domingo, 15 de julio de 2012

Joseph Roth


INACABADA… Y DESORDENADA
¡pero es Roth!



            Hace algunas semanas que no escribo en la gacetilla. El cansancio de final de curso se fue acumulado; las urgencias, también; las ganas de escribir, tampoco. He leído, quizás no demasiado, pero confieso con rubor que no sentía muchas ganas de escribir aquí. Sensaciones que se acunan entre la irrelevancia y la inutilidad. No elegimos la circunstancias, pero sí el modo de hacerles frente; a veces, para desgracias de propios y extraños, el modo es precisamente no hacer nada, dejar que el tiempo pasa y, como es un gran escultor, confiar en que realice una obra hermosa; pero el tiempo por sí solo no nos hace mejores: la cuestión es, más bien, qué hacemos nosotros con el tiempo que se nos ha dado.

            Quisiera hablar un poco, en breve, de algunos libros. El primero es una novela del gran Joseph Roth, El profeta mudo, Barcelona, Acantilado, 2012. Es la novela perdida, la que se creía perdida y que, de hecho, está perdida, pues lo que se nos ofrece, aunque todo sea de manos de Roth, es una reconstrucción basada en tres manuscritos, cuya historia no deja de ser interesante, pero que no forma parte de la novela, aunque con ella podría escribirse un interesante relato. Me parece, aunque no estoy seguro, que la novela ya se había publicado en castellano, quizás en la editorial Montesinos; pero yo al menos no había sido capaz de encontrarla.

No es éste el caso, pero me molesta profundamente la manía de las editoriales y de los familiares herederos (a veces sólo se distinguen con dificultad, al menos desde la distancia; claro que tampoco podemos distinguir entre los familiares a secas y los familiares herederos porque ignoramos demasiado) de hacer caja con el autor difunto: papeles—ya sean relatos, novelas, cuentos, pensamientos sueltos, cartas personales, diarios, reflexiones…—que el autor se guardó muy bien de publicar (quizás porque eran íntimos, quizás porque no consideraba que tuviesen suficiente calidad), se nos entregan después de su muerto con cuentagotas y con grandes anuncios: “La obra inconclusa”, “El Mengano censurado” o lo que se quiera. Supongo que cuesta trabajo respetar la voluntad de los demás habiendo dinero, poderoso caballero, de por medio. Todos sabemos lo que sus queridos familiares muy vivos han hecho con autores ya muertos.

            Sin duda, la novela es de Roth y, como tal, está llena de dolor por el hogar perdido, de nostalgia; pero no está acabada: le falta trabajar la trama, eliminar repeticiones, afinar observaciones y, sobre todo al final, acercarnos de otra forma a los personajes. El editor nos dice que posiblemente se trate de la novela perdida sobre Trotski; los demás revolucionarios sólo aparecerían en ella de manera marginal. Bien, sabemos que Roth realizó un viaje a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (del que nos dejó un hermoso libro) y quizás el arranque de la obra se inspire en la peripecia personal del revolucionario ucraniano. Sin embargo, no se trata de una novela sobre Trotski y quienes las lean esperando eso, se llevarán una pequeña decepción. En El profeta mudo encontramos todas las características del poeta austríaco que fue Roth: un itinerario de búsqueda personal, la felicidad siempre inalcanzable, esa nostalgia brumosa por el origen incierto, el futuro como un lugar en el que uno no podrá entrar, como Moisés en la Tierra Prometida. Tras liberar al pueblo de la esclavitud en Egipto, encabezar el Éxodo, atravesar penas y penurias… Moisés sube al monte para ver la tierra en la que el pueblo descansará; pero su destino es otro:

Aquel mismo día el Señor dijo a Moisés: “Sube a las montañas de Abarín, al monte Nebo, que está en Moab, mirando a Jericó, y contempla la tierra que voy a dar en propiedad a los israelitas. Después morirás en el monte y te reunirás a los tuyos, lo mismo que tu hermano Aarón murió en Monte Hor y se reunió a los suyos. Porque se portaron mal conmigo en medio de los israelitas, en la Fuente de Meribá, en Cades, en el desierto de Sin, y no reconocieron mi santidad en medio de los israelitas. Verás de lejos la tierra, pero no entrarás en la tierra que voy a dar a los israelitas.”

            De forma parecida, tampoco nadie sabe dónde se encuentra la tumba de Moisés. Esta nostalgia milenaria también late en el corazón de Roth, cuyo futuro parecía sellado mucho antes de su muerte. El autor, como hacía a menudo, es capaz de sintetizar en pocas palabras el destino de los hombres en su época: léase el retrato de la generación de la Primera Gran Guerra que hace en las páginas 54ss. Por lo demás, la novela tiene el estilo característico de Roth y está repleta de las finas observaciones de Roth sobre la naturaleza humana y las circunstancias históricas. Citaré algunas porque nos merecemos un premio de vacaciones:

[…] la ciega voluntad de la naturaleza de investir a todos los hombres con la blancura de la dignidad, sin tener en cuenta sus pecados ni sus méritos” (págs. 15s).

     “En ningún momento pensé que tuviera también una vida privada, aparte de su existencia policial” (pág. 21).

     “Mas cuando el tres comenzó a moverse, olvidó la ciudad que iba dejando atrás para pensar sólo en el mundo al que se dirigía” (pág. 27).

     “Es un burdo error juzgar a los hombres por sus acciones. Deje que lo hagan los historiadores burgueses” (pág. 42).

     “Toda esa juventud aún no soñaba que muy pronto sería diezmada por una guerra mundial, y vivía como si tuviese que romper cadenas de manera ininterrumpida” (pág. 55).

     “… pero todos ocultaba su terror detrás de una sonrisa” (pág. 75).

     “Ella se echa a llorar. Sin embargo, no recuerda haber visto sus lágrimas” (pág. 91).

     “Grünhut era un hombre perdido, y ni siquiera una guerra podría liberarlo de su propio exilio” (pág. 103).

     “Era ingenuo porque era revolucionario” (pág. 158).

     “Pero Hilde tuvo un niño, lo cual fue sólo una medida de precaución de su marido. Ella lo sintió como una prueba de su propia humillación” (pág. 165).

     “Pero empezó su vida nueva como si ya la hubiese vivido” (pág. 177).

     “Algunas mujeres que no veía lo iluminaban con su belleza” (pág. 199).

     “Y el amor empezó así a trasladarlo de una existencia anormal a otra más bien ordinaria; conoció los placeres mortales y, sin embargo, eternos y, por primera vez en su vida, aquella felicidad que consiste justamente en renunciar a grandes objetivos por otros más pequeños y en sobrevalorar tan desmesuradamente lo alcanzado que ya no queda nada que buscar” (pág. 208).

            Sin duda, en la novela hay mucho de la peripecia personal de Roth y a medida que uno avanza en la lectura reconoce rastros de la historia del narrador austríaco. Inacabada y desordenada, El profeta mudo es una gran novela de Roth y quien la lea no saldrá defraudado.

            Shalom.

P.S. Por cierto, ya sé por qué he tardado tanto en escribir: la crisis.

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