DIES DOMINI
A hombros de gigantes
A hombros de gigantes
La Teología es una realidad desconocida para la mayoría de los españoles. Casi nadie lee teología (ni siquiera los clérigos, que a veces parecen seguir aquella recomendación unamuniana de “más religión y menos teología”. Ya enseña la sabiduría popular: “Si los curas comieran piedras del río, no estarían tan gordos los tíos jodidos”, que podría referirse al mucho hablar y al poco pensar). Sin embargo, como Benito en Alejandría, que escuchaba discutir a los peluqueros de la ciudad a propósito de la polémica entre nestorianos y monofisitas, en este dichoso país -tan atrevida es la ignorancia- son pocos, escandalosamente pocos, los prudentes que prefieren callar antes que rebuznar. Y es que respecto a la Teología hay muchos rebuznos, porque opinan sin saber, hablan sin criterio y sólo saben expresar prejuicios. Y me refiero aquí exclusivamente a la Teología. Los entes rebuznantes (bocinantes deberíamos decir merced al cambio en los sistemas de transporte, pues no queremos faltar en nada al noble animal no sólo por respeto a Juan Ramón Jiménez, sino porque, realmente, el burro es un animal humildemente noble) son de diversa índole y suelen pensar que si se apagase el Sol, nos iluminaría la Luna; pero no se toman la molestia de leer algo serio. Bueno, eso ha pasado con Hegel al que lúdicos profesores se permiten el lujo de criticar sin tomarse la molestia de leerlo. Por hablar que no quede, ¿verdad? Dicho lo cual yo debería ponerme el sombrero, sacar al perro a pasear y desternillarme de risa tomando el sol; mas de tales actividades sólo me es posible la primera, porque ni tengo perro, aunque me gustaría de vivir en el campo, ni acostumbro a tomar el sol.
Así, pues, para todos -incluyendo a los que procuran no leer para poder seguir hablando sin saber- recomendaré un libro que sólo podrán encontrar** ya en la bibliotecas: Paul Tillich, La dimensión perdida. Indigencia y esperanza de nuestro tiempo, Bilbao, Ed. Desclée de Brouwer, 1970 (edición alemana de 1962). Me parece que fue Ortega quien nos dejó la consigna: “Traducid la cultura europea” y fue un acierto traducir a Tillich. Resulta curioso leer la advertencia del editor: “La lectura de sus [de Tillich] obras, incluida la que ahora presentamos, exige, si ha de ser provechosa, una muy sólida formación filosófica y teológica. A quienes de ella carezca resultaría perjudicial. Hacemos aquí a modo de advertencia esta reserva”. Consecuencia lógica de pedir una sólida formación es que muy pocos leyesen a Tillich; pero, sobre todo, la nota revela el miedo del editor de la época (y de aquellos a los que representa) a que las personas de cultura se acercasena la Teología -la despreciable frase “doctores tiene la Iglesia” para evitar que el pensamiento pudiera causar alguna fisura en el supuestamente sólido bloque, mas como se ha visto sólo era sólido por causa de la presión.
Paul Tillich, hijo de un pastor luterano (como tantos pensadores alemanes: recuérdese el Seminario de Tubinga y al propio que expresó su desprecio por el oficio paterno allá en la casa de Röcken), nació en Starzeddel (Brandenburgo, Alemania) en 1886, el mismo año que Karl Barth y dos años después que Rudolf Bultmann, un año antes que Friedrich Gogarten y tres antes que Martin Heidegger (datos que nos permiten situarlo). Estudió Teología en Berlín, Tubinga y Halle, y finalmente fue ordenado pastor de la Iglesia luterana. Durante la Primera Gran Guerra fue capellán militar sirviendo en el mismo bando que Wittgenstein -ambos acabarían abandonándolo. Posteriormente, trabajó como profesor universitario (en la época de la galopante inflación en Alemania que tan bien dejó descrita nuestro Dámaso Alonso). Vivió el ascenso de los totalitarismos y, siendo ya profesor en la Universidad de Frankfurt am Main, se opuso al régimen nazi a consecuencia de lo cual fue destituido en 1933. Barth tendría que abandonar la enseñanza en Alemania en 1935; Bultmann apoyó los movimientos eclesiales de resistencia a la barbarie nazi (la Iglesia Confesante a la que perteneció Dietrich Bonhoeffer, que fue asesinado en 1945) y se negó a modificar sus clases para adaptarlas a la “nueva Alemania” (como exigían las autoridades). Sin duda, ver los problemas a toro pasado, como suele decirse, es fácil: en 1934 G. von Rad se hizo miembro del NSDAP, pero lo abandonó en 1937 para unirse a la Iglesia Confesante; la trayectoria de Heidegger es polémica (recuérdese el Discurso del Rectorado) y lo suficientemente conocida como para no tener que referirse aquí a ella. Sin embargo, Tillich fue obligado a abandonar en 1933. Emigró a Estados Unidos y allí ejerció una notable influencia tanto en el ámbito filosófico como en el teológico. No es el menor de sus méritos haber apoyado la emigración alemana durante los años del régimen hitleriano -Adorno y Horkheimer supieron de su generosidad.
La dimensión perdida es una obra pequeña, pero de meridiana claridad y que es capaz de establecer -como Tillich siempre quiso hacer- puentes entre la cultura de la época y la religión (pues “la forma de la religión es la cultura”). Definida como dimensión de profundidad del ser humano la religión se presenta aquí en una perspectiva que todavía hoy sorprenderá a muchos. Me parece que en los tiempos de indigencia intelectual que nos han tocado vivir, un primer acercamiento a la Teología puede hacerse a través de esta obra de Tillich uno de cuyos méritos no menores es hablar en un lenguaje inteligible.
**En el libro de Tillich tengo escrito: “ ´Robado´ al P. Antonio García del Moral”. Así fue como lo conseguí: mi generoso profesor de Griego Bíblico y de San Pablo, amigo al que estaré eternamente agradecido, viendo el vivo interés que yo sentía por Tillich (como por todos los teólogos de su época: Barth, Brunner...) me permitió quedarme con el libro. No es la única deuda que contraje con él. Pocas realidades hay más hermosas en nuestras vidas que encontrar a personas que nos abran camino y nos den luz para pensar por nosotros mismos.
1 comentario:
Apreciado Valentín ¿sería posible conseguir una copia escaneada de este libro?
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