domingo, 25 de marzo de 2012

Terry Southern

UNA ADJETIVACIÓN IMPOSIBLE



            Por los años en que quien escribe esto era mozo se había puesto de moda entre la juventud contestataria pasar por antiamericana. Para entonces—no sé desde cuándo—“americano” quería decir estadounidense. Supongo que la presencia masiva de los gringos [1] acabó haciendo que se prefiriese el término más breve frente al inacabable, que como penitencia por nuestra estupidez es el que deberíamos emplear para referirnos a País Sigla [2]. Los jóvenes antiimperialistas vestían pantalones vaqueros—jeans--, camisetas, escuchaban también música gringa y llenaban su lenguaje de expresiones llegadas de País Sigla. Los medios de dominación de éste han sido eficaces, pues, salvo excepciones, la resistencia al Imperio se ha formulado no sólo en categorías del Imperio, sino buscando el mismo horizonte [3]. Si algo saben hacer bien los gringos, eso es vender y venderse. Por eso me siento incómodo cuando veo juntas las palabras “cultura” y “americana”, pues no acabo de entender que la expresión cultura gringa no encierre una contradicción insuperable salvo que todo sea cultura con lo cual nada lo sería. Todo esto puede parecer una exageración, una boutade [4], pero no pretende serlo: no seré yo quien critique al islandés Fisher.

            El párrafo anterior me ha venido sugerido por la lectura del libro de Terry Southern, El cristiano mágico, Madrid, Impedimenta, 2012. En la solapa puede leerse un comentario de Norman Mailer: “Terry Southern es dueño de una prosa inteligente, deliberadamente fría y auténticamente asesina”, frase que como técnica de ventas parece aceptable. Lamento decir que la ¿novela? me ha parecido una birria. Las razones son múltiples y, como no soy crítico, sino lector, podría ahorrármelas; pero no lo haré. Sin embargo, seamos educados y presentemos primero al señor Terry Southern. Nacido en Tejas en 1924 la solapa nos dice que es uno de los padres indiscutibles de la contracultura gringa. Estudió Filosofía (¡santo cielo!) tras participar en la Segunda Gran Guerra y fue a París donde conoció a Cocteau, al mezquino Sartre y Camus [5]. Southern regresó a País Sigla para convertirse en una figura del mundillo literario gringo de finales de los años cincuenta. Al menos yo no había nacido, ¡qué alivio! Fue, por lo que parece, uno de los precursores de la generación beat. Volvió a Europa, a Ginebra para, tras escribir un par de novelas, regresar a País Sigla. Peter Sellers (¡qué apellido más apropiado!) lo introdujo en el mundo del cine y colaboró en el guión de Dr. Strangelove (¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú), de Stanley Kubrick. Recuerdo bien la película, que me gustó, con su escena final que hubiese sido hilarante si unos años antes los mismos gringos no hubiesen detonado dos bombas atómicas, hecho por el que nunca han pedido perdón [6]. Casino Royales, Barbarella y Easy Rider. De la segunda sólo recuerdo una aparición llamativa de Jane Fonda, famosa por su oposición a la Guerra de Vietnam, aunque años más tarde—con el sano fin de reciclarse—pidió públicas disculpas. Por lo visto de El Cristiano Mágico [7] se hizo también una versión cinematográfica que yo debería haber visto aunque sólo sea porque en ella, además de Sellers, interviene el Ringo Star [8]. Terry Southern falleció prematuramente en 1995. No quiero ser injusto con el autor. Sin duda, parece buen guionista; pero de ahí a escribir una novela hay un camino tan largo que es otro camino [9].

            Hace años vi con mi hija una película de Harry Potter. Aquello era poco más que un encadenamiento de episodios sin hilo cuyo final podía anticiparse no sólo sin dificultad, sino también—lo más grave—sin sentido común. Pues bien, la ¿novela? de Southern me ha causado esa misma impresión. El protagonista, Guy Grand, a veces me recordaba a Domingo e incluso un par de ocasiones, sólo al principio, a Ignatius; pero después quedaba tan desleído como una pastilla de Avecrem en una piscina olímpica. El personaje ni siquiera es capaz de dar unidad a los episodios. Ciertamente, el autor tiene el mérito de que Grand sea a veces antipático y otras aún más grosero. No me parece ninguna crítica y mucho menos tiene algo que ver con la sátira. La prosa no sólo no es asesina, sino plana, incapaz de hacernos sentir otra cosa que no sea el deseo de terminar pronto. Tampoco sé qué pretendía Southern; a lo peor sólo gastar una broma de mal gusto a los lectores. Una sátira posee una profundidad que está del todo ausente en El cristiano mágico cuyo desarrollo, al menos a mí, apenas me ha hecho esbozar una sonrisa. Hay más bien un humor grueso e incluso algunas dosis de mal gusto. Posiblemente Groucho, mucho más sincero como persona, dijo en una frase lo mismo que (supuestamente) quiso decirnos Southern: Eso lo sabemos: estamos discutiendo el precio [10]; pero ni siquiera queda clara esa idea, pues más bien Southern parece querer decirnos que todos pueden venderse por lo cual todos pueden comprarse. Hay, si se quiere, un retrato de trazo grueso de la avaricia humana y poco más. Al menos no he empleado mucho tiempo en leer el libro, pues apenas tiene ciento cincuenta páginas e Impedimenta edita con bastante primor.

            He recordado una lección que aprendí hace muchos años: desconfía de los autores gringos (claro que por entonces el consejo se refería sólo a los ensayos), pues aunque pretendan ser profundos tienden a ser superficiales en extremo (tal vez, amigo lector, porque en eso consiste la imposible cultura gringa). No voy a realizar comparaciones con los gringos, porque ellos son los amos del cine y de la propaganda (que han procedido a identificar); son productores masivos de idolillos que no resisten ningún viento; mas no importa, pues siempre tienen otro de recambio. Parecen entender todo como una cadena de producción haciendo de los individuos piezas intercambiables. Nietzsche tal vez diría que no han sido capaces de crear ningún dios y su único candidato a tal puesto, el Dólar, es también algo que se puede cambiar por cualquier cosa. Sí, sólo cosas. Fritz, el hermano del profesor alemán, dijo de ellos que no pararían hasta poner un supermercado en Marte y no parece que se haya equivocado demasiado. Siempre podrán decirnos que nos dieron a Groucho. En fin, ¿puedo pedir disculpas?

            Shalom.

[1] La etimología de la palabra es discutida; pese a que lo más probable es que sea una derivación de griego, prefiero aquellas etimologías surgidas al calor del antiimperialismo: green go home!

[2] Nombre que usaré a partir de ahora sin más explicaciones. De hecho, que unas siglas sean el nombre de un país dice tanto como que Camas sea el modelo de ciudad dormitorio. Sé que se han propuesto otros: usamericano, angloamericano… Dicen quienes entienden que el mejor español se habla en Méjico. En honor de México llamaremos a los habitantes de País Sigla gringos.

[3] Un drama parecido ocurrió con el marxismo, cuya pretensión era llegar al mismo lugar que el capitalismo; pero el rodeo se demostró demasiado largo. Pese al fracaso hoy se debe reivindicar la tradición marxista no tanto en sus objetivos cuanto en sus análisis del capitalismo.

[4] Voz francesa. Los gringos siempre han tenido un complejo grave de inferioridad respecto a los franceses. Motivos, desde luego, no les faltan.

[5] El calificativo de Sartre se debe en este caso no a su última entrevista, sino a su comportamiento con Camus. Conste.

[6] Deben seguir orgullosos de haber matado a tantos en tan poco tiempo. Reconozco que este comentario se excede en el tono, pero ¿acaso no lo merece el hecho?

[7] Me parece que así debería escribirse el título y no porque un servidor haya sido víctima del furor teutónico de las mayúsculas, créanme, sino porque se refiere al nombre propio del barco cuya travesía se describe en uno de los últimos capítulos de la ¿novela?

[8] Terry Southern aparece, además, en la portada del Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, album que cambió la historia de la música pop (y no exagero). A ver quién lo encuentra.


[9] Recientemente he oído, mientras realizaba ese alienante trabajo que es conducir, una noticia cuya veracidad me parece al menos dudosa. Un célebre director de cine (español según creo) se quedó sin presupuesto para realizar una película y ¡hop! la ha transformado en un libro. Supongo que de haberlo hecho no lo diría, pues la literatura es un arte. Punto.

[10] Me he referido a esta escena en otra ocasión, aunque no recuerde a propósito de qué libro. ¿Se acostaría usted conmigo por un millón de dólares?”. “Claro”. “¿Y por cinco pavos?”. “Claro que no, ¿quién se ha creído usted que soy?”. “Señora, lo que es usted ya ha quedado bastante claro, ahora sólo estamos discutiendo el precio.”

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un artículo lleno de sarcasmo, me gusta señor Ansede, me gusta. Un saludo

Anónimo dijo...

Yaqui, bronca (al reves), fuera de Rota y Morón.
Un Ex alumno que le recuerda.