miércoles, 18 de julio de 2012

Javier Maderuelo


IMPERIALISMOS
de por qué los gringos no levantan la bota 
de nuestros preciosos cuellos



            No puedo ser un especialista en arte porque, entre otras cosas, no me parece que exista esa especie. Si lo preferimos, lo podemos decir de una manera menos tajante: hay especialistas en arte que tienen un mal gusto exquisito. Y ahora el amigo Hegel, con su sabiduría germánica, preguntaría por el concepto. Básicamente, estaría de acuerdo con él. Dicho esto, tengo que decir que acabo de leer un libro que es un relato coherente y justificado de la reciente historia del arte europeo: Javier Maderuelo, Sucinta historia del Arte Contemporáneo europeo, Heras, Ed. La Bahía, 2012. El autor trabaja en la actualidad como profesor en la Universidad de Alcalá donde enseña Arquitectura del Paisaje; es asimismo colaborador en diversos medios de comunicación y sus reseñas en el diario El País suelen ser sabrosas (véase, como ejemplo, Sin novedad en la novedad relativa a la feria Arco del año dos mil). Como no es aquí el asunto fundamental empezaré diciendo, sin embargo, que el libro está muy bien escrito (cosa ya extraña entre los profesores de las universidades españolas), se lee con atención no exenta de deleite y el curso de la argumentación consigue que cualquier persona con un poco de interés lo siga sin dificultad hasta el final. Digo esto porque a veces las reflexiones sobre arte son tan abstrusas que incluso alguien mal pensado podría decir que las ha realizado un gringo fanático del expresionismo abstracto y sus secuelas—yo respeto bastante a Pollock, conste. Maderuelo, como he dicho, ha conseguido un relato coherente en el que nos explica el arte europeo desde Europa alejándose notablemente de los modelos de la crítica gringa [1], que se ha impuesto como una forma larvada de imperialismo. Sin más, me parece el interesado en la historia del arte debe leer esta Sucinta historia que da mucho más de lo que promete en su introducción. Además de todo esto, basta ver la fotografía en la solapa posterior para sentir una simpatía inmediata por el profesor Maderuelo. Los espíritus, como los gatos, se husmean. Como saben quienes siguen esta lamentable gacetilla, en ocasiones compro libros guiado por la apariencia de sus autores, un criterio tan racional como no tener criterio o tener, sencillamente, uno científico. ¿Habrá que citar a Sábato? Y sí, le he puesto tilde porque es así como pronuncio el apellido de don Ernesto.

            Los gringos pusieron sus botas en Europa por Italia y Normandía. Desde entonces no las han retirado. Nos han vendido—amén de tanques, aviones, bombas, balas, escopetas, ametralladoras, helicópteros, barcos, electrodomésticos, espías, medicinas, automóviles, odios, cacharros inútiles, cachivaches espantosos, cine, series de televisión, más cine, dólares, literatura bastante barata, la felicidad, asesinos profesionales, héroes, artistas, más cine, a nosotros mismos, dioses, cocacola, lobotomías, la chispa de la vida, presidentes, miedos, valores, sectas, banderas, más cine, pepsicola, petróleo, libros, sensación de vivir, cereales, concursos de televisión, su nada, la televisión, por favor, transgénicos, guerras, su american way of life, turistas, industrias y una lista interminable de mercancías pues son capaces de transformarlo todo en productos sin otro valor que su precio—, nos han vendido, decía, todo de tal manera que hicieron posible que cualquier resistencia a su imperialismo surgiese siempre dentro de sus cánones de interpretación; esto ha hecho históricamente que las críticas al imperialismo gringo hayan acabado reforzándolo. El tardocapitalismo (concepto que molesta profundamente a muchos) es un típico producto gringo y su reflejo patente es la sociedad hiperconsumista, cuya característica más notable es, desde mi modesto punto de vista, la reducción del deseo a ídolo que anula toda transcendencia y se vuelca sobre las cosas. La lógica imperante acusará a este modo de pensar de fundamentalista. En fin, dicen que tengo las espaldas anchas. No seré yo quien escatime los méritos de Groucho Marx, por ejemplo, aunque nunca doblaré mi espalda servilmente ante las infinitas repeticiones de Allen. El profesor Maderuelo opone una resistencia inteligente a los modelos de interpretación surgidos del poder del dólar (léase MOMA y Departamento de Estado). Sin embargo, no hace una lectura política de la situación (ya he dicho que es una resistencia inteligente), sino que va directamente al arte y lee su historia (el concepto evolución no tiene cabida aquí) desde Europa, su situación, sus tradiciones y sus angustias.
 
            Estamos ante un libro que da que pensar. Por esto, aunque no sólo por esto, merece la pena leerlo con detenimiento. Ha habido partes que me han resultado más interesantes; desde luego, Javier Maderuelo no puede ocultar que ha pensado a fondo la relación entre paisaje (ciudad) y arte. Y digo exactamente eso: pensado, pues ha meditado de tal forma que ya no necesita referirse a esas relaciones como un especialista (aunque profesionalmente lo sea), sino como una persona capaz de contemplar lo que tiene delante de los ojos. Ciertamente, participa de una visión extendida, de cuyo teológico (aunque no quiero decir que el autor la entienda así), en la que el arte europeo tiende a cero. Las explicaciones de esta tendencia—que señalan una notable diferencia con las escuelas de arte gringas—pueden buscarse en Barthes, pero tengo para mí que nos encontramos en las sendas perdidas, es decir, en Heidegger. De alguna manera, el arte europeo ha intentado realizar el Schritt zurück, aquel paso atrás de la hermenéutica heideggeriana que consiste en retrotraerse a un origen impensado; esto me resulta evidente en la fascinación por el arte primitivo y aquí sí sería pertinente preguntar cuál ha sido la influencia de Picasso sobre Lascaux. En palabras altisonantes: un arte europeo puede contribuir a la abolición de la dominación cultural gringa. Ésta es una de las razones por las cuales los gringos no desean levantar su bota hermenéutica de nuestros cuellos artísticos.

            Además, Sucinta historia del Arte Contemporáneo europeo me ha llevado, de la mano de las preocupaciones paisajísticas de su autor, a reencontrarme con reflexiones sobre la ciudad moderna como medio de dominación sobre los individuos y sobre el papel de los museos en nuestra cultura. La retícula de nuestras ciudades, su segmentación en barrios, no responde sino a la división en clases sociales interiorizada urbanísticamente; pero la ciudad europea sigue siendo, por fortuna, muy diferente del modelo gringo. Es verdad que la invasión, como ha denunciado Fumaroli, no cesa, pero se ofrecen resistencias y una de ellas es el diferente tratamiento de la escultura en los lugares públicos. El capítulo que Maderuelo ha dedicado a la conciencia de lo público es especialmente interesante y su crítica refleja de manera certera los últimos acontecimientos que se han producido en nuestro país.

            Estamos ante un libro nada refrescante, vaporoso o cocacolista. Estamos ante un libro serio, reflexivo y del que se puede aprender. Y digo esto con entusiasmo. Por eso no está de más que, con toda la humildad de un europeo, dé las gracias Javier Maderuelo.

            Shalom.

[1] Comprendo que académicamente hablar de gringos en vez de estadounidenses puede resultar poco afortunado; por fortuna, no estamos en la academia. Gringo, como dije en otra ocasión, 

domingo, 15 de julio de 2012

Joseph Roth


INACABADA… Y DESORDENADA
¡pero es Roth!



            Hace algunas semanas que no escribo en la gacetilla. El cansancio de final de curso se fue acumulado; las urgencias, también; las ganas de escribir, tampoco. He leído, quizás no demasiado, pero confieso con rubor que no sentía muchas ganas de escribir aquí. Sensaciones que se acunan entre la irrelevancia y la inutilidad. No elegimos la circunstancias, pero sí el modo de hacerles frente; a veces, para desgracias de propios y extraños, el modo es precisamente no hacer nada, dejar que el tiempo pasa y, como es un gran escultor, confiar en que realice una obra hermosa; pero el tiempo por sí solo no nos hace mejores: la cuestión es, más bien, qué hacemos nosotros con el tiempo que se nos ha dado.

            Quisiera hablar un poco, en breve, de algunos libros. El primero es una novela del gran Joseph Roth, El profeta mudo, Barcelona, Acantilado, 2012. Es la novela perdida, la que se creía perdida y que, de hecho, está perdida, pues lo que se nos ofrece, aunque todo sea de manos de Roth, es una reconstrucción basada en tres manuscritos, cuya historia no deja de ser interesante, pero que no forma parte de la novela, aunque con ella podría escribirse un interesante relato. Me parece, aunque no estoy seguro, que la novela ya se había publicado en castellano, quizás en la editorial Montesinos; pero yo al menos no había sido capaz de encontrarla.

No es éste el caso, pero me molesta profundamente la manía de las editoriales y de los familiares herederos (a veces sólo se distinguen con dificultad, al menos desde la distancia; claro que tampoco podemos distinguir entre los familiares a secas y los familiares herederos porque ignoramos demasiado) de hacer caja con el autor difunto: papeles—ya sean relatos, novelas, cuentos, pensamientos sueltos, cartas personales, diarios, reflexiones…—que el autor se guardó muy bien de publicar (quizás porque eran íntimos, quizás porque no consideraba que tuviesen suficiente calidad), se nos entregan después de su muerto con cuentagotas y con grandes anuncios: “La obra inconclusa”, “El Mengano censurado” o lo que se quiera. Supongo que cuesta trabajo respetar la voluntad de los demás habiendo dinero, poderoso caballero, de por medio. Todos sabemos lo que sus queridos familiares muy vivos han hecho con autores ya muertos.

            Sin duda, la novela es de Roth y, como tal, está llena de dolor por el hogar perdido, de nostalgia; pero no está acabada: le falta trabajar la trama, eliminar repeticiones, afinar observaciones y, sobre todo al final, acercarnos de otra forma a los personajes. El editor nos dice que posiblemente se trate de la novela perdida sobre Trotski; los demás revolucionarios sólo aparecerían en ella de manera marginal. Bien, sabemos que Roth realizó un viaje a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (del que nos dejó un hermoso libro) y quizás el arranque de la obra se inspire en la peripecia personal del revolucionario ucraniano. Sin embargo, no se trata de una novela sobre Trotski y quienes las lean esperando eso, se llevarán una pequeña decepción. En El profeta mudo encontramos todas las características del poeta austríaco que fue Roth: un itinerario de búsqueda personal, la felicidad siempre inalcanzable, esa nostalgia brumosa por el origen incierto, el futuro como un lugar en el que uno no podrá entrar, como Moisés en la Tierra Prometida. Tras liberar al pueblo de la esclavitud en Egipto, encabezar el Éxodo, atravesar penas y penurias… Moisés sube al monte para ver la tierra en la que el pueblo descansará; pero su destino es otro:

Aquel mismo día el Señor dijo a Moisés: “Sube a las montañas de Abarín, al monte Nebo, que está en Moab, mirando a Jericó, y contempla la tierra que voy a dar en propiedad a los israelitas. Después morirás en el monte y te reunirás a los tuyos, lo mismo que tu hermano Aarón murió en Monte Hor y se reunió a los suyos. Porque se portaron mal conmigo en medio de los israelitas, en la Fuente de Meribá, en Cades, en el desierto de Sin, y no reconocieron mi santidad en medio de los israelitas. Verás de lejos la tierra, pero no entrarás en la tierra que voy a dar a los israelitas.”

            De forma parecida, tampoco nadie sabe dónde se encuentra la tumba de Moisés. Esta nostalgia milenaria también late en el corazón de Roth, cuyo futuro parecía sellado mucho antes de su muerte. El autor, como hacía a menudo, es capaz de sintetizar en pocas palabras el destino de los hombres en su época: léase el retrato de la generación de la Primera Gran Guerra que hace en las páginas 54ss. Por lo demás, la novela tiene el estilo característico de Roth y está repleta de las finas observaciones de Roth sobre la naturaleza humana y las circunstancias históricas. Citaré algunas porque nos merecemos un premio de vacaciones:

[…] la ciega voluntad de la naturaleza de investir a todos los hombres con la blancura de la dignidad, sin tener en cuenta sus pecados ni sus méritos” (págs. 15s).

     “En ningún momento pensé que tuviera también una vida privada, aparte de su existencia policial” (pág. 21).

     “Mas cuando el tres comenzó a moverse, olvidó la ciudad que iba dejando atrás para pensar sólo en el mundo al que se dirigía” (pág. 27).

     “Es un burdo error juzgar a los hombres por sus acciones. Deje que lo hagan los historiadores burgueses” (pág. 42).

     “Toda esa juventud aún no soñaba que muy pronto sería diezmada por una guerra mundial, y vivía como si tuviese que romper cadenas de manera ininterrumpida” (pág. 55).

     “… pero todos ocultaba su terror detrás de una sonrisa” (pág. 75).

     “Ella se echa a llorar. Sin embargo, no recuerda haber visto sus lágrimas” (pág. 91).

     “Grünhut era un hombre perdido, y ni siquiera una guerra podría liberarlo de su propio exilio” (pág. 103).

     “Era ingenuo porque era revolucionario” (pág. 158).

     “Pero Hilde tuvo un niño, lo cual fue sólo una medida de precaución de su marido. Ella lo sintió como una prueba de su propia humillación” (pág. 165).

     “Pero empezó su vida nueva como si ya la hubiese vivido” (pág. 177).

     “Algunas mujeres que no veía lo iluminaban con su belleza” (pág. 199).

     “Y el amor empezó así a trasladarlo de una existencia anormal a otra más bien ordinaria; conoció los placeres mortales y, sin embargo, eternos y, por primera vez en su vida, aquella felicidad que consiste justamente en renunciar a grandes objetivos por otros más pequeños y en sobrevalorar tan desmesuradamente lo alcanzado que ya no queda nada que buscar” (pág. 208).

            Sin duda, en la novela hay mucho de la peripecia personal de Roth y a medida que uno avanza en la lectura reconoce rastros de la historia del narrador austríaco. Inacabada y desordenada, El profeta mudo es una gran novela de Roth y quien la lea no saldrá defraudado.

            Shalom.

P.S. Por cierto, ya sé por qué he tardado tanto en escribir: la crisis.