SUCEDE QUE NADA SUCEDE,
PERO LA VIDA
PASA Y ESO ES LO QUE SUCEDE CUANDO PASA LA VIDA
He hablado de Hiromi Kawakami al menos en otras dos
ocasiones, pues recuerdo haber comentado Algo
que brilla como el mal y la primera
novela que leí de la autora japonesa, la maravillosa El cielo es azul, la tierra blanca, ambas publicadas por Acantilado. He leído también Abandonarse a la pasión, un conjunto de relatos, alguno de los
cuales puede resultar hasta inquietante. La misma editorial acaba de publicar El señor Nakano y las mujeres, Barcelona
2012. Poco puedo decir de la autora que no esté en la solapa del libro; incluso
ese poco sería algo, pues sólo tengo el placer de conocerla gracias a sus
libros y a alguna fotografía que aparece en la red. Sin embargo, sé que es
ligeramente mayor que un servidor y, aunque pertenecemos a culturas distantes y
distintas, nuestro trayecto vital corre casi paralelo en el tiempo y dado que
hemos accedido a una especie de subcultura mundial [1] posiblemente compartimos
algunos gustos e inclinaciones, pero también rechazos y execraciones. Hay algo,
además, que no se me escapa: ambos pertenecemos al género humano (increíble en
mi caso, pero tal vez cierto. Y hablo así, conste, para no parecer presuntuoso)
y es por eso que su perspectiva me resulta
tan cercana.
La nueva novela de
Kawakami es una delicia y se acuesta más a El
cielo es azul que a las otras
publicadas en castellano. Digo esto no por el tema, sino por la delicadez que
destila la obra. El argumento, si puede llamarse así, es simple: Hitomi cuenta
cómo transcurre la vida en la prendería del señor Nakano. Varias veces el dueño
de la tienda repite a sus empleados, a su hermana y a sus clientes que no tiene
un negocio de antigüedades, sino una tienda de objetos de segunda mano; por eso
rechaza comprar antigüedades (aunque las compra); por eso niega ser un tasador
(aunque tasa con frecuencia los objetos que le llevan a la tienda y los
reconoce de un simple golpe de vista); por eso, sus compañeros de negocio
regentan tiendas de antigüedades… El señor Nakano es un hombre encantador,
incluso dulce, tan real como las contradicciones que arrostra en su existencia.
Hitomi, una chica joven a la que me imagino acodada en una mesa [2]
contemplando cómo pasa la existencia por la puerta de la prendería, observa al
señor Nakano con curiosidad no exenta de respeto y de una distancia que en
ocasiones queda abolida por la confidencia; pero no es sólo el señor Nakano,
sino la hermana de éste, Masayo, que lo mismo fabrica muñecas que dirige la
prendería cuando el propietario se ausenta. Son también los clientes, a veces
tímidos, otras heridos por su historia, en los que Hitomi posa su mirada
compasiva, llena de ternura, pues no rechaza a nadie, aunque no todos sean de
su agrado. Y, sobre todo, es Takeo, ese joven desgarbado y silencioso que
acompaña al señor Nakano en la vieja camioneta cuando éste sale de expedición a
recoger objetos. Ahí se percibe el fondo triste sobre el que se recorta el
relato y que apenas percibimos, pero nos impregna: alguien muere o,
sencillamente, se muda y tiene que deshacerse de los viejos objetos que han formado parte de su vida cotidiana. No son
cosas importantes ni valiosas: unos platos descascarillados, un ventilador, tal
vez una silla. La prendería es así un baúl lleno de recuerdos que nadie
recuerda, pero que aún son capaces de suscitar presencias tan umbrátiles como
grises y que nos remiten a la fragilidad de la existencia, a ese fondo de
Misterio sin el cual la vida sería irrespirable. De ese Takeo, capaz de caminar
bajo la lluvia de otoño sin responder a ninguna de las preguntas de su
compañera de trabajo, se enamora una Hitomi tan llena de dudas como reflexiva
(condiciones que no suelen darse por separado).
Hay algunos
episodios que dejan al descubierto la herida que todos tenemos y que las más de
las veces ocultamos por vergüenza, esa soledad última que sólo deja de aullar
cuando un corazón se abre a otro corazón [3]: el señor Nakano deja a Hitomi el
sorprendente texto escrito por su amante. La confidencia parece haber abolido
la distancia, pero ésta crece, pues se asemeja a la selva capaz de tragarse el
asfalto de una carretera. El sexo juega ahí un papel ambivalente, pues Hitomi queriéndose acercar a
Takeo, en realidad lo aleja hasta que descubre que hay una distancia mucho más
profunda que la física y que sólo la ternura y la delicadeza pueden superar: también
el corazón de los hombres necesita caricias, no sólo su piel. Otros episodios nos
muestran el secreto que lleva cada objeto: el cuenco que un muchacho desgraciado
lleva a la tienda y no quiere ni vender ni regalar… Estoy tentado de decir que
Kawakami ha sido capaz de expresar con increíble acierto la coincidencia de los
opuestos a través de un simple cuenco. En cada uno de los incidentes hay una
mirada profundamente compasiva, llena de ternura, que sabe encontrar una
belleza no exenta de tristeza.
En verdad en El señor Nakano y las mujeres suceden muy
pocas cosas relevantes desde la perspectiva del que anda buscando sensaciones
fuertes; sucede, sin embargo, que lo que pasa en y por la prendería es la vida
misma, ésa que dejamos escapar esperando que nos suceda algo. Kawakami deja que
suceda delante de nuestros ojos la vida cotidiana y nos enseña a enfocar la
mirada, pues aquello que nos parece irrelevante acaba siendo la vida.
La experiencia del
tiempo que relata es nítidamente distinta a la que nosotros solemos hacer. Sé
desde hace mucho que el abismo abierto entre Oriente y Europa (evito a
propósito la palabra “Occidente” porque los incluiría a ellos) es en buena medida
el abismo provocado por dos maneras de entender el tiempo que en apariencia son diametralmente
opuestas. Cuando nos quedamos en la superficie sólo vemos una diferencia
irreconciliable, pero si profundizamos un poco descubrimos que esa experiencia
diferente no sólo no es irreconciliable, sino que nos enriquece. Al fin y a la
postre, el tiempo es la vida y una visión distinta de ésta puede abrirnos a una
forma nueva de entender el tiempo que se nos ha dado. El señor Nakano y las mujeres es capaz de asomarnos a una visión de
la temporalidad distinta que se hace realidad incluso en el mismo acto de
lectura.
Nadie puede a
estas alturas dudar de que la novela me ha gustado, y mucho. No sólo se lee con
facilidad e interés, sino que yo al menos he vuelto a alguno de sus párrafos para
meditar en eso que, como decía Lennon,
pasa mientras hacemos otros planes: la vida.
Shalom.
[1] Me refiero, atento lector, a
la mezcla que ha propiciado la industria de la propaganda gringa. Supongo que
Kawakami detesta—como yo—los subproductos culturales que ofrece la industria
gringa. Pondré un ejemplo: en ninguna ocasión encontramos a los protagonistas
de las obras de la autora japonesa alimentándose de comida basura (suelen
llamarla “rápida”), sino que manifiestan gustos acordes con la tradición
cultural japonesa (pues la gastronomía ha sido cultura hasta la invención de
las cadenas industriales).
[2] Y enarcando las cejas, como
diría la fantástica traductora, Marina
Bornas Montaña, a quien sin duda debemos buena parte del encanto que los
textos de Kawakami tienen para el lector español.
[3] Me sorprendió hace muchos
años la cita que de Agustín de Hipona
hizo mi profesor de Antropología: “Un corazón está cerrado a otro corazón”. La
he buscado en muchas ocasiones. He sido incapaz de dar con ella, pero nunca he
dudado de que aquel profesor citara bien al maestro de Hipona. Por otra parte,
me gustaría recordar a Pascal, pues supo ver cómo su sociedad, ya moderna, sabía entretener a los hombres para que ignorasen su soledad última.
1 comentario:
¿Y no le importaría indicar la dirección de sus otras reseñas de esta autora? Gracias.
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