lunes, 17 de agosto de 2009

Historias de Pekín

DAMNATIO MEMORIAE
Todos los caballos del Emperador



En la Antigüedad existió una práctica, sobre la que Roma legisló, consistente en la abolición de los recuerdos de una persona: se hacía daño al criminal después de muerto borrando su memoria. En Roma se hacía si el Senado la consideraba especialmente nefasta—el caso de Sejano, que conspiró contra Tiberio pero también el de muchos emperadores. Esta práctica se remonta, al menos, a la época de Amenofis IV, Akhe­natón, quien fue condenado por su reforma tendente a la implantación de una monolatría solar. Sin embargo, sólo en el siglo XX la práctica ha alcanzado una perfección difícilmente imaginable en épocas anteriores, aunque el flujo de la información era menor y, por lo tan­to, más fácilmente controlable. Y han sido los sistemas totalitarios socialistas los que se han llevado la palma. Las imágenes de la China anterior a la revolución socialista de Mao ¿dónde han quedado? Las pesadillas de G. Orwell en 1984 no sólo se hicieron reales, sino que la historia fue reescrista de manera que sea imposible encontrar la verdad en el futuro—esto implica en sí mismo una tragedia para las generaciones futuras. Una observación de pasada: en España estamos asistiendo a una creciente falsificación de nuestros recuerdos no sólo por parte de las series de televisión (nadie fue nunca franquista..., pero cabe recor­dar que el dictador murió en la cama) sino, lo que resulta más peligroso, por parte de algu­nos políticos metidos a historiadores. Borrar los nombres conduce sólo al olvido: ¿por qué en Sevilla se ha cambiado el nombre al puente de El Generalísimo? ¿Nadie se ha dado cuenta de la ridiculez de semejante designación? Piénsese: el Cabísimo o el Sargentísimo. La corrección política acaba dando encefalograma plano.


La historia de la barbarie alcanza su cénit en el siglo XX desmintiendo cualquier idea de progreso histórico (salvo que se entienda como acumulación de medios técnicos de dominación de la naturaleza o al progreso de la barbarie). Es casi imposible ser exhaustivo: el genocidio armenio (¡los jóvenes turcos con su Comité de Unión y Progreso!), la Shoá, el Gulag, Ismail Enver, Hitler, Stalin, Mao, los jmeres rojos, Hiroshima... la lista sería demasiado larga, pero sobre todo dolorosa. Y no hay que olvidarla. Debemos recordar que los bárbaros han estado en el po­der y lo han ejercido sin misericordia generando millones de muertos. El libro que quiero presentar es el de David Kidd, Historias de Pekín, Barcelona, Libros del Asteroide, 2005. Es conscientemente un libro contra el olvido de la maravilla que China fue y, quizás incons­cientemente, sobre la barbarie de la revolución maoísta. Sabemos demasiado sobre Mao como para tenerle alguna simpatía (puede leerse un libro magnífico sobre el genocida chi­no escrito por Jung Chang, Mao. La historia desconocida, Madrid, Ed. Taurus, 2006), pero el testimonio de Kidd sobre los efectos reales de la revolución y la aniquilación del pasado como sistema de construcción (pero de la nada, ¡ay!, nada sale) me conmueven profunda­mente. Kidd ha escrito un libro que, como él mismo dice, debería haber sido la obra de algún joven becado. Sin duda son sus recuerdos, pero nos da mucho más. Por una parte, la maravillosa sensibilidad estética oriental (que a nosotros ha llegado sobre todo a través de Japón), de los puentes entre culturas sin anular los ríos, que fecundan ambas orillas; pero por otra aparece también la barbarie de los occidentales (que usan las pequeñas estatuas de buda como blancos para sus ejercicios de tiro), el resentimiento y la abolición del pasado, la ignorancia que disfruta con la destrucción de lo que es incapaz de comprender... David Kidd nos ha dejado un libro magnífico que se lee con creciente interés y con pena. No quedará defraudado quien entre en Historias de Pekín, que debiera haber conservado su primer y más hermoso nombre, All the Emperor´s Horses, porque es un libro lleno de la nostalgia por un mundo que jamás volverá.



Shalom.

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