martes, 30 de marzo de 2010

Vattimo una vez más


DESPUÉS DE LA MUERTE DE DIOS. 5
Las últimas páginas del ensayo de Vattimo están dedicadas a “la caridad y el futuro del cristianismo”. Resulta sumamente curioso que se emplee aquí la palabra caridad, que fue progresivamente abandonada en la Modernidad tanto por la filosofía como por la teología. Recuerda uno aquella anécdota—referida con chispa por Timothy Radcliffe—de la Universidad de Palo Alto (Stanford), California, en la que su fundadora, Jane Elizabeth Stanford, al visitar la capilla recién inaugurada vio la representación escultórica de las tres virtudes teologales (fe, esperanza, caridad; lo digo, aunque nadie necesitaba este recordatorio, ¿verdad?). Se quedó extrañada y preguntó: “¿Dónde está el amor?” Como nadie se atrevió a explicarle a la poderosa mecenas que estaba allí, acabó por colocarse una cuarta representación, la del amor; así que en la capilla de la Universidad de Palo Alto están representadas las cuatro virtudes teologales. Nuestro amigo italiano, seguro, no sólo conoce la anécdota, sino que no necesita ninguna explicación; pero entonces ¿por qué ha elegido la palabra “caridad”? La explicación que encuentro es más bien triste y guarda relación con el creciente descrédito de la palabra “amor”, cada día más confundida con una difusa y momentánea atracción física sin hondura ninguna. Una palabra realmente prostituida; pero esto no ha sido por casualidad. Hace muchos años Erich Fromm lo denunció en el último capítulo de El arte de amar (yo tengo una vieja edición argentina) titulado “La descomposición del amor en la sociedad contemporánea”. Y así se nos recuerdan aquellas lúcidas palabras del filósofo judío Martin Buber en Eclipse de Dios, que no citaré porque son de sobra conocidas. Lo he dicho otra veces: la corrupción de lo mejor es lo peor (que puede sucedernos) y el tardocapitalismo con su religión del consumo no puede permitir nada que proporcione hondura a la existencia: debe aniquilar (¡atención a la raíz!) no sólo los conjuntos abstractos (arte/religión/razón), sino las realidades concretas: belleza, amor, pensamiento, pues si no las redujese a la nada y los individuos pudiesen descubrir la hondura de su propia vida (ahora sí, de su Da-Sein) ¿a qué iban a malgastar su tiempo dedicándose exclusivamente a consumir? Quizás a toda esta desafortunada maraña de conversión del amor en una mercancía apunta la elección de Vattimo, que ha necesitado, curiosamente, una nota del editor español para aclarar el significado (lo cual es una manifestación de la incultura religiosa, que ha sido desde tiempos inmemoriales una de las plagas de este país nuestro*).
El destino de la cultura occidental—desde que Nietzsche lo enunciara—parece ser el nihilismo. Heidegger ratificó tal diagnóstico y Vattimo nos dice: “Nos estamos moviendo hacia la secularización, que también puede llamarse nihilismo. Podríamos decir también que, poco a poco, el ser objetivo ha ido consumiéndose a sí mismo” (pág. 65). Sí, tras las huellas de Nietzsche, aunque podríamos hacer problemática la equivalencia entre secularización y nihilismo. En realidad, tampoco hay un solo nihilismo: el que nos ha tocado vivir lo iguala todo y, aunque puede entenderse como consecuencia de aquel otro nihilismo axiológico, el de Röcken lo rechazaría como blasfemo. Tiene razón Vattimo, me parece, en las consecuencias: ciertamente, no somos capaces ya de ver la naturaleza y, en buena medida, vivimos en el mundo del simulacro (en el de la imagen que re-presenta otra realidad falseándola), en el de aquella hiperrrealidad de la que hablaba Jean Baudrillard allá por los años noventa, en el del sueño. Vattimo entiende que esto forma del proceso emancipatorio: “si hay una línea emnacipatoria en la historia del hombre, tal emancipación no habrá sido fruto de la realización de una esencia dada definitivamente” (pág. 67). Pero, pregunto, ¿supone esto que emancipación no tiene que ver ya con realización? Nos asomaríamos una vez más a la decostrucción posmoderna del sujeto. Vattimo, sin embargo, entiende el proceso como cultura**, es decir, como transformación que nos permite interpretar las Escrituras espiritualmente.
Surge aquí el clásico problema de la Modernidad (heredado por todos los posmodernos, aunque hayan intentado huir de él): el de los límites. En este caso el italiano se pregunta por el límite de la secularización (es decir, ¿del nihilismo? Hay aquí una paradoja, pues precisamente la desaparación de fronteras—limes—es lo que caracteriza al nihilismo) y lo encuentra en las Escrituras ese límite: la caridad. La pregunta que debería plantearse aquí es desde dónde se traza el límite; es decir, deberíamos saber si estamos en la marca de la teología o de la filosofía—y tengo para mí que Vattimo procede en estas páginas como un aficionado a la teología. Desde esta perspectiva no se le puede objetar nada, pues de éstas (fe, esperanza y amor) la más importante es el amor, dice Pablo en el famoso texto de Primera Corintios. “Éste es un mensaje liberador y, al mismo tiempo, incómodo, en el sentido de que sugiere, en relación con el amor, que cualquier otra cosa asociada a la tradición y a la verdad del cristianismo es prescindible y bien puede ser considerada mitológica” (pág. 69). Observaré, primero, que el uso de mitológico que se hace aquí es de cuño ilustrado y bien se puede entender como sinónimo de prescindible. Elevo mi más enérgica protesta, pues procediendo de esa manera no se entiende la realidad del mito (y no quiero dejar de remitir a las sarcásticas observaciones de L. Wittgenstein hizo a la celebrada obra de James Frazer, ejemplo prototípico de ojos que miran y no ven sino lo que han llevado). Ahora, segundo, diré que siempre escribo con una reproducción del deslumbrante icono de A. Rublev en el que la Trinidad aparece representada como los tres desconocidos que se pretesentaron ante Abraham. Lo digo porque sólo desde una mala teología se puede despachar, como hace Vattimo, el debate clásico. Tiene razón en que no se puede cercenar el diálogo, pero también habría de admitir Vattimo que se trata de una cuestión alegremente seria. De hecho, ¿no fue su maestro Hans Georg Gadamer, discípulo del hijo del sacristán, el que nos dijo que la aportación már hermosa, más grande, de la cultura occidental era la idea de la Trinidad? Nos jugamos mucho: la identidad con la diferencia cristiana frente a la identidad absoluta—ese monoarquianismo del uno y único. El desliz vattiamiano es acabar confundiendo la idea de Dios con el hacia de esta palabra.
ὁ μὴ ἀγαπῶν οὐκ ἔγνω τὸν Θεόν, ὅτι ὁ Θεὸς ἀγάπη ἐστίν
escribió Juan en su primera carta. Esto, sin duda, sigue suponiendo hoy que el concepto de Dios debe ser transformado, porque nuestras palabras son siempre insuficientes—si comprehendis, non est Deus. Dicho de una manera menos objetivable,
ὅτι μείζων ἐστὶν ὁ Θεὸς τῆς καρδίας ἡμῶν καὶ γινώσκει πάντα
como aparece escrito en la Primera de Juan: Dios es más grande que nuestra conciencia. Esto dice de la insuficiencia de todas nuestras representaciones. Es verdad que la conciencia occidental ha terminado por cosificar a Dios al objetualizarlo; pero Él no es ningún objeto de este mundo—y no cabe mayor deconstrucción***.
Es evidente que con la fe no se nos dan (gracia) verdades literales, sino caminos para profundizar—y no sólo en el pensamiento entendido como reflejo de lo real. Esto lo sabe Vattimo, pero parece descubrir el Mediterráneo al decirlo. De la misma manera, es evidente que las relaciones interpersonales tienen mucho más que ver con la caridad que con la verdad. Y aquí reaparece el admirable Dostoyevski (a quien Vattimo, según J. W. Robbins nos contaba en la introducción, había terminado repudiando por apocalíptico): “nadie es más bello, profundo, comprensivo, razonable, viril y perfecto que Cristo. Pero además -y lo digo con un amor entusiasta- no puede haber nada mejor. Más aún: si alguien me probase que Cristo no es la verdad, y si se probase que la verdad está fuera de Cristo, preferiría quedarme con Cristo antes que con la verdad”. Lo cual, evidente, manifiesta un profundo contraste con el dictum aristotélico amicus Plato, sed magis amica veritas. Añadiría yo que la verdad, como dijimos, acontece en la fe cristiana en una persona:
ἐγώ εἰμι ἡ ὁδὸς καὶ ἡ ἀλήθεια καὶ ἡ ζωή
En un giro un tanto sorprendete por demagógico, Vattimo nos dice que los inquisidores han estado más de acuerdo con Aristóteles que con Dostoyevski, porque de lo que pretende es llegar a la conclusión de que la metafísica “es, en sí misma, un acto de violencia” (pág. 71), pues pretende, según el italiano, dominar y controlar. El argumento es carnaza, pues se podría argumentar mirando a Aristóteles exiliarse o al bueno de Tomás sentarse a la mesa entre la burla de sus alumnos parisinos. Quizás haya argumentos para renunciar a la metafísica (¡ese “la”!), pero no son los aducidos por Vattimo, pues, en realidad, la metafísica no ha sido la partera de la técnica, sino la ciencia. La razón ilustrada sí tiene voluntad de dominio—como Nietzsche intuyó—y quizás por eso arremetió contra una verdad que podía superarla. Ciertamente, quien se cree en la verdad absoluta**** pretende colocarse en el lugar de Dios. La hermenéutica, como quiero Vattimo, tiene también aquí su lugar pues viene a decir que la verdad sucede en el diá-logo. Y ésta es una actitud profundamente cristiana: no renunciar a la verdad sino acercarse a ella a través de la palabra... ¿pero no fue así como el mundo se hizo según narra el prólogo de Juan?
᾿Εν ἀρχῇ ἦν ὁ Λόγος, καὶ ὁ Λόγος ἦν πρὸς τὸν Θεόν, καὶ Θεὸς ἦν ὁ Λόγος. οὗτος ἦν ἐν ἀρχῇ πρὸς τὸν Θεόν. πάντα δι᾿ αὐτοῦ ἐγένετο, καὶ χωρὶς αὐτοῦ ἐγένετο οὐδὲ ἕν ὃ γέγονεν. ἐν αὐτῷ ζωὴ ἦν, καὶ ἡ ζωὴ ἦν τὸ φῶς τῶν ἀνθρώπων·
Por lo tanto, contra lo que Vattimo dice no se trata de que la caridad suplante a la verdad, pues entonces no sería posible aceptar la caridad y quien prefiriese el odio al amor tendría tanta verdad como quien prefiriese lo contrario: ¿no es verdad que la caridad es la verdad que pone al descubierto el hacia del ser humano? Perdóneseme el juego de palabras, pero—como dije antes—nos jugamos mucho. El problema, al final, es que Vattimo ha caído presa de una razón valorativa (buen discípulo de Heidegger, buen alumno de Nietzsche) que hace entrar a eso que se llaman valores en competencia; pero en la tradición cristiana amor y verdad no entran jamás en competencia, porque quedan referidos a una persona y no son conceptos abstractos. Éste es en buena medida el escándalo y la necedad de la fe.
No entiendo bien qué significa eso de “religión de puro amor”, pues no estoy acostumbrado a pensar las realidades fuera de su relación. Así, decir que “el futuro del cristianismo, y también el de la Iglesia, es el de convertirse en una religión de puro amor” me parece una concesión innecesaria al pensamiento abstracto. La fe cristiana es del amor, porque la única definición que el Nuevo Testamento nos ofrece de Dios es, justamente, el amor,
ὁ Θεὸς ἀγάπη ἐστίν,
pero éste no es un abstracto, sino que lo percibimos cuando se nos narra la historia de Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos. La verdad cristiana es liberadora (salvífica) o no es cristiana, pero debemos recordar que la liberación acontece en concreto. En efecto, ubi amor Deus ibi est. Y esto supone, la razón a Vattimo, eliminar los muros y colocarnos en la perspectiva adecuada.
Otro día tal vez seguiré con este libro, porque da que pensar; pero por ahora lo dejo, porque esto se parece cada vez a lo que no debiera parecerse.
*¡Qué curioso es el mundo que nos ha tocado vivir! El funesto dictum de un ministro de la Dictadura—menos latín y más gimnasia—se hace realidad en la sociedad democrática por mor de los progresistas, conservadores, socialistas, liberales, comunistas, centristas y todas esas especies que necesitarían un nuevo Linneo.
**La clásica oposición naturaleza/cultura. Sin embargo, semejante oposición vive ya dentro de la cultura (la razón, a Hegel). Todo esto viene a demostrar que toda deconstrucción es, al final, construcción de otro modo.
***La teología clásica formula esto mediante la elaboración de la teología apofática; pero sería conveniente analizar hoy con detalle, y sobre todo sin prejuicios, las observaciones de Tomás a todo esto.
****El relativismo, contra lo que se cree, se formula a sí mismo como verdad absoluta. De lo contrario, no es más que mala lógica.
Shalom.

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