sábado, 9 de octubre de 2010

Rainer Maria Rilke

RILKE Y LOS TRADUCTORES



            Vuelvo, aunque no como MacArthur, sino más bien derrotado después de algo semejante a un Hiroshima en mi vida. Sin embargo, aquí ese pasado no tiene ya importancia—aunque lo sea en realidad—. Debo hablar de hojas, libros y vidas. Claro, ha comenzado el otoño y hoy sábado en la Invicta Ciudad el cielo ha despeñado algunos chaparrones para dejarlo todo más verde, los adoquines, amarillos y el cielo, gris. Las estaciones regresan y de esa experiencia nace un equívoco fundamental: pensar que la vida también regresa cuando en realidad se nos escapa a cada instante. No, el tiempo no regresa y buscar el tiempo perdido es buscar en el futuro; pero no quiero ponerme pesado y me gustaría inaugurar la temporada con un comentario sobre Reiner Maria Rilke. Leí en primavera una selección, Cuarenta y nueve poemas (selección, traducción e introducción de Antonio Pau), Madrid, Trotta, 2008. El alemán siempre me gustó desde que lo leí por primera vez e incluso un verso suyo encabeza con frecuencia lo que escribo: Ein Wehn im Gott. Ein Wind. Toda su poesía es hermosa y tiene la extraña profundidad que conduce al fondo de la propia alma—y en este sentido es, cuando menos, lírica pura. El traductor ha hecho un encomiable esfuerzo por darnos a Rilke siendo consciente de las dificultades de su labor: “En su propio idioma, cada poema está situado en el extremo de una tradición literaria que lo hace más inteligible Al traducirlo, no sólo se produce la pérdida de los efectos sonoros del poema mismo, sino que además se desgaja de esa tradición propia” (Introducción, pág. 13). Ciertamente, Antonio Pau es un excelente conocedor de la literatura alemana como demuestran sus magníficos libros sobre Hölderlin y Novalis; esto le hace ser respetuoso con la letra, pero sobre too con el espíritu de los poemas. Pondré un ejemplo:

Lösch mir die Augen aus: ich kann dich sehn,
wirf mir die Ohren zu: ich kann dich hören,
und ohne Füß kann ich zu dir gehn,
und ohne Mund noch kann ich dich beschwören.
Brich mir die Arme ab, ich fasse dich
Mit meinem Herzen wie mit einer Hand,
Halt mir ds Herz zu, und mein Hirn wird schlagen,
So werd ich dich auf meimem Blute tragen.

            La muy buena traducción de Antonio Pau es la siguiente:

Apágame los ojos, y te seguiré viendo,
cierra mis oídos, y te seguiré oyendo,
sin pies te seguiré,
sin boca continuaré invocándote.
Arráncame los brazos, te estrechará
mi corazón, como una mano.
Lanza mi mente al fuego
y te seguiré llevando en la sangre.

            Otros ejemplos podrían ponerse aquí, pero basta éste para recomendar a la lectura de Cuarenta y nueve poemas. Yo conocía otras traducciones de Rilke: la para mí irreemplazable que Jenaro Talens hizo de Elegías del Duino, Madrid, Hiperión, 1999; también las a mi juicio más discutibles versiones que Jesús Munárriz ha hecho de El libro de las imágenes, Madrid, Hiperión, 2001, y de Ofrenda a los lares, Madrid, Hiperión, 2010. Bueno, pues cargado de buenos augurios rilkeanos tropecé con la traducción que Federico Bermúdez-Cañete ha hecho de El libro de las horas, Madrid, Hiperión, 2010. El traductor publicó hace ya muchos años un hoy inencontrable Rilke, en Ediciones Júcar (si no me equivoco) y en la editorial Lumen había publicado previamente la traducción de El libro de las horas (ignoro si la ha retocado ahora). Sin embargo, confesaré que me he llevado una gran decepción al leer esta edición de Hiperión. El profesor Bermúdez-Cañete quiere, sin duda, ser fiel al original y esto explica algunas de sus decisiones; mas esto no quita cierto espanto (ajeno del todo a Rilke) al leer los versos. La traducción que se nos ofrece del poema que ya he citado es la siguiente:

Apágame los ojos: puedo verte;
ciérrame los oídos, puedo oírte;
y aun sin pies puedo andar en busca tuya,
sin boca, puedo conjurarte.
Ampútame los brazos, y te agarro,
como con una mano, con el corazón mío;
detén mi corazón, y latirá el cerebro;
y si arrojas el fuego en mi cerebro,
te llevaré sobre mi sangre.

      
      Sin duda la segunda versión está más pegada al original, pero no por eso es más fiel pues en ella, según mi modesto juicio, se ha perdido casi completamente el sentido poético. Por si con la traducción no fuese suficiente, el profesor Bermúdez-Cañete nos brinda una introducción, lamento decirlo, poco menos que nefasta, llena de algunos prejuicios al uso aderezados con cierto desconocimiento de la tradición alemana. Sé perfectamente que no soy ninguna autoridad académica (gracias a ese “Ser Supremo” que, perdóneme, profesor, es un concepto filosófico y sólo teológico en segunda instancia. Claro que la formación religiosa en este país es nula en la práctica y pésima en la teoría), pero aquí la autoridad soy yo, el lector. El libro de las horas de Rilke es una gran maravilla y aunque el traductor se haya visto superado por su tarea—que no era escasa—, merecerá siempre la pena.

Shalom.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Cuánto tiempo! Prefiero la primera traducción. Por supuesto, yo tampoco soy ninguna autoridad aunque creo intuir cierto pesimismo.
Un saludo

Carlos