INSOLACIÓN
¿Novelas o novelistas?
Ian McEwan ha madurado mucho desde sus primeras obras: Primer amor, últimos ritos es un libro muy diferente al que me toca abordar hoy. Me refiero a Solar, Barcelona, Anagrama, 2011. McEwan es de sobra conocido y no sería ni siquiera bueno intentar hacer aquí un resumen de su trayectoria literaria, sin duda una de las interesantes de entre los escritores británicos contemporáneos—ha sobrepasado a Martin Amis, que empezó con mucha más fuerza que McEwan, pero también a Julian Barnes [1]. Hace ya unos años, no recuerdo bien cuántos, compré la primera edición de Expiación (movido, entre otras cosas, por la portada), que me pareció una novela espléndida. Lo seguí con interés en Sábado y lo acompañé a trompicones en Chesil Beach. Tuve la sensación de que iba perdiendo pulso movido por la manía francesa de estar vivo, es decir, publicar cada año un libro. De acuerdo, su ritmo es menos, pero aun así McEwan es notablemente prolífico.
Vi anunciada Solar aprovechando el tirón de Expiación [2]. Dudé, pero acabé comprándola. Debo admitir que la he leído sin dificultad, que no se me ha hecho cuesta arriba; pero también debo decir que no me ha entusiasmado y que, siendo sincero, me parece una novela mediocre. Entiéndase: estoy hablando de un autor del que se puede esperar mucho más... al menos si se tomase suficiente tiempo para escribir. Lamento hablar así, porque McEwan me ha parecido hasta Solar un buen narrador con algunos momentos realmente magníficos. ¿Qué ha pasado con Solar? Contemos el relato con trazo grueso: la historia nos presenta tres momentos en la vida del protagonista, Michael Beard, premio Nobel de Física: 2000, 2005 y 2009 (más el discurso final, muy breve, en el apéndice [3]. Supuestamente, tendríamos que ver la evolución de Beard, es decir, McEwan debería darnos la vida de ese profesor un tanto atolondrado (y a veces hasta tonto); pero, caute!, no ha hecho eso: el narrador, entre omnisciente y deficiente según le interese, ha construido una marioneta con la que jugar. Se trata de un personaje plano, absolutamente plano, que no es capaz de sorprendernos en ningún momento. En verdad la previsibilidad es un rasgo de los hombres, pues solemos actuar de manera semejante en situaciones parecidas [4]; sin embargo, una cosa es la previsibilidad y otra la repetición constante de esquemas: en diez años el profesor no cambia y la visión que se nos ofrece de su juventud—ya era entonces un saco de hormonas descontrolado—no cambia esta situación. Además, los personajes que aparecen alrededor del profesor, desdibujados por capricho del tema, no son capaces de establecer relaciones realmente humanas: los diálogos son un juego de frontón [5] que no dicen nada. Por otra parte, el supuesto humor que aparece en la narración es grueso y tramposo (incluyendo el viaje al Polo); estamos aquí lejos de un humor que sabe, ante todo, reírse de sí mismo: McEwan nos ha puesto delante un mal payaso; pero el problema es que el payaso lo ha perfilado el novelista.
No sé si el tema, el calentamiento de la Tierra y la búsqueda de energías alternativas, da para más. En cualquier caso, nunca he creído del todo en las novelas-tema, sino en aquellas en las que los personajes se le van de la mano al autor, se independizan y son capaces de salir de las páginas para darse un paseo por, pongamos, St. James Park. Desde luego, no me ha parecido que McEwan haya querido profundizar en el tema ni con humor ni con seriedad. Tengo la impresión, como he dicho, de que necesitaba escribir una novela y le ha salido Solar, que venderá mucho, no lo dudo, pero al precio de que nos preguntemos si “eso” es lo que el autor puede dar. Cuando los mediocres arremetieron contra Camus después de que le fuese concedido el premio Nobel dijeron que la Academia había otorgado el premio a un autor cuya obra estaba concluida [6]. Yo me niego a creer que la obra de McEwan esté concluido, pues quien ha tenido la inspiración para narrar Expiación volverá, sin duda, a recibir la visita de las musas. Sin embargo, se necesita tiempo. Dicho en la lengua que suele el pueblo hablar a su vecino: las novelas no son churros y, sin embargo, la presión del mercado editorial lleva a esto. Mucho se habla de la presión de las galerías de arte, de la ridiculez de algunas apuestas supuestamente rompedoras y que, en realidad, sólo saben hacer negocio. En el mundo de la literatura pasa algo similar de manera que un autor con éxito es fácilmente condenado al fracaso en virtud del coro de los negociantes que lo han aclamado. Resulta, además, que las grandes editoriales hacen grandes negocios con los medios de comunicación; vamos, que cada periódico tiene su editorial... No quiero llegar hoy más lejos, pero sólo quiero recordar que un buen novelista dijo en una ocasión que el escritor debía estar dispuesto a hacer voto de pobreza. Decir esto en un país como España donde escribir ha sido llorar puede parecer ridículo; pero no lo es, porque los tentáculos del mercado editorial [7] están haciendo más daño del que pensamos. No soy nadie con autoridad para decirlo, pero tal vez algunos buenos escritores deberían mostrar un poco más de paciencia con su obra. No es que Solar sea una mala novela, pero no está a la altura que esperamos de McEwan. Sin embargo, el negocio es el negocio. Y los lectores debemos defendernos: un nombre no es garantía de la calidad de una obra [8].
Shalom.
[1] Sin embargo, me parece que la trayectoria de Barnes, dos años mayor que McEwan, es más interesante; no sólo por Nada que temer, El loro de Flaubert, sino también por la espléndida Arthur y George. En cuanto a Amis, leí con mucha atención Koba, el terrible y Experiencia.
[2] Curioso, porque había otras novelas más recientes. Pese a las reticencias de algunos, me parece que todos estaremos de acuerdo en que Expiación es la mejor novela con diferencia que ha escrito el autor inglés. Y no se trata sólo de la estructura; oí repetir hasta la saciedad aquello de la “caja china”. Sin duda, la forma en que está construida Expiación está muy bien pensada (y no creo que se trate, como he llegado a leer, de un asunto de mercadotecnia), pero no es lo esencial: los personajes tienen vida propia y no son unas marionetas en manos del autor.
[3] En todas partes se impone la costumbre de los escritores norteamericanos de los agradecimientos. Quizás me equivoque, pero mi memoria me dice que comenzaron los ensayistas siempre con la coda “pero la responsabilidad de los errores es enteramente mía”. Posteriormente, esta costumbre—que en Europa se arreglaba en la notas—pasó a los novelistas y ha terminado saltando el océano. Es verdad: de bien nacido es ser agradecido, pero ¿son necesarios tantos agradecimientos? En fin, yo podría agradecer al Eterno la existencia del Universo del cual soy una pequeña, pero no despreciable, parte; incluso podría remontarme al homo habilis o a otros antepasados supuestamente más nobles.
[4] Leía Mafalda una frase poco original: “El hombre es un animal de costumbres” y se preguntaba si no sería, más bien, que de costumbre el hombre es un animal... La previsibilidad de la conducta humana constituye uno de los fundamentos de los análisis de Freud, que fue capaz de reducir lo otro a lo mismo con notable éxito. Con la cantidad de veces que se casa Beard, tal vez cabría la posibilidad de haberlo enviado a un buen psicoanalista (yo apostaría por uno argentino, que tal vez hubiese leído a Cortázar) y, al menos, se nos hubiera entregado algo diferente, la infancia del rechoncho profesor. Claro que un buen psicoanalista hubiese sido malo para la novela, pues nos habría dado el final anticipadamente ahorrándonos la lectura de algunas decenas de páginas sin demasiado interés.
[5] No hablo de “relaciones normales”, pues de cerca nadie es del todo normal (con lo cual, de paso, la anormalidad se convierte en la normalidad: paradojas de la estadística).
[6] Tal se dijo, si no me equivoco, en la revista de Sartre y con el beneplácito de éste que nunca perdonó al pied noir haber escrito El hombre rebelde, pero, sobre todo, el hecho de que Camus tenía mucho más éxito con el sexo opuesto, que no era el tercero.
[7] ¡Mercado! ¿Se me ha entendido? Ley de la oferta y la demanda que en ningún caso puede decidir sobre la calidad literaria. El caso de Barrico, por ejemplo, y sobre el italiano tengo la misma opinión que Gillo Dorfles.
[8] Todo el mundo sabe que el maravilloso poeta que fue, y es, don Antonio Machado hizo algunos poemas muy mejorables; pero aquí también entra la manía editorial de publicar todo sin tener en cuenta los deseos del autor, que deberían respetarse.
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