sábado, 16 de junio de 2012

Arnošt Lustig


UNA ORACIÓN POR LA BELLEZA



            No sé demasiado bien por dónde comenzar. Tal vez por lo evidente: estamos en una sinagoga aneja a un campo de exterminio y un judío americano, Herman Cohen, encarga un traje como si estuviese en San Francisco. Así arranca la obra de Arnošt Lustig, Una oración por Kateřina Horovitzová, Madrid, Impedimenta, 2012. La novela—aunque también cabría referirse a ella como un relato corto—narra la historia de un grupo de judíos americanos, capturados en Italia, a los que las autoridades alemanas dicen querer liberar a cambio de fortísimas sumas de dinero y de presos alemanes. El grupo, compuesto por diecinueve millonarios americanos, se encuentra de paso en un campo de concentración polaco y caen en manos de un oficial nazi representante de la más refinada mentalidad burocrática [1] que los exprimirá alentando en ellos falsas esperanzas. Quizás saben que están siendo utilizados, pero no les queda otro remedio que aceptar el juego que les propone el oficial Bedřich Brenske. En el andén del campo el portavoz del grupo de judíos, Herman Cohen, se compadece de una joven a la que escucha gritar: “Yo no quiero morir”.  Se trata de Kateřina Horovitzová, que iba a ser asesinada junto a toda su familia. El señor Cohen compra literalmente su vida e intenta que escape con ellos del horror. Hasta aquí todo parece una de las historias terribles que hemos escuchado tantas veces; pero el autor nos ofrece mucho más, pues ha hecho un relato del que podemos hacer diferentes lecturas, todas legítimas.

            El autor judío Arnošt Lustig nació en Praga en 1926 y murió en la misma ciudad hace un año y medio aproximadamente. Sin embargo, estos datos encierran en el engaño de hacernos pensar que tuvo una vida apacible. Nada más lejos de la realidad. Todos conocemos el destino de Checoslovaquia en los años treinta y cuarenta. Lustig, como judío que era, fue llevado primero al campo de Terezín (Theresienstadt, unos cincuenta quilómetros al norte de Praga [2]). Más tarde fue trasladado a Auschwitz (Polonia) y de allí pasó a Buchenwald (Alemania). Lustig consiguió escapar cuando era trasladado al campo de Dachau (Alemania); regresó entonces a Praga y participó en la lucha contra los alemanes. Acabada la guerra, se formó en la Universidad (estudió Periodismo) y cubrió como corresponsal las noticias de Israel. Allí conoció a su mujer (miembro de la Haganá, organización de autodefensa creada hacia 1920 y embrión del ejército de Israel). Muy crítico con la actitud de los partidos comunistas hacia Israel, criticó con dureza la posición del Partido Comunista Checoslovaco en la guerra árabe-israelí de 1967 y, tras la Primavera de Praga, se vio obligado a abandonar el país. Residió en Israel, pero acabó recalando en EE.UU., país en el que permaneció hasta la caída del régimen comunista. Regresó definitivamente a Praga el año 2003.

            No sé con exactitud cuál es la fecha de elaboración de Una oración por Kateřina Horovitzová, pero debió ser escrita con anterioridad a 1965, puesto que ese año se hizo una adaptación televisiva de la obra. De todos modos, el dato es irrelevante. La obra está magistralmente escrita (y aquí debo reseñar la labor de la traductora, Patricia Gonzalo de Jesús, que ha dado con el tono castellano de las repelentes peroratas de Bedřich Brenske, el único personaje que habla largo y tendido en la novela) y, aunque el lector puede intuir el final y dispone por ello de una información que los personajes no tienen, nos mantiene en vilo consiguiendo que el lector participe tanto del ambiente opresivo como de las esperanzas.

            La novela me hizo meditar en la belleza humana (contempla la excelsa obra del mismísimo Dios de los judíos en persona, dice un oficial nazi al mirar pornográficamente a la protagonista cuando la obligan a desnudarse) y sobre ella quiero meditar; pero antes, puesto que el relato resulta opresivo y angustioso, debo pensar en el autor: ¿cuánto debió sufrir al escribir algunas de las páginas de esta novela? El dolor acumulado en su memoria se respira en algunas de las situaciones y él, que consiguió escapar, nos deja un testimonio de los que no lo consiguieron; pero estamos ante una novela y no ante un libro de memorias. Esto, sin embargo, no le quita ningún mordiente a su descripción de la situación de aquellos hombres desesperados por tocar con la punta de los dedos algún fragmento de esperanza. La obra es admirable por la capacidad evocadora de una situación terrible. Podría decir que la novela tiene su fundamento en algunos hechos reales y que la figura de Kateřina Horovitzová está inspirada en una joven judía de diecinueve años que, obligada por capricho del miembro de las SS  Horst Schillinger danzar en Auschwitz delante de los oficiales, acabó matando a uno de éstos como si de una moderna Judit se tratase. El carácter novelesco del relato no elimina ni disminuye su valor testimonial.

            Una de las preguntas más inquietantes que plantea la novela es, desde mi modesto punto de vista, si la belleza nos salva o nos condena, o si tal vez nada tiene que ver con el descubrimiento del sentido de la existencia. Los estúpidos dicen con frecuencia que la belleza—y lo valores en general, pues aceptan gustosos esa jerga—es cuestión de gusto. La estupidez de semejante posición la dejó bien patente C. S. Lewis al que sería necesario volver de vez en cuando (véase La abolición del hombre). Sí, pero en medio de la maldad ¿qué hace la belleza? José Jiménez Lozano cuenta la historia (no es una anécdota) del verdugo que, antes de comenzar su blasfema tarea, cubría con un paño, tal vez con mucha delicadeza, una imagen de Nuestra Señora pensando que el torturado podría encontrar consuelo en aquella belleza. Y, en efecto, la belleza nos consuela porque siempre es, como el amor, un don que se nos entrega sin mérito alguno por nuestra parte. La explicación de don José Jiménez es digna de ser meditada, pero a mí me dio por pensar en otra posibilidad: ¿no podría el verdugo tapar la hermosa imagen de Nuestra Señora para que la belleza no viera el mal? No se trata de que el verdugo proteja la belleza: se esconde de ella sabiendo que la misma belleza es denuncia de su brutalidad. Es esto exactamente lo que he pensando al leer algunos pasajes de la novela referentes a Kateřina Horovitzová: la belleza debe ser destruida porque deja patenta nuestra brutalidad; razón por la cual hicieron explotar las estatuas de Buda, mas hay muchas otras formas de destruir la belleza.

            Recuerdo mal, pero recuerdo, una frase de Tolstoi que decía más o menos lo siguiente: es una cándida ilusión identificar la belleza con la bondad. Siempre he pensado lo contrario, tal vez debido a mis lecturas de Tomás de Aquino. Creo firmemente que la belleza salva porque es: nos entrega la existencia como bien. De hecho, la belleza no es una realidad diferente al amor, pues al amar amamos siempre la belleza—y esto explique tal vez en parte la hermosura de las representaciones del Crucificado. La belleza de Kateřina Horovitzová es capaz de poner al descubierto el absurdo de la brutalidad nazi: por eso debía ser ofendida y humillada, degradada hasta que, en su desnudez, se avergonzase de sí misma. Lustig no dice poéticamente: no se avergonzó, fue capaz de hacer frente a sus miedos y, sin embargo, siguió estando marcada por la eterna fragilidad del bien, que es quizás el signo mismo de Dios.

            Nunca la brutalidad pondrá a salvo a la belleza; se esconde de ella, porque la tiniebla huye de la luz. Este esconderse puede ser una forma (muy moderna) de transformar la belleza en lo que no es, en una pura apariencia que posibilita la mirada pornográfica y el deseo como pura búsqueda de un sí mismo idéntico y autocomplaciente. Es la cosificación—y consiguiente destrucción—de la belleza (ya sea en el museo, como mercancía, como pura acumulación o inversión. En esto tenía plena razón, y también habría que volver a él, el venerable abad Suger de Cluny). La belleza nos invita a la transfiguración, pues ella misma es realidad transfigurada. Por eso cosificar la belleza es una forma especialmente cruel de impedirnos ser aquello que somos realmente: imagen de Dios. Kateřina Horovitzová es, en efecto, obra de Dios y, como tal, se sustrae a la mirada pornográfica, cosificada. Lo único que le cabe entonces a la brutalidad es destruir el brillo que no consigue apagar.

            La belleza nos salva porque el amor lo hace y, como éste, es infinitamente frágil. Nos ofrece un sentido tal que nos permite arrostrar con dignidad las penalidades que sufrimos. Por eso, la transcendencia de la belleza no apunta tanto más allá de sí misma, pues la encontramos en sí misma, cuanto a la profundidad de nuestra existencia: la belleza nos ahonda abriéndonos más allá de nosotros mismos. Y es esto lo que he percibido en la existencia real de Kateřina Horovitzová: el consuelo, en forma de abrazo, de una existencia que se mantiene en pie porque es bella más allá de las apariencias. Es precisamente el hecho de tener enfrente a una judía hermosa lo que exaspera a los soldados nazis, pues esa mujer de pie, con toda su desnuda fragilidad, es más fuerte que la brutalidad de los carceleros. Esto es, curiosamente, algo que ciertas estéticas modernas comprendieron perfectamente, pues el despojarse fue una forma de acceder a un sentido que la producción industrial había cegado. Claro que a esto se le llamó arte degenerado.

            Sin duda la belleza nos salva, pero condena al mal. Es un ángel bifronte como escribió maravillosamente Rilke:

Ein jeder Engel ist schrecklich
(todo ángel es terrible).

Dejada en evidencia, la brutalidad sólo tiene dos caminos: convertirse al bien (abandonar su tendencia a la nada) o destruir la belleza. Cada persona elige su senda y hoy, cuando la obscenidad en el lenguaje y los chistes chuscos parecen gozar de éxito incluso entre personas que quieren llamarse cultas, quizás sea nuestra obligación pararnos e inclinar con respeto nuestras cabezas ante la belleza para rendirle un homenaje. Como la maravillosa Kateřina Horovitzová, la belleza es frágil y si en el Paraíso vislumbraremos un bien sin término, entonces debemos suponer, amigos, que también seremos testigos de una fragilidad infinita. Sólo por eso habrá merecido la pena este viaje.

            Shalom.


[1] La que con exquisita premura cumple las órdenes superiores, sean éstas las que sean.

[2] Terezín fue usado como campo de paso ya que, con fines propagandísticos, las autoridades nazis quisieron presentarlo como el modelo de lo que estaban haciendo.

3 comentarios:

Hutch dijo...

"Bella" entrada, pese a la omisión de una palabra en el antepenúltimo párrafo. Ahora estoy inmerso en fealdad extrema de "Si esto es un hombre". Saludos.

Píramo dijo...

Hola. Llego a usted a través de TIMBLADERAL DE SÍLABAS. Y, al igual que en aquella bitácora le dejo este mensaje por si estuviera interesado.
No sé si tiene Facebook pero yo allí tengo un grupo llamado A ZAGA DE TU HUELLA, que está incorporando poco a poco a todas aquellas bitácoras independientes que realizan artículos de crítica y reflexión literarias. Si se anima, nos encantaría su contribución. Puede enlazar sus artículos allí con la regularidad que lo desee. Me hallará como Píramo Tisbe. Un saludo.

Anónimo dijo...

¿Lo feo nos hunde?