sábado, 29 de junio de 2013

Grandes poetas

ANTISEMITISMO


            No puede ya sorprendernos, pero sí nos sigue escandalizando: España continúa siendo una nación en la que el antisemitismo está bien visto por el común de la población. Los dichos, las acusaciones, los comentarios característicos, los refranes ofensivos (perro judío, avaro, sucio, castrado, marrano, ni judío ni puerco metas en el huerto…) siguen circulando y algunos descerebrados hasta los creen graciosos. Lógicamente, están al mismo nivel que su inteligencia, pero aún más: los repiten un par de veces por si no te has enterado correctamente. Sin duda, las causas históricas de este fenómeno tienen raíces muy profundas y se han transmitido de padres a hijos. En esta gacetilla se han registrado, desafortunadamente, algunos comentarios antisemitas e incluso me vi en la obligación de borrar uno porque era bastamente insultante. Sabemos que cuando los estúpidos se quedan sin argumentos insultan y golpean, pero resulta poco confortante condenar algunas actitudes que provienen directamente de la incultura y de la estupidez. Corregir no sirve para nada la mayoría de las veces, pues el prejuicio está tan arraigado que se acaba justificando de mil maneras. Claro que algunos hasta justifican la Shoah, una verdadera blasfemia. Quiero referir sólo una expresión que ayer me fue lanzada sin que yo supiera a qué venía: “poetastro judío”. El mohín de desprecio estuvo a la altura de la persona; pero no seré cruel, aunque procederé a informar a la persona—que, por fortuna, no leerá esto, pues algo podría aprender y tal vez acabaría doliéndole la cabeza—de algunos nombres con la sana intención de que tome nota, aprenda y su sabiduría crezca un poco, lo cual no será difícil: Paul Celan, Alejandra Pizarnik, Joseph Brodsky, Claude Vigée, Iliá Erenburg, Lea Goldberg, Edomond Jabès, Karl Kraus, Ósip Mandelshtam, Nelly Sachs, Tristan Tzara… La lista podría alargarse mucho; éstos son sólo los que tengo más a mano, pero sería injusto si no citase al poeta austríaco, según rezó en su epitafio, al inolvidable Joseph Roth. Quizás la persona que realizó el comentario desee también saber si se sigue haciendo poesía en hebreo: podría leer la antología que hace años publicó Aguilar. Me refiero a Ramón Díaz, Antología de poesía hebrea moderna, Madrid, Aguilar, 1970. Propongo un juego para ver si alguien quiere aprender: identifique a los poetas (tenga en cuenta que también aparece Zweig junto a Roth; en fin, lo digo para darle una pista), porque cuando alguien ve antes la etnia que a la persona es, y no tengo dudas al decirlo, un racista.



  
καὶ ἐβουλεύσαντο τῇ ἡμέρᾳ ἐκείνῃ λέγοντες Πᾶς ἄνθρωπος, ὃς ἐὰν ἔλθῃ ἐφ᾿ ἡμᾶς εἰς πόλεμον τῇ ἡμέρᾳ τῶν σαββάτων, πολεμήσωμεν κατέναντι αὐτοῦ καὶ οὐ μὴ ἀποθάνωμεν πάντες καθὼς ἀπέθανον οἱ ἀδελφοὶ ἡμῶν ἐν τοῖς κρύφοις.


            Shalom.


martes, 25 de junio de 2013

Nikola Madzirov

EL ANGEL TRISTE DE LA BELLEZA



         Pre-Textos tiene una maravillosa colección de poesía, La Cruz del Sur; nombre que, como todo el mundo sabe, hace referencia a la más famosa constelación del Hemisferio Austral. Curiosamente, Austral ha sido una de las colecciones de libros más relevantes para la cultura hispánica en los últimos cincuenta años: ¿quién no tiene uno de esos formidables libros que recuerdan al otoño cada vez que se abren: el suelo se llena de hojas, de las hojas que constituyen nuestra vida. La Cruz del Sur: un nombre bien elegido, porque la constelación de escritores editados brilla con su propia luz en el firmamento de la belleza. Quien lo desee puede echar un vistazo rápido—no hace falta que se entretenga—la lista de autores publicados. La colección se encuentra bajo el patrocinio de los argentinos Sarah Girri y Jorge Gallardo, a los que debemos agradecer el esfuerzo que hacen. Siempre que me detengo en la sección de poesía de cualquier librería presto especial atención a las novedades de Pre-Textos. Vaya esto por delante. Sin embargo, como he referido en otras ocasiones, las cubiertas de la colección no se hicieron para leer y releer los poemarios. Como se puede observar en la fotografía que encabeza esta entrada, el poemario de Nikola Madzirov está quedando en un estado infame y apenas lleva en mi poder un mes. Cierto es que ha pasado por dos o tres manos, pero eran cuidadosas, como las mías, y la lectura no justifica el aspecto sucio de la portada. Para consolarme un poco, siempre digo que las arrugas son los surcos del tiempo y que un rostro eternamente liso es enteramente falso. Cierto desgaste en los libros es, pues, esperable, pero no tanto. Sé que la colección perdería parte de su encanto si la confección de la portada, con eso encantadores dibujos, variase notablemente; pero me resisto a aceptar que no es posible ninguna mejora. Claro que mis opiniones no son tampoco relevantes en este asunto. Estoy dispuesto a perdonar todas las deficiencias de las portadas si La Cruz del Sur nos siguen ofreciendo a tantos maravillosos poetas.

            Y lo importante. Di con Nikola Madzirov, Lo que dijimos nos persigue (traducción de Yolanda Castaño y María Pretovska), Valencia, Pre-Textos, 2013. El único comentario adecuado para este gran poemario es una invitación solemne, casi litúrgica, a leerlo y a disfrutarlo. La labor de las traductoras ha sido magnífica y, aunque ignoro cómo suena los versos en la lengua original (supongo que macedonio) en español me han emocionado profundamente. Tanto que no me atrevo a hablar de ellos, porque lo hacen con voz nítida, de pura luz, por sí mismos:

CUANDO ALGUIEN SE VA
TODO LO QUE HICIMOS REGRESA
A Marjan K.
Por el abrazo de la esquina entenderás
que alguien se va a alguna parte. Siempre es así.
Vivo entre dos verdades,
como una luz de neón que vacila
en un pasillo vacío. En mi corazón cabe
cada vez más gente que ya no está.
Siempre es así. Empleamos una cuarta parte
de nuestra vigilia en el parpadeo.
Olvidamos las cosas aún antes de perderlas:
el cuaderno de caligrafía, por ejemplo.
Nada es nuevo. El asiento
en el autobús siempre está caliente.
Las últimas palabras pasan de unos a otros
como cubos oblicuos en un incendio estival.
Mañana sucederá otra vez:
la cara, antes de desaparecer de la foto,
perderá primero las arrugas. Cuando alguien se va
todo lo que hicimos regresa.

            ¿Qué se puede decir? Quizás llorar mirándonos las manos, porque el último verso es una verdad total, que difícilmente alguien alcanzaría a expresar no digo ya mejor, sino de otra manera.

            Nikola Madzirov nació en Strumica en 1973 y le ha tocado vivir dos guerras: la recordaban sus padres y la que le tocó en su juventud. Por la solapa sé de él que es poeta, ensayista y traductor, que ha publicado varios libros y ha ganado el Premio Hubert Burda para poesía de Europa del Este y el más prestigioso premio de poesía de Macedonia, el Premio Hermanos Miladinov. No es de Europa del Este, esa designación advenediza que le debemos al Telón de Acero; no: es un centroeuropeo de mirada penetrante, curtido por una historia lacerante, aunque sea verdad que no necesita el mapa del mundo cuando se queda dormido. Sin embargo, como a Misłoz, Zbigniew Hebert o Adam Zagajewski, el peso de la historia reposa en el pasado del que viene y, aunque trate de evitarlo, se hace presente en sus poemas ya sea como nostalgia (maravilloso poema Cosas que queremos tocas) o como olvido (El que escribe). Poesía capaz de tocar la fibra más secreta de nuestra alma con una imagen, de hacernos meditar sobre nuestra existencia, pero que a la vez nos ofrece una belleza semejante al oro empañado por el tiempo: su brillo está ahí, escondido; somos capaces de verlo, de sentirlo, pero nuestro respeto, el mío al menos, me impide bruñir el metal. Madzirov es capaz de crear imágenes que nos golpean como rayos:

INVISIBLE

Algo sale de mí
denso como el humo de un fuego recién apagado,
lejano como una semilla arrojada al sol.

Mi rostro palidece
entre el vaho, sobre el espejo,
peso como una cortina que perpetuamente lucha
por alcanzar la alfombra con sus bordes gastados.

Sueño contigo aunque no te lo diga,
pierdo dimensión como si fuese una bandera
enrollada alrededor de un mástil inclinado.

Yo puedo convocarte sólo a través del tiempo,
pues él tiene cada vez menos quien lo capture.
Ojalá regresaras, junto a las mariposas,
dispuestas a no ser vistas jamás.

Las tinieblas también se encierran en sí mismas a escondidas.

El deseo de tocarte la frente cuando nadie mira
es más antiguo que el tiempo.

            ¿Podemos ser dichos de mejor manera? Acabo de recordar Yira, yira, en la voz de Gardel no sé bien por qué, pero la infinita fragilidad de la existencia, y de la belleza tiene ahora un sabor gris: el deseo de tocarte la frente cuando nadie mira/es más antiguo que el tiempo, ¿acaso no estamos obligados a memorizar toda la belleza que se encierra en esas palabras? Sin duda son también una invitación no a la mudez, sino al silencio, a ése que nos hace cuando callamos contemplando las estrellas. Quizás todos somos estrellas en busca de su constelación, reyes en el exilio, y todos necesitamos una palabra de consuelo que nos abra a la belleza:


SILENCIO

No existe en el mundo el silencio.
Es tan sólo un invento de los monjes
para oír el trotar de los caballos
y las plumas cayendo de las alas.

            Si mis palabras le parecen a alguien excesivas, le ruego que se tome la molestia de leer Lo que dijimos nos persigue. No hace falta que lo compre: yo se lo presto, porque aunque esté completamente deshecho conservaré este poemario para siempre.

EL CIELO SE ABRE

Heredé una vez una casa sin número,
con viejos nidos deshechos
y grietas en los muros como venas
de un amante excitado.
Es justo en ellas donde duerme el viento
y las palabras que condensan cada ausencia.
Es verano y huele
a tomillo pisado.
Terminan su rosario ya los monjes,
el cielo se abre para hacer corriente
también nuestro interior.
Los árboles son verdes, nosotros invisibles:
sólo así pueden verse
nuestro hijos no nacidos y la noche
que hace a los ángeles
más puros aún.

            Es verdad: lo que dijimos nos persigue, pero también lo que callamos. Nuestra vida está justo ahí, detrás de nosotros, como un perro famélico, esperando su hora. Y seremos más puros aún, como los ángeles, si nos dejamos elevar por la belleza.

            Shalom. 

domingo, 23 de junio de 2013

Cristian Alcaraz

A LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD.
PREMIO DE POESÍA ANDALUCÍA JOVEN




             El otro día, de nuevo en Birlibirloque, a la que se debe felicitar por el esfuerzo de promoción literaria que realiza en la ciudad, fue presentado un poemario. En esta ocasión se trató del Premio de Poesía Andalucía Joven: Cristian Alcaraz, La orientación de las hormigas, Sevilla, Renacimiento, 2013. Fue presentado por Elena Medel, que en su día fue ganadora del mismo premio. Nacido en Málaga en 1990, Cristian Alcaraz había publicado previamente Turismo de interior, Córdoba, La Bella Varsovia, 2010, con el que ganó el III Premio de Poesía Joven “Pablo García Baena”. Por lo que sé, compagina los estudios de Filología Hispánica con los de Arte Dramático en la ESAD de Málaga. Figuró en la antología Tenía veinte años y estaban locos. Ha estado, además, durante un curso en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores; precisamente, La orientación de las hormigas ha sido, por decirlo así, fruto de su estación en la Fundación.

           
             Tuve ocasión de hablar unos instantes con Cristian Alcaraz e incluso le pedí algo que me firmase un ejemplar de Turismo de interior, algo que hago muy rara vez, porque suelo ser más aficionado a los libros que a sus autores. Es una persona amable y tímida, accesible y que, prefiriendo volar al destino, al finalizar la presentación, estaba deseando salir para tomar unas cervezas. Un encanto.

                 He leído los dos poemarios con atención y detenimiento, especialmente en La orientación de las hormigas. Aunque se lee con gusto e interés, debo admitir que no me ha entusiasmado, pues he echado en falta el brillo que nos hace estremecernos cuando somos tocados por la palabra poética. Sin forma reconocible, el poemario me parece más bien una búsqueda de la propia identidad y tal vez del propio estilo, pues comparado con Turismo de interior, el nuevo poemario tiene un tratamiento más personal. Sin duda, encontramos en ambas obras múltiples referencias a la podredumbre, a los fluidos corporales y a los excrementos. Este insistir en los desechos, sin embargo, se agota y cansa porque su reiteración no nos lleva a ningún lugar. Quizás la orientación de Cristian Alcaraz sea precisamente ésa: no saber con exactitud dónde se dirige; pero eso, lejos de ser un inconveniente, es una muestra de su implacable juventud y no me parece descartable que termine dedicándose al mundo del teatro, que tanto le gusta. He de decir, sin embargo, que algunos poemas de La orientación de las hormigas dan la impresión de haber sido escritos bajo la presión de publicar, como si el año en la Fundación Antonio Gala le hubiese obligado a completar un poemario; con perdón: un poco de burocracia administrativa, pero lo biográfico no se convierte por sí solo en poesía, sino que hace falta el penoso trabajo del recuerdo, de la memoria capaz de alcanzar un detalle que ilumina como un relámpago la noche de sentido en la que habitualmente nos movemos. Es verdad que en algunos poemas se perciben con nitidez los miedos de la infancia, ese temor producido por la imposibilidad de comprender los acontecimientos negros de la propia existencia:

[SI ESCUCHO LA HEBILLA…]

Si escucho la hebilla de un cinturón
pienso en la paliza. Dices.
Tener una conducta tal o tal
ocasiona tener un sufrimiento tal o tal
efecto.

Asocias vivir
a reconocerte en el desenlace de las cosas.
Dices: la consecuencia de sufrir
es dominar la mortalidad.
Dices: insultaré todavía a Dios
miles de veces.

Ahora que amanece antes de tiempo
la noche nos evita la conversación.
No dices nada.

Y yo,
como un soldado que regresa
y no se encuentra dentro de su propio dormitorio
discuto en el cansancio
con mis venas.

Ya estoy aquí. Ya he regresado,
¿y ahora?

            He leído a tres o cuatro autores ganadores del Premio de Poesía Andalucía Joven. Recuerdo bien El sol en la fruta, de Ioana Gruia, que me pareció bien escrito y construido (sin embargo, confieso que las páginas leídas de La vendedora de tiempo no me causaron el menor de los entusiasmos). Algún día tendremos que detenernos a pensar en la poesía y en la juventud, en las razones por las cuales la mayoría de los jóvenes—me refiero a los menores de veinticinco años—han abandonado la lectura de la poesía, porque esto también dice algo de los jóvenes poetas y de su capacidad para alcanzar a los de su generación; pero de esto hablaremos en otra ocasión, porque canso.

            Shalom.

domingo, 16 de junio de 2013

Sachiko Narsume-Dubé

NO ES TANTO VER CUANTO SER VISTO

          


            Hay dos observaciones de Alberto Giacometti que me han hecho pensar sobre un asunto que permanece en mi mente desde que soy muy joven; ha pasado tanto tiempo que incluso mis recuerdos aparecen pulidos, con superficies suaves como las de un buen mueble, aunque también queden filos cortantes que dañan mi alma. También es verdad que acaricio mis recuerdos, pues suelo estimar más mi pasado que mi presente. El caso es que encontré el libro de Sachiko Natsume-Dubé, Giacometti y Yanaihara. “Trabajo como una mosca”, Barcelona, Elba, 2013, y lo leí de un tirón, aunque no es ninguna hazaña, pues se trata de un breve texto de unas cien páginas. Como es natural, no conocía yo al autor, japonés de 1969, doctorado con una tesis sobre Michel Leiris en París I (a la que insiste, supongo que por cuestión de prestigio, en llamar la Sorbona, cuya plaza fue un encanto. La Sorbona fue durante siglos la facultad de Teología y no vendrá mal recordar que la Universidad de París debió su fama precisamente a esa disciplina tan maltratada hoy y de la que, sin embargo, han vivido los sedicentes filósofos en un Edipo mal resuelto. Curiosamente, por lo que sé, el cambio de nombre fue debido a aquel mayo anterior en un año al nacimiento del profesor Natsume-Dubé). El libro reúne dos ensayos, por llamarlos de alguna manera, publicados por separado en francés. “Trabajo como una mosca” se publicó en 2007 y La catástrofe de noviembre de 1956 lo hizo cuatro años antes. Ha publicado también una reflexión sobre Fracis Bacon (2004). Así, pues, se nos presenta como una entendido en el mundo del arte contemporáneo—pero todo verdadero arte es siempre contemporáneo por lo que la adjetivación resulta superflua. En el libro nos presenta la relación y parte de las notas que el filósofo existencialista japonés Isaku Yanaihara mantuvo con el artista suizo en últimos años de la década de los cincuenta del siglo pasado (y, para que conste, yo aún no había nacido). El señor Yanaihara posó como modelo de Giacometti más de dos cientos días en varios veranos y tomó notas de las conversaciones, pero quedando siempre como testigo. Esto es también lo que ha hecho el señor Natsume-Dubé, que consigue dejar que los personajes ocupen todo el escenario mientras él se limita—todo un mérito saber contenerse—a ponerlos de relieve. Pasa de puntillas sobre la relación amorosa de la esposa de Giacometti, Annette, y Yanaihara, aunque no me queda tan claro que el artista rechazara tan radicalmente como parece los celos, pues en una de las conversaciones Giacometti muestra una preocupante sombra:

     GIACOMETTI: Sí, el responsable es sobre todo usted, pero yo también, hubiese debido estar más atento a la hora. Cuando empiezo a trabajar me olvido de todo. No hubiese debido reñir a Annette, debería avergonzarme. En Japón, ¿los maridos riñen a sus esposas?
     YANAIHARA: Sí, claro, a veces incluso las abofetean.
     GIACOMETTI: Desgraciadamente, esto no es Japón (pág. 34).

            Sin duda, verbalmente Giacometti despreciaba los celos como un vicio burgués; ajustadamente, creía que eran contrarios a la libertad y que procedían del error de creerse en posesión de otra persona; de la misma manera, pensaba que el amor era fundamentalmente abnegación y no guardaba relación con el deseo. Sin embargo, me ha asustado ese desgraciadamente. Los celos son una enfermedad que confunde el amor con el dominio, cuando el amor auténtico deja plena libertad al amado. Así debería ser; mas no quiero perderme ahora en reflexiones como ésas y prefiero ir a las dos observaciones del artista que me parecen dignas de ser pensadas en profundidad (algo que, amigo lector, no encontrarás aquí. Busca mejor dentro de ti).


            A partir del momento es que un francés y un japonés no llaman este objeto [una taza] de la misma manera, no tienen una misma imagen de él (págs. 25s). Se trata de una penetrante observación que pone de relieve que mirar es algo más que ver. Supongo que Hegel hubiese estado de acuerdo con Giacometti, porque el lenguaje es el contexto global con el que miramos la realidad; es la residencia del ser, es decir, de la belleza. Ahora bien, esto no implica que un japonés, por seguir con el ejemplo, no pueda admirar la obra de Giacometti, pues en el arte se nos ofrece una verdad universal no abstracta: ésa es la razón por la que uno se detiene ante un retrato de El Fayum, que tanto maravillaron al artista suizo. Uno se sabe concernido por lo que allí se le da: una visión nueva sobre su existencia, pues lo importante es cómo la obra de arte nos dice a nosotros mismos, cómo nos comprende. Equivocamos la perspectiva cuando nos colocamos en el papel decisivo, pues ¿qué importancia tiene lo que yo piense sobre,
pongamos por caso, una obra de Giacometti? Lo realmente relevante es lo que ella dice de mí. Por eso el arte es un lenguaje universal y concreto a la vez: no elimina nada de lo real, como el concepto (dígase esto contra Hegel, aunque sería una curiosa forma de darle la razón), sino que lo integra todo. Quizás por esto quería Giacometti pintar lo que veía: una mímesis total imposible de realizar, encaminada desde su comienzo al fracaso. La imagen (Bild) nos retrata, dice de cada uno de nosotros porque alcanza lo humano. Estoy seguro de que Wittgenstein hubiese deseado participar en la discusión, pero curiosamente también lo hubiese querido Heidegger, de manera que el camino de la filosofía del siglo XX, comenzando por Kraus, puede recorrerse llevando de la mano el término Bild. En efecto, el arte no es una cuestión de gusto (pág. 47): hay malos gustos exquisitos y buenos gustos vulgares. El gusto no nos habla de la obra, sino del espectador que quiere convertirse en juez y sólo alcanza a hablar de sí mismo. El duro trabajo de mirar requiere una ascesis y parte de ella es la purificación del yo (algo que, por ejemplo, me parece evidente cada vez que pienso en Rothko). Nuestra sociedad ha reducido el juicio estético a un problema de gusto negando así lo que pretende explicar; peor ha sido, empero, la reducción del arte a una mercancía, pero ya sabemos que esto se lo debemos a la razón instrumental, que reduce lo real a lo medible. Siempre habrá agrimensores, pero debemos aprender a cuidarnos de ellos porque nos robarán el alma.           

     Por otra parte, me parece especialmente interesante el concepto de copiar manejado por Giacometti, pues, además de estar muy cercano al verdadero sentido de la mímesis aristotélica, implica la realización de la belleza, de la que muchos modernos huyen como de la peste (y no me refiero sólo al feísmo): “Hemos de pintar exactamente lo que tenemos delante”; y añadió “Y, además, hay que hacer un cuadro” (pág. 79). La renuncia a hacer un cuadro marca la última evolución de Giacometti y, me parece, es una lucha contra las
expectativas sociales a favor de la verdad del arte. Éste es una de las razones por las que merece la pena leer el libro Sachiko Natsume-Dubé, pues nos pone delante el sacrifico que todo creador realiza sin que la mayoría de los espectadores (¡espectáculo!) alcancen a percibir el significado de las obras; pero en nuestra sociedad la mayor parte de la responsabilidad en este asunto cae del lado de los mercaderes de las imágenes, pues han sobresaturado la sociedad con imágenes-pastiche, que sirven para cualquier cosa menos para entregarnos la verdad de la belleza.


            Shalom.



miércoles, 12 de junio de 2013

Neuman, pero no sólo Neuman

CON PRISAS Y DISCULPAS


            ¿Debo pedir disculpas? Curiosamente, ese dis- significa negación, pero eso implicaría que tengo culpas que negar y, desde luego, las encuentro en mí, pues no soy de ésos—admirables seres cargados de una brutal inocencia—que no se arrepiente de nada: cuando me doy un cabezazo contra el muro, retrocedo, pero no para volver a arremeter, sino, más culpablemente, para cambiar la dirección de mis pasos. Por lo tanto, debo disculparme con dos corresponsales—una italiana y otro argentino—a los que no he respondido, maguer es cierto que no podía contestar cabalmente a sus preguntas. Espero que mis disculpas sirvan de algo para alguien.

           
Tendría que hablar de muchos libros, porque llevo mucho tiempo sin visitar mi gacetilla. Este abandono es involuntario, pues otras urgencias me han entretenido y me entretienen aún regalándome un poco de felicidad y algunas buenas dosis de angustia. ¿Por dónde comenzar? Por las librerías: en la Muy Leal Ciudad ha abierto una nueva librería, Birlibirloque, que lleva con mano certera Almoraima. Sita en la calle Cervantes, 12, han tratado los propietarios de crear un espacio agradable, una librería con fondo y en la que no se encuentran las novedades al uso. Además, han organizado en la librería diferentes encuentros con escritores, lecturas compartidas y otras actividades que hacen de Birlibirloque algo excepcional en la ciudad. Fui a la presentación del último libro de Andrés Neuman, No sé por qué y Patio de Locos, Valencia, Pre-Textos, 2013. Fue un rato agradable en el que Braulio Ortiz Poole, que ejerció de presentador de la novedad editorial, desgranó algunas de las ideas del libro, amén de caer rendido a los pies de Neuman, un libro que se quiere poesía y es, sin embargo, prosa hecha trocitos. Se trata, en realidad, de dos obras o, como se dijo en el acto, de la cara A y B de un vinilo: la primera es en cierto sentido más personal, pero también más liviana (y menos poética, todo debe ser dicho). En la segunda, Neuman nos lleva de la mano por un patio de locos; bueno, más bien quien nos conduce es el narrador, un personaje más en una obra coral y, a mi humilde entender, más cercana al cuento que a la poesía. Ha prescindido el autor de los signos de puntuación (menos de las exclamaciones e interrogaciones, lo cual parece mostrar la insuficiencia en el manejo del recurso), algo que hace la lectura más compleja y entretenida. Debo subrayar que el autor leyó algunas páginas con indudable maestría (algo no tan común) y con grandes dosis de simpatía. También debo admitir que, pese a no entusiasmarme, No sé por qué y Patio de Locos me han dado algún momento de dicha.  Deseo la mejor andadura a Birlibirloque, pues en estos tiempos de penuria sus dueños han tenido el coraje de apostar por la cultura en una ciudad como ésta. No es poco. Dos botones de muestra del libro:



No sé por qué miro más a los pájaros
cuando apenas caminan
que cuando levantan el vuelo
bajo este sol de trapo los árboles declaran
un pájaro terrestre
es un hermano
casi




20

cuando duermo no sé si estoy durmiendo
se angustia el loco rubio
¿a ti también te pasa?
yo en cambio dice el loco de la muleta rota
yo nunca estoy seguro de cuándo me despierto
el celador no para de roncar
al fondo de la noche en la tiniebla
se escucha ¡escarabajo!

            Han caído en mis manos otros libros de poesía y, aunque no tengo tiempo para hablar de ellos con largueza; aunque de poéticas diferentes, cada uno me ha emocionado por diferentes motivos. Empezaré por la ganadora del XIII Premio de Poesía Joven “Antonio Carvajal”, Laura Casielles, Los idiomas comunes, Madrid, Hiperión, 2010. No citaré el poema que más me ha gustado—dejo la adivinanza a quien lo lea—, sino otro también muy hermoso, lleno de ritmo y con una verso final espléndido:

MODO DE EMPLEO

Estuve al borde del cinismo.
Afilé mis palabras,
cultivé alusiones,
desgrané tristezas.
Casi pensé
que era importante un gesto impenetrable
y hacer como si el dolor fuera asunto de risa.

Pero no.

Hay que acariciarse los ojos.

También nosotros necesitamos amor para ser valientes.

            Anteriormente, Casielles había publicado Soldado que huye (por cierto: la muy amable Almoraima está buscándolo, cosa que le agradezco), y espero que a no mucho tardar la asturiana nos deje más muestras de su talento poético. Merece la pena leerla.

            Precisamente en Birlibirloque encontré el poemario de Rosa Romojaro, Poemas de Teresa Hassler (Fragmentos y ceniza), Madrid, Hiperión, 2006, que fue ganador del XII Premio Jaén de Poesía. Libro hermoso y lleno de nostalgia, capaz de enternecernos con algunos de sus versos haciéndonos compartir esa tristeza del tiempo, que nos arrastra. Volvemos la vista atrás unos instantes para ser tocados por los recuerdos de nuestra juventud: están ahí, cercanos e inalcanzables como las estrellas:

VIAJE DEL AMIGO

Que la tarde no acabe,
que la luz permanezca
hasta que tú regreses.

Que no lleguen las sombras
y traigan el momento
en que sueles volver.

No sea que el corazón,
acostumbrado
a latir con el tuyo en silencio,

abandone mi pecho para ir a buscarte.

            En otra ocasión, si el tiempo lo permite, hablaré de otros tres hermosos poemarios. El primero lo compré porque el título reproducía un verso de Wordsworth, que también dio título a un maravilloso libro de C. S. Lewis. Me refiero la obra de Ángel Rupérez, Sorprendido por la alegría, Madrid, Bartleby Editores, 2013. No me resisto, lo siento:

PLACE DE VOSGUES
(años después)

Imaginemos un interior sereno como el de las casas
que bajo la lluvia aluden a cadencias musicales,
con la exactitud de las notas y la vaguedad de las cosas.
Place de Vosgues, París, muchos años después.
Alguien escribe y en la terraza el sol rehace
lo inalcanzable mientras las ensoñaciones triunfan,
la bebida dura exageradamente y nada se agota.
¿Por qué escribe? Necesita ser palabras
que se acercan a lo que no comprende y descubrir
con ellas la plenitud que acaricia desde joven,
la inmaterialidad del tiempo, apresado en las cadencias
parsimoniosas de la luz del sol, esparcida como un diamante
en las chapas de las mesas y disuelta como caramelo
en los labios que sorben con asombro la cerveza
antes de decretar el fin del tiempo, la nueva eternidad.
Ha vuelto para estar cerca de ese acto soñado
en el que ese hombre siente y piensa la plenitud
y alza su existencia y sus palabras se cargan
con la verdad de siglos y has el sol las saluda
con entusiasmo al enhebrar en sus hojas sus reflejos.
Su cima se aproxima al resplandor que en el día de hoy
atraviesa los haces de lluvia y es digno de ella su trabajo
y su sueño es recompensa y también premio.
Al cabo de los años ha vuelto a la plaza para eso.
Quería saber si persistía el tesón, la lámpara, la fe,
el hombre solitario cuyo afán reconozco en la luz
que proyecta su alma sobre el ama que busco en esta plaza.

            El Sol en las arcadas de la plaza, la vivienda del novelista y la arena, llena de piedras en mitad de todo mientras los niños corren hacia el infinito verde de las praderas: en pie el recuerdo de lo que nos hizo, que no volverá sino en lo que hoy somos. Place des Vosgues.

            Y ahora debería hablar de los otros dos poemarios, pero no lo haré. Quedo una vez más en deuda. Otras cosas cayeron en mis manos. Sí, claro: leí la última novela del incomparable Álvaro Pombo, Quédate con nosotros, Señor, porque atardece, Barcelona, Destino, 2013. Planeta ha dejado clara una cosa: no estaba dispuesta a editar en buen papel y nos ha ofrecido uno desagradable al tacto, rasposo y tacaño, un ápice miserable. Ahora que estamos en retroceso los compradores de libros y algunos sedicentes lectores prefieren el pseudolibro electrónico, Planeta nos hace el favor de darnos papel de ínfima calidad; eso sí, certificado como ecológico. Lo importante: Pombo recupera el pulso después del Nadal, hermoso premio, y escribe cada vez más oralmente; supongo que dicta, y se nota. No me ha parecido una de sus grandes novelas, pero se lee con interés, aunque la ambientación del monasterio no me está demasiado conseguida. Tiene el santanderino el mérito de hablar de asuntos serios, que no aburridos, en un mundo cada vez más acostumbrado a discursos febles. Cayó en mis manos hace unos meses la novela de Joseph Roth, Los cien días, Madrid, Pasos Perdidos, 2012, que casi no es Roth. Dividida en dos partes, me parece una novela fallida si se la compara con otras del mismo autor: el expresionismo cede su lugar a lo histórico y este hecho me produjo una pequeña zozobra de la que aún no me he recuperado. Irène Némirovsky, El malentendido, Barcelona, Salamandra, 2013, es una novela con los temas característicos de la autora francesa; la leí casi de un tirón—es breve—y con placer porque Némirovsky tiene una capacidad de observación muy minuciosa y en los gestos, los objetos e incluso en la naturaleza nos ofrece una caracterización asombrosa de los personajes.

            Y también he leído otras cosas: arte, teología, estética… Sólo quiero mencionar, para terminar, la obra de Leonid A. Uspenski, Teología del icono, Salamanca, Sígueme, 2013, que hace un recorrido reposado por el significado de la iconología para la Ortodoxia mostrándonos a la vez que mucha de la estética producida en los dos últimos siglos, Balthasar lo sabía, no es sino teología secularizada. Hay algo en la belleza que es puro reflejo de Dios. Merece la pena dedicarla unas horas.


            Y ahora sí: debo pedir disculpas por lo escrito que no hace honor a la calidad de los autores. Leed a los poetas, porque os harán mejores y, por favor, disculpad la pobreza de mi discurso.

             Shalom.