domingo, 6 de noviembre de 2011

Víctor Jiménez

POR DOLER, NOS DUELE HASTA EL HORARIO




            Sin duda mil novecientos cincuenta y siete fue un buen año, aunque yo no naciera por entonces sino un poco después (haciendo los cálculos que me aconseja mi imprudente curiosidad, he averiguado que fui concebido el año anterior al de mi nacimiento y, para más señas, en este mismo mes de noviembre). Pero el cincuenta y siete fue bueno. Y no sólo porque los ojos de mi hermano mayor se abriesen a la luz un día de santo Tomás de Aquino [1], sino también por ser el año de nacimiento del poeta sevillano Víctor Jiménez. Había adquirido yo hace un año y medio uno de sus poemarios de título hermoso: Tango para engañar a la tristeza, Sevilla, Renacimiento, 2003, que obtuvo el primer accésit del Premio de Poesía “Luis Cernuda” el año anterior a su publicación. Tengo para mí—pronto saldré de dudas—que éste es el libro que me volvió a pedir un compañero y que no había sabido encontrar, pues hasta me estoy haciendo un mal buscador de libros en mi propia biblioteca. Tango para engañar a la tristeza me había gustado lo suficiente, pese al carácter formal con que se presenta, para volver a él en alguna ocasión; pero el nombre de Víctor Jiménez, lo digo con el pesar del que cumple años habiendo dejado atrás el cabo de Buena Esperanza, se me cayó de la memoria razón por la que no encontré el libro que se me pedía y por la que no identifiqué el autor de Al pie de la letra, Sevilla, La Isla de Siltolá, 2011. Sin embargo, los poemarios que va publicando la editorial sevillana atraen siempre mi atención por lo cuidado de las ediciones [2] y eché mano de Al pie de la letra. No pudo menos que sonreír al leer unos versos sencillos y claros:

[…]
Y, sin tocar, la tocas a ver si no es un sueño.
Y vuelves a mirarla con sus ojos de ayer.
Y vuelves a creer en la luz de la vida
aunque sepas que dura lo que dura el relámpago
y sepas que el azar también tiene dos caras.
(De Fuegos de azar).

            Como otro encantador poeta sevillano, José Julio Cabanillas, nuestro autor es profesor de instituto y bien patente lo ha dejado en Al pie de la letra. Encontramos aquí poemas cuyo común denominador es la reflexión no sobre la enseñanza—eso sería espantoso—, sino sobre las vivencias acumuladas por la experiencia, el desencantado y algo parecido a un triste hilillo de esperanza que en ocasiones se le escurre entre los dedos:

[…] Y te preguntas
si no te equivocaste y lo sigues haciendo
en las evaluaciones. Y te dices
que, si fuera posible, su pudieras
volver de nuevo atrás, le aprobarías,
sin dudarlo y con nota, Humanidades.
(De Los buenos estudiantes).

            Si el título de esta humilde gacetilla tiene algún sentido, el poemario de Víctor Jiménez los realiza en una plenitud envidiable, pues es capaz de encontrar belleza en una rasgadura de su vida, en el trabajo duro y fatigoso de tratar con quienes apenas saben valorar la entrega generosa y sólo al pasar de los años tal vez, si no tienen prisa, se acerquen y saluden. Queda la gloria de no haber hecho daño, de no haber sido pedagogo ni psicólogo, sino sencillamente profesor o, como aún se dice en los pueblos con un título que honra, maestro. Supongo que muchos profesores se sentirán identificados con el corazón que late en estos poemas, porque hay en ellos una humanidad que desborda y una belleza distante y a veces dolorosa. El curso completo, no una vida, se deja recorrer en los títulos de los poemas en los que el humor se hace presente como método pascaliano de salvar la propia intimidad, el alma:

[…]
Por suerte, como dije, siempre están
los compañeros,
los buenos compañeros para abrirte los ojos.
(De Propósito de enmieda).

Menos formal que Tango, Al pie de la letra no sólo nos ofrece el placer de la palabra, sino también la reflexión sobre la propia vida: el lugar que ocupa en ella—sin llenarlo—el trabajo, la soledad de aquellos que pasan desapercibidos (hermoso poema Señora), el desgaste cotidiano y, créame el ingeniero, la fatiga de los materiales, porque así, con la vida diaria, tan gris, llena de sombras, se hace un poema en el que a veces nos deslumbra el resplandor de alguien tan lejano como la juventud de quien esto escribe. Hay, sí, algo en los poemas que me conmueve; pero mis propias conmociones poco interesan y sí, amigo lector, ir al poemario, abrirlo y dejarse emocionar.

BALANCE

Ahora que la noche no me tienta,
cuando la vida apenas me enamora,
algo me dice que llegó la hora
de hacer balance y rendirle cuenta.
Aunque prefiero el sol a la tormenta,
me tomo, como viene, cada aurora.
Lo que la vida entrega lo devora
el tiempo. Y nadie vive de su renta.
Tampoco vivo del trabajo. A diario,
soy sólo un profesor de andar por clase.
Me dan pulso otras cosas y otros temas
que no se compran con un buen salario,
que no se pagan con el sueldo base.
Mis amigos, mi amor y mis poemas.

            En estos tiempos que corren, quizás antes iban más despacio, el trabajo profesional de Víctor Jiménez se me antoja tan duro que lo mejor sería escapar (y olvida al desertor que llevas dentro, concluye uno de los poemas). ¿Quién educa hoy? Sin duda: la televisión cuando no los videojuegos o, como dice un famoso personaje amarillo de dibujos animados, la Red. Sí, la red que captura peces para ahogarlos en deseos que ni siquiera les pertenecen. Por fortuna, sarcasmo de los sarcasmos, siempre tendrán los profesores a los grandes agrimensores, psicólogos y pedagogos, para orientarlos con esa necedad tan propia de su abundancia de nada y es que, como decía el hijo de Mónica, el número de los imbéciles es infinito. Además, por lo visto ahora han entrado en danza los comisarios políticos para regularlo todo: el médico sólo curará, dicen, no si conoce el remedio a la enfermedad, sino cumpliendo con meticulosidad burocrática cada uno de los trámites precisos para no enseñar nada.

            Shalom.

[1] La broma colegial de mis tiempos, cuando aún celebrábamos a santo Tomás como patrón de los bachilleres: “Este año no nos dan vacaciones porque es santo Tomás de Aquí No”.
[2] Papel verjurado, de tacto amable, en el que desde hace años acostumbro a escribir fabricándome, manías, mis propios cuadernillos. 

3 comentarios:

Elisa dijo...

Valentín, Víctor fue compañero mío, y amigo, hace muchos años en un colegio de El Carambolo. Tengo todos sus libros menos el que tú reseñas, que iré a buscar rápidamente, voy a enviarle la dirección de esta entrada, seguro que le gustará.

Hay un poema recogido en "Tango" que habla de la casa de su abuelo en la calle San Bernardo, es uno de mis preferidos, tal vez porque él me habló a veces de aquella casa en la que se crió.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Para quien pueda interesar: el próximo día 22 se presentará en La Casa del Libro en Sevilla y a las 19:30 horas este libro. La presentación correrá a cargo de Rafael Adolfo Téllez y José Julio Cabanillas.
Un saludo

Hutch dijo...

El compañero "pedigüeño" te da las gracias por el libro. Bella entrada. Saludos.