jueves, 10 de marzo de 2011

Wilmer y Gutiérrez Román

¿Qué dicen los poetas?
Dos pequeñas decepciones


            Llevo algunos días queriendo hablar del poemario de Clive Wilmer, El misterio de las cosas, Barcelona, Vaso Roto, 2011, pero no sabía cómo hacerlo, porque junto a poemas que realmente me han gustado [1] ha habido otros... ¿culpa del traductor? Misael Ruiz Albarracín ha realizado el prólogo y la traducción; de éste conocía yo algunos poemas de El hueco de las cosas, publicado en Trea, porque los había ojeado en Palas (si no recuerdo mal). Tengo la costumbre de leer un par de poemas de cualquiera de los poemarios que caen en mis manos y si me gustan, salgo de la librería con el volumen. De la obra de Ruiz Albarracín recordaba un tono prolijamente metafísico; tal vez me equivoque, pero al leer con algún detenimiento los poemas de Clive Wilmer he percibido el mismo tono, aunque haya matices importantes. Tengo para mí que la labor del traductor de El misterio de las cosas ha sido decisiva y que, en general, no ha sido todo lo afortunada que el poeta de Harrogate se merece.

            Especialista en Ezra Pound, Wilmer nació en 1945 y ha sido profesor de la Universidad de Cambridge; ha trabajado como traductor y su primer poemario, La morada, se publicó en 1977. El misterio de las cosas es un título inspirado en una hermosísima frase de El rey Lear: We´ll take upon´s the mystery of things / as if we were God´s spies” (nos encargaremos del misterio de las cosas / como si fuésemos espías de Dios). Los versos de Wilmer poseen un nítido trasfondo religioso (como él mismo ha reconocido alguna vez), que alimenta el conjunto de la obra. Aquí lo “religioso” no debe entenderse, empero, en sentido restringido, sino en la apertura del corazón que piensa sintiendo al conjunto de una realidad que lo supera y lo llena de luz: por eso es misterio y no enigma. Sin duda esto se puede confundir con facilidad con un halo metafísico—en el peor sentido—que, sin embargo, no afecta a los poemas de Wilmer. No son, desde luego, de fácil lectura y hace falta volver sobre ellos con ciertas dosis de paciencia para que su sentido se abra:

You beside me
sharing
the ghostly taste,

your flesh
has come so close
there is no flesh

(la traducción no hace valer la ambigüedad del inglés:

Tú junto a mí
compartiendo
el sabor espectral,

tu carne
tan próxima ahora
que no hay carne).

            Hay en el poeta una voluntad explícita de indagar en el misterio, pero no desde la curiosidad del que pregunta para hacer daño—para intentar disolver lo que no puede entender—, sino para experimentar su propio asombro:

A Quotation

An angel here, there a tormented beast.

“The angel I can take; the beast, no.”

No choice: you must take both, or neither.

                            *

Neither, then. Before long, the wound heals
and leaves in a nest of scars a crescent scar,
unseen, till again your nakedness be shown.

Y la traducción dudosa por no decir otra cosa:

Una cita.

Aquí un ángel, atormentada bestia allí.

“Con el ángel sí puedo; con la bestia, no”.

No hay elección: pues tomas ambos o ninguno.

                             *

Pues, ninguno. La herida sana y en su nido,
al poco, deja inadvertida una creciente
cicatriz, hasta que vuelva a ti su desnudez.

            Sin duda la traducción se hubiese podido mejorar pues ha hecho desaparecer el nido de cicatrices y la media luna [2], dos imágenes poderosas sin las que no me parece posible acceder al fondo del poema. Merece la pena entretenerse con este poemario de Clive Wilmer, pero sobre todo en su original. Ciertamente, ingrata es la labor del traductor de poetas...



            Entre mis manos tengo también el último premio Adonáis [3]. El jurado compuesto por Eloy Sánchez Rosillo, Carmelo Guillén Acosta, Joquín Benito de Lucas y Julio Martínez Mesanza decidió otorgar el premio del 2010 al poeta burgalés José Gutiérrez Román, Los pies del horizonte, Madrid,  Rialp, 2011. El jurado ha entendido que la obra poseía, además de suficiente calidad literaria, un tono meditativo y la capacidad de decir con sencillez. En mi modesto juicio se trata de un poemario interesante, aunque con altibajos, pues junto a poemas de indudable hermosura aparecen otros que más bien se asemejan a esas meditaciones metafísicas a las que he hecho referencia más arriba (véase Resurrección de la carne). Dividido en tres partes, Los pies del horizonte tiene una indudable unidad tanto por el tono general—la meditación con frecuencia a través de un tú—como por los temas. Los hallazgos se acumulan al final de los poemas: allí el aliento poético se eleva dejándonos unas emociones contenidas sobre las que volver.

Somos, a imagen y semejanza
del viento,
los que pasan en solitaria
ráfaga de amor,
los que rozan las mejillas
con dedos de aire
y luego huyen
dejando en el corazón
su fugaz e invisible huella.

            Como mi deber es ser sincero—aunque no sepa yo quién me ha impuesto semejante obligación—, añadiré que no serán ni el libro de Wilmer ni Los pies del horizonte poemarios a lo que vuelva con frecuencia. Quizás son manías de viejo.

            Shalom.


[1] Aún no soy tan estúpido como para creer que mis gusto puede decidir la calidad de un poema (pero, tranquilos, que todo llegará). Sin embargo, la poesía debe gustarme para que la lea como poesía. Con la prosa no me pasa, evidentemente, lo mismo. Reconozco, por ejemplo, que Umbral escribía muy buen español; pero no me gustaban ni sus temas ni su tono. Lo he leído, sí, para aprender. Recuero ahora que allá por mediados de los setenta mi hermano mayor admiraba al escritor vallisoletano porque iba tan pancho a la panadería con aquella bufanda chillona, sus gafas de cegato y su pelo brilloso. Aún tengo en la memoria una fotografía—no sé si publicada en Informaciones o en El País—de Umbral saliendo de la panadería con una barra en vuelta en papel bajo el brazo.

[2] Razón por la cual será siempre preferible decir Media Luna Fértil, aunque ya nos hayamos acostumbrado al galicismo “Creciente Fértil”.

[3] ¿Cuándo se valorará como merece la labor que Rialp ha hecho por la poesía española con el Premio Adonáis? Quien lea la lista de premiados desde 1946 (¿o fue en 1943?) no dejará de sorprenderse por los aciertos. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Necesito un poemario recomendable. ¿Me ayuda con alguna sugerencia? Gracias

Valentín J. Ansede Alonso dijo...

Aconsejar los demás, sobre todo cuando no se les conoce, es una tarea poco recomendable y más aún si estamos hablando de poesía; pero ya que ha sido tan amable de preguntar, cometeré la indiscreción de responder dentro de mis limitadas posibilidades. ¿Qué le parecería leer algo de Antonio Colinas? Por ejemplo, Tiempo y abismo; o tal vez algo de Francisco Brines... pienso en el espléndido La última costa. Si los lee creo que disfrutará. Gracias por su comentario.