jueves, 13 de enero de 2011

José Jiménez Lozano

DE VERSOS Y RELOJES QUE VUELAN COMO EL TIEMPO



            No sé exactamente cuántas, pero seguro que más de dos veces he hablado en esta gacetilla del escritor abulense José Jiménez Lozano. Y no debería hacerlo, porque cuando me entretengo en él abandono otro proyectos: quiero dedicar algún espacio, como dije, al segundo número de la revista Concilium, que aborda expresamente el tema de Dios—una verdadera novedad en una revista de teología para los tiempos que corren y dado que los teólogos de hoy son (no me atrevo a emplear la primera persona del plural), básicamente, malos moralistas—, porque hay un artículo, Dios, una emoción humana convincente (si no me falla la memoria, que me fallará) cuyo contenido es, sobre todo, gracioso. Pero he aquí que el entrañable octogenario bajito de Ávila, que nos mira detrás de los cristales de sus gafas redondas y doradas, se ha vuelto a cruzar en mi camino: va y escribe un interesante nuevo libro de poesía. Me refiero a La estación que gusta al cuco, Valencia, Pre-Textos, 2010 [1]. No protestaré, porque, amén de la simpatía casi incondicional que le profeso al autor, me ha vuelto a gustar, aunque don José tiene poéticamente algunos altibajos. Hay un buen número de hallazgos maravillosos en las imágenes que crea—pasadas, sin duda, por una razón ora pascaliana ora espinosiana como quería el autor francés del Sistema de las Bellas Artes (que tal vez alguna editorial generosa pudiera ofrecernos en castellano).

            El título del libro—lo dice el autor—se debe a un maravilloso verso del poeta Thomas Hardy que hablando de la primavera dice:
 
This is the wheater the cockoo like.
And so do I.

(Esta es la estación que gusta al cuco.
Y a mí).

            Bajo esta luminosa sombra, José Jiménez Lozano nos entrega un amplio ramillete de poemas cuyo nexo de unión es la transparencia de la naturaleza capaz de significar precisamente porque se nos entrega a los sentidos. Sin duda lo que se ve, como diría el castizo, es lo que se ve, pero hay formas de mirar. Una de ella, la más propiamente estética, es la contemplación, que se encuentra en los antípodas de la actitud del agrimensor, empeñado en captar con un micrófono el sonido del cuco para descomponerlo en ondas medibles matemáticamente [2]. La contemplación no busca nada detrás de las cosas, sino que va, y perdón por la forma husserliana de expresarme, al corazón de las cosas mismas, porque las cosas, tan simples, siempre son algo más: hay en el mundo un exceso que nos supera, un abismo ante el que debemos descubrirnos. José Jiménez Lozano sabe mirar:

PREGUNTA

Seres tan pobrecillos,
vidas tan rotas, derramadas,
¿de dónde sacabais la alegría
que me disteis? [3]

            Algunos de los poemas no están exentos de un fino humor, que hace brotar una sonrisa de ternura en nuestros labios:


DE RE PUBBLICA

Democrática plebe de gorriones,
cuervos y estorninos senadores,
oligarquía de pavos reales, loros cortesanos,
cucos exilados, ruiseñores en jaula.
El Gran Gallo sobre un montón de estiércol
pregona en la mañana sus mandatos.
¿Pajarería, república, acaso monarquía?
Palabrería solamente. “Los quiero
a la cazuela o fritos”, dijo el zorro;
y hubo un minuto de silencio,
totalmente apolítico.

            Humor que, en ocasiones, nace también de la capacidad de contemplarse, de referencias maduradas con el tiempo:

REVELACIÓN

Sol vencido te regala,
en la tarde de otoño,
el poder y la gloria.
Mira tu alargada sombra:
nunca serás más grande.

            En ocasiones la observación atinada de las realidades otrora cotidianas se transfigura en acerada crítica de nuestra sociedad (porque, a ver, ¿quién de entre nosotros está familiarizado con los corrales?):

CORRAL PERFECTO

La pobre gallina enferma
es picoteada hasta la muerte,
por el corral entero, sano.
Política científica, corral perfecto.

            Podría seguir citando versos, pero me temo que entonces la editorial podría emprender acciones legales contra mi pobre persona. Así que lo mejor será invitar a la lectura de La estación que gusta al cuco. Estoy cierto de que será uno de los poemarios a los que ustedes y yo volvamos con frecuencia.

            Shalom.         

[1] No pensaba quejarme, porque Pre-Textos edita muy bien. Estoy metido en otros dos libros de la editorial, pero de la colección de Narrativa Contemporánea, que no se manchan tan fácilmente como las guardas de los de la colección con hermoso nombre, La Cruz del Sur. Y ésta es precisamente mi queja: ¿no podía la editorial, sin perder el encanto de las ediciones, hacer algo—no sé qué, desde luego—para evitar que las tapas se mancharan con la misma facilidad que yo tengo para decir obviedades? Por favor, tengan en cuenta que aunque no andemos con el “filo de la espada” (porque, al menos servidor, no es marqués), trajinamos otras cosas que dejan marcas en las delicadas tapas... No puedo desinfectarme las manos (no padezco el famoso síndrome curil del que hablaba con tanto gracejo Gonzalo Hildalgo Bayal) cada vez que voy de mi corazón a los libros de poesía de Pre-Textos.

[2] Esta idea tan hermosa, por supuesto, no es mía, sino del genial Ernesto Sábato al que todos deberíamos seguir acudiendo para aprender algo del arte de escribir con tino.

[3] Me he tomado la libertad de corregir una tilde que, sin duda, es un error de impresión.

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