sábado, 27 de noviembre de 2010

Hilde Domin

POESÍA Y EXILIO
Algún agrimensor bueno


            Ha sido publicado recientemente un nuevo libro de Antonio Pau, Hilde Domin en la poesía española, Madrid, Trotta, 2010. Del autor, registrador de la propiedad, me resultan conocidas algunas obras, especialmente las que en la misma editorial ha publicado sobre Novalis y Hölderlin, pero también me parecen importantes sus traducciones de Rilke. Ahora nos ofrece un breve recorrido por la vida de uno de los más importantes poetas alemanes el siglo XX, Hilde Domin.

            Nacida en 1909 en Colonia (Alemania) en el seno de una acomodada familia judía, su verdadero nombre era Hildegard Löwenstein [1]. Estudió en varias universidades alemanas (Colonia, Heidelberg…), pero el ascenso nazi la hizo marcharse a Italia en 1932 [2] acompañada por su novio, Erwin Walter Palm, judío como ella, que por entonces andaba estudiando arqueología. Residieron en Florencia y en Roma; por simplificar el trabajo de que les daban los agrimensores, acabaron casándose en 1936. Hilde daba clases de alemán para ganar algún dinero mientras que Erwin se dedicaba a sus investigaciones arqueológicas en las que ella era una ayuda imprescindible. En esa época no había escrito aún ningún verso. Dado que la expansión nazi seguía su curso y también a causa de las difíciles circunstancias en Italia, emigraron primero a París y más tarde a Londres; acabaron por cruzar el Atlántico, pero no pudieron entrar en ni en Argentina, ni en Brasil, ni en México ni en os Estados Unidos y acabaron recalando en el país que sí los acogió, Santo Domingo (República Dominicana). Allí consigue Erwin un trabajo estable—profesor de la Universidad de Santo Domingo—mientras que Hilde sigue dedicándose a impartir clases de alemán. Sólo en 1947 conseguirá ella ingresar como profesora en la Universidad. Para entonces, llevan ya siete años en la isla, Erwin W. Palm se ha hecho un nombre como arqueólogo (especializándose en arquitectura colonial). Durante aquellos años viajaron por Sudamérica [3], por Estados Unidos y en 1951 escribe Hilde su primer poema. Tenía entonces cuarenta y dos años. Durante los años siguientes viajará por España y aquí trabará amistad con Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso, pues el matrimonio se había interesado vivamente por los autores de la Generación del 27 e incluso habían traducido al alemán algunos poemas de Federico García Lorca. Este interés quedaría patente con la publicación de una antología de poetas españoles bajo el título de sabor celaniano Rose aus Asche (Rosa de ceniza), Munich, Piper, 1958. El traductor “oficial” fue Erwin, pero es claro que Hilde no fue una simple “colaboradora”. Dos años antes Hilde había publicado algún poema en la revista malagueña Caracola y en 1957 publica en Alemania, a la que habían regresado por primera vez después de la guerra en 1954; pero sólo será en 1959, un par de años antes de volver definitivamente, cuando se publique en Alemania el primer poemario de Hilde Domin, Nur eine Ros als Stütze (Sólo un rosa como apoyo), Frankfurt am Main, 1959 [4]. Este libro le valió un reconocimiento inmediato y a partir de ese momento Hilde Domin pudo dedicarse abiertamente a la poesía.

         En 1961 se produce el regreso definitivo a Alemania. Se instaló en una ciudad que conocía bien, Heidelberg. Se reforzará su amistad con Nelly Sachs, habrá más poemarios, más traducciones al español, lecturas poéticas, más desencuentros con su esposo, más viajes, premios y otros reconocimientos. En 1988 muere Erwin Palm y dieciocho años más tarde, el veintidós de febrero de 2006, poco antes de cumplir los noventa y siete años, muere Hilde Domin, poeta.

            Todo lo cual se puede contar así o mucho mejor, como hace Antonio Pau [5] en las ciento cincuenta páginas del libro. El título nos engaña, porque Hilde Domin en la poesía española es mucho más que eso: es un recorrido por la peripecia vital de una exiliada en la que podemos escuchar con nitidez su propia voz a través de sus textos; es la historia de sus encuentros y desencuentros con Erwin Palm, del desgarro interior que produce la ausencia del hijo—así: con artículo determinado—y de mantener las raíces en el aire. Pau va presentándonos algunos poemas y textos de la poeta, contextualizándolos en su biografía para que podamos leerlos en su propia aura, a la luz del ambiente en que fueron concebidos. Podría decir que el libro se lee con rapidez, y no mentiría, pero uno se retrasa en cada uno de los poemas, de una sencillez tan hermosa como llena de luz. Debo añadir que las traducciones españolas no están exentas de esa luminosidad por más complejo que sea verter a otro idioma un poema:
 
Wie kann ich dich auf den Armen nehmen
und über der Strom tragen
als sei ich der heilige Christopher
und es wichen die Wasser von mir?

Ich, die ich die Schwere des Abends
nicht heben kann...

¿Cómo puedo cogerte entre los brazos
y llevarte más allá de la corriente
como si fuese yo acaso un San Cristóbal
y la aguas se abrieran a mi paso?

¡Yo, que ni siquiera puedo
levantar el peso de las noches..!               (pág. 15).

            Percibimos ecos de Celan en algunos de los poemas; no hay que ver tal vez una influencia directa, sino más bien un mundo compartido, una lengua común y un destino semejante:

Ich habe niemand ins Licht gezwängt
nur Worte
Worte drehen nicht den Kopf
sie stehen auf
sofort
un gehn.

No he forzado a nadie a venir a la luz
sólo palabras
las palabras no vuelven la cabeza
se levantan
de inmediato
y se van                                       (pág. 23).

Demut ist wie ein Brunnen.
Man fällt und fällt
in der bodenlosen Schacht
und aller Trost wird
stetig teurer.

La humildad es un pozo.
Uno va cayendo, cayendo
en el hueco sin suelo
y todo consuelo resulta
cada vez más costoso                 (pág. 30).


            Shalom.

[1] Adoptó posteriormente el apellido de su marido, Palm, para acabar usando pseudónimo por el que es conocida y que es, según creo, a su hogar de acogida en el exilio, Santo Domingo.

[2] Cuando regresase, ya por la década de los cincuenta, ¿qué quedaba de la Alemania que había dejado? No sólo la barbarie nazi, sino el crudelísimo final de la guerra hirieron de muerte a muchas ciudades alemanas que nunca volvieron a ser lo que fueron. Una fotografía de Colonia en 1945:


[3] Uno no siempre recuerda lo que escribe (los años no perdonan) y tal vez repita aquí lo dicho en otro lugar; pero aún así quiero hacerlo. Con catorce años iba yo con mucha frecuencia a la casa de mi mejor amigo, Fernando. Allí su madre y sus hermanas me acogían con un cariño que siempre me complace recordar. El piso que me parecía absolutamente maravilloso con aquel sofá verde un poco deshilachado que llenaba el salón; en la salita había un espléndido retrato del padre de Fernando realizado, si la memoria no me falla, con cera. En aquellas habitaciones la luz se filtraba mágica por unas persianas bajadas con frecuencia y desde la terraza podíamos contemplar el colegio e incluso, si acertaban a pasar por la calle, dar alguna voz a uno de aquellos profesores que nos torturaban amablemente. La casa estaba llena de libros. El despacho de Fernando de Armas Medina, padre de Fernando y catedrático de la Universidad, que había fallecido prematuramente, ha sido durante muchos años un modelo que he querido reproducir. Eulalia de la Cruz, madre de mi amigo y mujer cariñosa conmigo donde las haya, había conservado aquel lugar con su flexo antiguo, sus ficheros de madera y los anaqueles llenos de libros. Una puerta con un escalón daba a una terraza trasera lo que convertía aquel despacho en un lugar inigualable. Fernando de Armas Medina había escrito un libro que sólo algunos años después pude disfrutar: La cristianización del Perú (1532 – 1600), Sevilla, Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1953. La obra está escrita en un maravilloso español, terso y exento de complicaciones. Todo esto viene al caso porque había en aquella casa dos grandes mapas: uno de América del Norte y otro de América del Sur. El segundo ha regresado a mi memoria al leer en el libro de Antonio Pau las andanzas sudamericanas de Hilde Domin.

[4] La publicación de este libro, cuenta la propia autora, está en la raíz de un malentendido, pues le parecía mal al editor que una poeta publicase su primer libro con cincuenta años. Por eso en la nota biográfica se la hace nacer en 1912. Este voluntario error se ha reproducido más tarde involuntariamente en varias ocasiones.

[5] En efecto, hay algunos agrimensores buenos:



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una mujer admirable. Me encanta la penúltima foto. Lucía

Valentín J. Ansede Alonso dijo...

Gracias, Lucía, por tu comentario. También quiero darle las gracias al amigo que ha dejado su comentario sobre Joseph Roth, escritor austríaco.