domingo, 19 de junio de 2011

Joseph Roth

EL MAYOR DESORDEN SUELE SER EL ORDEN
A LOS TREINTA Y DOS AÑOS…



          ... Joseph Roth (Brody, 1984 – París, 1939) escribió Zipper y su padre, que la editorial barcelonesa Acantilado acaba de editar en castellano con excelente traducción de Marina Bornas Montaña. Compré el libro con su faja roja en la que se había impreso una frase de uno de los grandes amigos de Roth, Stefan Zweig que, como suele acontecer cuando se trata de hacer publicidad, cantaba las alabanzas de Zipper y su padre: Cada página, cada línea, es como la estrofa de un poema, cincelado con el más preciso dominio del ritmo y de la melodía. El que haya leído esta gacetilla sabe el profundo amor que le profeso a Joseph Roth, amor que nace del respeto a uno de los mayores escritores del siglo XX [1]; sin embargo, debo confesar que el juicio de Zweig me pareció excesivo. Aun intuyendo que mi amigo de Brody no me decepcionaría, la publicidad me pareció un exceso. Doble error. Primero: no es ningún exceso y, segundo, no se trata de publicidad, sino que nos lleva a uno de los meollos de la obra [2]. En esto tiene aquí buena parte de responsabilidad la traductora, que nos ofrece el delicado texto de Roth, yo diría que uno de los más poéticamente pesimistas que escribió, en un castellano terso y sin alambiques. Aquí las frases no se muerden la cola (y el que pueda entender, que entienda).


          Sería absurdo querer contar ahora la vida de Roth, aunque animo profundamente conocer a este écrivain autrichien mort à Paris. Sin embargo, me parece determinante la fecha en que se compuso Zipper y padre: mil novecientos veintiocho, cuando la República de Weimar se encontraba tan en colapso como la propia vida del escritor. Por esos años Roth trabajaba para un periódico berlinés, Frankfurter Zeitung, viajaba con frecuencia haciendo de los hoteles la casa que nunca tuvo y, sobre todo, Friederiche Reichler, su esposa, sufría ya los brotes de esquizofrenia que la acabarían llevando a un sanatorio mental de donde sólo saldría para morir al dictado de las leyes eugenésicas de la barbarie. Roth nunca se recuperó de este golpe, como nunca asumió la desaparición del Imperio Austro-Húngaro. En 1926 había viajado a Rusia y, lúcido como era, percibió el fracaso moral de la revolución; dejó constancia de ello en un conjunto de artículos, Viaje a Rusia. Los contextos nos hacen entender las obras, y las obras los contextos: quien desea familiarizarse con lo que fue la Europa de entreguerras y con la atracción abismal de la República de Weimar, quien quiera eso debe leer necesariamente a Joseph Roth, judío de Galitzia, austríaco impenitente, católico frustrado y alcohólico, pero sobre todo un hombre con dignidad.


          Zipper y su padre no aborda, gracias a Dios, ningún “tema”, sino que lo he leído como la crónica de una generación que fue enviada a la guerra y que, al volver, se encontró con que su mundo había desaparecido. Un asunto muy rothiano sin duda. Los personajes podrían ser reales o no: lo importante es que son personajes de una novela de Roth; es decir, tienen vida propia y no son simples marionetas en manos del autor. Zipper padre está retratado con acidez y con tal distancia que, a veces, uno está tentado de ponerse de su parte contra el narrador; Roth no lo rescata, aunque al envejecer recupera parcialmente la humanidad que ha perdido. El hijo, Arnold Zipper, camarada del narrador Joseph Roth, parece a merced de las circunstancias: no las elige y quizás tampoco decide conscientemente cómo hacerles frente. Es en buena medida producto de la época, de una educación para el éxito. Su padre, de raíces proletarias, detesta las apariencias burguesas y, sin embargo, educa a su hijo para que se gane la respetabilidad burguesa que Zipper padre detesta en público pero busca con ahínco. Ahí se apunta quizás uno de los problemas de toda educación: se exaltan unos valores esperando que el pupilo no haga caso y se someta contento a los dictados de la realidad. Muchos quisieran tener un hijo que fuese poeta, pero que ganase dinero y, en caso de duda, que ganase dinero y se olvidase por completo de la poesía que, al fin y al cabo, no sirve para nada. Bueno, también por eso lloro, ¿no?


         Mientras leemos la novela pasan delante de nuestra atónita mirada un montón caótico de realidades: la crisis económica,el éxito y el fracaso laboral consecuencia de las propias frustraciones personales, el sometimiento de la mujer, los recelos ante la independencia femenina, la imposibilidad de educar (el caso de Cäsar, hermano mayor del protagonista) la cultura como negocio indecente, el mundo naciente del cine, la prensa como engaño (y Roth era periodista, no se olvide), el poder siempre creciente del dinero y la imposibilidad de acceder a la felicidad sin una lúcida honestidad a la vez que ésta imposibilita aquella. Los primeros párrafos del capítulo octavo son una descripción genial de lo que aconteció al final de la Primera Gran guerra; en el capítulo trigésimo hace Roth una descripción de los inicios de la industria del cine en Alemania que puede ayudarnos a entender algunas cosas. En el capítulo décimo quinto Roth se acerca con cierto sarcasmo al mundo de la prensa, su propio mundo. Me ha parecido especialmente duro el retrato que Roth hace de las relaciones entre Zipper padre y su esposa, de un matrimonio burgués. Pido disculpas a la editorial por citar en largo, pero tampoco le cobraré por hablar de sus libros:


          A pesar de todo, había una persona a quien el inofensivo y apacible Zipper [padre] causaba mucho sufrimiento, sin duda de forma inconsciente. Se trata de la señora Zipper.
          No estaban hechos el uno para el otro, no. No encajaban en absoluto. Pero, como suele suceder, a nadie se le ocurría que fueran almas incompatibles. Cuando observamos a matrimonios mayores siempre pasa lo mismo. Representan un hecho consumado. Nadie se atrevería a poner en entredicho su avenencia. Tienen hijos mayores. Ya no queda ni rastro de las fricciones que ambos empuñaban a modo de armas en el campo de batalla durante los primeros años de convivencia. Han limitado sus asperezas, ah agotado la munición. Son dos viejos enemigos que, por falta de recursos, han acordado un alto el fuego que parece una alianza. Ahora nadie reconocería en ellos a dos antiguos rivales.
          Sin embargo, cuando se encuentran a salvo de miradas ajenas, todavía se enfrentan con los restos de las viejas armas, o utilizan otros instrumentos, herramientas de la paz, para librar una batalla doméstica. Los recursos del odio que solían emplear en el momento álgido de sus hostilidades permanecen inalterados: una sonrisa que se clava donde más duele, una palabra que evoca una terrible escena perteneciente a un pasado muy lejano y que abre con su regreso heridas ya cicatrizadas, una mirada que provoca escalofríos, gestos repentinos que despiertan inmediatamente las hostilidades dormidas y embotadas, del mismo modo que los misiles iluminan un campo de batalla oscuro y revelan todo su horror (págs. 19s).


         Debo, de nuevo, descubrirme ante el talento de Zweig para reconocer el de Roth [3]; pues, en efecto, Zipper y su padre rebosa inteligencia en sus observaciones y está marcada por un pathos poético típicamente rothiano. Sólo pondré algunos ejemplos comenzando por el genial arranque de la novela:


          Yo no tenía padre. Es decir, nunca conocí a mi padre. En cambio, mi amigo Zipper sí lo tenía. Aquello le otorgaba un prestigio especial, como si tuviera un papagayo o un san bernardo (pág. 7).


          Su rara sonrisa era como un discreto funeral en memoria de su juventud irrecuperable (pág. 21).


          Padecía la insaciable sed de conocimientos del hombre modesto que ha obtenido una posición y sigue creyendo erróneamente que los conocimientos son cultura, la cultura es fuerza y la fuerza es éxito (pág. 24).


         Pues Arnold podía ser todo lo que su padre deseara [...] Arnold podía ser todo lo que su padre no había sido (pág. 25).


         Nunca había visto a Zipper padre tan contento como el día en que partimos rumbo a la muerte (pág. 48).


         [...] apenas era un pequeño trozo de piel con infinitas arrugas (pág. 49).


    Lo vi crecer, hacerse mayor, celebrar cumpleaños. Pero no vi que adquiriera un rostro (pág. 54).


         Sabemos lo mismo que los muertos, pero tenemos que disimular porque casualmente hemos sobrevivido (pág. 73).


          Eso sería aún mejor: enamórate. Una mujer te ayudará a creer que todavía te queda algo por lo que luchar en este mundo. Tendrás ropa y zapatos, un casa, comida y hasta puede que un hijo. Cuando tienes algo de que ocuparte, es más fácil creer que que tienes un motivo por el que vivir (pág. 74).


          Demostró incluso que era lo bastante lista para tener talento. No hay nada imposible (pág. 96).


          Prefería verla en el papel inventado por ella misma que representaba durante el día con mucho más talento que el personaje oficial que interpretaba de noche en el escenario (pág. 107).


          ¿Que si voy a ganar el juicio? Mi querido amigo, los juicios no dependen de las leyes, sino del destino (pág. 128).


         Descubrí en el rostro de Arnold la misma expresión de alegre y pueril felicidad que dibujaba el rostro de su padre (pág. 133).


          Dicho todo lo cual queda patente mi admiración por Roth; pero esta admiración no menoscaba mi juicio, sino que lo hace más luminoso, porque tal vez sólo comprendemos realmente las cosas que amamos.


          Shalom.


[1] El amor sin respeto no es, desde luego, posible. Sin embargo, el puro respeto no desemboca por sí mismo en el amor.


[2] Es realmente curioso—aunque explicable por interés—que en nuestra sociedad nos detengamos muy escasas veces a analizar el papel de esa fábrica de mentiras que se llama publicidad. Sabemos que siempre ha existido la publicidad (¿qué era, si no, el tipo de acuñación griega o los arcos del triunfo romanos?) incluso en el sentido peyorativo de propaganda. Sin embargo, sólo la estrategia del tardocapitalismo, si puedo emplear semejante palabro, ha hecho de la publicidad uno de los ejes del sistema de producción económica y de reproducción social. Ya en mi época jugábamos a los anuncios… El escándalo, la desvergüenza, se hace patente todos los días: reificación de valores que no tienen nada que ver con el producto que se vende, pues la publicidad no pretende divulgar sino vender (ahora alguien se levanta y me pregunta: “¿Acaso es malo vender?”. Respondo: ¡Es malísimo dar gato por liebre! Salvo, claro está, que estemos hablando de animales de compañía, ¿no?). ¿Cuáles son las propiedades de esa bebida de cola, dulzona y pegajosa? Ni más ni menos que dar la felicidad. Cualquier día de éstos en vez de hacerme la cirugía estética—que va siendo urgente—me pongo uno de esos desodorantes que lo vuelven a uno tan irresistible que hasta las personas se convierten en cosas… La confusión terrible—y cómica porque hace de nosotros estúpidos—entre productos y valores causa estragos pues acabamos creyendo que todo se puede intercambiar. Uno se puede defender con el sarcasmo de Groucho: “Hay muchas cosas en la vida más importantes que el dinero, pero ¡cuestan tanto!”. Me resulta sorprendente que se dude del poder real de la publicidad; mas esta duda es falsa, porque es doloroso reconocer que uno mismo cae en las redes de la manipulación. Lo peor está llegando ahora: la transformación total de los medios de comunicación en medios de publicidad. ¿Cuál será el siguiente paso?


[3] Esto también hace grande a un escritor: reconocer el talento de sus contemporáneos y saber reconocerlo en público. Claro que estamos hablando de un suicida (aunque suicida petropolitano) y un alcohólico; es decir, seres honestos.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Intentaré leer el libro a pesar de que la mayoría de sus comentarios y los párrafos elegidos me parecen terriblemente demoledores.

Fue mi maestro en los tiempos del Martínez M.En muchas ocasiones me hubiese gustado contactar con usted, por fin lo encuentro.

Clara.

Anónimo dijo...

"se negaba a quedarse allí para siempre, ser funcionario y renunciar 'al mundo'"

euphemia keun dijo...

No, perdóneme, pero como amante de Joseph Roth que también soy, tengo que aclarar que no es un "escritor" austríaco muerto en París, es un POETA, o al menos eso era lo que rezaba originariamente la placa que sus amigos colocaron sobre su tumba.Creo que ha sido el gobierno austríaco quien la ha renovado, modificando el texto original e introduciendo (si no recuerdo mal) un error en su fecha de nacimiento.

Para Joseph Roth no es lo mismo un escritor que un poeta, otorga más categoría al segundo, o al menos eso deduzco yo leyendo su artículo "Auto de fe del espíritu", que está en "Cronicas berlinesas"( Ed. Minúscula) o en "La filial del infierno en la tierra" (Ed. Acantilado)

Lo del cambio de placa lo he leído en la introducción de alguno de sus libros, en cuanto compruebe en cuál, se lo diré.

Casi he leído toda su obra traducida al español. Hoy mismo he terminado "La Cripta de los Capuchinos". Y acabo de leer una reseña en una web cultural de el periódico EL Mundo muy "graciosa". Mirando en google he llegado hasta su blog.

Volveré por aquí. Creo.

euphemia keun dijo...

Pues ya he encontrado la información precisa...

"La inscripción de su tumba, escueta y patética, decía:

Joseph Roth
Poète autrichien
Mort à Paris en exil
2.9.1894-27.5.1939

En 1970, el Ministerio de Educación de Austria renovó la placa y, en letras de oro sobre mármol, convirtió al "poète" en "écrivain" y puso una fecha de nacimiento errónea. A veces, también los ministerios imitan al arte."

Esto lo dice Eduardo Gil Bera, en el prólogo de "El juicio de la Historia. Escritos 1920-1939" Ed. Siglo XXI.

En el mismo prólogo se relata su entierro. No tiene desperdicio. Dice Gil Bera que "pareció seguir un guión redactado por la propia pluma de Joseph Roth". Eso es verdad.

Un saludo

Valentín J. Ansede Alonso dijo...

Gracias a todos por sus comentarios y especialmente a Euphemia Keun, que me ha facilitado una información que desconocía y el placer de reconocer que siempre podemos seguir aprendiendo. Gracias.

adastra dijo...

Estimado Valentín, di por azar con su sitio, a propósito de la reseña sobre Roth. Sólo quiero hacerle llegar mi gratitud por sus comentarios; en especial celebro sus notas al pie y apostillas a los temas que trata.
No soy frecuentador de los Blog, pero usted desmiente mi desinterés.Es mi placer leerlo desde Montevideo. Su buena prosa me recuerda que la literatura es el arte privilegiado de la conversación (Borges dixit).
Lo seguiré visitando. Viaja un cordial saludo

Carlos