miércoles, 13 de agosto de 2008












El primer libro





Entraña una dificultad no pequeña empezar a escribir sobre un libro, sobre el primer libro, pues es posible pensar que debe tratarse de la mejor recomendación y si se comete ahí un error, al lector no le interesará seguir. Pido, por lo tanto, un poco de paciencia. Hoy, dejando pendiente aún la pregunta del anterior capítulo, hablaré brevemente de un libro que me parece interesante, dejando claro, sin embargo, que no por empezar por él establezco algún tipo de jerarquía.



El libro es un poemario tan hermoso como triste, que se debe al poeta italiano Giuseppe Ungaretti, El dolor, Tarragona, Ed. Igitur, 2000. Se trata de una edición bilingüe cuya magnífica traducción castellana corrió a cargo de Carlos Vitale, que lo ha hecho también con otras obras del poeta en el mismo sello editorial. Llegué a Ungaretti a través de Antonio Colinas, que ha hecho el prólogo castellano de El dolor. Colinas es un poeta de una gran sensibilidad, que presta atención al detalle y al que he leído desde hace años con placer. Pues bien, un verso suyo me llevó a este libro del poeta italiano. El dolor es un lamento, la elegía por el hijo perdido (“la cosa más tremenda de mi vida”: pág. 17), pero que al lector se le hace símbolo de muchas pérdidas. Tutto ho perduto (todo he perdido), con el que arranca el poemario, es realmente un grito hecho música y belleza desgarradas. Ungaretti es un poeta expresionista, si puedo expresarme así: las palabras son semejantes a manchas de color que provocan en nosotros sensaciones y compone con ellas lienzos delante de los cuales sólo cabe un silencio asombrado y respetuoso -personalmente, en ocasiones me ha recordado a Paul Celan, aunque la armonía de fondo parezca distinta. Ungaretti nació en Alejandría (Egipto) en 1888 y murió hace más de treinta y cinco años; pero su voz llega, como la de los grandes autores, nítida: siempre será nuestro contemporáneo. El primer poemario de Ungaretti que leí fue El dolor** y ésta me ha llevado al resto de sus composiciones. Pocas veces me he alegrado tanto de descubrir a un autor.



**En el viejo café Europa, en la plaza del Pan, viendo la formidable cúpula de la iglesia de El Salvador, leí a Ungaretti por vez primera. Es cierto que mi estado de ánimo era lúgubre y que los problemas me acosaban, pues vivir y tener problemas se me han hecho casi sinónimos. Tenía un huisqui (forma mil veces preferible a las otras aceptadas por la Academia: “whisky” y “güisqui”) en la mesa de mármol -y, lógicamente, me lo bebía. Reconozco que admiro a algunos alcohólicos y el último no es Joseph Roth, pero mi deslumbramiento ante la poesía de Ungaretti no fue fruto del alcohol ni de ningún otro alucinógeno, sino de los propios poemas cuya cadencia me trasladó al lugar en el que habita el dolor y supe entonces que nadie había expresado mi propio dolor como un poeta italiano ya muerto.

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