domingo, 18 de noviembre de 2012

Hiromi Kawakami


SUCEDE QUE NADA SUCEDE,
 PERO LA VIDA PASA Y ESO ES LO QUE SUCEDE CUANDO PASA LA VIDA



He hablado de Hiromi Kawakami al menos en otras dos ocasiones, pues recuerdo haber comentado Algo que brilla como el mal  y la primera novela que leí de la autora japonesa, la maravillosa El cielo es azul, la tierra blanca, ambas publicadas por Acantilado. He leído también Abandonarse a la pasión, un conjunto de relatos, alguno de los cuales puede resultar hasta inquietante. La misma editorial acaba de publicar El señor Nakano y las mujeres, Barcelona 2012. Poco puedo decir de la autora que no esté en la solapa del libro; incluso ese poco sería algo, pues sólo tengo el placer de conocerla gracias a sus libros y a alguna fotografía que aparece en la red. Sin embargo, sé que es ligeramente mayor que un servidor y, aunque pertenecemos a culturas distantes y distintas, nuestro trayecto vital corre casi paralelo en el tiempo y dado que hemos accedido a una especie de subcultura mundial [1] posiblemente compartimos algunos gustos e inclinaciones, pero también rechazos y execraciones. Hay algo, además, que no se me escapa: ambos pertenecemos al género humano (increíble en mi caso, pero tal vez cierto. Y hablo así, conste, para no parecer presuntuoso) y es por eso que su perspectiva me resulta tan cercana.

La nueva novela de Kawakami es una delicia y se acuesta más a El cielo es azul que a las otras publicadas en castellano. Digo esto no por el tema, sino por la delicadez que destila la obra. El argumento, si puede llamarse así, es simple: Hitomi cuenta cómo transcurre la vida en la prendería del señor Nakano. Varias veces el dueño de la tienda repite a sus empleados, a su hermana y a sus clientes que no tiene un negocio de antigüedades, sino una tienda de objetos de segunda mano; por eso rechaza comprar antigüedades (aunque las compra); por eso niega ser un tasador (aunque tasa con frecuencia los objetos que le llevan a la tienda y los reconoce de un simple golpe de vista); por eso, sus compañeros de negocio regentan tiendas de antigüedades… El señor Nakano es un hombre encantador, incluso dulce, tan real como las contradicciones que arrostra en su existencia. Hitomi, una chica joven a la que me imagino acodada en una mesa [2] contemplando cómo pasa la existencia por la puerta de la prendería, observa al señor Nakano con curiosidad no exenta de respeto y de una distancia que en ocasiones queda abolida por la confidencia; pero no es sólo el señor Nakano, sino la hermana de éste, Masayo, que lo mismo fabrica muñecas que dirige la prendería cuando el propietario se ausenta. Son también los clientes, a veces tímidos, otras heridos por su historia, en los que Hitomi posa su mirada compasiva, llena de ternura, pues no rechaza a nadie, aunque no todos sean de su agrado. Y, sobre todo, es Takeo, ese joven desgarbado y silencioso que acompaña al señor Nakano en la vieja camioneta cuando éste sale de expedición a recoger objetos. Ahí se percibe el fondo triste sobre el que se recorta el relato y que apenas percibimos, pero nos impregna: alguien muere o, sencillamente, se muda y tiene que deshacerse de los viejos objetos que han formado parte de su vida cotidiana. No son cosas importantes ni valiosas: unos platos descascarillados, un ventilador, tal vez una silla. La prendería es así un baúl lleno de recuerdos que nadie recuerda, pero que aún son capaces de suscitar presencias tan umbrátiles como grises y que nos remiten a la fragilidad de la existencia, a ese fondo de Misterio sin el cual la vida sería irrespirable. De ese Takeo, capaz de caminar bajo la lluvia de otoño sin responder a ninguna de las preguntas de su compañera de trabajo, se enamora una Hitomi tan llena de dudas como reflexiva (condiciones que no suelen darse por separado).

Hay algunos episodios que dejan al descubierto la herida que todos tenemos y que las más de las veces ocultamos por vergüenza, esa soledad última que sólo deja de aullar cuando un corazón se abre a otro corazón [3]: el señor Nakano deja a Hitomi el sorprendente texto escrito por su amante. La confidencia parece haber abolido la distancia, pero ésta crece, pues se asemeja a la selva capaz de tragarse el asfalto de una carretera. El sexo juega ahí un papel  ambivalente, pues Hitomi queriéndose acercar a Takeo, en realidad lo aleja hasta que descubre que hay una distancia mucho más profunda que la física y que sólo la ternura y la delicadeza pueden superar: también el corazón de los hombres necesita caricias, no sólo su piel. Otros episodios nos muestran el secreto que lleva cada objeto: el cuenco que un muchacho desgraciado lleva a la tienda y no quiere ni vender ni regalar… Estoy tentado de decir que Kawakami ha sido capaz de expresar con increíble acierto la coincidencia de los opuestos a través de un simple cuenco. En cada uno de los incidentes hay una mirada profundamente compasiva, llena de ternura, que sabe encontrar una belleza no exenta de tristeza.

En verdad en El señor Nakano y las mujeres suceden muy pocas cosas relevantes desde la perspectiva del que anda buscando sensaciones fuertes; sucede, sin embargo, que lo que pasa en y por la prendería es la vida misma, ésa que dejamos escapar esperando que nos suceda algo. Kawakami deja que suceda delante de nuestros ojos la vida cotidiana y nos enseña a enfocar la mirada, pues aquello que nos parece irrelevante acaba siendo la vida.

La experiencia del tiempo que relata es nítidamente distinta a la que nosotros solemos hacer. Sé desde hace mucho que el abismo abierto entre Oriente y Europa (evito a propósito la palabra “Occidente” porque los incluiría a ellos) es en buena medida el abismo provocado por dos maneras de entender el tiempo que en apariencia son diametralmente opuestas. Cuando nos quedamos en la superficie sólo vemos una diferencia irreconciliable, pero si profundizamos un poco descubrimos que esa experiencia diferente no sólo no es irreconciliable, sino que nos enriquece. Al fin y a la postre, el tiempo es la vida y una visión distinta de ésta puede abrirnos a una forma nueva de entender el tiempo que se nos ha dado. El señor Nakano y las mujeres es capaz de asomarnos a una visión de la temporalidad distinta que se hace realidad incluso en el mismo acto de lectura.

Nadie puede a estas alturas dudar de que la novela me ha gustado, y mucho. No sólo se lee con facilidad e interés, sino que yo al menos he vuelto a alguno de sus párrafos para meditar en eso que, como decía Lennon, pasa mientras hacemos otros planes: la vida.

Shalom.

[1] Me refiero, atento lector, a la mezcla que ha propiciado la industria de la propaganda gringa. Supongo que Kawakami detesta—como yo—los subproductos culturales que ofrece la industria gringa. Pondré un ejemplo: en ninguna ocasión encontramos a los protagonistas de las obras de la autora japonesa alimentándose de comida basura (suelen llamarla “rápida”), sino que manifiestan gustos acordes con la tradición cultural japonesa (pues la gastronomía ha sido cultura hasta la invención de las cadenas industriales).

[2] Y enarcando las cejas, como diría la fantástica traductora, Marina Bornas Montaña, a quien sin duda debemos buena parte del encanto que los textos de Kawakami tienen para el lector español.

[3] Me sorprendió hace muchos años la cita que de Agustín de Hipona hizo mi profesor de Antropología: “Un corazón está cerrado a otro corazón”. La he buscado en muchas ocasiones. He sido incapaz de dar con ella, pero nunca he dudado de que aquel profesor citara bien al maestro de Hipona. Por otra parte, me gustaría recordar a Pascal, pues supo ver cómo su sociedad, ya moderna, sabía entretener a los hombres para que ignorasen su soledad última.




1 comentario:

xxx dijo...

¿Y no le importaría indicar la dirección de sus otras reseñas de esta autora? Gracias.