DESPUÉS DE LA MUERTE DE DIOS y 6
LA VENGANZA HEGELIANA SE SIRVE FRÍA (II)
O de cómo la debilidad puede en ocasiones ser más cruel que la fuerza
Quiero sólo hacer algunas observaciones finales al capítulo “Hermenéutica espectral” de J. D. Caputo. Hegel se toma cumplida venganza, como si de una de las Erinias se tratase, claro que Caputo parece haberlo invocado como una Euménide intentando evitar su furia: “El acontecimiento (léase: el Espíritu) es irreductible; me siento inclinado a decir que es la auténtica forma de la irreductibilidad en sí (léase: me he puesto en el ojo de Dios y lo he captado). Y lo irreductible resiste la contracción a una u otra forma finita (ninguna manifestación agota el Espíritu, que expone a la finito astutamente), busca liberarse de los recipientes finitos en los que le han depositado (acepto: ese “le” implica que hay otro sujeto): esto es lo que queremos decir cuando hablamos de acontecimiento” (pág. 84). ¿Quién recuerda las Lecciones de Filosofía de la Historia?
Hay que situar todo esto en el devenir de la filosofía en la Modernidad para comprender cómo ha quedado atrapado en las garras hegelianas. Procederé simplificando: desde Descartes han intentado algunos filósofos liberarse del engorro de la finitud de muchas y variadas formas; pero todas tienen en común que acaban rechazando la finitud real e invocan un sujeto infinito (Hegel) o una finitud abstracta (Nietzsche). La vía pascaliana ha sido escasamente explorada (quizás Kierkegaard lo intentó mediante la paradoja) porque acaba en el estupor de lo concreto indecible, lo finito real. A fin de cuentas, es el gran escándalo de la teología cristiana y una de las razones por las que la Modernidad acaba disolviéndose a sí misma: quiere secar su raíz cristiana, pero a sí se destruye a sí misma—algo que ya vio con claridad Nietzsche. ¿Cómo en lo finito real—una persona—puede encontrarse el Absoluto? ¡Necedad para los griegos! Pero hemos estado lidiando con esta admirable idea—un verdadero abismo—veinte siglos. En la Modernidad esto se tradujo en la búsqueda de una razón absoluta (matemática la más de las veces) que huía espantada ante la finitud. Quien no acepta caer en manos de una fe que hace de un acontecimiento finito el significado universal, se agarra a Hegel, un intento honesto de superación de la fe desde la fe, pero que desemboca en un Absoluto que consume todas sus figuras y, por tanto, también al Crucificado. Escándalo ante lo concreto: búsqueda permanente de un “más allá” de lo finito incluso con la sana intención de sanar lo finito (Nietzsche sin duda), pero acaba con lo finito porque hace de él un abstracto y busca en él la razón de sí mismo para convertirlo en un absoluto—un mal finito abstracto. ¿No sería más fácil reconocer que Deus definiri nequit? Ésta no es la posición del final de Tractatus: Wovon man nicht sprechen kann, darüber muß man schweigen (“de lo que no se puede hablar, mejor es callarse”). Claro que el vienés no pudo resistir el silencio, porque la escalera wittgensteiniana acaba tirada, pero no por eso es inexistente. El escándalo de una razón que supera la razón matemática (también venganza hegeliana), porque, claro, si “Dios no se revela en el mundo” (Gott offenbart sich nicht in der Welt), ¿qué es el mundo? Ni siquiera es ya lo finito, sino sólo lo matematizable. Heidegger vio bien qué significa esto como muchos en su época; la posición de Horkheimer me parece, con todo, más aceptable pues aunque no renuncia a pensar se sabe abocada a lo inexpresable permanentemente. Adorno tenía razón en su comentario del dictum wittgensteiniano.
El acontecimiento del que nos habla Caputo me parece un disfraz del Espíritu hegeliano. Y digo “disfraz” a sabiendas: “Artificio que se usa para desfigurar algo con el fin de que no sea conocido”. En vez de encaminarse a la finitud real, busca detrás de ella un algo reductible a lo irreductible. La posición kafkiana es más honesta: descubrirse y maravillarse ante la finitud real. Por eso todo lo que Caputo dice después no pasa de un chismorreo abstracto. No negaré que lo ha intentado—y hacerlo merece la pena sabiendo que estamos condenados a empezar de otra forma una y otra vez sin que nada se repita (dicho esto expresamente contra el de Röcken). Y contra Caputo diré que no se pueden usar “la oración y las lágrimas” para argumentar a favor de la propia posición: sencillamente, no es honesto. Las últimas páginas del artículo no demuestran sino que luchar contra Hegel—al menos de la manera que ahí se hace—es darle permanentemente la razón, pues la supuesta debilidad (abstracta) acaba derrotando a la fuerza convirtiéndose, ¡oh, dialéctica!, en la fuerza. A Hegel no se le puede querer ganar, porque se venga.
Shalom.
Shalom.
1 comentario:
Debería tenerse presente la interpretación que Heidegger hace de Nietzsche (al menos para el caso de una ontología débil).
G.J.
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