sábado, 27 de marzo de 2010

Seguimos con Vattimo

DESPUÉS DE LA MUERTE DE DIOS. 4

El primer capítulo, escrito por G. Vattimo, se titula “Hacia un cristianismo no religioso”. Comienza con el reconocimiento de la relación entre conocimiento e interés (por cierto, el título de uno de los mejores ensayos de J. Habermas). Se nos explica que todo conocimiento requiere perspectiva y que en ésta se encuentra inserto el interés—al fin y al cabo, Da-sein. También la pretensión científica está movida por un interés: “los científicos no se mueven por el impulso de verdad” (pág. 50). Esto quiere decir: todo conocimiento implica una perspectiva. Siguiendo a Heidegger afirma Vattimo que “no hay experiencia de verdad que no sea interpretativa. Yo no conozco nada que no me interese. Si algo me interesa, es evidente que no lo contemplo de modo desinteresado” (pág. 50). No entraré aquí en la necesaria circularidad de estas afirmaciones, porque eso nos llevaría a problemas epistemológicos prácticamente inacabables (una vez más: interpretación), pero sí pondré de manifiesto que, además de la relación evidente de esta posición con las ideas de T. S. Kuhn, en el trasfondo asoma el rostro, quizás perplejo, de K. Popper, puesto que según éste la observación pura no existe, sino que siempre se produce en el marco de nuestras teorías. Y digo “perplejo”, porque sin duda al austríaco le hubiese resultado curioso encontrarse en semejantes compañías. Ahora bien, Vattimo amplía ese marco a la tradición y a la comunidad*. Todo esto tiene una lectura kantiana: las estructuras a priori, pero la diferencia entre Kant y Heidegger es, nos dice Vattimo, el descubrimiento antropológico de otras culturas. Corolario antihegeliano: no es posible alcanzar un saber absoluto, pues hay culturas que tienen sus propias estructuras**. Todo este viaje para acabar en que nos acercamos al mundo siempre interesadamente. Pero la diosa ¿no fue convocada a cantar la cólera del Pelida Aquiles, que tantas desgracias causó a los aqueos? La diosa no cantó la objetividad de la guerra...

Es en el interés, que sólo puede pertenecer al sujeto, en donde se produce el cruce con la interpretación no religiosa del cristianismo que Vattimo nos quiere proponer, pues el cristianismo “realizó el primer ataque contra la metafísica interpretada exclusivamente como objetividad” (pág. 54). Aquí se nos remite a san Agustín que, contra la afirmación de Nietzsche, no anuncia sino el fin de la idea platónica de objetividad. Aquí parecen seguirse las huellas de Dilthey (al que siguió sin reconocerlo Heidegger), pues lo decisivo del cristianismo es la atención que presta a la subjetividad... claro que Vattimo se ve obligado a añadir: “también trae consigo la preocupación por los pobres, los indefensos y los marginados” (pág. 55). Desde aquí el italiano nos vuelve a llevar a la negación de que haya una perspectiva privilegiada (se acabó así la tiranía de la ciencia***): hay diferentes lenguajes con diferentes reglas que nos acercan a los fenómenos de diferentes maneras. Esto implica que se deben respetar las reglas y que no todo vale, pero que tales reglas no se pueden llevar a un lenguaje diferente (nuestro amigo Wittgenstein). El cristianismo, al hacer posible al sujeto kantiano, nos dice Vattimo, contribuye a una filosofía de la interpretación: “efectivamente, incluso la posibilidad de teorizar se debe al hecho de que vivimos en una civilización cristiana” (pág. 58). De hecho, Vattimo sostiene que el cristianismo es interpretación cuyo agente es Cristo. Dicho de un modo más teológico: el Espíritu y no la letra. Esto me parece cierto sin ninguna duda, pues en contra de lo que se escucha hoy habitualmente (incluso a sesudos fenomenólogos) el cristianismo no es una religión del libro, ya que su fundamento es una persona, Jesucristo.

Es en esta parte donde se produce la pitanza teológica vattimiana. No entraré en los problemas propiamente histórico-críticos (pero me parece evidente que el evangelio de Marcos es anterior al 60), pero sí deseo—y supone tal vez dar la razón al italiano, aunque por un camino que él no ha elegido—dejar claro que el texto no fue nunca tan relevante como la experiencia. Quien conozca algo de la redacción de los textos neotestamentarios podrá matizarlo, pero no discutirlo: si la fe cristiana puso en marcha una tradición que interpretó una y otra vez fue porque lo decisivo fue siempre la realidad a la que apuntan los textos y no lo textos mismo (y esto es puro santo Tomás, conste). De hecho, Jn 1, 18 dice: Θεὸν οὐδεὶς ἑώρακε πώποτε· μονογενὴς υἱὸς ὁ ὢν εἰς τὸν κόλπον τοῦ πατρὸς, ἐκεῖνος ἐξηγήσατο, donde el verbo ἐξηγέομαι tiene una importancia decisiva: quien hace exégesis de Dios es el Hijo Unigénito****.

Aquí Vattimo, a partid de una cita de Benedetto Croce, hace ver que “sólo podemos hablar desde un punto de vista cristiano” (se refiere, claro, a los que estamos en la tradición cultural europea). Cita a Voltaire como ejemplo de posicionamiento a favor del cristianismo contra, por decirlo así, la cristiandad. Sin duda, Vattimo tiene razón en que en el cristianismo hay un compromiso fundamental por la libertad: basta con recordar que la Pascua era, básiamente, una fiesta de la libertad y que su reintepretación cristiana referida a Jesús mantiene el Éxodo como clave herméutica básica; pero nuestro amigo italiano añade de manera provocadora: “comprometerse con la libertad supone liberarse de (la idea de) verdad”. Mi problema viene con el significado del paréntesis, porque no es lo mismo—ni implica lo mismo—la idea de verdad que la verdad en sí misma. A esto se debe añadir un matiz importante porque se usan como sinónimos “verdad objetiva” y “verdad absoluta”. Me parece evidente que no se puede renunciar sin consecuencias graves (no sólo espistemológicas) a la noción de verdad objetiva. Vattimo deja constancia de que todas las formas de autoritarismo “están basadas en ciertas premisas de naturaleza metafísica” (pág. 62); pero esto no es tan claro como el italiano nos quiere hacer creer mediante una simple aseveración: debería probarse, pero el italiano se ha ahorrado las pruebas—quizás porque sería recaer en la metafísica, más así se queda en el terreno de lo puramente opinable.

Piensa Vattimo que el cristianismo nos libera de la verdad objetiva. ¿Qué se quiere decir con esto? No lo que uno sospecha en un primer momento y que la llevaría a cargar lanza crítica en ristre ante la circularidad argumentativa (salvo disolución instantánea como en el caso de relativismo). Lo que Gianni Vattimo quiere decir es que la autoridad no puede sacralizarse y que nadie está—nadie—en el ojo de Dios; por lo tanto, nadie en este mundo alcanza la verdad absolute. Semejante golpe antihegeliano me parece certero, pero la tradición cristiana no lo hace renunciando a la verdad objetiva, sino a su carácter escatoógico, puesto que queda referida a Dios. Juan Crisóstomo comenta el pasaje de Jn 8, 32 (καὶ γνώσεσθε τὴν ἀλήθειαν, καὶ ἡ ἀλήθεια ἐλευθερώσει ὑμᾶς) diciendo que la verdad—ἀλήθεια—no es una cosa, sino una persona, Jesucristo. Lo que Vattimo está apuntando, aunque no lo dice, es la diferencia en la manera de entender la verdad en la tradición metafísica de cuño griego y en la tradición bíblica. En ésta la verdad es dinámica y no se encuentra en un mundo paralelo, que sería el verdadero. El cristianismo no es, desde luego, platonismo como Nietzsche pretendió, aunque quizás sólo de una parte de la tradición cristiana. Paul Valadier publicó un excelente libro sobre esto, su tesis doctoral, allá por finales de los años setenta. Pese a todo, ambas tradiciones están vivas—y en buena parte eso es la conciencia europea, que existe con una fisura difícilmente superable.

Lógicamente, abandonar la pretensión de una verdad absoluta es necesario salvo para aquellos que pretenda ocupar el lugar de Dios. Y aquí convendría recordar algo con toda la seriedad del mundo: para aquellos que mantienen que Dios ha muerto, su lugar está vacío y se apresuran a ocuparlo*****. La imagen cristiana de Dios, transcendente y marcada escatológicamente, hace imposible la pretensión de alcanzar una verdad absoluta: siempre queda espacio para la interpretación. Vattimo hace ahí referencias a la interpretación de la Escritura. Sólo haré dos observaciones sobre esto para terminar hoy: en primer lugar, cabe recordar que lo decisivo en la fe cristiana es una persona y no un libro. Y, en segundo lugar, convendría a muchos leer el documento de la Pontificia Comisión Bíblica La interpretación de la Biblia en la Iglesia, porque en él se procede a una sensata reflexión sobre el modo de entender el texto bíblico. Y otro día acabaré este comentario, que se alarga ya excesivamente.

* Recuérdese la historia del astrónomo en El Principito.

**De nuevo la circularidad de los argumentos, pues ¿qué son las estructuras sino formas culturales? Al menos, en principio, una tautología... salvo que avancemos a la hegeliana con lo cual se produce la esperada venganza del de Sttugart. La paradoja hegeliana: quitarle la razón es, a la postre, dársela.

***Desde pequeño siempre me llamó la atención el signo de igualdad en los problemas de matemáticas... ¿qué significa? La primera reflexión que leí sobre el asunto fue la que hizo Heidegger. En cualquier caso, para acabar con una perspectiva privilegiada... ¡la escalera de Wittgenstein! del que Vattimo saca provecho un poco más abajo.

****Son posibles dos traducciones de este versículo, pero en ambos casos el verbo ἐξηγέομαι sigue siendo decisivo, ya se trate de “explicar” o de “conducir”, pues en ambos casos quedamos referidos al intérprete o guía.

*****La paradoja de Chesterton: Desde que los hombres han dejado de creer en Dios no es que no crean nada, es que se lo creen todo.

3 comentarios:

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