domingo, 3 de abril de 2011

Claribel Alegría

DECIR CON SENCILLEZ



            Hace unos años compré un poemario al que he vuelto en alguna ocasión; la última vez fue hace un par de semanas. Me sentí tocado no sólo por la musicalidad, sino también por lo que se me decía y la forma de hacerlo.

Insomnio

Digo amor
y lacera mi cuerpo
el desamparo.

            Este breve poema está tomado del libro al que me he referido: Claribel Alegría, Saudade, Madrid, Visor, 1999. La editorial había publicado anteriormente dos libros de la poeta salvadoreña; una antología, Suma y sigue, y Umbrales. No he leído ninguno de éstos, pero hace unos días busqué Otredad, Madrid, Visor, 2011. De nuevo me emocioné. Ignoro las razones últimas de esta sensación, pues no me parece que sean sólo literarias. Quizás cada libro tiene su  καιρός, su momento oportuno y los dos libros de Claribel Alegría han encontrado el suyo en este momento de mi vida. Sin duda, la poesía es asunto de ritmo, acentos, rimas y melodía..., pero no es sólo eso. Hay algo más como sabe quien se acerca con reverencia al trabajo de un poeta. Dámaso Alonso decía que toda poesía es religiosa, afirmación que a veces ha sido criticada porque quizás no se alcanza a comprender. En todo poema auténtico [1] hay un relámpago que nos deja ciegos; se trata de un misterio en el sentido teológico de la palabra: un exceso de luz que nos deslumbra. Es un sentirse toca­do en lo más profundo, aunque sólo sea un instante, pues de instantes está hecha nuestra vida:

Instantes

Es la suma de instantes
la que forja el instante
de nuestras vidas.

            Claribel Alegría, nacida en Nicaragua en mayo de 1924, nacionalizada salvadorena, pues a El Salvador fue llevada cuando sólo contaba con nueve meses de edad, es una de las poetas hispanoamericanas [2] más laureadas (me ahorro, si se me permite, enumerar los premios que se le han concedido). En 1943 partió hacia Estados Unidos [3] y allí obtuvo el grado de Bachelor. Contrajo matrimonio muy joven, en 1947, con el diplomático norte­americano Darwin J. Flakoll, conocido como Bud [4]. Con él residió en diferentes países lo que, sin duda, ha enriquecido la poesía de nuestra autora.

            Tiene Claribel Alegría una manera sencilla de expresar experiencia difícil y profundas; recurre a la tradición espiritual de Occidente y a la amerindia no sólo como cantera de imágenes, sino para profundizar en ella. Los mitos—esas historias ejemplares que tan mal se comprenden hoy—están presentes y la poeta sabe llevarlos un paso más allá, es decir, hacerlos presentes a través de sus experiencias:

Cada vez que despiertas
envejeces un poco
y te amo mucho más.
Sólo a ti he amado
pero tú no me amas
Endimión...

            La poesía de Claribel Alegría tiene la virtud de hacernos sentir más allá de las palabras, pero precisamente por las palabras. Como he dicho, tal vez estos días hayan sido el καιρός de estos versos en mi vida. Una lectura meditativa de los poemas, dejándolo resonar dentro de nosotros, nos llevará a territorios quizás desconocidos, pero sin duda hermosos.

            Shalom.

[1] ¿Qué quiere decir esa expresión? Aquí sólo me refiero a los poemas que no son obra de agrimensores; es decir, que no se han hecho profesionalmente, sino por una llamada, por vo­cación.

[2] Siempre dudo en esta palabra y, a veces, la cambio por latinoamericano pues durante un tiempo parecía más respetuosa con la realidad del Nuevo Mundo. Claro que los intereses francófonos se han escondido detrás de ese adjetivo; ¿acaso un canadiense que hablase francés sería denominado “latinoamericano” por alguien? De la misma manera, soy muy reticente al uso de la palabra “latino”, salvo que se refiera a los habitantes del Lacio... Sin embargo, la influencia gringa (mejor que “yanqui”) está consiguiendo que incluso los es­pañoles afincados en el país-sigla sean llamados latinos; parece que la palabra “hispano” tiene algo denigrante en el uso actual de los gringos. Una vez más la dominación cultural anglosajona se nos impone, como en el caso de “afroamericano” o “subsahariano”: la cui­dadosa evitación del término “negro” implica un real desprecio por aquellos que tienen otro color en la piel. Yo, de paso, soy más bien aceitunado, es decir, marroncillo.  Los teólo­gos de la liberación, a los que siempre he respetado, se inclinaron por el término “latino­americano” y, así, durante décadas hemos hablado de teología latinoamericana de la libera­ción; pero hoy me ha liberado de mis dudas un verso hermoso de la poeta salvadoreña:

No importa si en Yakarta
en París
o en Umbría
el espejo me habla
en español.

[3] Estudió en la Universidad de Loyola, aunque finalizó sus estudios en la “George Was­hington”. Mencionar la palabra universidad y a El Salvador en una misma frase me trae irremediablemente a la memoria a la Universidad “José Simeón Cañas” y a la figura entra­ñable de Ignacio Ellacuría, de quien tuve el honor de ser alumno. Él y otros miembros de la Universidad fueron asesinados en 1989 por un escuadrón del ejército salvadoreño. Hon­remos su memoria mencionando sus nombres: Elba Ramos, Celia Ramos, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Joaquín López, Amando López y José Ramón Moreno. Ignacio Ellacuría había sido acusado públicamente de marxista—como si eso fuese un delito, pero ya se sabe—y de colaborar junto con otros profesores de la Universidad con la guerrilla del FNLM. Semejantes acusaciones lo pusieron en la diana de los asesinos. Unos meses antes de morir comentaba jocoso que él no era marxista, sino zubiriano; de hecho no sólo fue discípulo de Zubiri, sino uno de sus colaboradores íntimos. Recuerdo haberle escuchado una anécdota ocurrida durante el entierro de Monseñor Romero, también asesinado. Du­rante el tiroteo criminal realizado por las fuerzas del ejército en la ceremonia del entierro, cada uno fue a refugiarse donde pudo; un grupo de jesuitas, profesores de la Universidad, se agazapó detrás de un coche. Entre ellos estaba Ellacuría, que vio a uno de sus compañe­ros con los auriculares de una radio puestos; sorprendido, descubrió que su amigo escu­chaba la retransmisión del partido del Athletic de Bilbao.



[4] Les unió una gran afinidad intelectual y colaboraron en numerosas ocasiones; incluso firmaron conjuntamente como Claribud. Darwin J. Flakoll falleció en 1979 y en muchos de los poemas de Claribel Alegría la presencia del que fue su esposo acontece como una mirada diferente sobre el amor:

Tu ausencia

Para quererte más
para saberte
fue primordial tu muerte
imprescindible.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Grandiosa poeta. Y como usted dice, honremos a los grandes hombres.