sábado, 16 de octubre de 2010

José Jiménez Lozano

LOS CUADERNOS DE REMBRANDT


            Desde que leí Segundo abecedario, Madrid, Antrophos, 1992, supe que leería todos los diarios que publicase José Jiménez Lozano, pues no sólo disfruté con el contenido, sino—quizás sobre todo—con su tono. A estas alturas ya no es necesario presentar al escritor de Langa, nacido en 1930, y formado en la escuela periodística del Norte de Castilla a la luminosa sombra de Miguel Delibes. De hecho, el abulense empezó a trabajar como colaborador del periódico en la misma época en que el vallisoletano alcanzó el puesto de director –desde que realizó un periodismo abierto y en el que dio cabida a muchos escritores que hasta entonces lo tenían difícil; así lo recuerda César Alonso de los Ríos en Soy un hombre de fidelidades. Conversaciones con Miguel Delibes, Madrid,  La Esfera de los Libros, 2010 (obra que se leerá con provecho sobre todo por el gran escritor y mejor persona que fue Miguel Delibes).


El libro del que quiero decir un par de palabras es una nueva entrega de la selección de los diarios de José Jiménez Lozano, Los cuadernos de Rembrandt, Valencia, Pre-Textos, 2010. Sin embargo, si alguien lee estas líneas, mejor sería que apagase el ordenador y fuese a buscar el libro pues, sin ningún género de dudas, disfrutará más y le hará mejor persona que andar perdiendo el tiempo con estas letras. José Jiménez Lozano (por lo visto, Pepe Lozano para los amigos) es un autor que no puede estar de moda [1] ni siquiera como esos autores que se ponen de moda precisamente porque no pueden ser moda [2]. La incorrección política del autor es tan notable como notoria y, dada su afición al espíritu de Port-Royal, me atrevería incluso a definirlo como refractario; es decir, se sitúa más allá de la querella entre antiguos y modernos, sobre la que Marc Fumaroli escribió un magnífico libro [3]. Los diarios de Lozano son ejemplares y producen una envidia sana (en buena medida tal vez porque el autor no es un exhibicionista y ha hecho la selección de sus notas con un criterio admirable); a ratos recuerdan el tipo de diario europeo, tan poco frecuente en nuestro país, en el que van desfilando las lecturas y las reflexiones que a su hilo se producen, pero también me han traído a la memoria los diarios de Mircea Eliade. Jiménez Lozano no pretende arreglar ninguna cuenta pendiente, como es habitual en muchos diarios (ya sea por las menciones o por los silencios), sino entregarnos sencillamente sus meditaciones.


Los cuadernos de Rembrandt abarca desde el año dos mil cinco al año dos mil ocho y, aunque la actualidad está presente en la reflexión, no es una escritura hecha bajo el empuje del momento. Las ideas sobre el arte y la verdad e la belleza merecen, según creo, especial atención, pues José Jiménez Lozano tiene un agudo sentido estético que se manifiesta no sólo en el plano teórico, sino sobre todo cuando no regala una breve descripción de esas maravillosas iglesias románicas, abandonadas muchas veces, perdidas por los campos de Castilla o cuando en un par de líneas dibuja magistralmente un paisaje. Además, claro, está el pulso poético que encontramos en los textos (a veces como sencillos poemas) y que tiene la virtud de hacerlos ligeros. Ciertamente, como decía Chesterton, los ángeles vuelan porque se toman a sí mismos a la ligera; así es como toma el autor abulense su propio yo.

No me resigno a dejar de transcribir algunas de las observaciones de José Jiménez Lozano:

En Adviento,
huellas en la nieve de alguien,
que no encontró albergue,
y pasó de largo.
Quizás murió ya fuera de la aldea,
mas no se supo, con el deshielo luego (37)

A unos amigos, que iban a visitar una preciosa iglesia románica que encontraron cerrada, una mujer anciana que estaba en el atrio tomando el solillo les dijo algo así como: “¿Para qué van a abrir, si Dios está muerto? ¿No ve cómo vivimos los pobres, sin un amparo aunque nos den unas cuantas perras?” (48)

“Pero con el lenguaje popular se conservan también los dioses populares”, dice Jacob Burckhard (56).

Lo primero que hace una barbarie, efectivamente, es una nueva gramática; y se queda uno bastante perplejo ante las loas sobre el manejo o manipulación del lenguaje por parte e las gentes relacionadas con la escritura (83).

¿Hemos llegado todos nosotros, “los corrompidos”, a un punto en que, para conservar algo de nuestra humanidad, necesitamos el horror y la muerte, porque la vida diario, en paz, engrasada como una máquina y científicamente “nihilizada”, nos ha alienado del todo y convertido en “desechos sanitarios”, pongamos por caso? (94).

Es el trayecto del lenguaje hacia lo abstracto que está liquidando el sentido de lo real (190).

            Debo confesar que Jiménez Lozano no sólo me parece un gran escritor (pese al laísmo, sí, que afea con frecuencia su estilo y al que él no ha querido renunciar sin que yo acierte a explicarme por qué), sino que me cae muy bien: bajito, casi siempre sonriente y con su profunda mirada azul, el autor de Langa es un buen ejemplo de que literatura y moral pueden ir de la mano; además, por supuesto, de ser una demostración palpable (pues dan ganas de abrazarlo) de que la altura física no guarda ninguna relación con la altura moral de las personas. Sé que sabrá perdonarme esta broma.

            El título del libro recibe su explicación en la página nueve, pero como no he encontrado una reproducción adecuada del grabado, he elegido para cerrar este comentario otro de Rembrandt, sabiendo que a José Jiménez Lozano le encantan los candiles: La adoración de los pastores con el candil.


 [1] Sin embargo, me he encontrado en el transcurso de los años con una buena diversidad de lectores de José Jiménez Lozano: desde incipientes aficionados a la literatura hasta personas que se han entregado a ella. El abanico de las posiciones políticas de estos lectores es muy amplio, pero todos tienen en común saber que la inteligencia no conoce fronteras ideológicas. Y quiero mencionar aquí el nombre de una amiga cuya afición a José Jiménez Lozano me sorprendió gratamente, Elisa, una de las hermanas de la mejor persona que he conocido.

[2] Con frecuencia, la literatura parece una cuestión de sectas a veces fanáticamente defendidas por los propios autores que no encuentran mejor manera de promocionarse que menospreciar a sus supuestos rivales sabiendo, claro, que son los enemigos quienes muestran la propia talla. Los modernos han vivido mucho a costa de los demás, pues basta con menospreciar lo grande para creerse uno mayor cuando, en realidad, sólo se manifiesta su propia estrechez mental. Jiménez Lozano conoce la virtud de la magnanimidad que, como decía mi querido Antonio García del Moral, molesta mucho lo cual es razón de más para practicarla.

[3] La referencia al francés no es casual. Ando metido en la lectura de un libro que me está dejando una impresión magnífica: París-Nueva York-París. Viaje al mundo de las artes y de las imágenes, Barcelona, Acantilado, 2010. De Fumaroli (Marsella 1932, contemporáneo absoluto de José Jiménez Lozano aunque sea grande la distancia entre Langa y Marsella) había leído Las abejas y las arañas. La querella de los Antiguos y los Modernos, Barcelona, Acantilado, 2008, que me causó una magnífica impresión.

Shalom

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un autor enorme.

Hutch dijo...

Gracias por la entrada, me servirá para una futura en mi blog. Saludos.