EL FULGOR DE LA EXISTENCIA
En la anotación que antecede a la presente expresé mi intención de hablar de la última novela traducida al español de la japonesa Hiromi Kawakami, Algo que brilla como el mar, Barcelona, Acantilado, 2010. Dije allí que me había gustado, pero que no había conseguido provocarme el mismo entusiasmo que la primera novela que leí de la autora, El cielo es azul, la tierra blanca. Entre las dos media una distancia de dos años, pues el original japonés de El cielo es azul se publicó en 2001 mientras que Algo que brilla como el mar se publicó n 2003. La traducción en ambas ocasiones ha corrido ha cargo de Marina Bornas Montaña [1], que ha empleado un español pulcro—manteniendo buena parte del estilo que conocíamos de la primera novela (incluyendo como entonces algún enojoso “enarcar”). Sin embargo, Algo brilla en el mar es también una magnífica novela.
El argumento es complejo en su sencillez, pues es un viaje en el tiempo: el que va desde una infancia que se deja a las espaldas hasta el mundo de un adulto que aún no ha llegado. Kawakami se mueve como pez en el agua en esa difícil edad de tránsito, la adolescencia [2], y aunque el protagonista sea un chico—Midori Edo—, entra en lo posible que la autora haya practicado cierto canibalismo con su propia vida, con sus recuerdos. Midori vive en Tokio con su madre soltera, Aiko, una mujer un tanto desbordada por su propia vida, y con su abuela, Masako, cariñosa a la vez que distante. De vez en cuando se encuentra con Otori, su padre, que pretende hacerse presente en la vida de su hijo sin dejar de ser lo que a todas luces es: un tipo extraño. Así, mientras por una parte fluye con relativa tranquilidad la vida familiar, por otra percibimos cómo baja el torrente del cambio en la adolescencia, de los conflictos y de la búsqueda de una identidad personal que se escapa permanentemente. Hanada, su mejor amigo, jugará un papel importante, tanto o más que Mizue, la chica enamorada del protagonista. Hanada quiere descubrir a toda costa su realidad y no dudará para ello en hacer el ridículo a los ojos de los demás; pero no estará solo, porque Midori, pese a su perplejidad permanente, no lo abandona. Desde luego, no sabe por qué hace lo que hace, pero sabe por quién lo hace.
Japón—supongo—debe estar lleno de japoneses y el marco de sus experiencias—supongo—es notablemente diferente del nuestro (basta echar un vistazo a la gastronomía que se refleja en la novela). Sí, también España está llena de españoles… Lo verdaderamente hermoso la novela es que siendo extraño el contexto, la autora ha conseguido dibujar unos tipos universales. ¿No decía Tolstói “si quieres ser universal, describe tu aldea”? Kawakami no tiene necesidad de abandonar las formas educadas típicamente niponas ni ese modo de estar y ser que a nosotros nos puede parecer distante, y no tiene necesidad porque su escritura versa sobre el fondo del alma humana, con sus ambigüedades, miedos y esperanzas. La universalidad no tiene aquí que ver con las vestimentas, la técnica o las formas, sino directamente con los sentimientos. Creo que Solzhenitsyn nos dejó dicho algo así como “la línea que separa el bien y el mal pasa por el corazón de cada hombre”. Hiromi Kawakami tiene la virtud de hacer pasar por nuestro corazón sentimientos universalmente humanos encarnados en una historia tan sencilla como profunda, pues revela el fulgor de la existencia, ese algo en nosotros que brilla como la mar.
Quien se acerque a esta nueva novela e Kawakami no sólo disfrutará de una historia humana, sino además de ese estilo que me recuerda a la aparente sencillez de la pintura japonesa; también nosotros debemos aprender a mirar con otros ojos. Hay una forma fácil de decir capaz de reflejar ese fulgor que se nos escapa a cada instante, nuestra vida: ¿Dónde está la lejanía?
Esta gacetilla se llama Hojas que fueron libros, libros que fueron vidas. Tengo para mí que este título podría describir acertadamente Algo que brilla como el mar, pues Hiromi Kawakami ha llenado su novela de esas cosas que nos suceden mientras nosotros nos empeñamos hacer como si verdaderamente estuviésemos viviendo.
Shalom.
[1] He intentado conseguir una fotografía de la traductora (porque los traductores siempre tienen una parte del mérito, aunque sólo se les suela recordar por sus equivocaciones), pero su página en internet está hecha de tal forma que no he podido recortar la fotografía que allí aparece. Claro: también entra dentro de lo posible que esto se ha ya debido a mi impericia por no llamarla llanamente pura incapacidad. La finalidad de la fotografía no era otra que la de rendir un pequeño homenaje a Marina Bornas, cuyo trabajo me ha hecho disfrutar ya en dos ocasiones, por lo cual debo darle las gracias.
[2] ¿Cuáles son su límites? Afortunadamente, no soy psicólogo y ni tengo ninguna autoridad para establecer límites ni desearía hacerlo. De lo que no me cabe duda es de la existencia de una etapa en la vida de los seres humanos en la que después creemos que se decidió nuestro futuro; pero la vida no es parcelable, no es tarea para agrimensores. En mi memoria hay algunas fechas decisivas, pero ¿lo fueron? En abril de 1973 tomé una decisión de la que quizás aún vivo; pero también los años de quinto y sexto—que siempre he leído como los mejores años de mi vida—fueron determinantes, aunque ¿más que ayer? El tiempo tiene la curiosa virtud de ser un espejismo, porque siempre seremos nuestra memoria. En sexto de bachillerato uno de nuestros profesores nos planteó una pregunta a modo de experimento mental: “Imaginad que mañana os levantáis de la cama sin recordar nada, ¿quiénes seríais?”
2 comentarios:
Me leí la anterior novela e esta autora, por eso y por su impresión, intentaré leer esta también. Un saludo.
Carlos
Bueno, lo primero es agradecer los comentarios (incluyendo el de Angelus a la primera entrada de Kawakami). Creo, Carlos, que también le gustará esta nueva novela. En cuanto al comentario certero sobre la obra de Álvarez-Ossorio, ¿qué puedo decir si no es un simple "de acuerdo"? Gracias a todos.
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