domingo, 28 de febrero de 2010

Michela Marzano. La muerte como espectáculo


LA INFORMACIÓN COMO EXCUSA

Acabo de leer un breve ensayo: Michela Marzano, La muerte como espectáculo. La difusión de la violencia en Internet y sus implicaciones éticas, Barcelona, Tusquets Editores , 2010. Se trata de una investigación, muy breve (apenas algo más de cien páginas), dedicada a analizar el papel de la nueva violencia que hace su aparición en la Red. La autora, nacida en Milán en 1970, es en la actualidad investigadora del CNRS francés y profesora de filosofía en Escuela Superior de Pisa. Sus estudios giran en torno al individuo y su corporalidad. Así, ha estudiado el problema de la pornografía y de su presencia cada vez más masiva en nuestra sociedad y que es aceptada como si nada pasase cuando, en realidad, es un fenómeno espantoso pues consiste en la cosificación del otro a través de la mirada. También ha analizado la creciente producción sobre el tema de la autoayuda desde una perspectiva más que interesante, pues pone de manifiesto cómo la sociedad postindustrial aplasta al individuo haciendo recaer sobre él la responsabilidad única de su vida, destilando de esta manera un concepto abstracto de libertad.

En La muerte como espectáculo la autora tiene el coraje de pensar el significado de la violencia en una sociedad que no puede poner traba alguna a la comunicación. Resulta curioso el arranque del libro, pues es una justificación personal por haber observado imágenes de una violencia inaudita; este simple hecho nos dice algo de la sensibilidad de la autora y adelante por dónde irán sus caminos.

En una primera parte, Marzano analiza cómo han ido apareciendo en Interné imágenes de creciente violencia. El punto decisivo, según la autora, es la filmación y distribución a través de la Red, llevada a cabo por radicales musulmanes, de asesinatos políticos. Ciertamente, Marzano conoce lor rumores anteriores al 2000 sobre las películas snuff (rumor del que la película española Tesis se hizo eco con éxito); también las terribles imágenes difundidas por los rusos de los crímenes cometidos en Chechenia..., pero los vídeos de propaganda de los islamistas suponen un cambio, pues miran a un doble frente. No se trata ya de denunciar la violencia padecida, sino de anunciar la que uno mismo ejerce con una doble finalidad: asustar (a los espectadores occidentales) y conseguir exaltar el odio a los occidentales. De esta manera, las degollaciones públicas se han convertido en una herramienta de expresión y de presión política por la teatralización de las inmolaciones humanas (pág. 36). Hay, pues, un salto cualitativo respecto a las imágenes de la violencia anteriores, esto es lo que nos dice Marzano advirtiéndonos, sin embargo, que se produce habituación a las imágenes de la violencia con lo cual, como es esperable, el umbral de rechazo tiende a disminuir: cada vez se aceptan más imágenes violentas (el ejemplo de la serie estadounidense 24 horas) y se necesita más violencia para que se produzca algún tipo de rechazo. Esto explica el crecimiento de los vídeos de happy slapping, vídeos en los que se golpea con brutalidad a algún inocente mientras un “espectador” graba la escena con su cámara. Son las imágenes que escandalizaron tanto (lo digo conscientemente en pasado) de palizas a profesores, alumnos, escenas de violación..., pero que en todos los casos consiguen una gran audiciencia en Interné. Marzano reproduce algunas alucinantes conversaciones que se mantienen en los foros de discusión de la Red en los que se comentan estas atrocidades como si fuesen un puro espectáculo.

La conclusión de Marzano, segunda parte, es que la sociedad tiende a volverse indiferente ante esta crecida de la violencia. Como me dijo en una ocasión un gran amigo, cuando movemos una línea sabemos que, tarde o temprano, alguien intentará algún día mover la siguiente—como si la moral fuera algo negociable. La violencia real acaba convertida en un espectáculo divertido. Estamos en algo parecido al panem et circenses, que tan honda impresión le causó a Agustín cuando contempló la terrible transformación de su amigo Alipio (sólo por eso merecería la pena leer Las confesiones). Con una buena dosis de lucidez, la autora distingue entre compasión* y lo compasional, palabra ésta con la que Marzano quiere referirse a una compasión ausente: lo compasional es la propia expresión de una compasión ausente, una especie de discurso social de la compasión que alimenta con buenas intenciones la ausencia de actos (pág. 79). La posición compasional es casi idéntica a la indiferencia o al cinismo, pues no hace nada para evitar la barbarie. La creciente presencia de las imágenes de violencia real son el reflejo de la cosificación de los individuos, pues el que las va ¿puede comprender que el asesinado, el que sufre, es un ser humano real? No estamos lejos de Auschwitz y si, según Adorno, el imperativo categórico es que Auschwitz no se repita, estamos fracasando. En el fondo, estas imágenes deleitan a una sociedad en la que se está a favor de los reality-shows y de la revolución digital y ya no se vive más que en el reflejo que se da de uno mismo. Todo puede realizarse, todo puede verse. Las fronteras entre ficción y realidad son cada vez más borrosas; hasta el punto que el espectador pierde la conciencia de lo real, se acostumbra a todo, tanto a la muerte convertida en espectáculo como a la indiferencia que le sirve de cortejo (pág. 93). La pregunta, decisiva, es ¿qué hacer cuando desaparece la oposición entre civilización y barbarie porque ésta aparece asentada en el corazón de aquella?

En la última parte del librito Marzano reflexiona sobre qué hacer ante semejante situación. No es partidaria de la censura; sin embargo, merece la pena detenerse en sus reflexiones sobre la libertad de información y la libertad de expresión como coartadas de semejantes espectáculos. En la vía socrática propone la educación como remedio: construir un dique que ayude a detener la barbarie...

En los buenos libros de teología y filosofía se nos ofrecen siempre más preguntas que respuestas, si es que se nos ofrece alguna. Michela Marzano ha hecho esto: sus reflexiones dan que pensar..., pero ¿a quién? Ésta es la tragedia, pues el sistema**, emplearé la palabra que tantos enojos estúpidos causas, inmuniza a los individuos contra las críticas haciéndolas caer en el ámbito de la opinión. Las gentes que viven en su burbuja supuestamente cultural no caen en la cuenta de la barbarie en la que vivimos inmersos. Dejando aparte las tragedias sangrantes (los cientos de miles de muertos por el hambre, por poner un solo ejemplo, que no salen nunca en las primeras páginas de loer periódicos, que no viven sino de las novedades), hay mucho de barbarie en la televisión, Interné, los disgustos estéticos... ¿Qué pensar cuando en un telediario, justo después de una terrible noticia, se nos anuncia una serie nueva, se habla de deporte o de esos cortesanos y cortesanas a los que se llama “famosos”? Algunos carniceros nazis escuchaban a Wagner, ¿es esto un argumento contra el de Bayreuth? En cualquier caso, la barbarie aparece instalada cada día con más fuerza en el corazón de nuestra civilización. Hay quien cree todavía en el progreso (ciego para ver qué ha significado el siglo XX) ¿hacia dónde? Me parece que se nos plantea un fin del mundo, pues cuando eso que se dio en llamar valores (palabra que sirvió para desmontar el concepto de bien heredado de la tradición y que se había forjado trabajosamente precisamente contra la barbarie) se subjetivizaron al perder su fundamento, se hizo realidad la terrible frase de Dostoieski: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Durante un tiempo pudimos creer que el problema de las sociedad occidentales era el de los límites; pero hoy urge más repensar el fundamento del bien; pero, ¡por favor!, que no se deje a los especialistas.

*Los psicólogos, pedagogos, periodistas y otras pestes del siglo XX han heredado, quizás inconscientemente, de los totalitarismos el asco ante la hermosa palabra compasión (cuyo significado etimológico es idéntico al de simpatía). La reemplazan por la obstrusa solidaridad, palabra ésta de origen jurídico (adhesión circunstancial a la causa o la empresa de otro, define el DRAE) y cuyo contenido está lejísimos de alcanzar la profundidad de la palabra compasión, pues nadie tiene solidaridad con los enemigos, como nos ha dejado dicho don Rafael Sánchez Ferlosio. Los psicólogos emplean incluso empatía, creyendo que de este modo evitan ciertas referencias (que les deben dar pánico). No quieren caer, sin duda, bajo las garras del martillo de Röcken: ¿Qué es bueno? Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo en el hombre. ¿Que es malo? Todo lo que procede de la debilidad? ¿Qué es felicidad? El sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia queda superada. No apaciguamiento, sino más poder; no paz ante todo, sino guerra; no virtud, sino vigor (virtud al estilo del Renacimiento,virtù, virtud sin moralina). Los débiles y malogrados deben perecer: artículo primero de nuestro amor a los hombres. Y además se debe ayudarlos a perecer. ¿Qué es más dañoso que cualquier vicio? La compasión activa con todos los malogrados y débiles—el cristianismo... (El Anticristo, trad. A.S.P., Madrid, 1974, nº 2). Por mi parte, yo no pienso dejar de usar la palabra “compasión”, pues sé que la corrupción de lo mejor es lo peor, y que una de las mejores realidades humanas es el lenguaje.

** “Sistema” es el conjunto formado por la razón reducida a su uso instrumental, el modo capitalista de producción (basado en la propiedad privada, en el lucro y en la consideración del trabajo como una mercancía), la libertad burguesa (entendida como autoposición del sujeto propietario de una cosa que es sí mismo: desdoblamiento y comprensión de todo otro como límite) y la tolerancia (irrelevancia de los valores vía subjetivización ilimitada). Este sistema clausura el mundo cabe sí mismo (agnosticismo como ateísmo encubierto) rechazando cualquier transcendencia (perversión del lenguaje, conversión del símbolo en signo, del arte en mercancía... ¡¡¡escuchen, por favor, las declaraciones de los especialistas en arte a propósito de ARCO!!! No son sino las de mercaderes exquisitos), pero hablar aquí de esto nos llevaría demasiado lejos.

Christopher Isherwood


EL CONTINENTE HA QUEDADO AISLADO

Como en otras ocasiones, me detuve delante de un libro cuya portada llamó mi atención: divida en dos partes unidas por un cuadrado (como es habitual en las portadas de la editorial) violeta; en la superior, una fotografía en blanco y negro: los ojos algo saltones de un joven miran fijamente; su pajarita, algo deslucida, deja ver un chaleco que le queda, com la camisa, grande. La frente amplia brilla y sus labios apretados, una línea horizontal, parecen guardar algún secreto. Delante de este joven hay una cámara. En la parte de abajo una fila en violeta de soldados sujetan varias banderas nazis. Se trata de la portada del libro de Christopher Isherwood, La violeta del Prater, Madrid, Veintisieteletras, 2010.

Christopher Isherwood nació en 1904 en Chesire (Gran Bretaña) en el seno de una familia burguesa; trabó amistad con algunos de los escritores ingleses más relevantes del siglo XX (Auden, que aparece en la fotografía junto a Isherwood, Foster...). Viajó por Europa y conoció particularmente bien la República de Weimar, aunque abandonó Berlín en 1933 porque el clima, tras el ascenso del partido nazi al poder, se había hecho irrespirable. De su estancia en la capital alemana nació su novela más conocida, Adios Berlín (publicada en España por Seix Barral), que dio lugar a una conocida versión cinematográfica, Cabaret. Se traslado al EE.UU. hacia 1939—con Auden como compañía—y, finalmente, se nacionalizó a los cuarenta y dos años. En la época los EE.UU. siguieron una política de puertas abiertas a la emigración europea, aunque no sin resistencia, que hizo florecer la cultura norteamericana en un espejismo (recordemos algunos nombres célebres: Tillich, Adorno, Auden, Horkheimer...). Isherwood, establecido finalmente en California, murió en 1986 dejándonos un buen número de obras.

La violeta del Prater, escrita originalmente en 1945, recoge buena parte de sus experiencias durante el rodaje Little friend en 1934. Aparte de lo que la novela tenga de autobiográfico—y es mucho, como se puede apreciar en las últimas páginas—, se trata de un relato escrito con buen pulso, breve y que se lee de un tirón. En el Londres de 1933 un joven escritor, el propio Christopher Isherwood, es contratado por los estudios de Imperial Bulldog para articular el guión de una película, La violeta del Prater; para dirigirla los estudios han contratado a Friedrich Bergmann, un cineasta austríaco que ya no encuentra trabajo en su patria debido a su origen judío. En realidad Isherwood ha sido contratado más bien como perro de compañía del austríaco, pues el propietario de los estudios, el señor Chatsworth, tiene un fino olfato para los negocios y sabe que Bergmann necesitará algún tipo de ayuda. En el trasfondo de una Inglaterra despreocupada, que sólo sabe mirarse el ombligo, se va dibujando el ascenso de la terrorífica sombra nazi sobre Europa: Le diré: ese paraguas que lleva a mí me parece sumamente simbólico. Es la respetabilidad británica, que piensa: “Tengo mis tradiciones y ellas me protegerán. Nada desagradable, nada que no sea propio de un caballero puede ocurrirme a mí en mi parque privado”. Ese pomposo paraguas es la varita mágica de los ingleses, con la que tratarán de hacer desaparecer a Hitler. Y cuando Hitler, como un maleducado que es, se niegue a desaparecer, el inglés abrirá su paraguas y dirá: “Bueno, ¿y a mí qué más me da que llueva un poco?” Pero lo malo es que la lluvia será una lluvia de bombas y sangre, y el paraguas no es impermeable a las bombas” (pág. 38). Sólo Bergmann parece comprender lo que se avecina, porque los ingleses están seguros; al fin y al cabo, siempre es el continente el que se queda aislado... Aquí no estaría de más recordar la posición cómico-trágica que adoptó el primer ministro británico, Chamberlain, en el Tratado de Munich vendiendo al miedo a la población checa. Quizás sólo Isherwood comprende a Bergmann (del que todos se ríen mientras toman distancia) porque habla alemán.

Sin embargo, lo más brillante de la novela es la historia de la amistad entre los dos protagonistas y la representación del mundo del cine tanto en la figura de Chatsworth como en la de los técnicos, especialmente Lawrence Dwight, que se encarga del montaje. La mentalidad técnica es ciega ante lo que sucede: “Toda esta tontería sobre el fascismo y el comunismo—decía Lawrence—,es anticuadísima y tonta. Y lo mismo pasa con los obreros, que están volviendo loco a todo el mundo. Es de verdadero asco. Los obreros son ovejas, ni más ni menos. Siempre lo han sido y siempre lo serán [...] Lo único que pasa es que tenemos que quitarnos de encima a esos políticos sentimentales. Todos los políticos son unos aficionados [...]. Los únicos que tienen verdadera importancia son los técnicos” (págs. 76s).

Escrita con un sentido del humor que genera cierto distanciamiento, La violeta del Prater no tiene, según me parece, grandes pretensiones, pero es precisamente esa ausencia la que la vuelve interesante, pues hace desfilar ante nosotros un sinfín de personajes que viven sin darse cuenta de lo que se les viene encima.

Shalom.

lunes, 22 de febrero de 2010

Karl Kraus


REÍRSE DE FREUD

La sociedad moderna mueve a risa, pues se toma demasiado en serio a sí misma. Parece vivir bajo un permanente Edipo, que la lleva a acuchillar sin piedad a su pasado pensando que así conquista el presente. Enunciada así, la frase que acabo de escribir es una solemne estupidez (y no estoy pensando en Erich Fromm por el que siempre sentí un profundo respeto pese que acabó dándole a la manivela de repetir ideas haciendo libros diferentes. Al menos las ideas eran suyas y no cómo otros españoles que escriben mal un libro sobre una idea de otro autor que, para colmo, está mal interpretada). Los términos “sociedad moderna” y “Edipo” entran en la frase aparentando que dicen algo..., pero es sólo simulación. Cuando se procede así, se piensa en abstracto—y en su crítica tendrá siempre razón Hegel, nos guste más o menos. Ciertamente, Dostoievski pudo leer a Hegel en Siberia y echarse a llorar. Me quedo con el ruso, aunque respeto al alemán. Todo esto viene a una reflexión que me hacía en el silencio de esta tarde plomiza: al siglo XX le hubiese ido mejor siguiendo la senda de Karl Kraus que la del otro vienés, Sigmund Freud. De hecho el primero fue el único capaz de reírse del fundador de psicoanálisis (y defenestrador de Jung) hasta conseguir molestarlo. Al fin y al cabo, Freud no demostró nunca demasiado sentido del humor. Supongo que el comentario de Musil en sus diarios hubiese hecho reír a Kraus, sobre todo al verse comparado con su desgracia—el psicoanálisis—, pero hubiera provocado la censura del doctor Freud. Al fin y al cabo es posible que el fundador de Die Fackel no tuviese ni pies ni cabeza, pero al compararlo con el psicoanálisis—Musil acude al abstracto poniendo a Kraus frente a un concepto, una pequeña traición, no como la mísera acusación de Alfred Kerr—el invento de Freud sale perdiendo, pues si bien ambos acudieron al Zauber des Wortes (hechizo de las palabras), es evidente que Kraus lo hizo mejor y con la convicción de que hay algo real en lo que decimos. Kraus lanzó sus afilados dardos: El psicoanálisis es aquella enfermedad mental por cuya terapia él mismo se tiene. La respuesta de los que a sí mismos se llaman analistas fue miserable y desconozco si la multa que pagó Kraus sirvió para ayudar a las víctimas del psicoanálisis como el multado argumentó ante el juez.

Tenemos algunas obras de Karl Kraus traducidas y un magnífico estudio de Edward Timms, Karl Kraus, satírico apocalíptico. Cultura y catástrofe en la Viena de los Habsburgo, Madrid, Visor, 1990. En la misma editorial Visor encontramos Escritos, Madrid 1989, traducidos por José Luis Arántegui. En Tusquets encontramos la hilarante Los últimos días de la humanidad, Barcelona 1991. Hace poco más de cinco años Pre-Textos editó Palabras en versos, Valencia 2005. Éstas son las obras de Kraus que yo tengo en casa, aunque sé que Taurus editó hace tiempo Contra los periodistas y Trotta ha publicado un libro sobre la época de Kraus. Debo hacerme con ambos, porque Karl Kraus nos enseña no sólo el cuidado del lenguaje—la corrupción de lo mejor es lo peor, cosa que debe decirse en la época de la dominación de la corrección política—, sino también a reírnos de psicólogos, analistas, periodistas y otras pestes del siglo XX.

Shalom

jueves, 11 de febrero de 2010

Hasta pronto, Alda Merini

ALDA MERINI

Nuestro mundo se hizo un poco más gris, más frío y triste el 1 de novimebre de 2009. En la tan mal comprendida—y, sin embargo, hermosa—fiesta de Todos los Santos la inolvidable Alda Merini nos dejó. Nacida en Milán el 21 de marzo de 1931 decía de sí misma:

(Sono una piccola ape furibonda.)

Mi piace cambiare di colore.

Mi piace cambiare di misura.

Estos versos de Alda Merini, que pueden verse en su “sitio oficial” en la Red la describen, en lo que yo puedo conocerla certeramente: una pequeña abeja furiosa a la que le gusta cambiar de color, a la que le gusta cambiar de medida.

Por suerte la editorial Vaso Roto ha publicado los dos últimos libros de la trilogía que comenzó con Cuerpo de amor. Se trata de Magnificat: un encuentro con María, y de La carne de los ángeles, ambos publicados en Barcelona en el 2009 (siendo las ediciones originales de 2002 y 2003 respectivamente). Las traducciones las ha realizado, con sobriedad, Jeannette L. Clariond, que se ha encargado también de las notas previas que anteceden a los dos poemarios.

Persona profundamente religiosa—y cristiana, aunque no esté de modo decirlo—, estos dos poemarios dan testimonio de la hondura de sus sentimientos si es que esta palabra llega a describir pálidamente lo que la poeta (nada de poetisa, ¿de acuerdo?) nos ha legado:

Salvate la madre di Gesú,

ella è dimora degli angeli,

ella è dimora della Parola.

La parola fiat

ha tagliato il suo grembo in due:

metà tenebra e metà dolore.

Salvate la valle del Signore.

Per camminare Dio bambino

ha bisogno di un prato,

per caminare Dio

ha bisogno del mondo.

Salvate la madre di Dio,

ella è tenera,

ella è solo una fanciulla,

ma tiene i coltelli della sapienza

nel gembro

per aprire un varco al demonio.

Lei lo affronterà,

la madre di Dio,

la migliore,

lo prenderà per sempre

lo caccerà nell'Inferno.

Lei,

l'eroina di tutti di tempi,

la dolce madre di Dio,

la tenera fanciulla d'amore,

le aprirà un varco alla poesia,

lei aprirà un varco al sole.

Salvad a la madre de Jesús,

ella es la morada de los ángeles,

ella es la morada de la Palabra.

La palabra fiat [hágase]

partió su vientre en dos:

mitad tiniebla y mitad dolor.

Salvad el valle del Señor.

Para caminar Dios niño

necesita un prado,

para caminar Dios

necesita del mundo.

Salvad a la madre de Dios,

ella es tierna,

ella es sólo una jovencita

mas lleva los cuchillos de la sabiduría

en el vientre

para resguardarse del demonio.

Ello lo enfrentará,

la madre de Dios,

la mejor,

lo tomará para siempre

lo echará al Infierno.

Ella,

la heroína de todos los tiempos,

la dulce madre de Dios,

la tierna jovencita de amor,

ella abrirá un camino a la poesía,

ella abrirá un camino al sol.

El texto, de una hermosura que asombra, sigue y lo he colocado sólo como una invitación para seguir disfrutando de la lectura (nótese que se nos ofrece una traducción interpretada, pues quizás hubiese sido mejor traducir aprire un varco al demonio de acuerdo con la traducción de los dos últimos versos que he citado).

La poesía de Alda Merini nos ofrece ternura y consuelo, pero sin privarnos del dolor de la existencia, ese mismo dolor que marcó la existencia de la poeta milanesa:

E poiché mi hai redenta

fammi carne di spirito

e spirito di carne.

E poiché mi hai redenta

dammi un figlio

atrocemente mio.

No me parece que las categorías tradicionales—esas líneas que crean los agrimensores del espíritu y que se llaman conceptos—se puedan aplicar sin más a nuestra poeta. No hay en Merini distinción de sagrado y profano y este borrar los límites bebe, en mi modesta opinión, de una sagaz comprensión del mensaje cristiano para el que la realidad sagrada por excelencia, el sacramento de Dios, es el ser humano. En él acontece la epifanía de Dios y, citando a Ireneo de Lyon, Merini hubiese dicho también que la gloria de Dios es el hombre viviente (debemos recordar que el término hebreo para gloria, כבוד kabôd, puede traducirse por belleza, al igual que δόξα , doxa, en el Nuevo Testamento. Quizás estos poemarios puedan describirse así: como un intento creciente de acercarse a la belleza que nos deslumbra.

Shalom.