sábado, 27 de noviembre de 2010

Hilde Domin

POESÍA Y EXILIO
Algún agrimensor bueno


            Ha sido publicado recientemente un nuevo libro de Antonio Pau, Hilde Domin en la poesía española, Madrid, Trotta, 2010. Del autor, registrador de la propiedad, me resultan conocidas algunas obras, especialmente las que en la misma editorial ha publicado sobre Novalis y Hölderlin, pero también me parecen importantes sus traducciones de Rilke. Ahora nos ofrece un breve recorrido por la vida de uno de los más importantes poetas alemanes el siglo XX, Hilde Domin.

            Nacida en 1909 en Colonia (Alemania) en el seno de una acomodada familia judía, su verdadero nombre era Hildegard Löwenstein [1]. Estudió en varias universidades alemanas (Colonia, Heidelberg…), pero el ascenso nazi la hizo marcharse a Italia en 1932 [2] acompañada por su novio, Erwin Walter Palm, judío como ella, que por entonces andaba estudiando arqueología. Residieron en Florencia y en Roma; por simplificar el trabajo de que les daban los agrimensores, acabaron casándose en 1936. Hilde daba clases de alemán para ganar algún dinero mientras que Erwin se dedicaba a sus investigaciones arqueológicas en las que ella era una ayuda imprescindible. En esa época no había escrito aún ningún verso. Dado que la expansión nazi seguía su curso y también a causa de las difíciles circunstancias en Italia, emigraron primero a París y más tarde a Londres; acabaron por cruzar el Atlántico, pero no pudieron entrar en ni en Argentina, ni en Brasil, ni en México ni en os Estados Unidos y acabaron recalando en el país que sí los acogió, Santo Domingo (República Dominicana). Allí consigue Erwin un trabajo estable—profesor de la Universidad de Santo Domingo—mientras que Hilde sigue dedicándose a impartir clases de alemán. Sólo en 1947 conseguirá ella ingresar como profesora en la Universidad. Para entonces, llevan ya siete años en la isla, Erwin W. Palm se ha hecho un nombre como arqueólogo (especializándose en arquitectura colonial). Durante aquellos años viajaron por Sudamérica [3], por Estados Unidos y en 1951 escribe Hilde su primer poema. Tenía entonces cuarenta y dos años. Durante los años siguientes viajará por España y aquí trabará amistad con Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso, pues el matrimonio se había interesado vivamente por los autores de la Generación del 27 e incluso habían traducido al alemán algunos poemas de Federico García Lorca. Este interés quedaría patente con la publicación de una antología de poetas españoles bajo el título de sabor celaniano Rose aus Asche (Rosa de ceniza), Munich, Piper, 1958. El traductor “oficial” fue Erwin, pero es claro que Hilde no fue una simple “colaboradora”. Dos años antes Hilde había publicado algún poema en la revista malagueña Caracola y en 1957 publica en Alemania, a la que habían regresado por primera vez después de la guerra en 1954; pero sólo será en 1959, un par de años antes de volver definitivamente, cuando se publique en Alemania el primer poemario de Hilde Domin, Nur eine Ros als Stütze (Sólo un rosa como apoyo), Frankfurt am Main, 1959 [4]. Este libro le valió un reconocimiento inmediato y a partir de ese momento Hilde Domin pudo dedicarse abiertamente a la poesía.

         En 1961 se produce el regreso definitivo a Alemania. Se instaló en una ciudad que conocía bien, Heidelberg. Se reforzará su amistad con Nelly Sachs, habrá más poemarios, más traducciones al español, lecturas poéticas, más desencuentros con su esposo, más viajes, premios y otros reconocimientos. En 1988 muere Erwin Palm y dieciocho años más tarde, el veintidós de febrero de 2006, poco antes de cumplir los noventa y siete años, muere Hilde Domin, poeta.

            Todo lo cual se puede contar así o mucho mejor, como hace Antonio Pau [5] en las ciento cincuenta páginas del libro. El título nos engaña, porque Hilde Domin en la poesía española es mucho más que eso: es un recorrido por la peripecia vital de una exiliada en la que podemos escuchar con nitidez su propia voz a través de sus textos; es la historia de sus encuentros y desencuentros con Erwin Palm, del desgarro interior que produce la ausencia del hijo—así: con artículo determinado—y de mantener las raíces en el aire. Pau va presentándonos algunos poemas y textos de la poeta, contextualizándolos en su biografía para que podamos leerlos en su propia aura, a la luz del ambiente en que fueron concebidos. Podría decir que el libro se lee con rapidez, y no mentiría, pero uno se retrasa en cada uno de los poemas, de una sencillez tan hermosa como llena de luz. Debo añadir que las traducciones españolas no están exentas de esa luminosidad por más complejo que sea verter a otro idioma un poema:
 
Wie kann ich dich auf den Armen nehmen
und über der Strom tragen
als sei ich der heilige Christopher
und es wichen die Wasser von mir?

Ich, die ich die Schwere des Abends
nicht heben kann...

¿Cómo puedo cogerte entre los brazos
y llevarte más allá de la corriente
como si fuese yo acaso un San Cristóbal
y la aguas se abrieran a mi paso?

¡Yo, que ni siquiera puedo
levantar el peso de las noches..!               (pág. 15).

            Percibimos ecos de Celan en algunos de los poemas; no hay que ver tal vez una influencia directa, sino más bien un mundo compartido, una lengua común y un destino semejante:

Ich habe niemand ins Licht gezwängt
nur Worte
Worte drehen nicht den Kopf
sie stehen auf
sofort
un gehn.

No he forzado a nadie a venir a la luz
sólo palabras
las palabras no vuelven la cabeza
se levantan
de inmediato
y se van                                       (pág. 23).

Demut ist wie ein Brunnen.
Man fällt und fällt
in der bodenlosen Schacht
und aller Trost wird
stetig teurer.

La humildad es un pozo.
Uno va cayendo, cayendo
en el hueco sin suelo
y todo consuelo resulta
cada vez más costoso                 (pág. 30).


            Shalom.

[1] Adoptó posteriormente el apellido de su marido, Palm, para acabar usando pseudónimo por el que es conocida y que es, según creo, a su hogar de acogida en el exilio, Santo Domingo.

[2] Cuando regresase, ya por la década de los cincuenta, ¿qué quedaba de la Alemania que había dejado? No sólo la barbarie nazi, sino el crudelísimo final de la guerra hirieron de muerte a muchas ciudades alemanas que nunca volvieron a ser lo que fueron. Una fotografía de Colonia en 1945:


[3] Uno no siempre recuerda lo que escribe (los años no perdonan) y tal vez repita aquí lo dicho en otro lugar; pero aún así quiero hacerlo. Con catorce años iba yo con mucha frecuencia a la casa de mi mejor amigo, Fernando. Allí su madre y sus hermanas me acogían con un cariño que siempre me complace recordar. El piso que me parecía absolutamente maravilloso con aquel sofá verde un poco deshilachado que llenaba el salón; en la salita había un espléndido retrato del padre de Fernando realizado, si la memoria no me falla, con cera. En aquellas habitaciones la luz se filtraba mágica por unas persianas bajadas con frecuencia y desde la terraza podíamos contemplar el colegio e incluso, si acertaban a pasar por la calle, dar alguna voz a uno de aquellos profesores que nos torturaban amablemente. La casa estaba llena de libros. El despacho de Fernando de Armas Medina, padre de Fernando y catedrático de la Universidad, que había fallecido prematuramente, ha sido durante muchos años un modelo que he querido reproducir. Eulalia de la Cruz, madre de mi amigo y mujer cariñosa conmigo donde las haya, había conservado aquel lugar con su flexo antiguo, sus ficheros de madera y los anaqueles llenos de libros. Una puerta con un escalón daba a una terraza trasera lo que convertía aquel despacho en un lugar inigualable. Fernando de Armas Medina había escrito un libro que sólo algunos años después pude disfrutar: La cristianización del Perú (1532 – 1600), Sevilla, Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1953. La obra está escrita en un maravilloso español, terso y exento de complicaciones. Todo esto viene al caso porque había en aquella casa dos grandes mapas: uno de América del Norte y otro de América del Sur. El segundo ha regresado a mi memoria al leer en el libro de Antonio Pau las andanzas sudamericanas de Hilde Domin.

[4] La publicación de este libro, cuenta la propia autora, está en la raíz de un malentendido, pues le parecía mal al editor que una poeta publicase su primer libro con cincuenta años. Por eso en la nota biográfica se la hace nacer en 1912. Este voluntario error se ha reproducido más tarde involuntariamente en varias ocasiones.

[5] En efecto, hay algunos agrimensores buenos:



lunes, 22 de noviembre de 2010

Paul Antschel

ANIVERSARIO


            El día veintitrés de noviembre de 1920 nacía en Cernauti (entonces Rumanía) un poeta europeo. Cernauti es el nombre en rumano de la ciudad, que se encuentra al sudeste de Ucrania, pegada a los Cárpatos y muy cerca de la frontera septentrional de Rumanía, en el ducado de Bucovina También se la conoce como Czernowitz, Tchernovtsy o Chermivtsy; el nombre que suele usarse, y que sobrevuela Europa como un fantasma del pasado, es el alemán. La región, Bucovina, forma parte de ese rompecabezas centroeuropeo sacudido con la desaparición del Imperio Austro-Húngaro—como la dolorosa patria de Joseph Roth, Galitzia. Czernowitz formaba parte del Imperio como ciudad rumana por su lengua, aunque también se hablaban el ruteno y el alemán, lo cual puede ayudar a entender las formas expresivas de nuestro autor. Sin embargo, en lo referente al idioma debe tenerse también presente la influencia de su madre: en una región plurilingüe como Bucovina solían ser las madres quienes de una u otra forma determinaban la lengua de los hijos. Cabe recordar que el alemán gozaba de un enorme prestigio literario (al igual que en otras partes de Europa con minorías alemanas). En Czernowitz había una numerosa comunidad judía a la que pertenecía la familia del poeta. Al final de la Primera Gran Guerra, Bucovina pasó a formar parte de Rumanía, aunque las minorías alemanas pretendían otra cosa. Con la Segunda Gran Guerra fue anexionada al Reich y la población judía fue conducida a la arena y a los campos para ser exterminada. El destino del poeta lo llevó a un campo del que pudo salir con una vida dañada para siempre; logró refugiarse en Bucarest. Otro, sin embargo, fue el destino de su familia, aniquilada. Al finalizar la Segunda Gran Guerra la ciudad de Czernowitz pasó a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y hoy, tras su desmembramiento, pertenece a Ucrania.



            Nuestro poeta es, por tanto, originalmente rumano y en esa lengua escribió algunos de sus poemas y pequeñas piezas en prosa; precisamente, hace muy poco tiempo la editorial Trotta ha publicado parte de la obra en rumano nunca traducida al español. Digo esto recordando que muchos rumanos son acosados en distintos lugares de una Europa de la que forman parte. Incluso son expulsados como indeseables… ¿cuántos poetas habrán salido de Rumanía sin encontrar ningún asilo, condenados a vivir externamente expatriados? Ésta es una de las razones por las que después de haber pasado un par de años en Viena y habiéndose afincado definitivamente en París, nuestro poeta mantuvo el alemán, la lengua en que su madre le leía, para escribir aun sabiendo que esa misma lengua había llevado a sus padres a los campos de urnas. Este desgarro entre ser y destino marca su poesía; nunca pudo ser suturado y por ello cada verso del poeta es una experiencia de dolor: decir en una lengua lo que ella redujo a la ceniza.

            El nombre del poeta—todos lo saben ya—es Paul Antschel (Ancel en rumano) y es mundialmente conocido como Paul Celan (el anagrama de su apellido rumano). Judío centroeuropeo, asquenazi, exiliado permanente de su tierra y de su lengua. Su primer libro de poemas, La arena de las urnas, fue publicado en la Austria humillada de la posguerra. Sabemos que se refugió en París—porque quizás ya no era posible vivir, sino sólo refugiarse de un tiempo que condenó a los hombres a la penuria—y que allí encontró el amor en una mujer que supo soportar su dolor y sus incoherencias, Gisèle. Juntos tuvieron dos hijos uno de los cuales, François, falleció siendo pequeño. Viajó por Europa y vivió en Israel durante cortas temporadas (su padre fue un fervoroso sionista); trabajó en Ginebra… y la historia hizo mella en su vida, pues acabó padeciendo su propia existencia e incluso a petición de Gisèle aceptó ser ingresado en una clínica psiquiátrica. La editorial Siruela publicó gran parte del epistolario del matrimonio. Finalmente, un triste veinte de abril e 1970 se quitó la vida arrojándose al Sena desde el puente de Mirabeu.



            La versión castellana de los poemas es de José Luis Reina Palazón y se encuentran en: Paul Celan, Obras Completas, Madrid, Trotta, 1999.

TODESFUGE

Schwarze Milch der Frühe wir trinken sie abends
wir trinken sie mittags und morgens wir trinken sie nachts
wir trinken und trinken
wir schaufeln ein Grab in den Lüften da liegt man nicht eng
Ein Mann wohnt im Haus der spielt mit dem Schlangen der schreibt
der schreibt wenn es dunkelt nach Deutschland dein goldenes Haar Margarete
er schreibt es und tritt vor das Haus und es blitzen die Sterne er pfeift siene Rüden herbei
er pfeift seine Juden hervor läßt schaufeln ein Grab in der Erde
er befiehlt uns spielt auf nun zum Tanz

Schwarze Milch der Frühe wir trinken dich nachts
wir trinken dich morgens und mittags wir trinken dich abends
wir trinken und trinken
Ein Mann wohnt im Haus der spielt mit den Schlangen der schreibt
der schreibt wenn es dunkelt nach Deutschland dein goldenes Haar Margarete
Dein aschenes Haar Sulamith wir schaufeln ein Grab in den Lüften da liegt man nicht eng

Er ruft stecht tiefer ins Erdreich ihr einen ihr andern singt und spielt
er greift nach dem Eisen im Gurt er schwingt seine Augen sind blau
stecht tiefer die Spaten ihr einen ihr andern spielt weiter zum Tanz auf

Schwarze Milch der Fruehe wir trinken dich nachts
wir trinken dich mittags und morgens wir trinken dich abends
wir trinken und trinken
ein Mann wohnt im Haus dein goldenes Haar Margarete
dein aschenes Haar Sulamith er spielt mit den Schlangen

Er ruft spielt süßer den Tod der Tod ist ein Meister aus Deutschland
er ruft streicht dunkler die Geigen dann steigt ihr als Rauch in die Luft
dann habt ihr ein Grab in den Wolken da liegt man nicht eng

Schwarze Milch der Frühe wir trinken dich nachts
wir trinken dich mittags der Tod ist ein Meister aus Deutschland
wir trinken dich abends und morgens wir trinken und trinken
der Tod ist ein Meister aus Deutschland sein Auge ist blau
er trifft dich mit bleierner Kugel er trifft dich genau
ein Mann wohnt im Haus dein goldenes Haar Margarete
er hetzt seine Rüden auf uns er schenkt uns ein Grab in der Luft
er spielt mit den Schlangen und träumet der Tod ist ein Meister aus Deutschland

dein goldenes Haar Margarete
dein aschenes Haar Sulamith


FUGA DE LA MUERTE

Negra leche del alba la bebemos de tarde
la bebemos a mediodía de mañana la bebemos de noche
bebemos y bebemos
cavamos la fosa en los aires no se yace allí estrecho
Vive un hombre en la casa que juega con las serpientes que escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu pelo de oro Margarete
lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus mastines
silba a sus judíos hace cavar una fosa en la tierra
nos ordena tocad a danzar

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana a mediodía te bebemos de tarde
bebemos y bebemos
Vive un hombre en la casa que juega con las serpientes que escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu pelo de oro Margarete
Tu pelo de ceniza Sulamit cavamos una fosa en los aires no se yace allí estrecho

Gritad hincad los unos más hondo en la tierra los otros cantad y tocad
agarra el hiero del cinto lo blande son sus ojos azules
hincad los unos más hondo las palas los otros seguid tocando a danzar

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana a mediodía te bebemos de tarde
bebemos y bebemos
Vive un hombre en la casa tu pelo de oro Margarete
tu pelo ceniza Sulamit juega con las serpientes

Grita que suene más dulce la muerte la muerte es un Maestro Alemán
grita más oscuro el tañido de los violines así subiréis como humo en el aire
así tendréis una fosa en las nubes no se yace allí estrecho

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos a mediodía la muerte es un Maestro Alemán
te bebemos de tarde y mañana bebemos y bebemos
la muerte es un Maestro Alemán su ojo es azul
él te alcanza con bala de plomo su blanco eres tú
vive un hombre en la casa tu pelo de oro Margarete
azuza sus mastines a nosotros nos regala una fosa en el aire
juega con las serpientes y sueña la muerte es un Maestro Alemán

tu pelo de oro Margarete
tu pelo de ceniza Sulamit


Zähle die mandeln,
zähle, was bitter un dich wach hielt,
zähl mich dazu:

Ich suchte dein Aug, als du´s aufschlugst und niemand dich ansah,
ich spann jenen heimlichen Faden,
ain dem der Tau, den du dachtest,
hinunterligtt zu den Krügen,
die ein Spruch, der zu niemandes Herz
fand, behütet.

Cuenta las almendras,
cuenta lo que era amargo y te mantuvo en vela,
cuéntame con ellas:

Yo busqué tu ojo cuando lo abriste y nadie te miraba,
hilé aquel hilo secreto
por el que el rocío que pensaste
resbaló hasta los cántaros
que protege un proverbio que de nadie encontró el corazón.


GRABSCHRIFT FÜR FRANÇOIS

Die beiden Türen der Welt
stehen offen: geöffnet von dir
in der Zwienacht.
Wir hören sie schlagen und schlagen
und tragen das ungewisse,
und tragen das Grün in dein Immer.
                                                           Oktober 1953

EPITAFIO PARA FRANÇOIS

Las dos puertas del mundo
Están abiertas:
abiertas por ti
en la doble noche.
Las oímos golpear y golpear
y llevamos lo incierto,
llevamos el verdor a tu siempre.
                                                           Octubre 1953

sábado, 20 de noviembre de 2010

Tolstói... y el veintitrés de noviembre

UNA DELICIOSA NOVELA


            Este año se cumple el centenario de la muerte de Lev Tolstói [1]. Desde luego no descubriré el Mediterráneo si hablo del ruso (también conocido como León Tolstói). ¿Quién no se ha sentido subyugado por Guerra y Paz, Ana Karenina  o Resurrección? Recuerdo que la primera de las novelas que he citado estaba en uno de los anaqueles de la casa de mis padres. Eran varios tomos—no recuerdo cuántos, quizás tres—en los que aparecían los nombres de Gogol, Dostoyeski, Tolstói… Encuadernado en cuero granate, con letras grabadas en oro, de pequeño tenía la impresión de que jamás sería capaz de leer aquellas obras, demasiado extensas para mi mente infantil. Muchos de los de mi generación hemos crecido con el recuerdo de aquellas bibliotecas, recuerdo que nos ha marcado [2].

            Además del aniversario al que he hecho referencia arriba, parece claro que algunas editoriales han puesto su afortunado empeño en hacer presente a “los rusos”. Hace una semana tuve la suerte de que uno de mis hermanos me regalase los Diarios de un escritor, en una edición ampliada y carísima (también muy interesante); pero quiero hablar de Tolstói, aunque mis preferencias se inclinen por el otro autor del que la histórica FCE está editando casi una biografía. El caso es que encontré en la Librería Palas [3] una obrita de Tolstói, editada hace siglos por la Biblioteca Básica Salvat, que tan buenos recuerdos me trae. Se trata de El padre Sergio, Madrid, Rey Lear, 2009. La magnífica traducción—en un español pulcro y limpio, casi transparente—ha corrido a cargo de Bela Martinova de la que pongo aquí una fotografía como reconocimiento, pues estoy cierto de que buena parte del encanto de El padre Sergio se debe a la traductora. Debo añadir que la edición está primorosamente cuidada y que es maravilloso tener entre las manos libros como éste, editados con cuidado y delicadeza.

            La novela se lee en menos de una hora. De hecho a alguno que sólo conozca Guerra y Paz le puede resultar sorprendente que Tolstói fuera capaz de sintetizar una vida entera, en poco más de cien páginas. La novela narra la convulsa historia de un militar, el príncipe Stepán Kasatski; pero claro, se trata de una historia interior: la genialidad del novelista ruso le permitía introducirse en la piel de otras personas llegando incluso a saber lo que sentían. Esto, característico también de la narrativa de Dostoyeski, es algo que muy pocos han logrado. No se trata de describir procesos psicológicos, sino de una forma diferente de observar la realidad. El príncipe será militar y las sucesivas decepciones lo irán llevando a cambiar de estado; decepciones incontables: primero su amada, después el zar, más tarde algún monje… Descubrirá la fuente cuando se mire en el espejo, pues uno nunca puede huir de sí mismo. Sólo por la siguiente reflexión merece la pena leer de un tirón El padre Sergio: “Yo vivía para la gente con el pretexto de vivir para Dios, mientras que ella vive para Dios con el pretexto de vivir para la gente” (pág. 106).



            Pero no quiero despedirme sin recordar que la próxima semana celebraré el nonágesimo aniversario del nacimiento de Paul Celan (veintitrés de noviembre de 1920). La editorial Trotta acaba de publicar Poemas y prosas de juventud, Madrid 2010. Encontramos aquí algunos poemas no publicados anteriormente en las Obras completas y en los Poemas póstumos así como otros que ya habían visto anteriormente la luz. Me despido con un poema de Celan, para el que se abrieron las puertas de todos los cielos.

EQUINOCCIO

“Y en las noches, dulces del astro otoñal,
mi corazón caerá, el tuyo volará empero;
tu camino será claro, el mío un marañal,
mis ojos apagados, los tuyos dos luceros;

flores quedarán secas, raíces en flor;
el monte abierto, el abismo cerrado,
un brazo fracasado, otro esforzador,
un vaso vacío, otros habrá rebosado;

mi ilusión hundida, la tuya extasiada,
lágrimas hablarán y serán silenciosas,
mi sangre in fe, tu sangre confiada,
mi boca negada, tu boca generosa…”

“¿Ah, a esta noche no pertenece ninguna de tus estrellas?”
“Hasta que tu cántaro se llene como el mío esperan ellas.

            Shalom.

[1] Los nombres de los autores extranjeros están yendo y viniendo dependiendo de los traductores. Personalmente, estaba yo acostumbrado a decir León Tolstói y Fédor Dostoieski… Hoy nos puede parecer disparatado traducir los nombres, pero el uso ha consagrado ha consagrado determinadas maneras de llamar. De hecho, prefiero León a Lev aun sabiendo la segunda es la forma correcta.

[2] No es lo mismo, desde luego, crecer teniendo a mano una buena biblioteca que con la ausencia casi total de libros. Por eso, la igualdad de oportunidades que nos venden los pedagogos (¡el niño como objeto de una supuesta ciencia!) es poco más que humo. Sin embargo, no quiero ser injusto con el humo pues las chimeneas de los viejos mercantes me traen recuerdos de mi infancia. No, lo que nos suelen vender es demagogia.

[3] Ya he hecho referencia en otra ocasión a la librería Palas, que se encuentra en la calle Asunción de Sevilla, muy cerca de la esquina con Virgen de Luján. Se trata de una de esas librerías de las que, por desgracia, cada vez van quedando menos. Ya me he quejado más veces de la proliferación de las grandes cadenas (medítese ese sustantivo) y, me temo, que el futuro no será mucho mejor con los pseudolibros electrónicos (¿no podríamos llamarlos despectivamente “pseudolibros fláccidos”, con un redundante “pseudolibros ilusorios”, quizás “mezquinos” o algo semejante?), pues las editoriales no renunciarán por mucho tiempo al tanto por cierto del que hoy malviven las pequeñas librerías, que, sin embargo, hacen un hercúleo trabajo a favor de la cultura y de la lectura. Los mezquinos no auguran nada bueno. Algunos dicen: “Sólo cambia el soporte”, pero yo no me imagino la mente de Greta Garbo interpretando un papel en el cuerpo de Orson Welles… ¿Cuándo reconoceremos sensatamente la importancia de la materia real? Al fin y al cabo, yo soy antiguo, de ésos que aún creen en la resurrección de la carne.

            Edito este comentario precisamente el día en que se cumplen cien años de la muerte de Lev Tolstói.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Lucien Jerphagnon

RECUERDE EL ALMA DORMIDA
En honor de los grandes hombres


            Hace relativamente poco [1] hablé en la gacetilla de un libro de Lucien Jerphagnon y Luc Ferry; ese libro me llevó a recuperar otro, del que quiero hablar hoy, que publicó hace unos meses las editorial Barril & Barral. En concreto me refiero a Elogio del pesimismo. Cualquier tiempo pasado fue mejor, Barcelona 2010. La verdad es que el título castellano es un tanto canallesco y Juan Antonio Montiel, no lo dudo, se ha plegado a las exigencias del mercado, pues Elogio del pesimismo tiene un tirón del que carece por completo el título original, Laudator temporis acti [2], un conocido verso de Horacio. Hubiese sido mejor titular algo así como A hombros de gigantes, pues Jerphagnon no se propone exaltar el pasado a costa de la denigración del presente (quizás porque eso va de suyo viendo los tiempos que corren), sino ofrecer sabiduría. Sin duda, Laudator temporis acti está teñido de una visión grisácea e incluso luctuosa en ocasiones, pero no puede decirse que el tono general sea de un pesimismo descarnado.Uno nunca está contento del todo.

            De hecho, el libro es una recopilación de citas de autores clásicos sobre diferentes temas: amor, las relaciones humanas, la familia, la política, la felicidad, los dioses, la muerte… Se percibe la lejana huella de Jankélévitch, que fue maestro del autor. Por lo tanto es difícil hacer un juicio global del libro, pues intervienen muchas manos; pero sí puedo decir que la selección es excelente y que Elogio del pesimismo proporciona abundante material para a reflexión. A Jerphagnon se le debe la selección  y el epilogo en el que se encuentra una afortunada, aunque discutible [3] caracterización de Cioran que el autor ha tomado de Jean-François Revel: “Imaginad un Pascal que se acaba de enterar que ha perdido la apuesta y tendréis un Cioran” (pág. 135).

            Quiero ahora referir dos recuerdos sobre mi estúpido pesimismo en honor de dos grandes hombres, dos de las personas que más he amado en mi vida. Está en mi memoria haber acompañado a Miguel Pérez del Valle en el hospital. Padecía un doloroso cáncer óseo; había sido mi profesor de Historia de la Iglesia Medieval y de una absolutamente maravillosa Simbología Cultural en la que aprendí mucho más de lo que me atrevo a confesarme aún. Mi deuda es inmensa y la muerte no la ha cancelado. Pues bien, unos días antes del fallecimiento de Miguel me acerqué al hospital para pasar la tarde con él; pero me vine abajo y sentado junto a la cama rompí a llorar porque él estaba muy mal. Rompí a llorar y Miguel, levantándose ligeramente de la cama, me preguntó por el motivo de mi sollozo, pues debió incordiarle. Le mentí: “Es que todo está mal. El mundo cada vez está peor, todo se compra y se vende, nos estamos volviendo bárbaros y tenemos menos capacidad…”, una de mis proverbiales estupideces. Él ya se había sentado en la cama y abrió los brazos como acostumbraba y me explicó que el pesimismo era sencillamente una cuestión hormonal (le faltó decirme como hacía en cuando en vez de pensar me dedicaba a repetir: “Hijo, en el campo hacen falta muchos brazos”) para rematar la faena preguntándome: “¿Y qué es el dinero? Nada, ¿verdad?”

            El otro recuero se refiere a los días finales de Antonio García del Moral, que me enseñó Griego Bíblico durante cinco maravillosos años. Se puso gravemente enfermo a causa de un cáncer de pulmón achacable en buena medida a su inveterada costumbre de fumar a todas horas. Fue ingresado en el Hospital General de Granda, su patria chica, donde tenía hermanos y sobrinos que se afanaron por cuidarlo con cariño—cosa que a veces era difícil dado el indomable carácter de Antonio—. Yo viajaba los fines de semana a Granada para pasar tiempo con él, que se moría a chorros sin perder su sentido del humor, su malhumor y su infinita generosidad. Llegué un sábado bastante temprano y lo encontré muy desmejorado: había adelgazado mucho y su piel había adquirido un tono casi amarillo. De nuevo el llanto y las lamentaciones. Él no lo soportó: me echó de la habitación del hospital de mala manera (de hecho, tenía la costumbre de echarme: en una ocasión me echó de su despacho lanzándome a la cabeza un cuadro de su hermano Amalio). Me quedé en el pasillo, llorando. A los pocos minutos apareció vestido con un traje gris, una camisa que ya le quedaba grande en el cuello y una corbata bien anudada: “Nos vamos a comer por ahí. Deje de quejarse, joven”. Me llevó a un restaurante y comí delante de él, pues él ya no podía ingerir alimentos. Nos reímos un poco de todo, como le gustaba. Fue la última vez que lo vi con vida. La semana siguiente acudí a su entierro, destrozado por la pena.

            Nada de esto es pesimismo ni siquiera nostalgia; pero de vez en cuando uno mira hacia atrás y descubre que ha tenido la inmensa fortuna—ha recibido la gracia—de conocer a gigantes que lo han hecho ver mucho más lejos de lo que nunca hubiese sido capaz. He recordado estas cosas leyendo Elogio del pesimismo, éstas y otras muchas, también alegres aunque llenas de pesar. Por eso en esta ocasión en vez de fotografías me he decido ilustrar este comentario con una de las pensadoras más grandes del siglo XX: Mafalda, de Quino, con el que también tengo una deuda inmensa.

Shalom.

[1] Ya que el título del libro hace referencia a un conocido verso que a más de uno nos ha marcado, me permitiré decir que el tiempo es un gran espejismo, pues el día de mi nacimiento está tan lejos como aquel en que escribí por primera vez sobre Jerphagnon. Sencillamente, no puedo volver y están—pese a esos físicos empeñados en hacer filosofía—infinitamente lejos si es que la palabra lejanía conserva ahí algún sentido. Y así vivimos permanentemente el final del mundo, pues ¿quién seguiría haciendo lo mismo si tuviese la certeza de que la muerte lo alcanzaría antes del anochecer? 


[2] Contemplando cómo se ha dejado de estudiar latín y nos hemos vuelto bárbaros. De hecho, dudo mucho de que la inmensa mayoría de las personas que hicieron sufrieron la reforma de 1970 alcancen a entender el significado de la frase latina. De las víctimas de la LOGSE (¡siglo de siglas también el XXI!) mejor ni hablar. Creo recordar que con esta frase comienza una película que me encantó (también por la música), Carros de fuego. Reunidos en una capilla, el antiguo corredor se dispone a realizar una alabanza y hace la alabanza del tiempo y de los hombres que ya se han ido. No es nostalgia, aunque nuestro hogar esté en la infancia, sino gratitud por la grandeza de lo que fue.


[3] Digo discutible básicamente por dos motivos. En primer lugar, Cioran es de los quejicas que sin creer en Dios necesita a Dios para poder culpar a alguien. Lo niega por la misma razón que lo culpa y su argumentación, si se toma su ateísmo en serio, es sólo una fuga ridícula. Y en segundo lugar, Pascal es bastante más grande que Cioran. La definición de Revel encaja mejor en el Camus de La peste.

lunes, 8 de noviembre de 2010

De nuevo Joseph Roth

MI NOMBRE ES MULTITUD
(el final para entenderlo)


            Hace unos meses leí un libro de Joseph Roth del que no tenía noticias de que estuviese en español. Se trata de Izquierda y derecha, Salamanca, Barataria, 2010. En relativamente poco tiempo lo he vuelto a leer; en concreto, ayer le dediqué buena parte de la tarde. Me parece que en la gacetilla he comentado ya algunos de los libros del hombre de Galitzia (no creo que nadie encarne mejor que Roth la tragedia de la región). Pero cada lectura de Roth es una sorpresa y, como no podía ser menos, Izquierda y derecha lo es.

            El libro se editó originalmente en 1929, en plena crisis, justo en aquel momento de la historia que ascendía por una parte el poder nazi (no ganaron las elecciones hasta 1933) y por otra se afianzaba el comunismo en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (un nombre que ya nos suena de otro mundo y que, sin embargo, está a la vuelta de la esquina). Podríamos decir que la novela de Roth es una historia de tres personajes, que no buscan autor, sino destino. He visto recortarse perfectamente el rostro del hijo del sacristán, tan magburgués él, en el fondo de algunas escenas de Izquierda y derecha. A cualquiera que quiera conocer el mundo en que fue posible que surgiese la barbarie le interesará nuestro relato, pues aunque no va de “eso”, “eso viene dado.

            Es una novela maravillosa, pues no es sólo un fresco sobre el fracaso de la República de Weimar—los empobrecidos, los que asciendes, los grandes industriales… [1]—, sino sobre todo, como he dicho, sobre personas. El arribista, Paul, que paree un pobre hombre hundido en el miedo y que nos inspira hasta ternura porque lo vemos intentar sacar la cabeza sólo para respirar. Miserable a veces, pura fachada a punto de desmoronarse a cada paso, incluso en la guerra; una persona cuyas convicciones quedarían bien retratadas como una sucesión de intereses confusos… El hermano, Theodor, cuyos escrúpulos sólo se perciben por su misma ausencia; aprendiz de brujo, de nazi y de difamador. La madre, hermosamente lejana, casi una pincelada por cuerpo, tan miedosa como Paul a quedarse sin nada; capaz, sin embargo, de amar a sus hijos y de verse sí misma como una compañía poco recomendable: “Yo no voy [a la boda de Paul], una madre pobre no luce demasiado”. Las otras mujeres, reducidas casi todas al papel de amantes complacientes; tal vez con alguna iniciativa, pero permaneciendo en el segundo plano que se les dejaba. Sólo la joven esposa de Brandeis [2], Lydia, acaba manifestando su independencia y regresa al Cisne Verde, aunque no sepamos—aquí la genialidad de Roth—si es por amor a alguien o porque las decisiones humanas difícilmente tienen explicación.

            He dejado para el final a Brandeis, el judío enriquecido, a quienes todos detestan por no ser de ninguna parte (acusación que se oiría con frecuencia en los años siguientes). Brandeis es el único que sale a la búsqueda de su destino sin esperarlo pasivamente: hasta tres vidas inicia o quizás más, como los gatos, intentado encontrar su vida. Lo grande de Roth es que sus personajes están realmente vivos: no son el decorado de una historia, sino que cambian e incluso se contradicen.

            Con sus procedimientos expresionistas [3], Roth es capaz de describir entera una sala con una sola frase: “La decoración de la sala era la obra de un sádico” (pág. 127). Analiza una sociedad con una profundidad inaudita sin necesidad de dar vueltas: “Lo cierto es que en aquellos días la moralidad del mundo dependía exclusivamente de la estabilidad de la moneda. Una verdad venerable que se había olvidado durante el largo período en que el dinero tuvo un valor incuestionable. Son las bolsas las que definen la moral social” (pág. 66). La descripción del industrial Enders es absolutamente magnífica (véase la pág. 134). Espero que me sea permitido citar algunas observaciones de Roth:

            “También pensó que vender una ficción que negaba ser una ficción era un negocio indecente” (pág. 113).
            “La institución de las salas de espera era el purgatorio del cielo capitalista” (pág. 121).
            “¿De qué hablan dos hombres cuando uno fabrica productos químicos y el otro es un arribista” (pág. 137).
            “En el mismo instante en que calculó el montante exacto de su fortuna, descubrió sus límites” (pág. 143).
            “No es mi benefactor—pensaba—. ¡Es Alemania quien le ha hecho grande!" (pág. 161, pena de ese “le”, traductor).
            “No amamos a las mujeres, amamos los mundos que representan” (pág. 177).
            “Carl Enders sólo compraba cuadros que repelieran a su razón y a sus sentidos, porque sólo así estaba seguro de estar adquiriendo una obra de arte valiosa y moderna” (pág. 186, pero ten cuidado, lector, porque esto no se dice contra el arte moderno, sino contra el gusto de los burgueses).
            “Tan sólo veinte años atrás había que tocar el piano para oír música, hoy bastaba con darle a una manivela” (pág. 191).
            “Lo decisivo es poder abandonarlo todo sin tener la sensación de estar haciendo nada extraordinario” (pág. 203).

            La última frase quizás sea una descripción ajustada de la vida de Joseph Roth; pero eso no implica que la existencia no sea dolorosa. La de Roth lo fue, y en exceso. Lo grande en él es que nos hace reflexionar no sólo sobre las circunstancias [4], sin sobre todo sobre las personas (que no son, de acuerdo con don José, sin sus circunstancias) y fue capaz de intuir con una claridad deslumbrante los problemas que acosaban y acosarían a la Modernidad. ¿No es que cada uno de nosotros una multitud? Y aquí encuentra su explicación el título: en el evangelio de Marcos hay un asombroso pasaje que nos narra la historia del endemonia de Gerasa. Nuestro Señor antes de expulsarlo para liberar al poseso, pregunta al demonio: “¿Cuál es tu nombre?” A lo que el demonio responde: “Multitud, porque somos muchos”. Con frecuencia me he preguntado si no será éste e problema básico de nuestro mundo moderno: cada uno de nosotros ya no es uno, sino muchos. Y esto lo supo narrar admirablemente el escritor al que más amo: Joseph Roth.


Shalom.

[1] No podía predecir el gran Roth lo que la mención de IG-Farben adelantaba sobre la catástrofe—Shoá—que se acercaba; pero en el curso de la novela se intuye lo que vino después como una columna de humo negro.

[2] No he podido dejar de imaginarla como la mujer de Roth, que acabó siendo ingresada en un sanatorio mental y fue víctima de las leyes eugenésicas… y no entiendo por qué las seguimos llamado así, pues el prefijo griego “eu” implica el bien y no hay nada bueno en asesinar. Sería mejor referirse a ellas como disgenésicas.

[3] Porque un buen autor, y Roth lo es, jamás se reduce a sus procedimientos y no cabe reducirlo a una clasificación. Dejemos esa tarea a los agrimensores.

[4] La mejor explicación de lo que significó la inflación en 1929 en Alemania se la escuché al gran Dámaso Alonso en el maravilloso programa de entrevistas que dirigía Joaquín Soler Serrano. Alonso había impartido algunas clases en Alemania en 1929 y le dejaron dinero a deber: millones de marcos cuyo valor era cercano a cero pesetas.