UN ESCRITOR HÚNGARO
Lo que aún hoy llamamos Europa del Este -nombre que se le dio tras caer el Telón de Acero- fue otrora Europa Central: todo un piélago de países convocados en torno al Imperio Austro-Húngaro, de límites nacionales difusos, pero mucho más difuminados desde una perspectiva lingüística o, simplemente, cultural. Se sabía que terminaba aproximadamente en la frontera turca. Católicos, ortodoxos y judíos, hermanos pero de sensibilidad distinta, convivían con islas teutónicas de luteranos (esas gentes insensibles ante la belleza de un icono o ante el brillo de capitel dorado). Más allá, el turcomano quemador de bibliotecas, aquel convirtió el Asia romana en un desierto merced a su ancestral costumbre de criar cabras, el mismo que había arrasado Constantinopla y hecho desaparecer (prodigio que los modernos llaman labor cultural) la gran biblioteca, aquel que destroza las imágenes, los iconos, las basílicas. Europa Central sometida a una presión de siglos nos dio al resto de los europeos, los habitantes del continente en el que se pone el Sol, generaciones de artistas que apenas conocemos; proceden de Galitzia, Hungría, Bohemia, Transilvania, de Dalmacia, del Tirol o de Bocovina... Muchos de ellos son la herencia de Bizancio, aquella civilización que en la época en la que los alfanjes, mal remedo del kidôn que usaron los antiguos, se dedicaba a pensar la esencia de los seres angélicos, oh Rilke; civilización de la que los occidentales se reían por sus costumbres refinadas. A ellos le debemos el renacimiento carolingio, las traducciones de los griegos y de los latinos (sí, a ellos) y una enorme parte del Renacimiento del XV, cuando los bizantinos -que entre las varoniles bestias, cuya espada aún gotea sangre, quería decir afeminados- recalaron en Occidente para llevarles sus libros, su saber y su cultura. Es una deuda que nunca pagaremos, porque ya es demasiado tarde para pagarla.
Pues bien, de Hungría** nos llegó Deszö Kosztolányi, La cometa dorada, Barcelona, Ediciones B, 2005 (página: http://www.edicionesb.com/ ). La introducción la ha hecho uno que, afortunadamente para nosotros, está empeñado en servirnos la gran cultura de Europa Central, Adan Kovacsics. Se impone la lectura de la introducción, porque Kovacsics sabe muy bien lo que se dice -porque nos ha ayudado a conocer a Kertész, Esterházy, Bodor... No sólo de Musil vive el lector. Kosztolányi tuvo una vida agitada, aunque menos de lo que cabría esperar. Nacido en 1885 (un año antes que Paul Tillich del que hablamos ayer), asistió al derrumbe del Imperio y a la desintegración de Europa Central -de hecho hoy su ciudad natal no es Hungría, sino Serbia. Como Roth -pero no como los que emigraron- tuvo que reconstruir un mundo entero, el que había perdido. Y lo encontró en su infancia, en su juventud dorada porque, a diferencia de otros, no tuvo segunda inocencia. La cometa dorada narra la historia de un profesor que siente cómo el mundo se hace caótico bajo sus pies (un paso del cosmos al caos) cuando sus alumnos e incluso su propia hija le hacen frente rebelándose contra él. Me parece, en efecto, que se trata de una rebelión contra la belleza (cosmos) en nombre de una libertad sin finalidad y que, por lo tanto, acaba renegando de sí misma. El estilo es extremadamente nítido y nada hay de rebuscamiento estilístico o formal; y por eso es también una gran novela. Sin duda, se trata de una búsqueda en la propia historia, en las propias raíces y hay mucho del autor en cada página de la novela. En sus últimos meses Deszö Kosztolányi perdió la voz, él que había sido un gran poeta; murió en 1936 cuando la barbarie estaba a punto de arrasar la Europa que el autor húngaro había visto hundirse y empezar a resurgir.
**Podría haber sido rumano o esloveno o ruteno... Pero quiero referirme a los rumanos, porque el racismo sutil que se está infiltrando en los pulmones de la sociedad española empieza a ser alarmante. Podría decir que Eliade, Cioran, Ionesco o el mismo Constantin Brancusi eran rumanos (no hace falta hablar del profesor Patapievici); pero el problema no es ése. El problema es que cada día más personas entienden “rumano” como sinónimo de persona peligrosa, de probable delincuente... El racismo consiste en ver primero al rumano -al judío, al ecuatoriano, al hispano...- que al hombre. Los idiotas (léase la prensa) nos dicen que la biología resuelve ya los problemas morales: el adn y esas monsergas, cuando nosotros creíamos que una forma sutil de racismo, la más dañina en la historia, era fundar la ética en la biología. Lo peor está por venir pues las jóvenes generaciones han inoculado acríticamente ese racismo que consiste en negarle al otro el derecho a ser de otro modo. Del racismo sólo nos curaremos cuando viendo al rumano, al andaluz, al tibetano... veamos primero a nuestro hermano.
1 comentario:
No conozco a este autor, mejor dicho no Lo conocía. Si he leído varias cosas de Musil y Kertész y me han gustado bastante.
Muy acertado tu comentario sobre los rumanos, estoy totalmente de acuerdo y he conocido a rumanos encantadores.
Por cierto, de la poesía que recomendabas el otrso día ¿cuál es la más apropiada para un momento de apatía, indolencia, desconsuelo, abatimiento; no sé?
Gracias y un beso
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