sábado, 30 de marzo de 2013

De Luca, d'Ors, Modiano, Carrasco y algunos buenos poetas


ALGO MEJOR QUE MIS PALABRAS






Hay días que no sabemos bien quiénes somos; quizás nos duele la cabeza, tal vez los nublos de una primavera que no llega han cubierto con su grisura el aire ocultando el azul. Es hasta posible que ese no saber constituya en realidad lo que somos. Así, el consejo del dios Apolo formularía una condena semejante a la de Sísifo: γνῶθι σεαυτόν. Flota en el aire un cierto desencanto, un cansancio extranjero, aunque sea la más luminosa de las fiestas, Pascua, esa insobornable celebración de la libertad y de la vida plenas. Quizás no seremos libres hasta que no volemos, pues ¿no dijo el pájaro de la India “la libertad no se da; la libertad se toma”?

            Estos días de espejo mal bruñido me asaltan los recuerdos como ventana ciega de malas noticias; sensanción de que todo regresa como en un ciclo, pero nada vuelve y las celebraciones no repiten los acontecimientos: han de lanzarnos hacia el futuro, precisamente allí adonde, a partir de un momento en la vida, no querríamos ir. Resistencias, mas sólo el tiempo que no regresa asegura nuestra libertad y abre futuro auténtico. Aunque algunos no quieran, en esto todos somos judíos. Es la maravillosa historia de Jonás a quien esa extraña ballena mediterránea da otra oportunidad.

            Llevo tiempo sin escribir en la gacetilla (lo sé: me repito como un mal guiso) y me faltan las ganas, las fuerzas y hasta la ilusión. Hay libros maravillosos de los que debería hablar; una historia entre triste y esperanzadora de  Erri de Luca, ese italiano en cuyo rostro hay grabados mil sufrimientos, pero que sabe mirar a los seres humanos—a nosotros—con compasión. El crimen del soldado, Barcelona, Seix Barral, 2013 (traducción de Carlos Gumpert). Diría, sencillamente, que de Luca se ha ganado una vez más un lugar al Sol, porque escribre con humildad, sin pretensiones, pero observa con tal cariño a sus personajes que conmueve. Una historia corta, con dos partes, cortada en acantilado, y con la nostalgia de una infancia de felicidad, mas con el dolor sin hogar de no poder curar todas las heridas. Y me recuerda un poco el relato de la aparición a Tomás: el cuerpo del Resucitado conserva las huellas del sufrimiento. Para muchos eran cuestiones estériles—usaban el adjetivo bizantinas con un mohín de desprecio—, aunque sean en verdad una tierra feraz y un vientre fecundo: ¿qué quedará de nuestros sufrimientos? ¿Con qué cuerpo nos alzaremos? El crimen del soldado sólo en apariencia plantea la cuestión del arrepentimiento, pues aquel soldado lamenta unicamente haber perdido la guerra: en su ceguera, ése, y no otro, es su crimen. Hay algo más allá, como en la parábola del padre bueno: el perdón silencioso y compasivo de la hija, que abre futuro porque es capaz del alcanzar el pasado con ternura y poner amor allí donde no lo hubo. Esa hija merece otra vida, porque no hay naufragio mayor que no poder salvar a quien se ama. Intemperie, de Jesús Carrasco, editada por Seix Barral y que va ya por la tercera edición (cuestiones de promoción) mira la realidad de otra manera, más áspera aunque no exenta de esperanza. Prometí a una buena persona, amigo del autor, que diría algo de la novela: la leí de un tirón, pero sin entusiasmo, empujado por la urgencia de acabar. Hice mal, porque no se deben leer los libros sin paciencia. Jesús Carrasco ha trabajado no sólo en la estructura de la novela, sino especialmente en el vocabulario rescatando muchas palabras que yacen olvidadas en el fondo del diccionario, aunque uno no sepa exactamente cuál es la finalidad de esa recuperación. Recuerdo haber leído hace muchos años Gran Sol, en la que también había un profundo trabajo con las palabras, pero precisamente por eso a veces daba la impresión de falsedad; algo parecido me ha ocurrido con Intemperie. Sí, hay mucho trabajo y es admirable, pero la manera de escribir, con periodos siempre cortos, reiterativos, me cansó. Intemperie ocurre en ningún lugar de manera que los personajes son un tanto evanecescentes: están ahí, pero quizás no existen. Es una buena primera novela (al menos yo no he leído otra del autor) y estoy seguro que el autor nos dará sorpresas agradables. Quede claro, pese a todo, que no me ha recordado a Delibes, y no lo digo como crítica, sino porque en ocasiones la mercadotecnia editorial fastidia por exceso.


            Cabaret Voltarire (¡viva Dadá!) ha editado otra novela de Patrick Modiano, Un circo pasa, Barcelona 2013 (traducción de Adoración Elvira Rodríguez). Se trata de una antigua novela, cuyo original francés es de 1992. Es Modiano en estado puro: un joven desubicado, cuyo pasado permanece en la sombra, nos desorienta buscando una identidad que no alcanza. Promesas de futuro que no llegan, que se frustran en los primeros pasos; pero la vida ha seguido y todo queda como recuerdo. Arduo trabajo el de la memoria sobre la que construimos lo poco que somos. Las olas de la vida borran las huellas que dejamos en la playa y al volvernos apenas somos capaces de imaginar de dónde venimos. Eso es Modiano, y me conmueve, pues el tiempo sólo se realiza como recuerdo y nuestra identidad es siempre borrosa, un no saber muy bien quiénes somos porque no recordamos quiénes fuimos. Un registro diferente de la memoria ha hecho Pablo d’Ors en El olvido de sí, Valencia, Pre-Textos, 2013. Estamos ante la supuesta autobiografía de Charles de Foucauld. El autor madrileño ha elegido escribir en primera persona para acercarnos de una manera más viva a la peripecia del religioso francés, cuyo éxito fue, precisamente, su capacidad para fracasar con dignidad. El libro se lee con interés, aunque prefiero al Pablo d’Ors poeta.


            Y en estos días de cansancio uno piensa: la poesía será mi refugio, habitaré en su casa y me saciaré de luz en su presencia…, pero hasta el modo de leer poemarios arrastra pena. Mencionaré los que más me han gustado en las últimas semanas: John Burside, Dones, Barcelona, Lumen 2013 (versión de Juan Antonio Montiel); poesía intimista que ofrece paz, aunque uno salga herido de la lectura porque, en su circunstancia, no encuentra la paz. Se trata de un poemario lleno de sencillez, alegre y meditativo, que invita a abrirse a la existencia para saciarse con lo cotidiano; ahora que lo pienso, me recuerda lejanamente la espiritualidad de Charles de Focauld en ese apego a lo concreto, a la luz que descansa sobre los árboles o se proyecta en la mirada de los animales cuya inocencia nos remite más allá de nosotros mismos. Muchos de sus versos me han emocionado, pero también me han dolido:





SI DIEU N’EXISTAIT PAS, IL FAUDRAIT L’INVENTER

No one invents an absence :
cadmium yellow, duckweed, the capercaillie
—se how the hand we would name restrains itself
till all our stories end in monochrome;

the path through the meadow
reaching no logical end;
nothing but colour: bedstraw and ladies’ mantle;
nothing sequential; nothing as chapter ans verse.

No one invents the quiet runs in the grass,
the summer wind, the sky, the meadwlark;
and always the gift of the world, the undecided:
first light and damsom blue ad infinitum.

[Nadie inventa una ausencia:
el amarillo cadmio, la lenteja de agua, los urogallos;
mirad cómo la mano aún sin nombre se refrena
hasta que todas nuestras historias terminan en monocromo;

el ilógico sendero
en mitad del prado:
nada, sino color: galios y pies de león;
nada secuncial; nada como capítulo y verso.

Nadie inventa el silencio que vaga entre la hierba,
el viento del verano, el sol, los turpiales;
y, cada vez, el don del mundo, lo irresuelto: la luz primera
y el horizonte violáceo ad infinitum]



            Un maravilloso poemario, al que he llegado tarde, me ha parecido el de Philippe Jaccottet, El ignortante. Poemas 1952-1956, Valencia, Pre-textos, 2006 (traducción de Rafael-José Díaz). Confieso una vez más mi ignorancia, pues antes de que este poemario cayera en mis manos no conocía al poeta de las dos consonantes repetidas. Y, según nos cuenta el traductor en la introducción, es sobradamente conocido. Falta grave la mía, que no conseguiré resarcir con esta tardía lectura. Sin embargo, a los poemas de Jaccottet no les parece haber importado demasiado mi ignorancia, pues hicieron su trabajo de belleza, si bien antes de los días de gris. Sí, los poetas escriben en voz baja, pero nosotros hemos de leerlos en alto para que la claridad de sus palabras alumbre nuestras existencias. Tienen, además, muchos de los poemas un tono intimista, de dormitorio apenas vislumbrado en el que nos movemos en respetuoso silencio como fantasmas:



PRIÈRE ENTRE LA NUIT ET LE JOUR

À l’heure vague où les fantômes en grand nombre
se pressent contre les fenêtres, aumeutés
par une hésitation entre le jour et l’ombre
et menaçant de leurs murmures la clarté,

un homme prie : à ses côtes est ètendue
la très belle guerrière disarmée et nue ;
non loin repose l’heritier de leurs batailles,
il trient le Temps serré dans sa main comme paille.

«Una prière dite dans la crainte, difficile
à axaucer, surtout sans secours du dehors ;
una prière dans l’ebranlement des villes,
dans la fin de la guerre, dans l’afflux des morts :

pour que l’aurore, avec sa tendresse tenace,
pour que l’entrée da la lumière au ras des monts,
comme elle éloinge la lune légère, efface
ma prope fable, et de son feu voile mon nom. »

PLEGARIA ENTRE LA NOCHE Y EL DÍA

En la hora incierta en que, abundantes, los fantasmas
se apiñan contra las ventanas, alterados
por una indecisión entre el día y la sombra,
y amenazan la claridad con sus murmullos,

un hombre reza: a su lado se extiende
la guerrera bellísima, desarmada y desnuda;
no muy lejos descansa el fruto de sus batallas,
con el Tiempo apretado en sus manos como paja.

“Una plegaria dicha en el temor, difícil
de atender, sobre todo si nada ayuda desde fuera;
una plegaria en la agitación de las ciudades,
al final de la guerra, cuando afluyen los muertos:

para que el alba, con su tenaz ternura,
para que la entrada de la luz al filo de los montes,
igual que aleja la luna ligera, borre
mi propia fábula, y oculte mi nombre con su fuego”.

            Poesía intimista (qué palabra tan maravillosa clarté), pero también observación de la calle, sabiduría en la meditación de lo que se contempla ya sea la pequeñez de una vida, un sembrado de trigo o una alondra en la convicción de que el poeta tiene una misión:

L’ouvrage d’un regard d’heure en heure affaibli
n’est pas plus de rêver que de former des pleurs,
mais de veiller comme un berger et d’appeler
tout ce qui risque de ser perdre s’il s’endort

[La labor de una mirada que se apaga de hora en hora
ya no es ni soñar ni formar llantos,
sino vigilar como un pastor y convicar
todo lo que podría perderse si él se duerme]

            Palabras que me recuerdan las reflexiones de Heidegger en ¿Para qué poetas? No en vano Jaccottet ha traducido a Homero, Hölderlin, Rilke y Musil; pero también ha trabajado con Góngora, Mandelstam y el gran Ungaretti. De todos ellos quedan rastros en su poesía, pues

Mais ceux qui ont prié
même de sous la neige
l’oiseau du petit jour
vient leur voix relayer

[Pero a los que han orado
incluso cuando nieva
el ave de la aurora
les revela las voces]

            Un poemario muy recomendable para leer y releer despacio; mas también me hubiese gustado hablar de otros tres poetas que me han emocinado: el sevillano Rafael Juárez, Medio siglo, Valencia, Pre-Textos, 2011; el valenciano ganador del XXV Premio Fundación Loewe Juan Vicente Piqueras, Atenas, Madrid 2013 y la también valenciana Lola Mascarell, que ha ganado el XII Premio de Poesía “Emilio Prados” con su obra Mientras la luz, Málaga-Valencia, Pre-Textos, 2013. Un botón de muestra de la última obra:

PLÁTANOS DE SOMBRA

Como estabais callados tantos años,
escondidos detrás de tanto bosque,
pensaba que quizás ya no existíais.

Pero hoy, de vuelta a casa,
al pasar por la calle donde antes
solíais esperarme,
os he visto otra vez. Os he mirado
vibrando contra un cuelo
que tanto se parece
a los cielos perdidos de mi infancia.

Y he cruzado la calle y ya sentada
al amparo feliz de vuestra sombra,
he sentido una calma primitiva:
la paz de no ser más que el que se sienta
a ver pasar el mundo y sus misterios,
la paz de no ser más que el que sentado
va pasando, aire o luz, junto a las cosas.

            Debería cambiar el nombre a la gacetilla, pues ni siquiera yo me siento capaz de leer lo escrito: Libros y plastas sería más adecuado (pero, por favor, el segundo sustantivo en la quinta acepción). Todos se merecen algo mejor que mis palabras.

Me repito, lo sé, pero hay largos corredores en mi memoria en los que me pierdo para encontrar la infancia… Quizás los poetas valencianos me gustan porque me recuerdan a mi madre y a sus amigas; tal vez sea por Carlos Marzal o por Vicente Gallego. tal vez, estoy seguro, porque me emocionan. Ahora también estoy seguro: γνῶθι σεαυτόν es la condena de Sísifo, porque amó esta vida más de lo que se atrevió a confesar a los dioses. Y donde hay amor no hay muerte, por eso el silencio de Sísifo, como nos enseñó Camus, hace callar a los dioses. Sí, su roca es su cosa, mas moviéndola nos anticipa una luz de libertad: la de una piedra que fue apartada en mitad de la noche por la fuerza amorosa de la Vida.

            Shalom.