UN POEMARIO QUE NO NECESITA PRESENTACIÓN
Recomendar a estas alturas un poemario del enorme creador antequerano José Antonio Muñoz Rojas es como hacerlo con Dámaso Alonso, Federico García Lorca o cualquiera de nuestros grandes poetas. Sin embargo, a nuestro poeta se le sigue orillando de los libros de texto** y, pese a la belleza radiante de sus poemas, sigue siendo en buena medida un desconocido para el gran público (si se me permite la impertinencia, eso que se pierde el gran público). José Antonio Muñoz Rojas ha cruzado el siglo XX como un peregrino: buscando la meta y permaneciendo fiel a sí mismo, a su búsqueda. El poemario que quiero citar hoy es La voz que llama, Valencia, Ed. Pre-Textos, 2004 (en el mismo sello se ha publicado buena parte de la obra del poeta antequerano: http://www.pre-textos.com/). Ciertamente, José Antonio Muñoz Rojas es también un prosista de talento -de sobra es conocido el comentario de Dámaso Alonso a Las cosas del campo: “Has escrito, sencillamente, el libro de prosa más bello y más emocionado que yo he leído desde que soy hombre”. Los hallazgos poéticos de Muñoz Rojas son incontables; en La voz que llama descubrimos un poemario completo, redondo: la ternura y la piedad se dan la mano para adentrarnos en un mundo que visto con los ojos del autor de Amigos y maestros no es sólo bello, sino que está nimbado por una hermosura que lo transciende. Dámaso enseñó que toda verdadera poesía es religiosa (quizás en sentido zubiriano). Sin duda, la poesía de José Antonio Muñoz Rojas lo es, mas no por los temas o las invocaciones, sino porque no deja de adentrarnos en el sentido de existencia y la pregunta por ese sentido es, como quería Paul Tillich, la que define la religión. Como soy nuevo en estas lides y dado que los derechos de propiedad intelectual, legítimos, se acaban imponiendo a la literatura, sólo citaré con reparo verso y medio del poemario: “ [...]. Dime / si son lo mismo libertad / y hermosura”.
**Los libros de texto sobre los que estudiamos el bachillerato -los más viejos-, la Educación General Básica o la desastrosa y clasista Educación Secundaria Obligatoria (las siglas ESO podrían perfectamente significar Educación Sin Objeto) son los que, a la postre, hacen conocido a un autor para la mayoría de la población. Bien es verdad que esto es hoy falso, porque nuestros pobres muchachos no conocen casi nada; además, algunos autores tienen la desgracia de haber nacido sólo en una región. Así, el pobre y viejo Dámaso, ¡ah!, ¿cómo podrá ser estudiado en Andalucía si no es andaluz? La alegría de la huerta, Federico, no será estudiado en Galicia o el bueno de Miguel Hernández sólo será reconocido como poeta en el Reino de Valencia. Los autores de otros países tienen, desde luego, peor fortuna porque al fin y al cabo ¿no han nacido en el extranjero? Pocas cosas hay más terribles que confundir la geografía con la literatura, pero ¡ya se sabe! En otro siglo se decía que para entender de obispos había que estudiar geografía; con el arte acabará pasando lo mismo. Quizás la enseñanza de la literatura necesite un replanteamiento, pero no geográfico; aunque los autores de todo este desastre siempre podrán acogerse a Tolstoi: “Si quieres ser universal, describe tu aldea”, consejo que el ruso nunca siguió.
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