CON MIS DISCULPAS POR ESTA
ENTRADA
Los hombres de la antigüedad—en
Sumer, Acad, Babilonia, China, Asiria,
Mitanni, Siria, Egipto o Grecia, supongo que nuestros hititas troyanos también—alzaban
en la noche los ojos y ¿qué veían? Sin duda el Cielo y no un cielo. Ni siquiera
veían lo mismo que nosotros: al viejo maestro de Stuttgart le debemos
más de lo que reconocemos, incluso el otro maestro alemán que sólo sutilmente
lo cita, aunque lo saquee; vemos los significados, vemos los λόγοι. En griego,
como en hebreo, el término que traducimos por palabra significa más. Ciertamente, tanto λόγος como ῥῆμα significan tanto palabra como cosa o suceso. En hebreo דבר tiene también el
significado de cosa o suceso, de manera que quizás sólo tardíamente hemos
separado los conceptos. Una lengua sabia sabe mantener la ambigüedad de lo real
y sólo su depuración científico-técnica, una verdadera maldición para los
poetas, elimina con cartesiana descortesía los significados adyacentes; es
decir, empobrece el lenguaje para nombrar no sólo a Apolo, sino también a
Zagreo. ¿Qué significaban (es decir, qué cosas eran) aquellas estrellas a las
que los hombre elevaban sus ojos? Desde luego no nuestras poco románticas bolas
explotando por el gas caliente, pero manteniéndose unidas gracias a la
gravedad; veían tal vez ángeles, quizás incluso dioses, seres poderosos que
regían las vidas de los mortales. Y si afinaban el oído podían escuchar la
música de las esferas. Fray Luis la
escuchó de nuevo de la mano de Salinas, pero el mundo era ya otro:
A Francisco Salinas
Catedrático de Música de la Universidad de Salamanca
El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada,
por vuestra sabia mano gobernada.
A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.
Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca, engañadora.
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.
Ve cómo el gran maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.
Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entrambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.
Aquí la alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él ansí se anega
que ningún accidente
estraño y peregrino oye o siente.
¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo visible es triste lloro.
¡Oh, suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos
quedando a lo demás amortecidos!
¿Qué dicen hoy los hombres cuando
pronuncian la palabra “Dios”? Quizás se pudiese preguntar de otro modo, y en
ese caso entra dentro de lo posible que la respuesta cambiase: ¿qué dicen los
hombres cuando invocan el nombre de Dios? Porque claro, a estas alturas,
uno va teniendo claras algunas cuestiones, maguer resulten irrelevantes para la
gran mayoría de los occidentales, más preocupados por los concursos, el dinero
o la fama. Dios no es un dios, ni siquiera es Dios. Y el nombre de Dios
es algo que invocamos (humildemente, con temor y temblor, me introduzco en ese
plural). Algo semejante ha pasado con los λόγοι capaces
de dar sentido a nuestras vidas: belleza, amor, compasión, hondura…, pues los
mortales no decían lo mismo que nosotros, empeñados en una inmortalidad
ficticia conseguida a golpe de ventas.
Los clásicos tenían razón: la
corrupción de lo mejor es lo peor (de acuerdo, corruptio optimi
pessima, no dice exactamente eso,
sino que parece referirse a los cargos, ¡y qué sabios fueron los griegos al
sortearlos!). Hace muchos años adquirí un libro del filósofo Martin Buber; recuerdo mi excitación al
leerlo y el impacto que me causaron sus palabras. Se encuentran en su obra Elipse
de Dios:
Es Dios la palabra más vilipendiada de
todas las palabras humanas. Ninguna otra está tan manchada no tan dilacerada.
Las generaciones humanas han cargado el peso de su vida angustiada sobre esta
palabra y la han dejado por los suelos; yace en el suelo y sostiene el peso de
todas ellas; las generaciones humanas con sus dimensiones religiosas han
matado y se han dejado matar por esa palabra, que lleva sus huellas dactilares
y su sangre. Los hombres dibujan un monigote y escriben debajo la palabra Dios.
En los últimos siglos hemos asistido al nacimiento de la religión, un invento de los modernos
para igualar lo diferente. El concepto es indefinible y quizás sólo por eso
merezca la pena pensarlo, pues, pese a mi admiración por Wittgenstein, sigo pensando que el comentario de Adorno a la proposición 7 del Tractatus (Wovon man nicht sprechen kann, darüber muß man schweigen: De lo que no
se puede hablar, hay que callar) es certero. Sin embargo, ¿no sería mejor
callar de algunas cosas que caer en palabrería vana?
Muchas de estas reflexiones han vuelto a mi cabeza
leyendo la última obra del prolífico Fabrice
Hadjadj, ¿Cómo hablar de Dios hoy?
Anti-manual de evangelización, Granada, Nuevo Inicio, 2013. Tenía leídos ya
varios de sus libros en español: La fe de
los demonios, Tenga usted éxito en su muerte y El paraíso a la puerta, que han sido publicados en la misma
editorial (envuelta hace unos meses en una divertida polémica no apta para
bienpensantes). Hadjadj tiene en la actualidad cuarenta y dos años: nació en
Nanterre en 1971 en el seno de una familia judía de ideología maoísta; en 1988,
a los veintisiete años, se convirtió a la religión verdadera (es decir, aquella
desde la que nuestros intelectuales han destilado el concepto de religión como
bien vio Fierro). ´ha sido profesor
de Filosofía y Literatura en Toulon, y en la actualidad dirige el Instituto
Europeo de Estudios Antropológicos de Friburgo. Está casado con la actriz
Siffraine Michel y cuentan con numerosa prole… De toda esta biografía nos
informa la contraportada no sin algún complejo que sería digno de estudio, pero
que no tiene espacio en este breve comentario. La obra es el desarrollo de una
conferencia que dictó el año 2011 en el Pontificio Consejo para la Laicos (sólo
la pobre preposición y el artículo merecen minúsculas: quizás por eso, estando
lejos de Dios, estén más cerca de Dios, y valga esto como queja contra
la lengua germana). Aborda el equívoco de la palabra “Dios”, pues con ella
nombramos realidades realmente diferentes. Aquí cabría recordar el luminoso
comentario de don Rafael Sánchez Ferlosio sobre el problema de la
existencia de Dios; venía a decir algo así que la existencia sólo enmascaraba
el verdadero problema: el ser de Dios (bueno o malo). Supongo que Cioran
le habría dado la razón al bueno de don Rafael.
Sin duda, el libro está bien y su lectura no sólo resulta
amena, sino interesante. Sin embargo, he echado de menos una crítica radical
(desde la raíz) de las sociedades capitalistas, pues es justamente en ellas—y curiosamente
en contra de las previsiones de Marx—donde la palabra “Dios” ha acabado
perdiendo su significado, un poco en la línea de aquella parábola de J.
Widsom que A. Flew comentó con tanta sabiduría (antes de cambiar de
opinión, lo que lo hace, me parece, aún más sabio). Ciertamente, aquí estamos
lejos de la polémica de Oxford con aquella interminable secuela de parábolas;
pero sí nos advierte Hadjadj de la perversión fundamentalista a la que en
ocasiones se ve sometido el término “Dios”. Sin embargo, me parece que el
ateísmo está mucho más cerca de la fe que cualquier fundamentalismo, pues quitarse
el cerebro (o rapárselo como algunos hacen) no hace, precisamente, honor a aquel que
es Λόγος. En esto estoy con Gadamer: el ateísmo
está en el camino de la fe. Sin embargo, ningún fundamentalismo acerca a la fe—ninguno.
Pablo tuvo que dar un giro de ciento ochenta grados a su vida (y a su
pensamiento) para acceder a la fe; sin embargo, Esteban fue lapidado.
Como
habrá observado el lector (si alguno hubiese) yo tacho el término Dios,
pues pienso que es la única representación posible; a veces incluso me parece
que la propuesta de evitar el nombre de Dios que hicieron algunos
teólogos en los años sesenta no estaba falta de razón. “Dios” es un
concepto que se debe negar constantemente para evitar la idolatría, que lleva
al fundamentalismo. Y aquí cabría hacer la crítica teológica del capitalismo,
pues el Becerro de Oro emerge como una promesa de escapar de la servidumbre (אלה אלהיך ישׂראל אשׁר העלוך מארץ מצרים) cuando en realidad reduce a
la mayoría a la esclavitud. Dicho de otro modo, nombra a Dios sólo tiene
sentido para la fe judía y cristiana como liberación; es decir, camino
del éxodo, de la salida de la tierra de la sumisión a la de la libertad. Por
eso, Dios está siempre en el exilio y que la teología tiene como
contenido sustancial también la crítica social. Nosotros sabemos, sin
embargo, que algunos pueden usar el nombre de Dios para reducir a los seres
humanos a la indignidad. En el midrash de las tentaciones apreciamos que
el Fiscal (es decir, el adversario del hombre, que es el significado real de “Satanás”
del mismo modo que el 666 es una manera delicada de insultar al tirano Nerón)
es un maestro usando las citas bíblicas: Καὶ ἤγαγεν αὐτὸν εἰς ᾿Ιερουσαλὴμ, καὶ ἔστησεν αὐτὸν ἐπὶ τὸ πτερύγιον τοῦ ἱεροῦ καὶ εἶπεν αὐτῷ· εἰ υἱὸς εἶ τοῦ Θεοῦ, βάλε σεαυτὸν ἐντεῦθεν κάτω·γέγραπται γὰρ ὅτι τοῖς ἀγγέλοις αὐτοῦ ἐντελεῖται περὶ σοῦ τοῦ διαφυλάξαι σε, καὶ ὅτι ἐπὶ χειρῶν ἀροῦσί σε, μήποτε προσκόψῃς πρὸς λίθον τὸν πόδα σου. καὶ ἀποκριθεὶς εἶπεν αὐτῷ ὁ ᾿Ιησοῦς ὅτι εἴρηται, οὐκ ἐκπειράσεις Κύριον τὸν Θεόν σου.
Sólo se
puede hablar de Dios liberando al ser humano. Lo demás es, posiblemente,
la palabrería que el Nazareno criticó con tanta radicalidad. Y esto supone no
obligar a escuchar, pues si la fe es un don de Dios (como sostiene
sensatamente la doctrina eclesial) cualquier intento de imponerla es blasfemo
más allá de supuestas buenas intenciones que ocultan la más de las veces el
miedo, que gana espacio allí donde el amor es disuelto en la obediencia, esa
virtud tan mediocre que no es posiblemente ninguna virtud. No es “someteos”,
sino amaos los unos a los otros. Y donde no hay libertad, el amor es
imposible.
Shalom.
2 comentarios:
Según el Génesis, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza.El problema radica en que el hombre, para justificarse, crea al dios que le conviene: permisivo o represivo, verdadero o falso, silencioso o locuaz, vidente o ciego, presente o desterrado.
Cabe la posibilidad de que no sepan tacharlo.
Esas liras separadas en diferentes versos...
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