CON PRISAS Y DISCULPAS
¿Debo pedir disculpas? Curiosamente,
ese dis- significa negación, pero eso
implicaría que tengo culpas que negar y, desde luego, las encuentro en mí, pues
no soy de ésos—admirables seres cargados de una brutal inocencia—que no se
arrepiente de nada: cuando me doy un cabezazo contra el muro, retrocedo, pero
no para volver a arremeter, sino, más culpablemente, para cambiar la dirección
de mis pasos. Por lo tanto, debo disculparme con dos corresponsales—una
italiana y otro argentino—a los que no he respondido, maguer es cierto que no
podía contestar cabalmente a sus preguntas. Espero que mis disculpas sirvan de
algo para alguien.
Tendría que hablar de muchos libros,
porque llevo mucho tiempo sin visitar mi gacetilla. Este abandono es
involuntario, pues otras urgencias me han entretenido y me entretienen aún
regalándome un poco de felicidad y algunas buenas dosis de angustia. ¿Por dónde
comenzar? Por las librerías: en la Muy Leal Ciudad ha abierto una nueva
librería, Birlibirloque, que lleva con mano certera Almoraima. Sita en la
calle Cervantes, 12, han tratado los propietarios de crear un espacio
agradable, una librería con fondo y en la que no se encuentran las novedades al
uso. Además, han organizado en la librería diferentes encuentros con escritores,
lecturas compartidas y otras actividades que hacen de Birlibirloque algo
excepcional en la ciudad. Fui a la presentación del último libro de Andrés Neuman, No sé por qué y Patio de Locos, Valencia, Pre-Textos, 2013. Fue un
rato agradable en el que Braulio Ortiz
Poole, que ejerció de presentador de la novedad editorial, desgranó algunas
de las ideas del libro, amén de caer rendido a los pies de Neuman, un libro que
se quiere poesía y es, sin embargo, prosa hecha trocitos. Se trata, en realidad,
de dos obras o, como se dijo en el acto, de la cara A y B de un vinilo: la
primera es en cierto sentido más personal, pero también más liviana (y menos
poética, todo debe ser dicho). En la segunda, Neuman nos lleva de la mano por
un patio de locos; bueno, más bien quien nos conduce es el narrador, un personaje
más en una obra coral y, a mi humilde entender, más cercana al cuento que a la
poesía. Ha prescindido el autor de los signos de puntuación (menos de las
exclamaciones e interrogaciones, lo cual parece mostrar la insuficiencia en el
manejo del recurso), algo que hace la lectura más compleja y entretenida. Debo
subrayar que el autor leyó algunas páginas con indudable maestría (algo no tan
común) y con grandes dosis de simpatía. También debo admitir que, pese a no
entusiasmarme, No sé por qué y Patio de Locos
me han dado algún momento de dicha. Deseo
la mejor andadura a Birlibirloque, pues en estos tiempos de penuria sus dueños
han tenido el coraje de apostar por la cultura en una ciudad como ésta. No es
poco. Dos botones de muestra del libro:
No sé por qué miro
más a los pájaros
cuando apenas
caminan
que cuando
levantan el vuelo
bajo este sol de
trapo los árboles declaran
un pájaro
terrestre
es un hermano
casi
20
cuando duermo no
sé si estoy durmiendo
se angustia el
loco rubio
¿a ti también te
pasa?
yo en cambio dice
el loco de la muleta rota
yo nunca estoy
seguro de cuándo me despierto
el celador no para
de roncar
al fondo de la
noche en la tiniebla
se escucha
¡escarabajo!
Han caído en mis manos otros libros
de poesía y, aunque no tengo tiempo para hablar de ellos con largueza; aunque
de poéticas diferentes, cada uno me ha emocionado por diferentes motivos.
Empezaré por la ganadora del XIII Premio de Poesía Joven “Antonio Carvajal”, Laura Casielles, Los idiomas comunes, Madrid, Hiperión, 2010. No citaré el poema que
más me ha gustado—dejo la adivinanza a quien lo lea—, sino otro también muy
hermoso, lleno de ritmo y con una verso final espléndido:
MODO DE EMPLEO
Estuve al borde
del cinismo.
Afilé mis
palabras,
cultivé alusiones,
desgrané
tristezas.
Casi pensé
que era importante
un gesto impenetrable
y hacer como si el
dolor fuera asunto de risa.
Pero no.
Hay que
acariciarse los ojos.
También nosotros
necesitamos amor para ser valientes.
Anteriormente, Casielles había
publicado Soldado que huye (por
cierto: la muy amable Almoraima está buscándolo, cosa que le agradezco), y
espero que a no mucho tardar la asturiana nos deje más muestras de su talento
poético. Merece la pena leerla.
Precisamente en Birlibirloque
encontré el poemario de Rosa Romojaro,
Poemas de Teresa Hassler (Fragmentos y
ceniza), Madrid, Hiperión, 2006, que fue ganador del XII Premio Jaén de
Poesía. Libro hermoso y lleno de nostalgia, capaz de enternecernos con algunos
de sus versos haciéndonos compartir esa tristeza del tiempo, que nos arrastra.
Volvemos la vista atrás unos instantes para ser tocados por los recuerdos de
nuestra juventud: están ahí, cercanos e inalcanzables como las estrellas:
VIAJE DEL AMIGO
Que la tarde no
acabe,
que la luz
permanezca
hasta que tú
regreses.
Que no lleguen las
sombras
y traigan el
momento
en que sueles
volver.
No sea que el
corazón,
acostumbrado
a latir con el
tuyo en silencio,
abandone mi pecho
para ir a buscarte.
En otra ocasión, si el tiempo lo
permite, hablaré de otros tres hermosos poemarios. El primero lo compré porque
el título reproducía un verso de Wordsworth,
que también dio título a un maravilloso libro de C. S. Lewis. Me refiero la obra de Ángel Rupérez, Sorprendido
por la alegría, Madrid, Bartleby Editores, 2013. No me resisto, lo siento:
PLACE DE VOSGUES
(años después)
Imaginemos un
interior sereno como el de las casas
que bajo la lluvia
aluden a cadencias musicales,
con la exactitud
de las notas y la vaguedad de las cosas.
Place de Vosgues,
París, muchos años después.
Alguien escribe y
en la terraza el sol rehace
lo inalcanzable
mientras las ensoñaciones triunfan,
la bebida dura exageradamente
y nada se agota.
¿Por qué escribe?
Necesita ser palabras
que se acercan a
lo que no comprende y descubrir
con ellas la
plenitud que acaricia desde joven,
la inmaterialidad
del tiempo, apresado en las cadencias
parsimoniosas de
la luz del sol, esparcida como un diamante
en las chapas de
las mesas y disuelta como caramelo
en los labios que
sorben con asombro la cerveza
antes de decretar
el fin del tiempo, la nueva eternidad.
Ha vuelto para
estar cerca de ese acto soñado
en el que ese
hombre siente y piensa la plenitud
y alza su
existencia y sus palabras se cargan
con la verdad de
siglos y has el sol las saluda
con entusiasmo al
enhebrar en sus hojas sus reflejos.
Su cima se
aproxima al resplandor que en el día de hoy
atraviesa los
haces de lluvia y es digno de ella su trabajo
y su sueño es
recompensa y también premio.
Al cabo de los
años ha vuelto a la plaza para eso.
Quería saber si
persistía el tesón, la lámpara, la fe,
el hombre
solitario cuyo afán reconozco en la luz
que proyecta su
alma sobre el ama que busco en esta plaza.
El Sol en las arcadas de la plaza,
la vivienda del novelista y la arena, llena de piedras en mitad de todo
mientras los niños corren hacia el infinito verde de las praderas: en pie el recuerdo de lo que nos
hizo, que no volverá sino en lo que hoy somos. Place des Vosgues.
Y ahora debería hablar de los otros
dos poemarios, pero no lo haré. Quedo una vez más en deuda. Otras cosas cayeron
en mis manos. Sí, claro: leí la última novela del incomparable Álvaro Pombo, Quédate con nosotros, Señor, porque atardece, Barcelona, Destino,
2013. Planeta ha dejado clara una cosa: no estaba dispuesta a editar en buen
papel y nos ha ofrecido uno desagradable al tacto, rasposo y tacaño, un ápice
miserable. Ahora que estamos en retroceso los compradores de libros y algunos
sedicentes lectores prefieren el pseudolibro electrónico, Planeta nos hace el
favor de darnos papel de ínfima calidad; eso sí, certificado como ecológico. Lo
importante: Pombo recupera el pulso después del Nadal, hermoso premio, y
escribe cada vez más oralmente; supongo que dicta, y se nota. No me ha parecido
una de sus grandes novelas, pero se lee con interés, aunque la ambientación del
monasterio no me está demasiado conseguida. Tiene el santanderino el mérito de
hablar de asuntos serios, que no aburridos, en un mundo cada vez más
acostumbrado a discursos febles. Cayó en mis manos hace unos meses la novela de
Joseph Roth, Los cien días, Madrid, Pasos Perdidos, 2012, que casi no es Roth.
Dividida en dos partes, me parece una novela fallida si se la compara con otras
del mismo autor: el expresionismo cede su lugar a lo histórico y este hecho me
produjo una pequeña zozobra de la que aún no me he recuperado. Irène Némirovsky, El malentendido, Barcelona, Salamandra, 2013, es una novela con los
temas característicos de la autora francesa; la leí casi de un tirón—es breve—y
con placer porque Némirovsky tiene una capacidad de observación muy minuciosa y
en los gestos, los objetos e incluso en la naturaleza nos ofrece una
caracterización asombrosa de los personajes.
Y también he leído otras cosas:
arte, teología, estética… Sólo quiero mencionar, para terminar, la obra de Leonid A. Uspenski, Teología del icono, Salamanca, Sígueme,
2013, que hace un recorrido reposado por el significado de la iconología para
la Ortodoxia mostrándonos a la vez que mucha de la estética producida en los
dos últimos siglos, Balthasar lo
sabía, no es sino teología secularizada. Hay algo en la belleza que es puro
reflejo de Dios. Merece la pena dedicarla unas horas.
Y ahora sí: debo pedir disculpas por
lo escrito que no hace honor a la calidad de los autores. Leed a los poetas,
porque os harán mejores y, por favor, disculpad la pobreza de mi discurso.
Shalom.
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