INACABADA… Y DESORDENADA
¡pero es Roth!
Hace
algunas semanas que no escribo en la gacetilla. El cansancio de final de curso
se fue acumulado; las urgencias, también; las ganas de escribir, tampoco. He
leído, quizás no demasiado, pero confieso con rubor que no sentía muchas ganas
de escribir aquí. Sensaciones que se acunan entre la irrelevancia y la
inutilidad. No elegimos la circunstancias, pero sí el modo de hacerles frente;
a veces, para desgracias de propios y extraños, el modo es precisamente no hacer nada, dejar que el tiempo pasa
y, como es un gran escultor, confiar en que realice una obra hermosa; pero el
tiempo por sí solo no nos hace mejores: la cuestión es, más bien, qué hacemos
nosotros con el tiempo que se nos ha dado.
Quisiera
hablar un poco, en breve, de algunos libros. El primero es una novela del gran Joseph Roth, El profeta mudo, Barcelona, Acantilado, 2012.
Es la novela perdida, la que se creía
perdida y que, de hecho, está perdida, pues lo que se nos ofrece, aunque todo
sea de manos de Roth, es una reconstrucción basada en tres manuscritos, cuya
historia no deja de ser interesante, pero que no forma parte de la novela,
aunque con ella podría escribirse un interesante relato. Me parece, aunque no
estoy seguro, que la novela ya se había publicado en castellano, quizás en
la editorial Montesinos; pero yo al menos no había sido capaz de encontrarla.
No es éste el
caso, pero me molesta profundamente la manía de las editoriales y de los
familiares herederos (a veces sólo se distinguen con dificultad, al menos desde
la distancia; claro que tampoco podemos distinguir entre los familiares a secas
y los familiares herederos porque ignoramos demasiado) de hacer caja con el autor difunto: papeles—ya sean relatos,
novelas, cuentos, pensamientos sueltos, cartas personales, diarios, reflexiones…—que
el autor se guardó muy bien de publicar (quizás porque eran íntimos, quizás
porque no consideraba que tuviesen suficiente calidad), se nos entregan después
de su muerto con cuentagotas y con grandes anuncios: “La obra inconclusa”, “El Mengano censurado” o lo que se quiera.
Supongo que cuesta trabajo respetar la voluntad de los demás habiendo dinero, poderoso
caballero, de por medio. Todos sabemos lo que sus queridos familiares muy vivos
han hecho con autores ya muertos.
Sin
duda, la novela es de Roth y, como tal, está llena de dolor por el hogar
perdido, de nostalgia; pero no está acabada: le falta trabajar la trama,
eliminar repeticiones, afinar observaciones y, sobre todo al final, acercarnos de otra forma a los personajes. El
editor nos dice que posiblemente se trate de la novela perdida sobre Trotski; los demás revolucionarios sólo
aparecerían en ella de manera marginal. Bien, sabemos que Roth realizó un viaje
a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (del que nos dejó un hermoso
libro) y quizás el arranque de la obra se inspire en la peripecia personal del
revolucionario ucraniano. Sin embargo, no se trata de una novela sobre Trotski y quienes las lean esperando eso, se llevarán
una pequeña decepción. En El profeta mudo
encontramos todas las características del poeta austríaco que fue Roth: un
itinerario de búsqueda personal, la felicidad siempre inalcanzable, esa
nostalgia brumosa por el origen incierto, el futuro como un lugar en el que uno
no podrá entrar, como Moisés en la Tierra Prometida. Tras liberar al pueblo de
la esclavitud en Egipto, encabezar el Éxodo, atravesar penas y penurias… Moisés
sube al monte para ver la tierra en la que el pueblo descansará; pero su
destino es otro:
Aquel mismo día el Señor
dijo a Moisés: “Sube a las montañas de Abarín, al monte Nebo, que está en Moab,
mirando a Jericó, y contempla la tierra que voy a dar en propiedad a los
israelitas. Después morirás en el monte y te reunirás a los tuyos, lo mismo que
tu hermano Aarón murió en Monte Hor y se reunió a los suyos. Porque se portaron
mal conmigo en medio de los israelitas, en la Fuente de Meribá, en Cades, en el
desierto de Sin, y no reconocieron mi santidad en medio de los israelitas. Verás
de lejos la tierra, pero no entrarás en la tierra que voy a dar a los
israelitas.”
De forma parecida, tampoco nadie
sabe dónde se encuentra la tumba de Moisés. Esta nostalgia milenaria también
late en el corazón de Roth, cuyo futuro parecía sellado mucho antes de su
muerte. El autor, como hacía a menudo, es capaz de sintetizar en pocas palabras
el destino de los hombres en su época: léase el retrato de la generación de la
Primera Gran Guerra que hace en las páginas 54ss. Por lo demás, la novela tiene
el estilo característico de Roth y está repleta de las finas observaciones de
Roth sobre la naturaleza humana y las circunstancias históricas. Citaré algunas
porque nos merecemos un premio de vacaciones:
[…] la ciega voluntad de la naturaleza de
investir a todos los hombres con la blancura de la dignidad, sin tener en
cuenta sus pecados ni sus méritos” (págs. 15s).
“En ningún momento pensé que tuviera también
una vida privada, aparte de su existencia policial” (pág. 21).
“Mas cuando el tres comenzó a moverse,
olvidó la ciudad que iba dejando atrás para pensar sólo en el mundo al que se
dirigía” (pág. 27).
“Es un burdo error juzgar a los hombres por
sus acciones. Deje que lo hagan los historiadores burgueses” (pág. 42).
“Toda esa juventud aún no soñaba que muy
pronto sería diezmada por una guerra mundial, y vivía como si tuviese que
romper cadenas de manera ininterrumpida” (pág. 55).
“… pero todos ocultaba su terror detrás de
una sonrisa” (pág. 75).
“Ella se echa a llorar. Sin embargo, no
recuerda haber visto sus lágrimas” (pág. 91).
“Grünhut era un hombre perdido, y ni
siquiera una guerra podría liberarlo de su propio exilio” (pág. 103).
“Era ingenuo porque era revolucionario”
(pág. 158).
“Pero Hilde tuvo un niño, lo cual fue sólo
una medida de precaución de su marido. Ella lo sintió como una prueba de su
propia humillación” (pág. 165).
“Pero empezó su vida nueva como si ya la
hubiese vivido” (pág. 177).
“Algunas mujeres que no veía lo iluminaban
con su belleza” (pág. 199).
“Y el amor empezó así a trasladarlo de una
existencia anormal a otra más bien ordinaria; conoció los placeres mortales y,
sin embargo, eternos y, por primera vez en su vida, aquella felicidad que
consiste justamente en renunciar a grandes objetivos por otros más pequeños y
en sobrevalorar tan desmesuradamente lo alcanzado que ya no queda nada que
buscar” (pág. 208).
Sin duda, en la novela hay mucho de
la peripecia personal de Roth y a medida que uno avanza en la lectura reconoce
rastros de la historia del narrador austríaco. Inacabada y desordenada, El profeta mudo es una gran novela de
Roth y quien la lea no saldrá defraudado.
Shalom.
P.S. Por
cierto, ya sé por qué he tardado tanto en escribir: la crisis.
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