miércoles, 9 de abril de 2014

Lorenzo Oliván

LA CONSPIRACIÓN DE LOS AUTOBUSES
Este relato está basado en una historia verídica.
Cualquier coincidencia con nombres o localizaciones reales es puramente casual.
Ya lo decía el gran Ibáñez: “Increíble, pero mentira”.


            Nada hubiese sucedido si ella no me hubiese regalado un libro. Todo comenzó una soleada mañana de sábado de hace algunos meses  en el que una encantadora librera me había facilitado un poemario de un autor castreño al que hasta entonces yo no había leído (cosa nada extraña si se conocen mis aficiones). Esto sucedía en una librería que por entonces contaba con menos de un año de existencia y que se había abierto en una tan bulliciosa como estrecha calle de la Heroica Ciudad, en pleno centro histórico y comercial. Como mi narración lo necesitará, daré un nombre imposible a esa librería, Birlibirloque, dado que yo fui en otro tiempo un birlesco, aunque sólo en algunos negocios que no merecen el nombre de librerías; pues bien, allí Almoraima, una mujer encantadora, felizmente casada con un tipo alto, ligeramente arqueado y de ojos claros me recomendó la lectura de un  poeta y consiguió que me llevase uno de sus libros. Lo leí con agradecimiento, disfrutando de los juegos de imágenes que se enlazaban con la elegancia del vuelo de una rapaz a la que contemplamos en la lejanía de una carretera secundaria. Algún tiempo después, me regalaron un segundo poemario del autor, ilustrado esta vez. Finalmente, Almoraima me avisó de que el poeta castreño, cuyo nombre me resisto a dar, se disponía a visitar Birlibirloque para realizar la presentación y una lectura de su último libro, recién publicado por Tusquets, Nocturno casi, editado en Barcelona este mismo año. Adquirí este libro y lo disfruté con entusiasmo creciente. Algunas semanas después llegó el viernes en que el poeta acudía a Birlibirloque y decidí hacer acto de presencia, aunque lleno de dudas porque tiendo a ponerme nervioso y acabo haciendo preguntas muy largas que no vienen a cuento.

            Aquel viernes de comienzos de la primavera—los tironazos de abril se hacían esperar y por eso nuestro deseo crecía—llegué a Birlibirloque poco después de las ocho. Pululaban por allí otros autores; conocía a alguno de ellos y, movido por mi inveterada estupidez, me acerqué a un grupito. Resultó  el propio Rénzolo Voilán (daré este nombre al autor castreño), otro poeta, encargado de la presentación, y un excelente traductor cuyos ojos me miraron detrás de unas diminutas gafas redondas, constituían el grupo. Sin embargo, yo aún no le había puesto rostro a Rénzolo Volián, y me procedí con mi nefasta verborrea. Ellos hablaban, ¿cómo no?, de poesía y el traductor, del que yo había leído lustros atrás una versión de poesía gaélica, recomendaba algún libro. Hablé de Mazdirov, y me observaron con extrañeza; pero en la mirada de Rénzolo hubo un gesto no sé si de sorpresa o de incomodidad, aunque dada mi manera de irrumpir supongo que se trata de lo último. Me retiré, pues, lamentándome de mis torpes maneras, y fui a sentarme en una de esas no especialmente cómodas sillas, fabricadas en no sé dónde y que se venden en una tienda laberíntica llena de nombres extrañísimos y que a muchos les cuesta pronunciar; me retiré, decía, pero acabé quedando justamente delante de presentador del acto y de Rénzolo Voilán (he hecho un dibujo que refleja con bastante exactitud la perspectiva en la que me situé).


            El presentador del acto, español, aunque se hiciese llamar John M. Rosemary, llevaba unas gruesas gafas de pasta y lo informal de su vestimenta—una jersey bajo el cual se vislumbraba una camiseta blanca—le otorgaba cierto aire juvenil no del todo impropio de su edad, que quizás hubiese resaltado más si no hubiese mantenido bajada la cabeza, no sé si por timidez, pues su barba reforzaba su juvenil semblante. John M.—permítaseme llamarlo así—hizo un encendido elogio de la poesía de Rénzolo, que echado ligeramente hacia atrás, con los brazos cruzados, posiblemente se deleitaba con las palabras de su introductor. Acabada la lectura de los folios, agradeció Rénzolo las palabras y, con una pizca de emoción y descruzando las piernas, asió su libro, lo abrió y justificó entre tropezones la lectura; pero la justificación no era necesario pues el libro, Nocturno casi, no necesitaba ninguna justificación: la rosa es sin porqué. Durante algo más de media hora Rénzolo Voilán nos estuvo leyendo y a mí, que tengo una emotividad muy comedida, llegó a emocionarme y casi, como nocturno, me hace llorar. Es evidente que se me saltaron las lágrimas, pero las reprimí, pues no era ocasión de dar un espectáculo indigno buscando un protagonismo que ni siquiera correspondía a Rénzolo, sino a su obra. Sólo lo que podría definirse como la conspiración de los autobuses vino a enturbiar un poco el acierto de la presentación y del recital; mas ya se sabe que en la Invicta Ciudad el ruido sustituyó hace mucho a los trinos de los pájaros.

            Aplaudimos con entusiasmo y parquedad—como se debe en estos casos—y el público pudo preguntar. Fue A. Reviro Villarota, el traductor, quien lanzó la primera pregunta. Debe estar acostumbrado pues lo hizo con gran soltura. Rénzolo respondió ampliamente, con una benévola sonrisa en los labios y midiendo con exactitud su gesticulación: el cambio de verso a prosa lo pide el propio ritmo del poema, y en ese ritmo está buena parte de la realidad del poema—dijo Rénzolo citando al gran José Hierro. Tras la respuesta hubo silencio, pero yo, como no aprendí nunca para mi desgracia a permanecer callado, hice una pregunta tan mal formulada que resultó verdaderamente milagroso que Rénzolo acertase a responder con sentido. Sí, dijo, las imágenes constituyen parte esencial de mi poesía y un poema procede engarzando imágenes con sentido. Nos confesó entonces, echándose ligeramente hacia delante (quizás hubiese encendido un cigarrillo de encontrarse en otro lugar si es que acaso es fumador) que de muy joven empezó haciendo dibujos y que éstos les llevaron a la palabra. Debe ser así, porque sus imágenes son capaces de emocionar y, repletas de sensibilidad, huyen de los lugares comunes. Son casi preguntas, pues todo poema empieza donde acaba un pregunta para seguir preguntando más allá de la gramática (¿ven ustedes mi manera de hablar? Es digna de la guillotina).

            Acabó la presentación y pude hablar con Rénzolo sin llegar a transmitirle con acierto la emoción que me provocan sus poesías. Le dije que escribía una gacetilla (un blog, como se dice ahora) mintiéndole descaradamente para que continuase hablando conmigo. “Hablaré de Nocturno casi en dos semanas”, anuncié. Debería haber escrito el último sábado, pero los imponderables de la vida—marcada por la caducidad, la finitud y una fragilidad que se diría infinita—me obligaron a posponer mi palabra. Decía la sabia Mafalda que lo urgente no suele dejarnos tiempo para lo importante (sé qué no era exactamente así ¡y que nadie ose a discutir conmigo sobre este asunto!). Pedí a Almoraima un ejemplar de Lo que dijimos nos persigue con la aviesa intención de hacer un presente a Rénzolo, pero n había ejemplar disponible y aplacé el envío hasta que la librera—merece plenamente este nombre—consiguiese uno y averiguase un dirección factible para el envío.

            En cualquier caso, por favor, lean ustedes Nocturno casi, de Rénzolo Voilán, editado por Tusquets. No sólo disfrutarán, sino que su imaginación se elevará como las nubes que imitan a Fred Astaire.

            Shalom.

Personajes:

Rénzolo Voilán…………..…… LORENZO OLIVÁN
Birlibirloque……………..……. BIRLIBIRLOQUE
Almoraima ……………..…….. ALMORAIMA
Jesús………………………….. CHICO ALTO Y RUBIO
Antonio Rivero Taravillo…...... A. REVIRO VILLAROTA
Juan Manuel Romero……..…. JOHN M. ROSEMARY
José Hierro……………….……JOSÉ HIERRO
Nikola Mazdirov………...…….MAZDIROV
Mafalda………………….…….MAFALDA
Ginger Rogers…………..……..FRED ASTAIRE
Éste……………………………NARRADOR
Ombligo Sucio…………….…. HEROICA CIUDAD e INVICTA CIUDAD

y ustedes……………………...TIENEN MÉRITO SI HAN LLEGADO AQUÍ.