¿QUÉ AUTORIDAD TIENE LA ACADEMIA?
Gris ejército esquelético
Primera entrega (porque no habrá segunda)
He salido de paseo con mi hija para ver el ambiente que se respira en las calles del Centro estos días. Bullicio, pero menos. He entrado en una iglesia, la Magdalena, con la sana intención de rezar un rato y, aprovechando el nombre del templo y visto que un sacerdote se sentaba en el confesionario (cosa poco frecuente en estos tiempos), me he acercado para obtener la absolución sacramental. La penitencia ha sido tan sencilla como hermosa: “Tenga un rato de recogimiento” me ha dicho: ¿hay algo más humano, mejor? Si Teresa de Jesús nos enseñó que rezar es pensar en Dios con amor, Wittgenstein nos dejó dicho que rezar es pensar en el sentido de la vida. Sin embargo, soy un ser complicado y busco penitencias donde sólo (con tilde, sí) debería encontrar alegrías y, por eso, he ido a una de esas cadenas comerciales que se hacen llamar librerías para adquirir al nada despreciable precio de cuarenta euros un libro formidable, de oscuras tapas azules con una gran “O” amarilla enmarcando su título: Ortografía de la lengua española, Madrid, Espasa, 2010. Venía yo usando la última Ortografía del siglo pasado con sus ciento sesenta y dos páginas amables, en papel grueso, editada también por Espasa [1]. Me encontrado con setecientas cuarenta y cinco páginas en papel delicado... eso debe explicar el precio, ¿no? Al fin y al cabo, la Academia [2] sobrevive gracias a sus publicaciones.
La proeza de la nueva Ortografía no es discutible: a moro muerto, gran lanzada, porque la ortografía del español lleva años agonizante y me temo que semejante ayuda ortopédica sea una puntilla... para que vengan otras puntillas editoriales con pingües beneficios; porque la pregunta decisiva, amén de la que encabeza este comentario, es: ¿para qué se edita una ortografía? Mientras no tengamos una respuesta inequívoca todo seguirá siendo confusión y, ya se sabe, a río revuelto, ganancia de editoriales. Recuerdo con una pizca de nostalgia (porque la lengua es uno de los dos únicos hogares que reconozco) aquellos maravillosos años en que fue se escribía fué. Algunos experimentaron una liberación con la supresión de las tildes. La Academia, como Groucho: “Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”.
Nunca escribiré truhán sin tilde porque nadie me convencerá del imposible diptongo, más cuando se nos dice “con independencia de cómo se articulen realmente en cada caso” (terrible pág. 235). Aceptaré el caso de cian e incluso el de dio, pero no el de guión. ¿Cómo me castigará la Academia? ¿Dirán que escribo mal? ¡Ya lo sé! Quizás impidan de alguna manera que los demás comentan el error de leer mis escritos; tal vez envíen a la policía lingüística para detener mi lengua... Las academias son un invento de los agrimensores, producto del afán moderno de tabular toda la realidad, de medirla, incluso de cronometrarla: siempre un metro a mano o, mejor, una taxonomía para medir hasta la barra de platino iridiano que se encontraba en París [3]. ¿Qué autoridad tiene la Academia? El día en que los alumnos españoles descubran que la Academia tiene la misma autoridad que el Vaticano, los profesores se echarán a temblar: “Yo escribo así, ¿y qué?” La función represora habrá quedado al descubierto y para estar a la altura de los tiempos la Academia volverá a recular, pero en vez de preservativos las autoridades repartirán nuevas normas ortográficas para el uso y disfrute de la propia lengua en la que nadie puede mandar: “Nosotros escribirmos. Nosotros decidimos”. Éste (sí, con tilde) podría ser un buen latiguillo para la próxima Ortografía.
He leído algunas páginas de la Ortografía (dejaré buena parte como lectura en la diaria entronización) y sus frases me han recordado un gris ejército esquelético que siempre avanza:
LA INVASIÓN DE LAS SIGLAS
(poemilla muy incompleto)
A la memoria de Pedro Salinas, quien en 1948 oí por primera vez la troquelación “siglo de siglas”.
USA, URSS, OAS, UNESCO:
ONU, ONU, ONU.
TWA, BEA, K.L.M., BOAC
¡RENFE, RENFE, RENFE!
FULASA, CARASA, RULASA,
CAMPSA, CUMPSA, KIMPSA;
FETASA, FITUSA, CARUSA,
¡RENFE, RENFE, RENFE!
¡S.O.S., S.O.S., S.O.S.,
S.O.S., S.O.S., S.O.S.!
Vosotros erais suaves formas:
INRI de procedencia venerable,
S.P.Q.R:, de nuestra nobleza heredada.
Vosotros nunca fuisteis invasión.
Hable
al ritmo de las viejas normas
mi corazón,
porque este gris ejército esquelético
siempre avanza
(PETANZA, KUTANZA, FUTRNAZA);
frenético
con férreos garfios (TRACA, TRUCA, TROCA)
me oprime,
me sofoca,
(siempre inventando, el maldito, para que yo
[rime:
ARAMA, URUMA, ALIME,
KINDO, KONDA, KUNDE).
Su gélida risa amarilla
brilla
sombría, inédita, marciana.
Quiero gritar y la palabra se me hunde
en la pesadilla
de la mañana.
Legión de monstruos que me agobia,
fríos andamiajes en tropel:
yo querría decir Madre, amores, novia;
querría decir vino, pan, queso, miel,
¡qué ansia de gritar
muero, amor, amar!
Y siempre avanza:
USA, URSS, OAS, UNESCO,
KAMPSA, KUMPSA, KIMPSA,
PETANZA, KUTANZA, FUTRANZA...
¡S.O.S., S.O.S., S.O.S.!
Oh Dios, dime
¿hasta que yo cese,
de esta balumba
que me oprime,
no descansaré?
¡Oh dulce tumba:
una cruz y un R.I.P.!
Dámaso ALONSO, Antología de nuestro monstruoso mundo. Duda y amor sobre el Ser Supremo (=Letras Hispánicas, 228), Madrid, Cátedra, 1985, págs. 173s.
Se me dirá: “Escribe usted fatal”. ¡Eso ya lo sé! No necesitan médico los sanos, sino los enfermos y por eso—porque yo sí soy un pecador—necesito una ortografía no conformista, que no se adapte al uso pedestre que hoy se hace de nuestra lengua [4]. Cosa, sin embargo, imposible porque ¿no debemos ser progresistas? Todo esto sin entrar en la ridiculez de la y griega también conocida como i griega, ahora ye. En fin, alegrémonos y gocémonos con la Nueva Ortografía Progresista en la que todas las contradicciones de la lengua han sido reconciliadas para bien y alabanza de la Academia.
[1] Todos sabemos que las editoriales intentan hacer negocio con las obras de la Academia. Nunca he hablado aquí del precio de los libros, pero da que pensar el importe de la Ortografía y que haya aparecido justamente antes de la época de los regalos, que tan poco tiene que ver con la Navidad (y no añado “cristiana”, porque ésa es la única: ¿el nacimiento de quién celebran las boticas y los grandes almacenes?). A punto estuve más arriba de usar mantecoso en vez de pingüe, porque mancha más. Un consuelo: algunos de los que supuestamente han contribuido al esclarecimiento ortográfico del nuevo siglo se sienten asombrados porque la estrella Polar está en su sitio ¡y se gastan casi un párrafo en decirlo! Otros, en cambio, han jugado ora a ocultar ora a revelar la tilde de su apellido; alguno hay incluso que ha enabezado un periódico que sólo con los años corrigió la ausencia de tilde de su cabecera. Quizás por esto un gran novelista nos dejó dicho: “Cervantes pudo escribir El Quijote porque no existía la Academia”.
[2] Así quiere llamarse ella misma; nada de Real Academia de la Lengua Española. Quizás con esto se evita la discusión en torno al “español” en la que ha tiempo terció don Rafael Sánchez Ferlosio con un artículo. Por primera vez me sentí obligado a disentir de la persona que mejor castellano ha escrito en época reciente; pero, claro, la razón debo dársela a don Rafael, porque yo sí se acepto algunas autoridades. Mi relación real con la ortografía comenzó en octubre de 1975 cuando un admirado profesor me devolvió sin nota un examen de Historia del Arte porque me faltaban cinco tildes: “Es indigno”, me dijo. Y tenía razón.
[3] Preferí siempre la definición aventurera: la diezmillonésima parte del cuadrante del meridano terrestre; pero me parecía un poco exagerado aquello de ir al Polo Norte y me imaginaba a un explorador (primero con un gorro de piel y llegado a África con un hermoso salacot) recorriendo ese cuadrante y contando pasos. Ahora tenemos una definición tan útil como la Ortografía: Un metro es la distancia que recorre la luz en el vacío durante un intervalo de 1/299.792.458 de segundo cuya ventaja indudable es la claridad. Recuérdese que la primera definición de metro es de 1791: la época moderna por excelencia, la de la guillotina.
[4] Han sido francamente graciosas las reacciones en la prensa, porque no hay día ni periódico en el que no aparezcan numerosas faltas de ortografía. De esto me habló en cierta ocasión mi hermano José Antonio: los correctores han desaparecido y hoy sale más barato enconmedarse a los progamas informáticos. La conclusión es clara: los periodistas escribieron sin faltas de ortografía mientras hubo correctores. Ahora, para nuestra desgracia, sólo quedan periodistas y, claro, faltas de ortografía.
6 comentarios:
Perro judío
Buenas tardes; quizás las academias de la lengua no sirvan para mucho, pero es un intento de homogeneizar la escritura para que sea comprensible el idioma, ¿para quién? Para todos los que comienzan a escribir en su lengua materna, para aquellos extranjeros que aprenden nuestro idioma.
Claro que sin academia se puede utilizar el lenguaje, véase el uso de los chats o los sms que lo deforman, pero es necesario reglas para la comprensión de toda una comunidad de hablantes.
Que las nuevas reglas ortográficas seanabsurdas no significan que no sea necesarias. Pienso.
Empezaré por el segundo comentario. Al final me parece que el problema es ése: homogeneización (al final, todos hablarán espanglis, lengua oficial de SMS y similares). Para los que comienzan a escribir están los buenos cuentos -pienso- y no la Academia. Cierto que las nuevas tecnologías deforman el idioma; pero la "comunidad de hablantes" se valora hoy sólo como producto mercantil y las lenguas no disputan ya sino por la cuota de mercado. Pero el mercado no define NUNCA lo valioso. Ya dijo don Antonio: "Todo necio confunde valor y precio". Al final estaré de acuerdo con usted eliminando el adjetivo que acompaña a reglas: "Que las reglas ortográficas sean absurdas no significa que no sean necesesarias". Gracias por su comentario.
¡Se me olvidaba agradecer al autor del primer comentario que no haya cometido faltas de ortografía! Le recuerdo, además, que puede pasar a recoger su cerebro en objetos perdidos.
¿Qué gana la Academia añadiendo nuevas reglas como beneficio? ¿Si cambia las normas se obtienen beneficios? No me diga que "el libro de la O" es una plusvalía pavorosa para dicha Academia. :O Nadie me había avisado... Saludos.
Lo es para una Academia que vive de las editoriales (si quisiera ser malvado, diría "de los periódicos").
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