domingo, 23 de mayo de 2010

Stefan Zweig y Richard Strauss

TIEMPO DE HISTORIA
y tú, cabalga por la justicia


            No podemos elegir las circunstancias en las que nos toca vivir. Entre los juegos de la primera adolescencia—quizás tercero y cuarto de bachillerato—que más me gustaban recuerdo especialmente el de las preguntas: “¿En qué época te hubiese gustado vivir?” La razón estriba quizás en las asignaturas de nuestro antiquísimo bachillerato, porque en tercero estudiábamos Historia de España y en cuarto, Historia Universal. Recuerdo que nuestro profesor de Historia de cuarto, el padre José Antonio, más conocido entre sus alumnos como “el Orejas”*, nos exigía realizar cuadros sincrónicos que colgábamos en el corcho grande del fondo de la clase. Me inculcó tal amor a la Historia que he quedado en deuda para siempre con él; además de buena persona, fue un excelente profesor que nos hizo amar la Historia y, al menos en mí, me ayudó a definir mi vocación intelectual. El padre José Antonio, el Orejas, fue la primera persona a la que oí pronunciar la palabra hierático. No lo elegí como profesor, sino que fue una circunstancia en mi vida sin la que yo no sería quien soy (caso de que sea alguien, conste). Por su influencia comencé a comprar la Historia Universal que cada semana editaba Noguer-Rizzoli-Larousse** (con un maravilloso atlas histórico: José Antonio nos enseñó que es imposible comprender la historia sin saber geografía); al acabar cuarto compre en dos volúmenes una historia universal que leí de corrido aquel verano tedioso de Gandía y del que sólo me consoló una biografía de Miguel Hernández. En quinto comencé a comprar una revista nueva, Tiempo de Historia; aún conservo algún número.

            ¿En qué época te hubiese gustado vivir? Nunca me importó, como Miguelito dijese sabiamente, hacerle rabona al futuro cuando se ponga interesante; pero sí he deseado vivir algunos acontecimientos, aunque me ahorraré decir cuáles. Hay época, circunstancias si se quiere, que definen el temple de un hombre. Digo esto pensado en el libro del que me gustaría decir dos palabras. Llegó a mis manos por casualidad: al final de la calle San Jacinto se suele poner un hombre que vende libros de segunda mano***—quizás de tercera, tal vez incluso robados. Un día, echando un vistazo, me encontré con Richard Strauss y Stefan Zweig, Epistolario, Barcelona, Plaza y Janés, 1965. Me resulta simpática la acotación de la portada (“Género epistolar”), aunque no el dibujo (un violín, libros, una partitura, un tintero, una flauta y un  metrónomo), recargado y pretencioso. Lógicamente, conozco bastante bien al austríaco y he leído muchas de sus obras; de Strauss conocía algunas composiciones y siempre he detestado Also spracht Zarathustra, aunque ignoro qué motivo me ha llevado a semejante situación. Había leído que el escritor había colaborado en el libreto de una ópera, La mujer silenciosa. Sin embargo, ignoraba que se hubiesen carteado durante algunos años por iniciativa de Zweig. Bueno, pues compré el epistolario y procedí a su lectura.


            La correspondencia abarca cuatro años, entre 1932 y 1935. Coincide, por tanto, con el ascenso de la barbarie y es especialmente interesante por ese motivo, pues permite entrever, si se sabe leer entre líneas, las enorme dificultades que hubo de soportar Zweig después del ascenso de NSPAD al poder y cómo el compositor intentó capear las tormentas que se produjeron por el origen de su corresponsal. Zweig, siempre atento y educado, admiraba realmente a Strauss; se dirige a él no sólo con cariño, sino también con admiración, la que suscitaba el compositor más afamado del momento. Strauss, por su parte, intenta cuidar la relación, aunque a veces parece situarse, tal vez inconscientemente, en una posición de superioridad. Es posible que fuese la edad. Pese a todo, como se puede intuir en las cartas finales, hay rastros de antisemitismo en Strauss; quizás son los comunes a la época y el compositor no hacía otra cosa que respirar las circunstancias que él no había elegido. Zweig tampoco las eligió y actuó con una dignidad que merece la admiración. Lo que para Strauss es un reproche (“Su carta del día 15 me ha causado profunda desesperación. ¡Qué obstinación tan clásicamente judía! ¡Es para hacerse de verdad antisemita! ¡Ese orgullo de raza, ese sentido tan excesivo de la solidaridad..., incluso a mí me hace sospechar ya ciertas diferencias!”: carta del 17 de junio de 1935 que no llegó a manos de Zweig pues fue interceptada por los esbirros de Goebbels), para el escritor supuso una durísima prueba (¿hará falta recordar el final de Zweig?) y estuvo a la altura de unas circunstancias que él no había elegido.

            Es normal que en ocasiones Zweig se sintiese incómodo con Strauss, pues éste había aceptado un cargo honorífico sin duda, pero también representativo, de manos del Ministro de Propaganda: Presidente de la Cámara de Música del Reich. Durante algún tiempo el escritor quiso mantenerse alejado de la “odiosa política” (al principio del epistolario incluso lo vemos defenderse sin acritud de una falsa identificación a raíz de un discurso de Goebbels), pero a medida que las medidas antijudías avanzaron se le hizo evidente que no podía quedarse al margen. Y eso es lo que Strauss pretendió: “... sea usted bueno, olvídese durante unas semanas del señor Moisés y de los otros apóstoles y dedíquese a sus obras de un acto”. ¿Olvidarse de sí mismo? Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha, dice el salmo. No, Zweig entendió que el arte no puede situarse por encima de determinadas circunstancias y esta actitud engrandece su figura. Y aunque no sea cierta la anécdota, como deja dicho el austríaco, quizás uno pueda quitarse el sombrero delante del Strauss compositor, pero se lo debe volver a poner en presencia del Strauss persona. En este sentido el apéndice es instructivo.

*¡Ah, los motes! ¿Qué profesor no lo tenía? Algunos fueron crueles: Pedro Bello, Detergente Chiconegro contiene muñequito Luchena, Elena (abreviación de el Enano)...; otros descriptivos: el Orejas, el Nuez, Elisa (el Isaac), Miguelito...; otros simpáticos y hasta originales: el Persiana (porque se enrollaba solo), el Enriquecedor (porque ibas con una duda y salías con dos), el Sobaco Ilustrado (porque andaba siempre con un libro en la axila). Entre los compañeros también nos bautizábamos, a veces para motejarnos a veces sólo para dejar claro quién era cada uno: Diplo, Zamba-Mossamba-Zambesse, el Cabeza, Petisú, el niño de los patines, Cinino, Coñete...
**Los coleccionables fueron de muy diversa índole. Todos empezamos por los cromos: Gran Álbum Maga. Bimbo regaló con motivo de las Olimpíadas del año 72 un álbum, pero sólo recuerdo a Fernando coleccionándolo (Munich 72: con Valery Borzov, el gran velocista ruso cuya costumbre de levantar los brazos al entrar en la meta le hacía perder una centésimas al decir de los expertos; un cartel de este atleta colgó durante mucho tiempo en la puerta de mi habitación porque era el ídolo de mi hermano Juan Carlos y, consecuentemente, yo no estaba autorizado a quitarlo). En mi casa se tomaba Nesquik, aunque aquel año se compró un bote grande de Cola-Cao, pues regalaba un plano de la villa olímpica. Nunca terminé un álbum Maga: los vendedores se acercaban a la puerta del colegio y regalaban algunos álbumes: empezaba así el círculo de la colección. Fui de los que siempre hubo de comprarse el álbum, pues no tenía suerte con los regalos. Tengo, tengo, tengo, no tengo, tengo, tengo, tengo... Nunca coleccioné estampas de futbolistas, quizás porque nunca me gustó ese deporte. En tercero llegaron dos colecciones: mi padre comenzó Fauna, pero yo preferí El gran mundo de los animales (creo que se llamaba así): venían todos los animales por orden alfabético y me ayudó a hacer algún trabajo.
***Cuando compro libros de segunda mano tengo la inveterada costumbre, cuyo origen ignoro, de meterlos en una bolsa, cerrarla herméticamente y dejarlos en el congelador un mínimo de quince días. Seguro que alguien conoce las razones, pero yo no.

Shalom.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta Zweig y las fotos que ha colocado arriba son maravillosas. El fragmento que copia provoca desprecio.
Y los motes, me recuerdan tanas cosas...
Gracias por el blog.

Un saludo

Anónimo dijo...

Pero yo pienso que Zweig fue un cobarde y no sólo porque se quitó la vida, sino porque se fue.