lunes, 4 de octubre de 2010

El otoño

EXCUSAS



            Sé que no es ninguna excusa, aunque sí un aceptable pretexto, pero un nefasto día de este caluroso verano mi ordenador portátil (el único que poseo) salió ardiendo, literalmente. El viejo transformador había dejado de funcionar (si mal no recuerdo, era el tercero) y tras unas azarosas vueltas por las tiendas del ramo —comparando precios, buscando el aparato menos costoso y perdiendo, de paso, una mañana de forma lamentable—, acabé adquiriendo uno supuestamente bueno (con ventilador y todo) que consiguió incendiar la toma eléctrica de mi ordenador nada más conectarlo. Esto significa, como se evidencia al sentido común, que entiendo poco de ordenadores [1]; pero, además, es señal inequívoca de mi mala suerte, pues es la tercera vez que pierdo el cacharro moderno sin haber hecho ninguna copia de seguridad [2]. Esta tragedia –cuyos trazos mueven a risa— es una de las excusas que puedo poner para explicar mi alejamiento de la gacetilla que venía escribiendo. Las demás razones, puesto que son excesivamente serias, no vienen al caso, pues rara vez decidimos las circunstancias de la vida, aunque sí podemos decidir como les hacemos frente.

            Estos meses—no son tantos y no vayamos exagerando por ahí—he leído bastante. Algunos libros realmente buenos; otros, interesantes y de los demás es mejor no hablar. Como con estas letras inauguro la nueva temporada (nótese el ambiente oficial de inauguración), sólo diré que de Proust he leído los tres primeros volúmenes de En busca del tiempo perdido; he leído a Modiano, Michon, pero también he vuelto a la poesía y he leído varios ensayos algunos de los cuales ha sido especialmente interesante (por ejemplo, Teología de la liberación tras el final de la Historia, del muy estimable Daniel M. Bell (a quien hago hijo del sociólogo Daniel Bell, creador del concepto de sociedad postindustrial… que acabó siendo el fundamento de los análisis de Jameson sobre la sociedad postmoderna). He leído también a Roth (Joseph, claro), Bespaloff, Günther Anders, Rowan Williams (excelente estudio sobre Arrio) Dazai, H. Mújica, la sorprendente correspondencia entre Elfride Petri  y el amigo Martin Heidegger, Hoffmann, Karl Kraus (maravillosa La tercera noche de Walpurgis con un comienzo aterrador: “No se me ocurre nada sobre Hitler” [3]), Rilke… Espero poder hablar de todos ellos en las próximas semanas, así como de M. Henry y de otros autores que merecen nuestra atención, al menos la mía (evidentemente, no hablaré de la gran catedral de Madrid, porque suficiente propaganda se ha hecho ya a una autora que escribe, cuando menos, con mucho descuido).

            Por último, quiero señalar mi agradecimiento a Roberto Gómez, que ha dejado un comentario. Precisamente éste ha sido la causa de que hoy vuelva a escribir en un ordenador portátil (prestado por mi hermano, verdadero bombero de mis apuros).

            A todos Shalom.

           

[1] Un buen amigo, teólogo y arqueólogo, me dijo en una ocasión que yo tenía unas manos eróticas: “Valentín—dijo—, todo lo que tocas, lo jodes”. Al decir que el transformador tenía ventilador he recordado, cosas de la edad, las zapatillas deportivas de un alumno que ¡tenían ventilador! Debía ser el año ochenta y siete; el caprichito le costó a la madre del chico la friolera de treinta y cinco mil pesetas, algo más de un tercio del sueldo de la ¿buena? mujer.
[2] ¿Qué veo? ¿Un gesto de sorpresa? ¿Tal vez admiración ante mi valor? Me gustaría saber para qué tanta modernidad de aparatos si no son capaces de conservarse. Lo más lamentable es que yo he perdido un buen montón de poemas, articulillos varios y otras cosas…, claro que así el mundo ha salido ganando.
[3] Y digo “terrible” porque sólo alguien monstruoso pudo apagar la imaginación del genial Kraus.

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