ADVIENTO
En
memoria de JMCG, amigo de la infancia
-- Karamazov—dijo Kolia—, ¿es verdad eso que dice la religión de que
resucitaremos después de morir y nos volveremos a ver todos? Si es así, nos
encontraremos de nuevo con Ilucha.
-- Si, es cierto: todos resucitaremos y nos volveremos a ver—respondió Aliocha,
sonriendo y rebosante de fe—. Y entonces hablaremos alegremente de las cosas
pasadas.
D. Dostoyeski, Los hermanos Karamazov.
Quizás me estoy volviendo perezoso, porque no escribo en esta gacetilla
con la misma asiduidad que en años anteriores. Podría alegar que estoy muy
ocupado; pero resultaría falso, pues mi única preocupación parece ya esa nada
que se enrosca en la existencia y que apenas me deja respirar. De todos modos,
responderé a las personas que han tenido la gentileza de dejar algún
comentario, pero antes me gustaría referirme a algunos acontecimientos y libros
que han marcado estos días.
Titulé esta gacetilla Hojas que
fueron libros, libros que fueron vidas porque siempre he sentido que los
libros son mi vida; no digo una parte
irrenunciable de, sino sencillamente mi
vida. Y creí que hablar sobre ellos aliviaría las cicatrices dejadas por el
tiempo y la soledad; sin embargo, yo, que acierto en todo lo accesorio, me he
equivocado en lo fundamental, porque mi vida está ya hecha de retazos de
recuerdos, que se borran con la lentitud de una tarde lluviosa. Unos días atrás
falleció prematuramente JMCG, amigo
desde la infancia. Recuerdo con cristalina nitidez el día en que llegó, allá
por el año 1972, y nos reveló su
secreto. Apareció en la puerta del Colegio con un gorro de lana gris—nosotros
nunca usábamos esas cosas—y nos reunimos en torno a él con nuestros
pantaloncitos cortos en el patio de columnas. Habló con rapidez, un poco
atropelladamente como hizo siempre, y dejó claro que nos revelaría lo que había
bajo la gorra, que se quitó con un gesto entre melodramático y cómico para
dejarnos ver la piel que cubría su cráneo. Reímos y ninguno de nosotros pensó
entonces que aquella novedad se debía a unos visitantes no deseados. Él salió
de la situación con elegancia. Fue un excelente compañero de juegos e incluso
encabezó la persecución de uno de los Arrambarri que había saltado con un
compás en el bolsillo jugando al cielo
voy [1]. Estuvimos juntos los cuatro primeros años de bachillerato, pues en
quinto él fue a Ciencias mientras que
yo elegí Letras. Nos seguimos viendo,
pues era una persona maravillosamente simpática, algo alocada y un excelente
dibujante. Después nuestros caminos se separaron. José María acabó en el
Ejército—yo objeté—y allí sufrió un accidente cuyas secuelas condicionaron su
vida de manera permanente: se había hecho buzo y en una de las inmersiones
debió sufrir hipoxia. Los años siguientes su vida fue un ir y venir de todas
partes sin parar en ninguna, arriesgando y buscando algo que posiblemente no
encontró nunca. Andaba siempre a la cuarta pregunta y pasó muchos apuros; lo
recuerdo viniendo hacia mí para intentar colocarme alguna de sus pinturas. Le
compré dos o tres y le encargué un retrato de mi hija; pero José María sólo
pintaba entonces pesadillas llenas de cuervos y con una luz tan oscura que
parecía un abismo. Le fallaba el pulso; él lo sabía, aun sin reconocerlo, y
aprovechaba la vacilación permanente de su mano para imprimir a sus dibujos un
carácter enigmático. Siempre mantuvo, sin embargo, una maravillosa sonrisa en
los labios, que muchos no supieron comprender. Ningún relato podría hacer
justicia a su vida, pues la soledad es más pesada que cualquier hoja. Estos
recuerdos están tal vez mediados por el malestar que me invadió ayer y que ha
logrado ponerme gris y algo taciturno. Sin duda, lo que se va nunca vuelve,
pese a Odiseo.
Tomás Segovia, Rastreos y otros poemas, Madrid,
Pre-Textos, 2012. Es un poemario delicioso, que invita a entrar en la propia
memoria, a no olvidar lo que somos, pero tampoco de dónde venimos para
vislumbrar las posibilidades hermosas de nuestra vida. Es éste poemario
precisamente el que me ha animado a escribir hoy. Séame permitido citar
parcialmente Cuarto rastreo:
Por
una vez me lo diré a mí mismo
Porque
tampoco tiene cara para nadie
Quien
no sabe qué cara poner ante el espejo
Porque
tiene que haber un sitio
Donde
yo siempre dé la cara
A
todo aquello a lo que alguna vez
No
pude dar la cara
Por
una vez me lo diré en secreto
Confesaré
para mí mismo que nunca quise en serio
Ganarle
a nadie una victoria
Ni
defender un sitio
Que
creyese de veras que era mío
Ni
hallarme a la cabeza de algún sonoro grupo
Enarbolando
una bandera
Por
una vez me lo diré en un sitio
Donde
pueda decirme
Sin
ser oído de ninguno
Que
soy yo el más valiente
Soy
el que no le teme
A
la dulzura a la ternura a la emoción
Al
peligroso amor ingobernable
Que
soy aquel que imperdonablemente
No
teme ser amado
Se
atreve a dar la cara a esa deuda insaldable
Y
prefiere arriesgarse a morir endeudado
Pero
no mentirá que debe nada […]
He leído algunas obras interesantes. En la Feria del Libro Antiguo tope
con el libro de Daniel Bell, El fin de las ideologías, Madrid,
Tecnos, 1964 (=Col. de Ciencias Sociales, 38). Hace muchos años había leído del
sociólogo de neoyorquino Las contradicciones
culturales del capitalismo y El
advenimiento de la sociedad postindustrial, que fueron publicadas por
Alianza. Sociólogo inteligente y con una gran capacidad de análisis, Bell se
adelantó en más de una década a las teorías sobre el fin de la Modernidad. En El fin de las ideologías, cuyo original
data del año 1960, se puede observar cómo su análisis de la sociedad gringa
anticipó la crisis ideológica del capitalismo y la consiguiente conversión de
toda realidad en mercancía. Resulta curioso observar, por ejemplo, cómo en
fecha tan temprana percibió la conversión de la vida privada en un espacio
público—idea que hoy con las nuevas tecnologías se ha radicalizado hasta
límites que traspasan con creces la conversión de las personas en mercancías.
La lectura del libro me ha hecho aprender e incluso ha contribuido a que me
plantee preguntas nuevas y reformule algunas de las que me he venido haciendo
en los últimos años.
Mientras disfrutaba con Bell, uno de cuyos hijos me es un afamado
teólogo, autor del recomendable Teología
de la liberación tras el fin de la historia (publicado en la editorial
granadina Nuevo Inicio, que tiene el coraje de publicar obras que de otra
manera nunca nos llegarían), cayó en manos un libro de Joan Didion, Noches azules,
Barcelona, Mondadori, 2012. Reconozco que al principio me pareció adecuado
clasificarlo bajo el epígrafe “los ricos también lloran”; sin embargo, a medida
que avancé en su lectura—y no se tarda mucho en hacerlo, pues es un testimonio
bastante breve—me fue ganando, pues el sufrimiento que evoca, muchas veces de
manera indirecta, no sólo merece respeto, sino que está narrado desde un desgarro amoroso si se me permite hablar así. El
libro, que comienza siendo un lamento por la muerte de la hija (Quintana), se
transforma imperceptiblemente en una reflexión sobre la existencia y sobre el
hecho de envejecer, pues quizás vivir es sólo la forma que tenemos de acumular
recuerdos. Ahora, con el recuerdo de José María llagando mi memoria, me merece
aún más respeto el esfuerzo de una madre por hacer de sus recuerdos algo vivo,
una misteriosa forma, llena de luz, de sostener la existencia de lo que se ha
perdido.
También me ha acompañado la poesía. Un libro magnífico: Li-Young Lee, Mirada adentro, Barcelona, Vaso Roto, 2012. Como de costumbre,
descubro el Mediterráneo. Ciertamente, empecé a leerlo porque, pese a ser
gringo, su mirada tiene otro visaje. Es verdad que somos coetáneos (yo un poco
más joven, permítaseme la vacía vanidad): cada vez estoy más convencido de que
los itinerarios vitales unen mucho más allá de lo que pensamos. Li-Young [2]
contempla la existencia desde su pasado, desde las preguntas de la infancia
permitiéndonos asomarnos a su interior. Hay mucha sabiduría y belleza en Mirada adentro. Compré y leí con poco
entusiasmo el poemario al que se ha otorgado este año el premio San Juan de la
Cruz: Javier Asiáin, Liturgia de las horas, Madrid, Rialp,
2012; lo calificaría de poemario tramposo
porque si consigue algún efecto es porque abusa de los símbolos bíblicos (amén
de esas citas en latín de alguien que no parece conocerlo bien). Arrancar las
piedras de una catedral para fabricarse no ya un puente sino un simple muro
para hacer pintadas no parece buena cosa. Aunque sería injusto decir que no hay
ningún poema que merezca la pena.
Le debo Angelus a haber alcanzado
un libro al que nunca hubiese llegado (entre otras porque los canales de
distribución funcionan bien sólo cuando hay negocio): Poesía a contragolpe. Antología de poesía polaca contemporánea (selección
y traducción de Abel Murcia, Gerardo Beltrán y Xavier Ferré), Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2012.
Aún estoy con él, y me llevará días culminarlo. Es una selección de autores
nacidos entre los años 1960 (un año magnífico, válgame el Cielo) y 1980.
Algunos poetas polacos se cuentan entre mis predilectos, pero gracias a Poesía a contragolpe estoy conociendo a
algunos autores realmente magníficos. Angelus se quejaba diciendo que no era
una edición bilingüe; pero yo me conformo porque mis conocimientos del polaco
se encuentran exactamente en el mismo nivel que los del kawésqar, por decir
algo.
Jardín de agosto
a
todos
nosotros
nos
cayó del cielo
la
lluvia cómo
nos
aplauden los árboles
(Jakub Ekier)
Leo con fruición las memorias de Nadiezhda
Mandelstam, Contra toda esperanza,
Barcelona, Acantilado, 2012, en las que hay una total ausencia de
resentimiento. Y dejo para otra ocasión un libro recién terminado, también
editado por la barcelonesa Acantilado: Loren
Graham y Jean-Michel Kantor, El nombre del infinito. Un relato verídico
de misticismo religioso y creatividad matemática, Barcelona 2012. En fin, soy dejado para escribir, pero aún no
para leer. Quizás este Adviento sea la época de retoñar.
A los amigos que han tenido la gentileza de dejar algún comentario,
además de las gracias, les diré que aquí y aquí pueden
encontrar los comentarios a los libros de Kawakami
(quizás haya un tercer comentario, pero no lo he encontrado, porque en estas
cosas procedo, como es manifiesto, con notable desorden).
Shalom.
[1] Si hoy
algún profesor viera a los alumnos jugar al
cielo voy no me cabe duda de que lo prohibiría de inmediato actuando, no
cabe duda, con sensatez, pero privando a los niños de una locura maravillosa.
Tengo para mí que no dejamos crecer a los niños como tales, sino que los
convertimos en adultos prematuros e idiotizados. Claro que en nuestra niñez no
aparecían los padres con una demanda bajo el brazo…
[2] Cuyo segundo nombre traerá a la memoria a muchos de mi generación
al incasable luchador Bruce Lee, remedado hasta la saciedad por una saga de Lees, Li, Ly… Las películas de artes
marciales fueron todo un subgénero: nunca me gustó, pero me hacían gracia los
títulos y los rocambolescos argumentos, amén de los fantásticos nombres de los
protagonistas.
4 comentarios:
Buena colección de libros.¡Válgame el Cielo que la cosecha del 66 es de más categoría que la del 60! Gracias por el enlace, aunque el pseudónimo es sin tilde: Angelus, en referencia a su etimología latina. Saludos.
Navidad.
Sé que ÉL no quiere la superficialidad del "brilli", incomparable al mágico destello de la estrella que nos guió un día; tampoco quiere la extravagancia de un pan que se realiza con demasiados ingredientes porque con harina y agua, y quizás un poco de sal, podremos sentarnos todos a su mesa. No quiere falsas palabras, ni falsas imágenes convertidas en símbolos.
Es Navidad.
35. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui emigrante y me acogisteis,
36. estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y fuisteis a estar conmigo.
37. Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber?
38. ¿Y cuándo te vimos emigrante y te acogimos, o desnudo y te vestimos?
39. ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?
40. Y el rey les dirá: Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis.
Porque es Navidad cada día: Feliz Navidad.
Hola Valentín.
Me interesa mucho su opinión sobre el libro "Contra toda esperanza" de N. Mandelstam. Estoy pensando en adquirirlo pero me gustaría saber, aunque sea brevemente, si su impresión final es tan entusiasta como en el momento en que escribió esta entrada.
Gracias anticipadas. Jose.
Mi impresión final sobre Contra toda esperanza es entusiasta: son unas memorias excelentes de las que, si decide, leerlas, espero que disfrute tanto como yo. Muchas gracias por su comentario y su confianza.
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