jueves, 21 de agosto de 2008

HABLAR POR HABLAR
contra los agrimensores

Llega un momento en que uno se pone serio o, al menos, quiere ponerse así, pues la sensatez parece el único camino aceptable; pero eso es porque no se ha bebido lo suficiente. Dionisos contra Apolo. Hoy el mundo de la cultura está dominado por los agrimensores, por aquellas gentes que son capaces de clasificar y medir todo, pues alguien les ha dado el metro -la objetividad, es decir, la cantidad de beneficios que determinadas obras reportan. De la misma manera que en el mundo de la creación plástica nadie es alguien sin un buen marchante (que se lo digan, con todos mis respetos, a Barceló o al Qué-bien-me-vendo Wagner), en el mundo de lo que se acostumbra a llamar cultura, pero cuyas fronteras están cada día más difuminadas (lo cual permite hacer negocios con auténticas estupideces, incluyendo el balompié como “fenómeno cultural”), la mercadotecnia se ha vuelto omnipresente y omnipotente. Tenemos que aprender a tomarnos a guasa los productos culturales que nos venden. Guy Debord tenía casi toda la razón, pero por fortuna no se lo tomaron en serio.

Nada se puede hacer de más provecho por las generaciones que nos sucederán que ayudarles a desarrollar su capacidad crítica. Y para esto nada más importante que la lectura de los clásicos. No están de moda y eso los revaloriza, porque toda moda por definición es pasajera, justamente lo contrario de lo que significamos con el concepto “clásico”. Consecuentemente, hay que que resistir a los agrimensores -si se prefiere, a los filisteos de la cultura, que crecen como setas en otoño.

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