miércoles, 20 de agosto de 2008

Alguien que me era desconocido

El libro al que me voy a referir me encontró a mí**. Me refiero a Robert Bocock, El consumo, Madrid, Ed. Talasa, 1993. Se trata de un interesante ensayo sobre las características del consumo en la posguerra y de cómo ha generado una ideología. El análisis de Bocock es teológico (lo cual no impide que use un método sociológico y que sea un profundo conocedor de la realidad económica) y es precisamente eso lo que hace interesante la obra. En mis años de estudiante, el profesor que me dio clases de Simbología Cultural (allá por mil novecientos setenta y ocho) se refería a El Corte Inglés como la catedral del consumo y es precisamente esto lo que indaga con acierto el libro del profesor inglés. Mucho antes que algunos franceses -pienso en Lipovetsky-, Bocock analizó el papel simbólico del consumo y lo interpretó en clave cultural. De hecho, acentuó el papel del deseo en el desarrollo del consumo en las sociedades postindustriales. Leer hoy El consumo no es sólo una labor histórica, sino que muchas de las intuiciones del profesor que daba clase a los futuros clérigos anglicanos están aún por desarrollarse; de hecho, ¿no es el consumo la religión de la mayor parte de nuestros contemporáneos? No es posible comparar este libro con el clásico de Guy Debord, pero El consumo no desmerece ni palidece ante otras interpretaciones críticas de la sociedad capitalista. Pese a ser un libro difícil de encontrar, sigue figurando en el catálogo de la editorial Talasa.

** ¿Cómo nos encuentran los libros? Al entrar en una librería con frecuencia nos dejamos guiar por la intuición, como ya he referido en otro lugar; pero en ocasiones no somos nosotros los que encontramos a los libros, sino que son los libros los que nos encuentran. Esto sucede de muchas formas; hoy me referiré a cómo me encontró El consumo. Caminaba yo una tarde quizás de primavera -pues tengo el libro desde el año de su publicación y mi memoria ya no me es tan fiel como antaño- por la calle Virgen de Luján, cuyo mayor mérito era entonces acabar en un parque. Habían abierto junto a la tienda de licores, si no recuerdo mal, una librería que duró muy poco tiempo. Allí había libros de editoriales poco frecuentes -de hecho, ésa ha sido la única vez que he comprado un libro de Talasa, pese a que en su catálogo hay autores muy interesantes (puede visitarse la página de la editorial: www.talasaediciones.com). Allí estaba el libro de Bocock, esperándome. Era el único ejemplar y ni siquiera me pareció atractiva la portada; pero hoy diría que el libro se empeñó en venir conmigo. Está en los anaqueles de mi biblioteca felizmente mancillado por los subrayados de algún alumno poco cuidadoso al que se lo presté.

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