LIBROS HERMOSOS
En una de las notas de esta gacetilla (palabra que prefiero a bitácora, aunque ésta sea mil veces más sugerente, pero no hay que abusar del lenguaje) me referí a lo que se suele llamar “literatura infantil”. Afirmé que la buena literatura no conoce edades y no es necesario que me reafirme.
Quiero referirme ahora a dos libros: Elvira Lindo y Emilio Urberuaga, Olivia y la carta a los Reyes Magos, Madrid, Ed. SM, 1996 ( http://www.grupo-sm.com/ ). Carmen Conde con ilustraciones de Ulises Wensell, El monje y el pajarillo, Madrid, Ed. Escuela Española, 1980. El primer libro es un delicioso cuento ilustrado de forma magistral que enseña en sus veintidós páginas mucho más que algunas gruesas obras de ética publicadas por profesores que tienen chalé con piscina. El abuelo de Olivia es, sencillamente, la persona que a todos nos hubiese gustado tener de pequeños junto a nosotros. Si alguien lo compra para sus hijos, hará bien en leerlo primero no porque los críos puedan preguntarle algo, sino porque de no hacerlo se perderá algo maravilloso.
En libro de Carmen Conde, uno de los mejores poetas españoles del siglo XX, es una obra de teatro en verso**. Dan ganas de arrancar las páginas y colgarlas en las paredes, pues las ilustraciones son obras de arte. Se trata de una historia antigua: el tiempo que pasa:
**Siempre he pensado que el teatro es una de las mejores formas de iniciarse en la literatura. En el colegio en el que tuve la suerte de estudiar nuestro tutor (un sacerdote al que llamábamos entre nosotros en broma “Elisa” o “Elena”) montó al comienzo de quinto de bachillerato un grupo de teatro entre los interesados, que fuimos más de los que nadie hubiese esperado. Salvo honrosas excepciones -alguna de las cuales se ha dedicado después profesionalmente, y con éxito, al mundo de la escena-, la mayoría éramos actores rematadamente malos. Especialmente uno: yo. Es una de las frustraciones que arrastraré hasta que consiga en propiedad un nicho (aunque, pensándolo bien, ¿para qué lo quiero en propiedad? Algún día hablaremos de un poeta suizo...). Sin embargo, a muchos de nosotros nos hizo leer obras de teatro con los ojos del actor, cosa que nunca habíamos hecho. Y resulta una lectura diferente, porque un mismo texto puede leerse de mil maneras diferentes y en cada nueva lectura se descubre algo. Mi mayor éxito en el teatro fue decir una frase de espaldas al público; en la siguiente obra ya me dieron un papel mudo, de figurante o de bulto; pero era divertidísimo estar en el escenario viendo a los amigos y compañeros nerviosos y felices.
Salí a la huerta buscando
alivio a mis pensamientos.
Pasé la tarde escuchando...
No me di cuenta del tiempo.
alivio a mis pensamientos.
Pasé la tarde escuchando...
No me di cuenta del tiempo.
**Siempre he pensado que el teatro es una de las mejores formas de iniciarse en la literatura. En el colegio en el que tuve la suerte de estudiar nuestro tutor (un sacerdote al que llamábamos entre nosotros en broma “Elisa” o “Elena”) montó al comienzo de quinto de bachillerato un grupo de teatro entre los interesados, que fuimos más de los que nadie hubiese esperado. Salvo honrosas excepciones -alguna de las cuales se ha dedicado después profesionalmente, y con éxito, al mundo de la escena-, la mayoría éramos actores rematadamente malos. Especialmente uno: yo. Es una de las frustraciones que arrastraré hasta que consiga en propiedad un nicho (aunque, pensándolo bien, ¿para qué lo quiero en propiedad? Algún día hablaremos de un poeta suizo...). Sin embargo, a muchos de nosotros nos hizo leer obras de teatro con los ojos del actor, cosa que nunca habíamos hecho. Y resulta una lectura diferente, porque un mismo texto puede leerse de mil maneras diferentes y en cada nueva lectura se descubre algo. Mi mayor éxito en el teatro fue decir una frase de espaldas al público; en la siguiente obra ya me dieron un papel mudo, de figurante o de bulto; pero era divertidísimo estar en el escenario viendo a los amigos y compañeros nerviosos y felices.
1 comentario:
No he leido ninguno de los libros que comentas, no suelo comprar literatura infantil. Me llaman la atención los dos, especialmente el de Carmen Conde, por esas ilustraciones tan maravillosas.
En la obra de teatro,estabas como en la foto, de espaldas.
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