LA POESÍA MÁS ALLÁ DE LA POLÉMICA
(premios)
Quien haya cometido el error de leer
esta gacetilla con anterioridad sabe que desde hace años sigo con interés el
Premio Adonáis de Poesía y que le he dedicado más de una entrada. En algunos
casos he preferido el accésit al premio; en otros ninguna de las propuestas me
ha convencido; pero en otros, y son muchos, las elecciones me han hecho
descubrir a jóvenes poetas. Yo también hubiese querido ser Premio Adonáis o,
cuanto menos, Suscriptor de Honor.
El Premio Adonáis 2013 ha recaído
sobre Joaquín Moreno Pedrosa por Largo
viaje, Madrid, Rialp, 2014. El jurado estuvo
compuesto por nombres que nosólo me son familiares, sino sobre todo por poetas
a los que admiro: Eloy Sánchez Rosillo,
Carmelo Guillén Acosta, Julio Martínez Mesanza, Joaquín Benito de Lucas y el jerezano Enrique García-Máiquez. Estos nombres
deberían ser suficientes como para no dudar de la calidad del último Adonáis:
se trata de autores cuyo criterio yo no me atrevería a poner en duda.
Joaquín Moreno Pedrosa nació en la
insólita ciudad que se mira el ombligo y se complace en su suciedad allá por el
año 1979. Por entonces las arterias de la ciudad estaban abiertas buscando un
futuro que sólo llegó de forma parca varias décadas más tarde. Nuestro poeta
tiene, por tanto, treinta y cinco años: no es joven, pero aún no ha llegado a
la madurez. Había publicado anteriormente Desde
otro tiempo y participó activamente en el grupo poético Númenor, nombre de
resonancias un tanto tolkienianas y excéntricas. Que yo sepa, la revista
Númenor ha dejado de publicarse y el grupo, si puede decirse así, se ha
desvanecido en los humos del tiempo y las disputas. De aquel grupo formaron
parte Ángel Custodio, Iván García Jiménez, Javier Parilla y otros. Con ese
grupo, no es casualidad, estuvo relacionado Enrique García-Máiquez. Algunos de
los miembros habían conseguido accésits del premio, pero ninguno lo había
ganado. Y se ha levantado la tolvanera de la polémica.
Tuve conocimiento de la pequeña
polémica por la gacetilla de García-Máiquez, pues se encuentra entre las que
recomiendo. De ahí pasé a leer lo que el trece de diciembre había escrito Javier Sánchez Menéndez, creador de La Isla de Siltolá. Tanto el premiado
este año como éste debieron pertenecer otrora al Opus Dei (el grupo Númenor nació, de hecho, en un colegio de esa
institución), al menos es lo que me parece deducir de toda la polémica. Puede
ser que la rabieta de Javier Sánchez se reduzca al Ὄμφακές εἰσιν, que dijo la zorra, y que a mí
me hicieron traducir allá por quinto de bachillerato. Como los acertijos van en
latín—lengua nada despreciable—y no en griego, traduciré: están verdes o, recordando a Jeremías,
son agraces. Y es posible que el
Premio Adonáis se haya convertido en agraz… para quien no lo recibe. Olvidan
algunos que las jaculatorias pueden ser hasta placenteras, por si se desea
jugar con la lengua de Virgilio. Sé
que son legión los críticos con los premios literarios; pero me parece que esas
reticencias les duran hasta el momento de recibirlos. Las palabras del creador
de La Isla de Siltolá son
profundamente injustas: Pero no se trata solo del Adonáis, donde para
ganar debes llevar un libro mediocre y decir en latín unas jaculatorias,
aquellos premios a los que acude Chus Visor de la mano de García Montero
también perdieron la ética hace muchos años. Y así todos los galardones. Pues
quien mete en el mismo saco a todo, no ha metido a nadie. Falta un poco de
agudeza, pero son las razones por las que se prefiere la frase al sentido.
Hace poco escuché a un poeta (cosa
que él no hizo conmigo, pues sólo me oyó y pensaba en la respuesta mientras oía
mis palabras) una feroz crítica a todos los premios poéticos en la presentación
de su poemario (una antología) en la que nos quiso hace creer cosas increíbles,
pero poéticamente hermosas: nadie prevé lo que escribirá veinticinco años más
tarde, salvo los estériles que giran en torno a una letra. Al leer “ganar el Adonáis, ahora, es un desprestigio. Ya saben los jóvenes, los
nuevos poetas. O aprenden latín y se mortifican en las malas artes o se joden
(con perdón)” he sentido una leve incomodidad (no sólo, conste, por ese uso
enfáticamente afectado del verbo joder,
que en castellano significa tanto dar placer como fastidiar, y por lo que no
veo ninguna razón para disculparse). Antonio
Gala, al que no admiro como poeta, respondió sabiamente en cierta ocasión a
un entrevistador descerebrado: ¿pero qué
tiene que ver el culo con la pluma? Javier Sánchez no es La Fiera Literaria que, al menos, hacía
largas y suculentas críticas. Lo asombroso es que las palabras salieran de sus
dedos (no sé si de la pluma o del procesador de textos) antes de haber leído el
poemario. Esto, sencillamente, las descalifica.
Una polémica
pequeña, quizás provinciana, y agraz. Entra dentro de lo posible que estas agraces las comieran los padres hace
muchos años y ahora los hijos tengan dentera; pero me parece más probable que
la dentera la padezca quien en otro tiempo tomó agraces. Admito, sin embargo,
que no soy nadie para entrar en esta discusión, pero mi ojo aún no ha sido
cegado por Odiseo. Nadie tiene la costumbre de observar y haciéndolo como
habitúa se ha sentido incómodo, pues los ajustes de cuentas—con el propio
pasado sobre todo—suelen ser parciales y, por tanto, injustos. No obstante,
admitiré sin reservas que disfruto un poco, aunque no como para renunciar al
huisqui, con estas polémicas cuyo interés mueve el corazón de las multitudes…
Pero aún no he hablado del poemario y ¿en qué cabeza cabe tal desliz?
Joaquín
Pedrosa ha escrito un poemario que cabría calificar, tanto por la temática como
por la métrica, de clásico. En endecasílabos o alejandrinos canta a la amistad,
a la infancia, al paso atroz del tiempo, al amor que no llegó a ser y al que se
fue…
Te llamo, demasiado tarde ahora.
No te toqué jamás, y nadie sabe
qué tesoros por eso se han perdido.
Para mis labios secos ya no queda
ni un poco de ese otoño menta y ámbar.
Y sólo rezo por que no te encuentres
maldita tú también, como si hubiéramos
ofendido a algún dios, roto un precepto
en el templo vacío donde jugamos juntos.
Temas
universales, pero no abstractos, que nos alcanzan con una extraña cercanía. Es
un poemario inteligible y en el que se notan los más de diez años que ha
empleado en realizarlo, porque Largo
viaje no es una obra juvenil, sino que en él se adensan las experiencias
personales, acumuladas, y chocan todas con el paso del tiempo:
Nublado
Con las nubes, la tarde se hace más solitaria.
A su luz vez los días, cómo crecen las horas
grises, sin horizonte. A algún sitio que ignorar
se marchan, con el viento. Que sea extraordinaria
la tierra donde lluevan, que den fruto logrado.
Pero también escuchas un canalón, que todo
tu miedo guarda intacto. Allí sueña, en el lodo,
la lluvia de otro tiempo, sobre un patio olvidado.
El autor ha procedido usando fundamentalmente endecasílabos (y algunos alejandrinos blancos) y ha
construido un poemario bien equilibrado. Dividido en tres mitades, late en los versos una corriente profunda que
cuestiona y busca el sentido de lo vivido, capaz de abrirse felizmente a la
transcendencia:
Invocación de abril
Háblame así, tan cerca de las cosas
que yo pueda escucharte y volver pronto.
Enciende un fuego azul de jacarandas
sobre mi calle, dame cuatro amigos
para brindar con ellos por el mundo
y su lento naufragio. Que la vida
me devuelva a esas calles que llevaban
a una mujer y en otoño a la ciudad.
No quiero ser una raíz dormida
mientras cae la lluvia. Di mi nombre
y llévame otra vez cerca de todo.
Debido a la
polémica, tentado está uno de decir alguna tontería para terminar la reseña. Lo
mejor es, sin duda, que cada cual lea el poemario y saque sus conclusiones. Yo
lo he leído. Y me ha gustado, ¿no es eso suficiente?
Shalom.
3 comentarios:
Estos poetas... tantas veces dados a polémicas, más que en cualquier otro género literario. ¿Por qué? Quizás su engreimiento esté en el germen de las disputas. También es verdad que añade pimienta al cotarro literario, pero... ¿alguien, aparte de Vd. claro, se hace eco de sus peleas de patio de colegio?
Buenos días.
El poeta que ilustra la foto no es Joaquín Moreno sino Jesús Beades. Y la revista Númenor no se ha disuelto, se ha ralentizado.
Un saludo,
Rocío Arana.
Otra más del Opus! Creo recordar que ya fuiste varias veces accesit... GORDA
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