PESAJ
El título de esta gacetilla debería implicar posiblemente más vida de la que alguien como yo es capaz de darle, pero no hace falta decir que estamos en una semana especial: el domingo veinticuatro es la conmemoración de la resurrección del Mesías Jesús, que, junto con los siete días anteriores, compone la Semana Santa; una al menos curiosa semana de ocho días. Este año el quince de Nisán es el 19 de abril y la fiesta de Pesaj dura hasta el veintiséis del mismo mes. Quizás estas observaciones son innecesarias, porque todos las conocemos. Sin embargo, los últimos días llamó mi atención que algunas personas, cuya formación religiosa tendría que ser aceptable, desconociesen que el domingo es, en realidad, el primer día de la semana—y lo es porque el séptimo, Sabbath, el Eterno descansó. Tampoco sabían que al domingo se le llamó el “octavo día” en una hermosa imagen, pues en la historia estamos siempre delante de un día que aún no se nos ha abierto.
Supuestamente, los relatos bíblicos han contribuido a formar el sustrato sobre el que pensamos. Digo “supuestamente”, pues muchos—me temo que la gran mayoría—los desconocen. Si las leen, además, no las entienden, porque piensan que tienen acceso directo a escritos de más de dos mil años como si uno pudiera saltarse la historia. No es, sin embargo, tiempo de lamentaciones [1]. Me gustaría animar a leer dos textos que recorren el nervio de estos días: la salida de Egipto tal como la narran los primeros dieciocho capítulos del libro del Éxodo y el ciclo pasión-resurrección del evangelio más antiguo, el de Marcos.
Subió al trono un Faraón que no conoció a José dice el Éxodo. Ese faraón quizás sea Ramsés [2] o su hijo Amenofis, aunque aquí no importa demasiado; el problema es, como diría Levinas, ese “no conoció”. El verbo hebreo que se usa ידע (ydc) implica algo más de lo que en castellano llamamos “conocer”. No conocer a alguien es una forma de no reconocer las obligaciones que se tienen con él: no ver el rostro que reclama nuestra atención. En nuestro caso, de esa falta de reconocimiento deriva la reducción de las personas a la categoría de cosas—de los hijos de Israel a la servidumbre de los esclavos; pero los gritos de esos esclavos llegarán a Dios, que se acordará de la alianza hecha con Abraham. Empieza de esta manera la historia de la libertad, experiencia fundamental con la que está ligada la fe de Israel, pues el Eterno será siempre el que nos saca de la esclavitud. Esta epopeya de la libertad—la primera epopeya—culmina, tras el paso del mar [3] con el cántico de María, uno de los textos hebreos más primitivos a los que podemos tener acceso. Acercarse al Éxodo es acercarse a una experiencia fundante y real de libertad de modo que a todos nosotros, que hemos crecido a la sombra de las experiencias narradas en la Biblia, el éxodo se nos ha transformado en una categoría para interpretar la realidad. Nada novedoso, quizás, pero algo siempre nuevo.
Acostumbra a decirse que el Marcos es el ciclo pasión-resurrección con una breve introducción. De hecho de los dieciséis capítulos del evangelio, los últimos seis abarcan desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección (descontando el añadido del final del último capítulo, que no pertenece a la mano que redactó el evangelio). No cabe aquí entrar en los problemas de la redacción de Marcos [4], pero sí debo decir que son muy importantes para realizar una interpretación correcta de los textos. Pondré un ejemplo. Jesús entra en Jerusalén a lomos de un pollino: no como un mesías triunfante, sobre un caballo, sino sobre un humilde burro. La renuncia al poder, a lo que los hombres de todas las épocas entienden por poder, se hace evidente. El episodio que Marcos narra a continuación casi siempre es malentendido y malinterpretado [5]: Jesús sale desde Betania (que se encuentra en una colina frente al Monte Sión, es decir, frente a Jerusalén). Allí ve una higuera y acude a por un fruto, pero no encuentra nada ὁ γὰρ καιρὸς οὐκ ἦν σύκων (“porque no era el tiempo de higos”). Esta marca debería ser suficiente para evitar cualquier interpretación literal: Nunca jamás nadie coma fruto tuyo—dijo el maestro— Los discípulos lo oyeron. A continuación Jesús acude al Templo y expulsa a los que hacen negocio con el nombre de Dios. Y regresan a Betania. Al día siguiente, pasan junto a la higuera; Pedro dice: Maestro, la higuera que maldijiste está ya seca. Llega entonces la explicación: Si uno le dice al monte ese: “Quítate de ahí y tírate al mar”, no con reservas interiores, sino creyendo que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. ¿De qué se trata en todo esto? Sin duda, la higuera repleta de hojas, llamativa, pero sin frutos, representa al sistema religioso del Templo: muy vistoso, brillante, pero incapaz de dar vida—de alimentar—a las personas. Un sistema, en definitiva, que oprime al hombre en nombre de Dios, una verdadera blasfemia. Jesús maldice ese sistema, que quedará seco: ésa es la lección de la higuera. La marca τῷ ὄρει τούτῳ (“la montaña ésa”) indica que se está refiriendo al monte del Templo. Lo que se pide es que acabe la explotación en nombre de Dios... y no trabajos orográficos.
Libertad, una hermosa palabra que en los tiempos modernos hemos vaciado casi por completo de sentido, pues la hemos referido a la posibilidad de elegir entre objetos de consumo. Por eso no nos viene mal volver los ojos, la mente y el corazón allí donde se encuentran nuestras raíces: no para regresar al pasado—Abraham nunca regresó a Ur a diferencia de Odiseo, que volvió a Ítaca—, sino para repetir: “Esto sucede hoy”. Todos tenemos un éxodo que emprender.
Shalom.
[1] Pueden leerse con provecho las de Jeremías. Además, me he quejado repetidamente de la incultura religiosa que caracteriza a un país supuestamente educado en la tradición bíblica.
[2] El mismo al que ahora nuestros egiptólogos llaman Rameses.
[3] Un verdadero parto, pues la misma naturaleza rompe aguas para que el pueblo salga y nazca; porque nacer es siempre hacerlo a la libertad, aunque lo que haya por delante sea el desierto. La historia subsiguiente es la del miedo a la libertad: ¿para esto nos ha sacado de Egipto?
[4] Por lo demás, se trata de una historia apasionante. Recuerdo los años de estudios de los sinópticos bajo la batuta de Miguel de Burgos, que precisamente había hecho su tesis sobre la teología de la cruz en el evangelio de Marcos. Durante mucho tiempo, y sin otra finalidad que el placer de estudiar, anduve dándole vueltas a la posibilidad de un texto arameo para el ciclo pasión-resurrección en Marcos; incluso arriesgué alguna retrotraducción—como aquellas que me obligó a hacer Antonio García del Moral cuando estuvimos trabajando el himno de Filipenses.
[5] En cierta ocasión le preguntaron a un famoso cantautor qué opinaba de Jesús (ya por el final de los años setenta se había puesto de moda opinar sobre todo). El cantante respondió: “Un tipo contradictorio pues maldice una higuera porque no tiene higos” (reproduzco la respuesta de forma aproximada). No se le ocurrió pensar ni por un momento que no entendía el texto. Bueno, al menos aprendí de aquello que quien no duda de su propia sabiduría está casi del todo despojado de ella. Años después uno de los profesores que más he querido me animó a ser alguien que sabe dudar... quizás pensó, y no sería extraño, que yo no andaba bien despachado de inteligencia.
1 comentario:
Si, la mayoría de la gente se queda en lo superficial de la religión. Me encanta Chagall. Un saludo
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