LA TIERRA SANTA
Hablaré brevemente de un poemario: Alda Merini, La Tierra Santa, Valencia, Ed. Pre-Textos 2002, versiones de Jeannette L. Clariond ( http://www.pre-textos.com/ ). Encontré el libro recién editado en los anaqueles de una librería y lo compré**.Confieso que en el dos mil dos yo no conocía a Merini. Una vez más, la portada de Pre-Textos hizo bien su trabajo. Tomé el poemario y leí:
Ho conosciuto Gerico,
ho avuto anch´io la mia Palestina,
le mira del manicomio
erano la mura di Gerico
e una pozza di acqua infettata
ci ha battezzati tutti.
Estos versos me golpearon en el corazón e hicieron que siguiese leyendo:
Ho acceso un falò
nelle mie notti di luna
per richiamare gli ospiti
come fanno le prostitute
ai bordi di certe strade,
ma nessuno si è fermato a guardare
e il mio falò si è spento.
[La muy hermosa versión del primer poema que J. L. Clariond ha he hecho dice: “Conocí Jericó, / yo también tuve mi Palestina, / los muros del manicomio / eran los muros de Jericó / y una poza de agua infecta / nos bautizó a todos”. La del segundo es ésta: “Encendí una hoguera / en mis noches de luna / para convocar a los huéspedes / como hacen las prostitutas /en las aceras de algunas calles, / pero nadie se detuvo a mirar / y mi hoguera se extinguió"].
Alda Merini nació en Milán ocho años antes de que estallase la Segunda Gran Guerra. Es una poeta, pues, que viene de otro mundo, de un cosmos que ya no existe. Su infancia no debió ser fácil no sólo por la época, sino también por las dificultades económicas de la familia. El crítico literario Giacinto Spagnoletti la ayudó en sus primeras publicaciones de poemas; pero la vida llevó a Alda Merini al primer hospital psiquiátrico que visitaría, el San Raffaele Turro de Milán. Haber caído en manos de psicoanalistas y haber preservado en la poesía no es un logro escaso (algún día hablaremos del asunto, lo prometo). A principios de la década de los cincuenta contrae matrimonio con “el panadero”, Ettore Cariniti (que, por lo visto, poseía varias panaderías en la capital de Lombardía), que la amó profundamente y le hizo más llevadero su paso por el manicomio; regresaría al hospital Paolo Pini (Villa Fiorita), al que Merini da el nombre de Terra Santa. En él pasaría Merini veinte años de su vida (ingresando y saliendo para regresar...) que la han marcado con mucha profundidad.
La poesía de Alda Merini -la que yo he leído- está firmemente afincada en la experiencia del sufrimiento, pero no para permanecer ahí, sino para alzarse y trascender buscando un sentido. Así, Merini es, sin duda, una poeta anclada en lo religioso, en la búsqueda de un significado a su existencia y que no se resigna a que el sufrimiento tenga la última palabra. Horkheimer nos dejó dicho: “La esperanza de que el verdugo no tenga la última palabra sobre la víctima inocente” y es esto lo que acontece en la poesía de Alda Merini; ciertamente, no es un camino fácil pues el sufrimiento sigue siendo real:
Ma un giorno da dentro l´avello
anch´io mi sono ridestata
e anch´io come Gesù
ho avuto la mia resurrezione,
ma non sono salita ai cieli
sono discesa all´inferno
da dove riguardo stupita
le mura di Gerico antica.
[“Pero un día desde dentro de la tumba / también volví a despertar / y también como Jesús / tuve mi resurrección, / mas no subí a los cielos / descendí al infierno / desde donde, atónita, miro de nuevo / los muros de la antigua Jericó"].
Es el tema de Orfeo, pero ahí está marcada más profundamente de lo que parece la fe cristiana; pues Jesús no subió a los cielos sin antes descender a los infiernos para sacar, como enseñaron los primeros teólogos cristianos, a los que allí estaban. Por eso las palabras que Dante coloca a la entrada del Infierno no pueden ser cristianas: no es posible abandonar, ni en el infierno, toda esperanza; pero esto nos lleva ya a otros temas y sólo pretendía recomendar ardientemente la lectura de la enorme poeta que es Alda Merini.
**Comprar libros de poesías de autores que no conoces -ya se trate de jóvenes poetas o de autores consagrados pero que tú desconoces- es bastante complejo. Sigo una especie de sistema que me salto la mayoría de las veces, pero que me ha dado en algunas ocasiones buenos resultados: cojo el poemario; leo un poema; si me gusta, leo otro. Si éste me gusta, adquiero el libro. Si no me gusta, leo un tercero. Si éste me agrada, compro el libro. Si no, lo dejo en la estantería o, a veces, sigo leyendo, pues la poesía es de las pocas materias que se puede seguir leyendo en las librerías -salvo que el aliento una de las dueñas de esa cadena de librerías con nombre de letra griega (que ha querido comprar alguien que fue ministro y que escribe mal, pero que, oh misterios editoriales, publica) te eche el aliento sobre el cuello y se ofrezca a confundirte.
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