chica y un chico a cual más amable. Cuando estaba lo suficientemente desinhibido, le pedí al chico italiano que me leyese -con su acento napolitano- el poema. Lo hizo y consiguió emocionarme. Ungaretti sabía lo que me ocurría mejor que yo mismo, pues mi corazón estaba lleno de lágrimas, que lo hacían, aunque parezca duro, más sabroso. Era la hora del loco: había que arrancarse y comerse el corazón para dejar de sentir, pues era la única manera de saciarse. Quiero decir que en ocasiones leemos algo en el momento justo; pareciera que el universo entero ha sido hecho sólo para ese momento porque accedemos al sentido de nuestra vida. Ésa es una de las razones, y para mí no la menor, porque las que me impresiona un libro, un texto o unos versos.

El poema es muy carnal y, personalmente, me recuerda también a esas imágenes del Sagrado Corazón en las que Jesús enseña el suyo y que, pese a haber sido educado en un colegio de los Sagrados Corazones, tanto trabajo me ha costado siempre aceptar porque no las comprendo. Porque ¿qué es un corazón? Corazón mío, pálida flor, jardín sin nadie, campo sin sol, cuánto has latido sin ton ni son... así empieza, si la memoria no me falla, el Lamento de primavera de Juan Ramón Jiménez. El poema abre caminos de acercamiento a la vida, pero no a una vida general -la de cualquiera-, sino a la del lector en un momento determinado. Estaba yo triste y Ungaretti consiguió sobrepasar mi tristeza.

Después del tercer huisqui me levanté del café un poco, por decirlo así, perjudicado. Me dirigí al lugar en el que entonces vivía. Cansado, roto, triste y también algo bebido, me apoyé contra la pared en una calle que sale a la Alfalfa. Acertaban a pasar por allí dos policías en sus motocicletas. Al ver a un hombre de edad casi venerable, uno detuvo su vehículo, se bajó y se me acercó para preguntarme: “¿Está usted bien, señor?” “Sí -le respondí-, sólo estoy un poco triste”. Y me dejó con una cordial sonrisa, que sin duda se la debo al policía, pero también al poema de Ungaretti. ¿No lo dijo el alemán? Donde está el peligro, allí crece lo que nos salva.

Poesía. Paul Celan







PARÍS, 20 DE ABRIL DE 1970
14 de Nisán de 5730

No llegaba yo a los diez años, pero ya conocía el Sena -no sólo por Geografía Universal en clase de primero, no sólo por los tres mosqueteros, por la Revolución, no sólo porque oía cantar a mi madre una canción que había cantado la suya: “A París va papá en el rápido de Irún”. Es un rió hermoso, que atraviesa la ciudad entre plomo y ocre; claro, depende de la luz. Es cierto que el puente Neuf temblaba a ver pasar a Jean Baptiste Poquelin -como nos dejó dicho Mijaíl Bulgákov-, pero el veinte de abril de 1970 temblaba otro puente por otro motivo: el puente de Mirabeau, mas tampoco por aquel hermosísimo poema de Apollinaire (cantado espléndidamente por Sophie Auster: la página en la que lo he encontrado: http://cdbaby.com/cd/sophieauster ) cuyo primer verso me hace llorar:

Sous le pont Mirabeau coule la Seine
Et nos amours
La joie venait toujours après la peine
Vienne la nuit sonne l´heure
Le jours s´en vont je demeure
Les mains dans les mains restons face à face
Tandis que sous
Des éternels regards l´onde si lasse
Vienne la nuit sonne l´heure
Le jours s´en vont je demeure
L´amour s´en va comme cette eau courante
L´amour s´en va
Comme la vie est lente
Et comme l´espérance est violente
Vienne la nuit sonne l´heure
Les jours s´en vont je demeure
Passent les jours et passent les semaines
Ni temps passé
Ni les amours reviennent
Sous le pont Mirabeau coule la Seine
Vienne la nuit sonne l´heure
Les jours s´en vont je demeure

No, y es hasta posible que el día estuviese más triste, tendría un no sé qué de cabizbajo, como los días de angustia en que hasta la brisa te vence y no conoces otra victoria que el final:

Del sillar
del puente, del que
él rebotó
hacia la vida, en vuelo
de heridas, -del
puente de Mirabeu

(fragmento de Y con el libro de Tarusa, en Paul Celan, Obras completas, Madrid, Ed. Trotta, 1999, pág. 202, traducción de José Luis Reina Palazón).

Aquel fue un día gris plomizo. Paul Ancel saltó al Sena. Tengo una fotografía del lugar, pero ¿es el agua un lugar? ¿Acaso nos bañamos dos veces en el mismo río? Tengo una fotografía...




La editorial Trotta ha publicado también Los poemas póstumos, Madrid 2003, con el mismo traductor, que a veces fuerza demasiado el castellano en un intento -¿vano?- de seguir el lenguaje de Celan. Si se me permite, citaré los primeros versos del alucinante Fuga de la muerte , creo que serán suficientes para animar a la lectura de Celan:

Schwarze Milch der Frühe wir trinken sie abends
wir trinken sie mittags und morgens wir trinken sie nachts
wir trinken und trinken
wir schaufeln ein Grab in den Lüften da liegt man nicht eng.
Ein Mann wohnt im Haus der spielt mit den Schlangen der schreibt
der schreibt wenn es dunkelt nach Deutschland dein goldenes Haar Margarete
er schreibt es und tritt vor das Haus und es blitzen die Sterne er pfeift seine Rüden herbei
er pfeift seine Juden hervor läβt schaufeln ein Grab in der Erde
er befiehlt uns spielt auf nun zum Tanz

(La traducción de José Luis Reina Palazón (cf. Obras Completas, pág. 63) dice así: Negra leche del alba la bebemos de tarde / la bebemos a mediodía de mañana la bebemos de noche / bebemos y bebemos / cavamos una fosa en los aires no se yace allí estrecho / Vive un hombre en la casa que juega con las serpientes que escribe / que escribe al oscurecer a Alemania tu pelo de oro Margarete / lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus mastines / silba s sus judíos hace cavar una fosa en la tierra / nos ordena tocar a danzar).

Curiosamente, el poema habla de ein Meister aus Deutschland, un maestro de Alemania, frase que fue elegida por Rüdiger Safranski para su biografía de Martin Heidegger, filósofo al que Celan visitó en la cabaña y que dejó escritos los versos de Todtnauberg (pueden leerse en la pág. 321 de las Obras completas).



El 20 de abril de 1970 en París, desde el puente de Mirabeau, Paul Celan saltó al río Sena y se quitó la vida.







Novela. José Jiménez Lozano





SHABBAT SHALOM

El autor al que quiero referirme hoy es una de mis devociones (y esto pese al laísmo que a veces afea su estilo); me refiero al encantador don José Jiménez Lozano, que parece sacado directamente de un escritorio monacal del medievo (véase la fotografía y permítsame ). Como se trata de una devoción tendría que recomendar su obra completa -desde las novelas hasta los excelentes poemarios; sin embargo, como no quiero pecar de generalista me referiré a la última obra suya que he tenido la fortuna de leer: José Jiménez Lozano, Agua de noria, Barcelona, Ed. RBA**, 2008. Me llamó profundamente la atención que cuando fui a adquirir la obra en La Casa del Libro** estuviese catalogado entre las novelas policíacas. Sin duda, lo es aunque me parece que sería un error reducirla a eso. Porque José Jiménez Lozano siempre nos da más de lo que esperamos y su estilo tiene mucho que ver con esto. Si se me permite, diré que nuestro Premio Cervantes tiene el mismo estilo que los venerables viejos de los pueblos españoles ya sean castellanos, gallegos, andaluces... Narra una historia y en esa historia se van hilvanando las intrahistorias de los individuos, sus conciencias, las angustias ocultas en el sufrimiento, de forma que en ocasiones el núcleo argumental se convierte en secundario, porque nos gustaría escuchar la voz de Queta en su sillón, al amor de una lumbre, narrando al completo la historia de la familia.
Agua de noria tiene el mérito de llevarnos hacia el final, pero sin intrigas vanas (pese a que, finalmente, nada es lo que parece). Los personajes centrales están no sólo bien conseguidos -son redondos como solía decirse en el teatro- sino que resultan amigables. Uno de los méritos no menores de esta obra (y de toda la producción de José Jiménez Lozano) es tomarse con seriedad la dimensión religiosa, que en ningún caso aparece reducida a una caricatura o se despacha con las superficialidades al uso; porque nuestro autor, siendo absolutamente legible, no es en nada superficial. Sabe, como Benjamin, que la sola superficialidad no trae ninguna liberación. No en vano una de las fuentes espirituales de Jiménez Lozano es el amigo Blaise Pascal, que no estaba -contra lo que dijo el de Röcken- corrompido, sino que fue de las personas más lúcidas de su siglo. Don Miguel Delibes nos ha dicho que José Jiménez Lozano es “un autor impresionante” y no sólo lo dice por las vieja amistad y la tierra que les une, sino porque sabe que el autor de Agua de noria es uno de los mejores narradores que tenemos en España: no sólo tiene algo que contar, sino que además sabe contarlo. El argumento del libro que comento arranca del escándalo permanente del sufrimiento de los débiles y marginados para llevarnos al mundo turbio de los negocios científicos -la investigación sobre pobres y desheredados, el tráfico de órganos, en fin, todo ese horror que está ahí y ante el que cerramos los ojos con miedo. El autor reflexiona y, como dijera el filósofo Reyes Mate, tiene la voluntad de decir verdades, algo de lo que prescinde buena parte de la narrativa actual buscando puramente el entretenimiento, la diversión.




**Como se sabe, RBA (página http://www.rba.es/ ) es el grupo de negocio que se ha creado, según me parece, con la venta de libros en quioscos. Además, ha comprado la Editorial Gredos y está sacando su fondo editorial (clásicos grecolatinos fundamentalmente) a precios bajos en los quioscos. Eso es una buena noticia. RBA -como el grupo Santillana, el grupo Planeta, el grupo Anaya- representa la tendencia de la industria de la cultura, pues bajo un mismo dueño (no se olvide que los periódicos tienen dueño) se aglutinan gran cantidad de negocios diversos cuyo punto de unión es lo que hoy se acostumbra a llamar mundo de la cultura. Esta creciente centralización es, sin duda, un empobrecimiento, pues los criterios empresariales acaban primando sobre los culturales. Por eso hay que agradecer la labor de las pequeñas editoriales independientes, pues son las que verdaderamente corren riesgos al publicar.

**Sólo una observación. El establecimiento que de esa empresa hay en la Muy Leal Ciudad tiene decoradas las escaleras con citas de la literatura universal: se tiene la impresión de que se ha pretendido escoger a los clásicos; sin embargo, no aparece ninguna cita de la Biblia acaso por el complejo de los modernos respecto a lo religioso -citarlo sería reconocerlo y esto supondría aceptarlo. Damnatio memoriae? Como los antiguos resentidos, los modernos son especialistas en eso; mas la Biblia seguirá siendo un clásico le pese a quien le pese. Haga el decorador de la tienda de libros que se pretende librería un ejercicio de traducción para que no sea como el final del verso (esto en ningún caso se dirige contra los que allí trabajan, personas no sólo amables, sino también entendidas y que son capaces de atender al público con alegría, esmero y sin servilismo, algo que cada vez va siendo más extraño en cualquier negocio). Vaya, pues, por el decorador (¡sólo faltaría que además fuese psicólogo o periodista!, pero por piedad le daré una pista: antes que el famoso quejica por sus lamentos, el mismo día de la fiesta de san David):

ונתן הספר על אשׁר לא־ידע ספר לאמר קרא נא־זה ואמר לא ידעתי ספר׃
καὶ δοθήσεται τὸ βιβλίον τοῦτο εἰς χεῖρας ἀνθρώπου μὴ ἐπισταμένου γράμματα, καὶ ἐρεῖ αὐτῷ Ἀνάγνωθι τοῦτο· καὶ ἐρεῖ Οὐκ ἐπίσταμαι γράμματα.
HABLAR POR HABLAR
contra los agrimensores

Llega un momento en que uno se pone serio o, al menos, quiere ponerse así, pues la sensatez parece el único camino aceptable; pero eso es porque no se ha bebido lo suficiente. Dionisos contra Apolo. Hoy el mundo de la cultura está dominado por los agrimensores, por aquellas gentes que son capaces de clasificar y medir todo, pues alguien les ha dado el metro -la objetividad, es decir, la cantidad de beneficios que determinadas obras reportan. De la misma manera que en el mundo de la creación plástica nadie es alguien sin un buen marchante (que se lo digan, con todos mis respetos, a Barceló o al Qué-bien-me-vendo Wagner), en el mundo de lo que se acostumbra a llamar cultura, pero cuyas fronteras están cada día más difuminadas (lo cual permite hacer negocios con auténticas estupideces, incluyendo el balompié como “fenómeno cultural”), la mercadotecnia se ha vuelto omnipresente y omnipotente. Tenemos que aprender a tomarnos a guasa los productos culturales que nos venden. Guy Debord tenía casi toda la razón, pero por fortuna no se lo tomaron en serio.

Nada se puede hacer de más provecho por las generaciones que nos sucederán que ayudarles a desarrollar su capacidad crítica. Y para esto nada más importante que la lectura de los clásicos. No están de moda y eso los revaloriza, porque toda moda por definición es pasajera, justamente lo contrario de lo que significamos con el concepto “clásico”. Consecuentemente, hay que que resistir a los agrimensores -si se prefiere, a los filisteos de la cultura, que crecen como setas en otoño.

Novela. Y. Martel




UN PREMIO



El año dos mil dos el Premio** Booker fue para alguien nacido en España, pero que es canadiense: Yann Martel, Vida de Pi, Barcelona, Ed. Destino, 2003**. Sin embargo, yo no lo compré porque en la portada, hermosa como suelen ser las de Destino, figurase “Premio Booker 2002”, pues confieso alegremente mi ignorancia: no conocía la importancia de ese premio ni hasta el momento le había prestado la más mínima atención. Si llegué a Vida de Pi fue gracias a un profesor de Literatura que pensó que podría gustarme. Y me gustó mucho: demostró no sólo que sabía literatura, sino también que era capaz de calar al prójimo. La obra no es extensa (334 incluyendo el glosario final), pero en algún momento -pienso en la estancia de Pi en la isla- puede hacerse larga. Sin embargo, Martel sabe remontar el vuelo y el final de la novela es inolvidable: ¿cuál es la realidad? ¿Nos devuelven los japoneses a ella? La confluencia entre el mundo onírico y el real, la ambigüedad de las fronteras está narrada con gran maestría. Además, el arranque es fantásticamente divertido. El argumento es enrevesadamente simple: la venta de los animales de un zoológico (no sé si alguien ha reparado en lo terrible de esa palabra, pues el zoon logon parece ser que es el ser humano...) y el naufragio en mitad del Pacífico del barco que los traslada. Los supervivientes, entre ellos Pi, se las tendrán que apañar en un bote salvavidas de los antiguos; pero la novela es mucho más.



**Los premios literarios están hoy permanentemente bajo sospecha de amaño. La razón es bien sencilla: las grandes editoriales -como todas las empresas- no pueden permitirse el lujo de dejar de ganar dinero y para ellas ganar menos es equivalente en la práctica a no ganar. Si dotan un premio con una suculenta cantidad, deben garantizarse ventas suficientes de la obra y, si es posible, repercusión en los medios de comunicación de masas. El problema es más complejo de lo que a primera vista podría parecer (salvo que el editor encargue directamente al autor la obra que será premiada: se ha dado el caso y se seguirá dando según me consta de las fuentes más fiables), porque el jurado puede tener apariencia de insobornable; pero, claro, a ningún jurado le agradaría premiar a un escritor mediocre o una mala obra. Entonces... entonces surgen, por una parte, los lectores previos, que seleccionan las obras que llegan a los jurados y, por otra, las presiones, pues el jurado de hoy quizás sea el autor premiado de mañana. La solución suele ser que cada vez con más frecuencia los premios literarios generosamente dotados económicamente se dan a autores consagrados o casi; sólo en alguna ocasión, cuando se encuentra una obra realmente hermosa, puede correrse algún riesgo si la editorial está dispuesta a realizar una campaña de ventas agresiva. En resumen: la mayoría de los premios literarios de cuantía son previsibles. Y digo de “cuantía” porque hay premios cuyo importe en metálico es parco, pero que son importantes: en éstos sí se corren riesgos y puede descubrirse algún autor antes de que empiece a escribir para las ventas editoriales, pero ése es ya otro problema en el que algún día será bueno meditar; mas como dije al inicio de esta gaceta, por llamarla así, soy persona más de libros que de autores. No es ninguna necesidad que alguien que ha escrito un buen libro escriba otro igualmente bueno y, desde luego, las cualidades literarias no se transmiten de padres a hijos: no se adquieren por vía de herencia biológica. ¿Qué sucede entonces? Sencillamente, que los apellidos venden.



**Alguno, movido sin duda por el sano deseo de meter su dedo en uno de mis órganos de visión, podría decir: “¿No puede hablar de algo más moderno?” Porque, claro, un libro con seis años parece ya una antigualla. ¿Qué pensar de Homero, Cervantes o el inefable Torrente? La semana pasada acudí a uno de mis libreros y le pedí que me recomendase una novela (Fante no, por favor). Su respuesta fue primero una elusiva: “Yo leo sobre todo ensayos” para pasar, posteriormente, a la sinceridad: “Hay tantas novedades editoriales que no sabría cuál... Antes había una docena o poco más de novedades, pero ahora tenemos que cambiar la mesa todas las semanas”. A la literatura también la alcanzado la mentalidad ultramoderna (en fin, José Antonio Marina, en fin) de usar y tirar. Una persona a la que admiré mucho, y a la que quise más, me dijo de broma en una ocasión: “La imprenta ha sido un invento del diablo, porque gracias a ella he tenido que leer libros que no hubiese querido leer jamás; antes, cuando los libros se copiaban a mano, sólo sobrevivían las grandes obras”. Fue, sin duda, una boutade (deberíamos decir “butada”, que suena más castizo), pero hay mucha razón en criticar la creciente mercantilización de la literatura.

Narrativa. R. Zimnik






LA UTOPÍA MALOGRADA

Me parece que todos hemos leído la maravillosa obra de Antoine de Saint-Exupéry, El principito, Madrid, Ed. Alianza, 1980 ( http://www.alianzaeditorial.es/ ). Se trata de un cuento delicioso, lleno de ideas profundas expresadas con la sencillez que sólo los grandes escritores -y no siempre- alcanzan. Recordaré siempre el inicio de la conversación entre el zorro y el principito: “ `Soy un zorro´ , dijo el zorro”, frase en cuya evidencia se enuncia la ceguera con la que a veces contemplamos la realidad. Lógicamente, El principito es un libro que se recomienda solo y cuya difusión ya universal parece ser garantía suficiente como para que siga siendo objeto de lectura durante mucho tiempo. Claro que todo depende, como Nietzsche sabía, de cómo midamos el tiempo. El formidable Poema de Gilgamesh, Madrid, Editora Nacional (hoy inactiva, pero publicó creó durante los años ochenta un buen fondo editorial y, de hecho, una de las más competentes ediciones castellanas de La Misná), 1982 ¿quién lo lee hoy? Quizás sólo un puñado de curiosos y eruditos -y la mayor parte de las veces no lo disfrutan. Quizás El principito tenga la ventaja de haber sido clasificado en numerosas ocasiones bajo el dudoso epígrafe de “literatura infantil”** -con pocas cosas he disfrutado yo más que con los libros de mi hija y algún día tendré que hablar largo y tendido no sólo de Tintín sino también de El pequeño Nicolás- y esa clasificación le asegura lectores ávidos e inteligentes.





Sin embargo, no pretendía hablar de Antoine de Saint-Exupéry, sino de un breve cuento que al leerlo por primera vez me pareció el envés de El principito; me refiero a la obra del autor alemán Reiner Zimnik, Los tambores, Barcelona, Ed. Lumen, 1981 (la dirección: http://editoriallumen.com/ , pero la página da error y a los torpes en informática nos cuesta mucho cerrarla). Zimnik es un artista polifacético que nació en pleno ascenso de la barbarie nazi y cuya biografía ayuda quizás a entender el pesimismo que impregna Los tambores (cuyo título original, Die Trommler für eine bessere Zeit,explica más que el de su traducción castellana). “¡Empezamos una vida nueva! ¡Nos vamos a otro país!” y el primer tambor, al que toman al principio por loco, consigue mover a la masa para llevarla a ningún lugar que no sea la búsqueda de un tiempo mejor. El final, que no desvelaré, es de los momentos más crueles que uno pueda leer. Los tambores es uno de esos cuentos que da que pensar y que podrían ser usados para abrir un debate sobre la ambigüedad de todas las utopías de la que el siglo pasado nos ha enseñado demasiado.

** “Literatura infantil” parece usada a veces como una expresión despectiva. Sin embargo, el lector adulto se juega con las primeras lecturas de la infancia. Y si un cuento es bueno lo será para los niños, para los jóvenes y también para los adultos. La falta de sensibilidad creciente en nuestra sociedad (y que se expresa en la creciente aplicación de la mercadotecnia a todas las facetas de la existencia: agrimensores al fin y a la postre) establece barreras en la vida; barreras en la que sólo los poco avisados (la mayoría) o los estúpidos se detendrán. ¿Quién ha decretado que Gloria Fuertes escribió poemas sólo para niños? En los libros de texto de nuestros preescolares hay magníficos poemas (pienso ahora en Concha Díaz Aguirre, una excelente poeta, a la que en reiteradas ocasiones he escuchado decir que los poemas que se dan a leer a los niños deben ser muy buenos poemas, porque niño no significa “tonto” sino para los necios). Hay cuentos, libros ilustrados, desplegables y otros textos editados bajo la clasificación “infantil” con los que también los adultos disfrutamos, al menos yo. Claro que también soy de los que piensan que nuestra única patria es nuestra infancia.

Ensayo. Exégesis bíblica.


CONTRA EL FUNDAMENTALISMO



El libro al que me gustaría referirme hoy un ensayo teológico contra el fundamentalismo religioso, especialmente contra el bíblico. Se trata de la obra del leonés Felipe Fernández Ramos, Fundamentalismo bíblico, Bilbao, Ed. Desclée de Brouwer, 2008 (página de la editorial en la red: http://www.edesclee.com/ ). El autor es una reconocido especialista español en exégesis bíblica y ha sido catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca; en la actualidad está jubilado. Ha sido también profesor en León y en otros centros teológicos españoles. En la obra aborda con lucidez uno de los mayores peligros en el acercamiento a la Biblia, el literalismo, que es una forma de fundamentalismo**. Como se sabe, en las épocas de crisis (¿y qué época no lo ha sido?) algunos prefieren buscar la seguridad en el pasado en vez de hacer frente a los problemas nuevos; pero volverse al pasado es quedar convertido en estatua de sal. Este fenómeno ha acontecido de una manera muy clara en la lectura de la Biblia -tanto en el campo protestante como en el católico, tanto entre cristianos como entre judíos.


No puedo explicar aquí los profundos cambios que se produjeron en la interpretación bíblica desde finales del siglo XIX -la aportación de los estudiosos alemanes resultó fundamental; dos nombres serán suficientes: Julius Wellhausen y Rudolf Bultmann. Baste decir que a la Biblia le fueron aplicados métodos históricos y críticos (la historia de las formas, la historia de la redacción... hasta llegar a los actuales estudios sociológicos emprendidos por Gerd Theissen pasando por el amplio abanico de la hermenéutica apoyada en Gadamer) y que aquello pareció a los ojos de algunos el fin de las lecturas religiosas del texto bíblico, pues parecía quedarse en un documento cultural de épocas pasadas. Sucedió lo contrario: los métodos histórico-críticos facilitaron una lectura de la Biblia que echase luz al sentido de la vida de los lectores. Sin embargo, en Estados Unidos se produjo un movimiento de reacción contra la aplicación de esos métodos a la Biblia; es lo que conocemos con el nombre de fundamentalismo al que no se auguró allá por mil novecientos veinte ningún futuro, pero que resultó tener más futuro del que muchos biblistas esperaron (y desearon). Felipe Fernández Ramos emprende un serio estudio del fundamentalismo bíblico tomándoselo en serio (y esto debe constar entre los méritos de la obra). Partiendo del importante documento de la Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, el autor va desgranando todos los aspectos del fundamentalismo bíblico poniendo de manifiesto no sólo sus insuficiencias sino también sus peligros. Si no cabe lectura del texto que no sea hermenéutica, el autor deja claro que el fundamentalismo es esencialmente antihermenéutico.


La Biblia es un conjunto de libros que está en el fundamento de la cultura occidental; ciertamente, hay otros cristianismos posibles (no sólo el europeo); pero quien desee no sólo conocer, sino, sobre todo, comprender su herencia cultural no podrá prescindir de la lectura de la Biblia -como tampoco podrá prescindir de Homero; mas para acercarse a estos textos hace falta paciencia, pues la distancia -cronológica, cultural, social...- es inmensa. Las lectura literalistas no sólo no ayudan a comprender el texto, sino que lo alejan irremediablemente de nosotros. El mérito de Felipe Fernández Ramos, que ya ha sido acusado de “infidelidad” por los que no ven sino la astilla en el ojo ajeno, es haber puesto de relieve que una lectura fundamentalista traiciona a los textos porque uno acaba encontrando en ellos sólo lo que apuesto o, como el autor repite en varias ocasiones, “Dios no está disponible en la letra”.


** En las épocas de crisis -¿y qué época no lo ha sido?- muchos buscan seguridades y creen encontrarla en la repetición del pasado; pero el pasado no se repite nunca y cuando se intenta repetir hoy no sólo se desfigura lo que fue sino que tampoco se da una respuesta real a los problemas. Si el fanatismo consiste en quitarse el cerebro para poner en su lugar una idea, el fundamentalismo es justo al revés: uno se pone una idea que le hace prescindir de su capacidad de pensar. La fidelidad a la tradición, pues no podemos negar de dónde venimos salvo que deseemos ignorar adónde vamos, pasa necesariamente por su interpretación creativa. Ciertamente, el fundamentalismo no es sólo un problema religioso; de hecho, aún andan por ahí gentes que piensan que contra el Generalísimo (nótese lo ridículo del título: es como decir cabísimo, sargentísimo, capitanísimo o coronelísimo) se vivía mejor; es decir, la política -de cualquier signo-, el deporte o las visiones del mundo pueden estar afectadas por ese problema; pero en el ámbito religioso (que no existe separado de los demás) es más peligroso, pues lo peor es la corrupción de lo mejor.