Sí, al principio era la palabra -otros prefieren traducir “el verbo” dado que el género gramatical de ὀ λὸγος es masculino. Sin embargo, “palabra” dice más, mucho más, que verbo. Pues bien, si un desconocido me pidiese que le recomendase algún libro, no sabría qué decirle. Al empezar a escribir estas páginas estoy en una situación semejante: ¿alguien leerá esto? ¿Y cuáles serán sus gustos literarios? Me parece que era Jean Guitton, un pensador francés, que los espíritus de los seres humanos son como los gatos: se husmean y saben si se gustan. No tengo forma de husmear a los posibles lectores... Así, como un Homero ciego, debo empezar sin ver los rostros de la audiencia, sin saber de ellos nada, ni siquiera si hay una audiencia.
Supongamos, sin embargo, que esa situación es real: alguien se te acerca en mitad del paseo vespertino, cuando el sol se ha puesto, y te pregunta: “¿Qué libro me recomendaría leer?” Posiblemente, yo me quedase mirándolo a los ojos buscando alguna señal que discernir; pero si no la hubiese y te urgiese la respuesta, ¿cuál sería?
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