Se ha publicado recientemente el libro de Petter Moen, Diario, Madrid, Ed. Veintisieteletras, 2009 (http://www.veintisieteletras.com/). Se trata de un diario carcelario, pues Moen fue encerrado en la prisión de la calle Møller, 19, la comisaría central de Oslo que fue convertida durante la ocupación nazi en una cárcel para políticos. Quizás a algunos el Diario no les parezca gran cosa, acostumbrados como estamos ya a testimonios de los campos de exterminio o del gulag; al lado de esto es posible pensar que Moen es un poco desabrido. Pensar así sería, sin embargo, una victoria del terror pues no significaría sino que ha destruido nuestra sensibilidad.
Petter Moen, nacido en Drammen un catorce de febrero de 1901, era un tranquilo agente de seguros que tras la invasión y ocupación alemana de noruega pasa a formar parte de la resistencia en trabajos de prensa; había empezado fundando una octavilla dentro de su compañía de Seguros, la Idun; pasó a ser distribuidos del London Nytt (“Noticias de Londres”, nombre que hace referencia al canal por cual se obtenían las noticias: las emisoras londinenses; se trataba, pues, de un “periódico de radio”) hasta que alcanzó el puesto de director. A principios de 1944 pasó a hacer el jefe de prensa de todos los periódicos clandestinos de una Noruega que plantaba cara a la barbarie nazi. Poco después, el tres de febrero, fue detenido en una operación global de la Gestapo contra la prensa de la resistencia. Fue—hay que decirlo de una vez para no confundir los términos en estos tiempos nuestros de indigencia—una operación contra la prensa ilegal, pero ese mismo adjetivo la ennoblece. Si las ideas no son libres, ¿acaso pueden serlo los seres humanos? Todo totalitarismo la emprende a mamporros contra una prensa libre. No estará de más recordar esto hoy pensando no sólo en el pasado, sino en algunos presentes*.
Encarcelado el cuatro de febrero de 1944 el Diario sólo empieza una semana después, el día diez. Esto hecho tiene su explicación no sólo en las dificultades formales para escribir en las condiciones de la cárcel, sino en que esos siete días fueron decisivos en su interrogatorio; de hecho, el Diario comienza así: “Me han interrogado dos veces. Latigazos. Delaté a Vic. Soy débil. Merezco desprecio”. Enfrentamos, pues, las notas de un delator, de uno que no fue capaz de resistir los brutales interrogatorios de la Gestapo, pero que tuvo el coraje de reconocerlo. Me parece que este arranque explica buena parte de los planteamientos de fondo del Diario, que no es una justificación, sino un intento de rendir cuentas ante su conciencia.
El Diario fue encontrado gracias a uno de los supervivientes del Westphalen, barco en el que Moen era deportado a Alemania y que se hundió tras colisionar con una mina. Sólo hubo cinco supervivientes y a uno de ellos le había confiado Moen el secreto de su Diario. Escribió en una condiciones lamentables: en papel higiénico y con un clavo fue perforando cada una de las letras que componen el texto; no podía leer lo que escribía y, cuando acababa cinco pliegos, los escondía en una rejilla de ventilación de la celda. Allí fueron encontrados en buen estado y se publicaron por primera vez en 1949. Todo esto contribuyó a la fama en Europa de un texto que sólo se ha editado en España sesenta años después.
El texto tiene claramente dos partes. En la primera tenemos a un preso en la celda de aislamiento (desde su entrada hasta el veintiuno de abril, primavera que no llega). La segunda parte es lo escrito en la celda D 35 donde compartía el espacio con dos presos o tres en alguna ocasión. La primera parte, por lo tanto, hace referencia a la soledad y en ella se ve confrontado con experiencias anteriores; fundamentalmente, la búsqueda de sentido religioso de lo que le sucede. Procedente de una familia profundamente religiosa (es lo que se puede deducir del texto), Moen era, sin embargo, ateo y entendía que la fe religiosa estaba motivada básicamente por el miedo. Precisamente a ese miedo—a ser torturado, a morir, a delatar—emerge en la primera parte en la que emprende una búsqueda religiosa de dudoso resultado. El resultado, sí, pero no la búsqueda, pues no cabe duda del talante religioso de Moen: no puede rezar aunque quiere. Su honestidad intelectual es grande. Junto a esta búsqueda, el sentimiento de culpa no sólo por la delación, sino por haber vivido en la superficie, fundamentalmente referido a la persona que amaba, Bella. De ella habla en escasas ocasiones precisamente porque no quiere sufrir... En la segunda parte las tornas cambian y, aunque la preocupación de fondo permanece abierta, emergen los problemas cotidianos de una compañía brutal o mezquina, a veces poco humana mientras Moen intenta con todas sus fuerzas no hundirse en la desesperación. Me ha resultado llamativo la relación entre los presos 2065 y 5984 (las personas reducidas a número: burocracia). Moen, que parecía haber tomado partido por el segundo a la vista del fanatismo del primero, acaba coincidiendo con 2065 en su valoración de la brutalidad del conductor de la NSKK.
En las dos partes, de fondo, la brutalidad del sistema nazi y la burocracia: los buenos funcionarios hacen su trabajo y obedecen las órdenes de los superiores. A veces motivados por el miedo (quizás el caso del barbero), pero en otras ocasiones simplemente porque son funcionarios y están acostumbrados a obedecer. Creo que en todos los sistemas totalitarios sucede lo mismo y si hoy estuviese aceptado mandar a la cárcel para torturar, ¿no lo harían muchos funcionarios? La fina observación de Moen nos deja ver en los pequeños detalles—el reparto de las sobras, el lenguaje, las prisas por hacerlo todo cuanto antes aun sin sentido, los registros de la celda...—esa mentalidad burocrática que no ama el bien, sino la obediencia a las órdenes. Podemos aprender hoy mucho de esto, mucho más de lo que solemos imaginar** pues a veces la barbarie no está tan lejos como podemos pensar desde la comodidad de nuestras casas burguesas.
*Cuba, por ejemplo. Las resulta curioso que en las sociedades democráticas los conflictos entre la llamada prensa libre y el poder político sean sólo tangenciales, pues a veces la prensa es ya sólo la correa de transmisión de algunos partidos políticos. Debería meditarse el hecho crucial de que los periódicos tienen dueño, como los antiguos y modernos esclavos.
**Con frecuencia vemos cómo los burócratas (los funcionarios bien adiestrados) ejercen su función como verdaderos comisarios políticos: poco les importa lo que sea justo. Ellos tienen órdenes y deben obedecerlas a cualquier precio. Esto es ya la banalidad del mal...
Shalom.
1 comentario:
Impresionante e impactante, la vida que pasó entre paredes silenciosas que gritaban la locura por reclamar la libertad, ha sido un tremendo ejemplo del refugio que ofrece escribir que significa dejar una parte de tu vida y fortalecerla aún más. Gracias porque usted me lo ofreció y me lo enseñó.
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