lunes, 8 de noviembre de 2010

De nuevo Joseph Roth

MI NOMBRE ES MULTITUD
(el final para entenderlo)


            Hace unos meses leí un libro de Joseph Roth del que no tenía noticias de que estuviese en español. Se trata de Izquierda y derecha, Salamanca, Barataria, 2010. En relativamente poco tiempo lo he vuelto a leer; en concreto, ayer le dediqué buena parte de la tarde. Me parece que en la gacetilla he comentado ya algunos de los libros del hombre de Galitzia (no creo que nadie encarne mejor que Roth la tragedia de la región). Pero cada lectura de Roth es una sorpresa y, como no podía ser menos, Izquierda y derecha lo es.

            El libro se editó originalmente en 1929, en plena crisis, justo en aquel momento de la historia que ascendía por una parte el poder nazi (no ganaron las elecciones hasta 1933) y por otra se afianzaba el comunismo en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (un nombre que ya nos suena de otro mundo y que, sin embargo, está a la vuelta de la esquina). Podríamos decir que la novela de Roth es una historia de tres personajes, que no buscan autor, sino destino. He visto recortarse perfectamente el rostro del hijo del sacristán, tan magburgués él, en el fondo de algunas escenas de Izquierda y derecha. A cualquiera que quiera conocer el mundo en que fue posible que surgiese la barbarie le interesará nuestro relato, pues aunque no va de “eso”, “eso viene dado.

            Es una novela maravillosa, pues no es sólo un fresco sobre el fracaso de la República de Weimar—los empobrecidos, los que asciendes, los grandes industriales… [1]—, sino sobre todo, como he dicho, sobre personas. El arribista, Paul, que paree un pobre hombre hundido en el miedo y que nos inspira hasta ternura porque lo vemos intentar sacar la cabeza sólo para respirar. Miserable a veces, pura fachada a punto de desmoronarse a cada paso, incluso en la guerra; una persona cuyas convicciones quedarían bien retratadas como una sucesión de intereses confusos… El hermano, Theodor, cuyos escrúpulos sólo se perciben por su misma ausencia; aprendiz de brujo, de nazi y de difamador. La madre, hermosamente lejana, casi una pincelada por cuerpo, tan miedosa como Paul a quedarse sin nada; capaz, sin embargo, de amar a sus hijos y de verse sí misma como una compañía poco recomendable: “Yo no voy [a la boda de Paul], una madre pobre no luce demasiado”. Las otras mujeres, reducidas casi todas al papel de amantes complacientes; tal vez con alguna iniciativa, pero permaneciendo en el segundo plano que se les dejaba. Sólo la joven esposa de Brandeis [2], Lydia, acaba manifestando su independencia y regresa al Cisne Verde, aunque no sepamos—aquí la genialidad de Roth—si es por amor a alguien o porque las decisiones humanas difícilmente tienen explicación.

            He dejado para el final a Brandeis, el judío enriquecido, a quienes todos detestan por no ser de ninguna parte (acusación que se oiría con frecuencia en los años siguientes). Brandeis es el único que sale a la búsqueda de su destino sin esperarlo pasivamente: hasta tres vidas inicia o quizás más, como los gatos, intentado encontrar su vida. Lo grande de Roth es que sus personajes están realmente vivos: no son el decorado de una historia, sino que cambian e incluso se contradicen.

            Con sus procedimientos expresionistas [3], Roth es capaz de describir entera una sala con una sola frase: “La decoración de la sala era la obra de un sádico” (pág. 127). Analiza una sociedad con una profundidad inaudita sin necesidad de dar vueltas: “Lo cierto es que en aquellos días la moralidad del mundo dependía exclusivamente de la estabilidad de la moneda. Una verdad venerable que se había olvidado durante el largo período en que el dinero tuvo un valor incuestionable. Son las bolsas las que definen la moral social” (pág. 66). La descripción del industrial Enders es absolutamente magnífica (véase la pág. 134). Espero que me sea permitido citar algunas observaciones de Roth:

            “También pensó que vender una ficción que negaba ser una ficción era un negocio indecente” (pág. 113).
            “La institución de las salas de espera era el purgatorio del cielo capitalista” (pág. 121).
            “¿De qué hablan dos hombres cuando uno fabrica productos químicos y el otro es un arribista” (pág. 137).
            “En el mismo instante en que calculó el montante exacto de su fortuna, descubrió sus límites” (pág. 143).
            “No es mi benefactor—pensaba—. ¡Es Alemania quien le ha hecho grande!" (pág. 161, pena de ese “le”, traductor).
            “No amamos a las mujeres, amamos los mundos que representan” (pág. 177).
            “Carl Enders sólo compraba cuadros que repelieran a su razón y a sus sentidos, porque sólo así estaba seguro de estar adquiriendo una obra de arte valiosa y moderna” (pág. 186, pero ten cuidado, lector, porque esto no se dice contra el arte moderno, sino contra el gusto de los burgueses).
            “Tan sólo veinte años atrás había que tocar el piano para oír música, hoy bastaba con darle a una manivela” (pág. 191).
            “Lo decisivo es poder abandonarlo todo sin tener la sensación de estar haciendo nada extraordinario” (pág. 203).

            La última frase quizás sea una descripción ajustada de la vida de Joseph Roth; pero eso no implica que la existencia no sea dolorosa. La de Roth lo fue, y en exceso. Lo grande en él es que nos hace reflexionar no sólo sobre las circunstancias [4], sin sobre todo sobre las personas (que no son, de acuerdo con don José, sin sus circunstancias) y fue capaz de intuir con una claridad deslumbrante los problemas que acosaban y acosarían a la Modernidad. ¿No es que cada uno de nosotros una multitud? Y aquí encuentra su explicación el título: en el evangelio de Marcos hay un asombroso pasaje que nos narra la historia del endemonia de Gerasa. Nuestro Señor antes de expulsarlo para liberar al poseso, pregunta al demonio: “¿Cuál es tu nombre?” A lo que el demonio responde: “Multitud, porque somos muchos”. Con frecuencia me he preguntado si no será éste e problema básico de nuestro mundo moderno: cada uno de nosotros ya no es uno, sino muchos. Y esto lo supo narrar admirablemente el escritor al que más amo: Joseph Roth.


Shalom.

[1] No podía predecir el gran Roth lo que la mención de IG-Farben adelantaba sobre la catástrofe—Shoá—que se acercaba; pero en el curso de la novela se intuye lo que vino después como una columna de humo negro.

[2] No he podido dejar de imaginarla como la mujer de Roth, que acabó siendo ingresada en un sanatorio mental y fue víctima de las leyes eugenésicas… y no entiendo por qué las seguimos llamado así, pues el prefijo griego “eu” implica el bien y no hay nada bueno en asesinar. Sería mejor referirse a ellas como disgenésicas.

[3] Porque un buen autor, y Roth lo es, jamás se reduce a sus procedimientos y no cabe reducirlo a una clasificación. Dejemos esa tarea a los agrimensores.

[4] La mejor explicación de lo que significó la inflación en 1929 en Alemania se la escuché al gran Dámaso Alonso en el maravilloso programa de entrevistas que dirigía Joaquín Soler Serrano. Alonso había impartido algunas clases en Alemania en 1929 y le dejaron dinero a deber: millones de marcos cuyo valor era cercano a cero pesetas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me quedo con la última y la primera frase. No he leído tanto como usted a Roth pero me han entrado ganas de hacerlo. Gracias.

Lucía