lunes, 22 de octubre de 2012

Patrick Modiano y Pascal Quignard


DOS FRANCESES
Dos mundos: espacio y tiempo


Salgo del puerto de una complicada sinusitis con temor y temblor, porque los dolores de cabeza han sido tumbativos [1], insoportables los de los ojos,  y sus tambores de guerra resuenan aún en éstos y en aquella. No sabía si escribir ya, porque siempre que me he puesto enfermo leyendo algún libro, he acabado por cogerle manía; la primera vez me sucedió con la obra de Ramón J. Sender, En la vida de Ignacio Morell, que fue Premio Planeta, y de la que sólo alcanzo a recordar una escena de marionetas. Los ecos desaconsejan aventurarse hacia las tierras de escritura, porque no sólo se hará un poco a regañadientes, sino, sobre todo, mal y con poco provecho propio, pues los días de nublos empañan la necesaria capacidad crítica. Sin embargo, aunque estoy en puerto, hay una diferencia fundamental: me encuentro frente a la mar, estoy en la bocana con la proa a punto de salir del puerto. Las otras veces fue al revés, así que el riesgo, supongo, es menor.



He hablado de estos dos autores en otro momento, y de los dos lo hice desde la admiración. Hace poco he leído los libros de los que hoy quiero hablar: Patrick Modiano, Barrio perdido, Barcelona, Cabaret Voltaire, 2012 (traducción fantástica de Adoración Elvira Rodríguez); Pascal Quignard, Las solidaridades misteriosas, Barcelona, Galaxia de Gutenberg-Círculo de Lectores, 2012 (traducción de Ignacio Vidal-Folch). Del primero tengo pendiente la lectura de Flores de ruina y Perro de primavera, que se han editado en un solo volumen, pero ya me he referido a la mala suerte, que me ha enviado una sinusitis y, claro, no quiero arriesgarme a tomar manía a un autor que se cuenta entre mis predilectos.






Barrio perdido expresa los temas, modelos y modos de escritura de Modiano; es una anticipación de lo que vendrá después, pues la obra francesa se editó en 1984, pero también una reiteración, porque para entonces Modiano ya había publicado Villa triste, Los bulevares periféricos… En todos los casos nos encontramos, me parece, con personajes que se han quedado al margen de la historia y que, si han entrado otra vez en ella, ha sido al precio de cambiar su identidad como en el caso de Ambrose Guise, protagonista de Barrio perdido si es que acaso nos es permitido hablar de un protagonista al margen de París, pues Modiano hace de la Ciudad de la Luz el centro y eje de la novela de modo que podemos usar la obra casi como un libro guía. Quien conozca bien París no tendrá dificultad en reconocer la mayoría de los lugares e incluso podrá verse paseando por ellos: por la Place de l’Alma, el Palais de Tokyo, la Av. Rodin, el Carrusel… Pero este mapa no es pura geografía, sino más bien temporalidad, pues el París que recorre Guise es el fantasmal recuerdo de Dekker: se busca en la geografía lo que fue, la juventud perdida, si se prefiere decir así; la identidad a la que se renunció por un turbión nunca aclarado que hiere la memoria feble incapaz de poner orden en lo que fue. Podría decirse que ahora vemos lo que fue como a través de un cristal empañado y tal vez por fidelidad a eso el autor se niega a reconstruir al milímetro el ayer. Ahí están los nombres, las sombras que sobreviven malviviendo en un tiempo que no les pertenece. ¿Quién es en realidad Guisa? ¿Acaso es Dekker? La identidad perdida, ese dar vueltas característico de Modiano, enjaulado en una nostalgia creativa, aparece en cada rincón de la novela, porque no sólo es el protagonista, sino todos los que le acompañan desde el pasado, pues el presente—que tantas veces hacemos el momento decisivo—se desdibuja con la precisión de un rostro en el vaho de un cristal a través del cual podemos contemplar el desconsuelo de lo que fuimos, pues, escribe Modiano, si bien es cierto que la felicidad estuvo en la punta de los dedos, en aquella esquina en la que esperamos a nuestra amada, también es verdad que desapareció en la corriente del tiempo, gran escultor que todo lo borra para volver a tallar lo efímero. Barrio perdido es, sin duda, más de lo mismo; pero es Modiano y merece la pena adentrarse en sus doscientas páginas [2] no sólo porque la novela se lee con placer y de un tirón, sino porque la extrañeza con que el francés se sitúa ante el tiempo esconde una pregunta para cada uno de nosotros.






Debo decir que la segunda novela, Las solidaridades misteriosas, me ha parecido magistral salvo, es evidente, por la portada de la edición española que era todo menos una invitación a leerla. Una vez concluida la novela este pensamiento se afianzó. Debo decir también, si se me permite, que la traducción es correcta, pero que se han colado algunas incongruencias [3]. Si Barrio perdido nos sitúa en el ámbito del tiempo, Las solidaridades misteriosas lo hace en el del espacio, pues Quignard—en una línea que recuerda sin duda a Michon, a Duras y a otros autores franceses—nos hace ver que el espacio es también un gran escultor y que, pese a las apariencias, es capaz de esculpir el tiempo e incluso de suspenderlo. Los protagonistas, por decirlo así, se hacen en el espacio en que habitan: Claire, la traductora, es una con el paisaje salvaje de las costas normadas hasta tal punto de fundirse poéticamente con él, pues de manera magistral Quignard nos ofrece descripciones del paisaje que en realidad lo son de los personajes. Con un aliento poético maravilloso—la primera descripción de Claire, por ejemplo—y una escritura tallada con una frialdad no carente de espíritu, el autor nos lleva a ninguna parte, porque el tiempo es algo que ha sido suspendido. Cierto que aparece el mundo como tiempo en la crisis económica, en los personajes que llegan de París o acaban en el hospital, pero ese tiempo es sólo el escenario donde trascurre el espacio, si se me permite hablar así. El título refleja a la perfección esto: las personas estamos hechas de espacio, allí donde habitan nuestros recuerdos, pues éste es lo permanente. Claire es capaz de regresar a su infancia—a su amor imposible, al piano, a su hermano—merced al espacio que la constituye. La novela contiene—no como reflexión teórica, sino habitando el espacio que construye—una profunda reflexión teológica, yo diría que de honda raíz cristiana. Quizás sea una teología nostálgica. No me refiero sólo a la relación de Paul, el hermano de Claire, con Jean, sacerdote—una relación abordada con exquisita delicadeza y comprensión merecedora de mi sincera admiración—, sino sobre todo a esa búsqueda de una lugar sagrado, el espacio donde pueda irrumpir el sentido; a veces asoma en la capilla abandonada, a veces en la soledad de la landa o en el color de la mar, presente y esquiva. Así, el modo de Quignard de situarse ante el espacio esconde también una pregunta para cada uno de nosotros.



Reconozco que la novela de Quignard, cuya estructura descoyuntada la hace aún más interesante, me atrapó con mayor intensidad y emoción que la de Modiano. Tal vez es mi mundo. Sin embargo, cualquiera que se acerque a una de estas novelas, mejor a las dos, no sólo sentirá la emoción física de la lectura, sino que aprenderá, pues tiempo y espacio no son sino las preguntas en las que habitamos.

J'ai fait un lapsus en disant « ce soir, je vais voir Patrick Modiano » au lieu de Pascal Quignard... Existe-t-il un pont entre Modiano et Quignard ?



Peut-être que moi et Modiano avons en commun l'art de la paix ou l'ombre d'une guerre avec cette ville du Havre détruite par la Seconde Guerre mondiale puis reconstruite.



Como esto no ha salido bien, no olviden culpar a mi sinusitis; pero ella ¿es yo?

Shalom.

[1] Palabra (no es ningún palabro) construida sobre el modelo de turbativo. Me parece magnífica y se la escuché por primera vez hace muchos años al padre Antonio García del Moral.

[2] Alguien algún día tendrá a bien explicarme el precio de los libros. Cierto que el papel que se ha usado para Barrio perdido es bueno, pero eso no basta para entender el precio del libro. El mismo librero tuvo a bien vendérmelo me hizo notar el asunto, porque él tampoco comprendía. En fin, la soledad acompañada es menos soledad.

[3] Como esa mesita de hierro tratada como un objeto volante no identificado pues se encuentra posada. Quizás el original francés use el verbo poser, pero ¿no hubiese sido menos chocante traducir sencillamente por “situada”?

8 comentarios:

Anónimo dijo...

don valentìn me podría decir usted algún libro de historia de los cuales me estoy interesando
gracias

Anónimo dijo...

Muchas gracias por su recomendación de la novela de Quignard.

Valentín J. Ansede Alonso dijo...

Gracias por los comentarios. En cuanto al primer anónimo, no sé quién es usted. Si se pusiera en contacto conmigo por otro medio y me diese alguna pista sobre sus intereses históricos, tal vez desde mi torpeza podría sugerirle alguna lectura.

Rafael Daza dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Rafael Daza dijo...

Gracias por la gran explicacion que me ha dado hoy soy la inquisición, cada dia me sorprendes más. Creo que tendre mucho porvenir con una persona que todo lo que deroche sea inteligencia, ya que no hay pregunta que no sepa responder.Y previo a la pregunta de la palbra "suburbia" la he escuchado en esta cancion: https://www.youtube.com/watch?v=W04Jxad8Tiw

Anónimo dijo...

Soy una persona que gracias a usted y sus entradas se ha interesado por la lectura, lo que siempre para mi a sido un puñado de hojas repelente, no sea usted tan modesto ya que usted vale todo lo que sabe y sobre mi interés histórico es posiblemente el militar sobre todo es la parte asiática.

Anónimo dijo...

Ademas nos veremos el viernes a primera hora

Anónimo dijo...

Ha sido leer la entrada y angustiarme soberanamente por tener que esperar el tiempo que dista desde este momento hasta la lectura de las novelas; espero que no me fallen, confío en su criterio. Gracias.