¿POR QUÉ NOS IMPRESIONA UN LIBRO?
Hay quizás tantas respuestas a esta pregunta como lectores. Me arriesgaré, pese a al pudor, a referir mi propia experiencia desde un poema del viejo amigo Ungaretti. Para que se entienda lo que voy a decir es preciso conocer los versos y por eso pido perdón de antemano a la editorial por transcribirlos:
È ORA FAMELICA
È ora famelica, l´ora tua, matto.
Strappati il cuore.
Sa il suo sangue di sale
E sa d´agro è dolciastro essendo sangue.
Lo fanno, tanti pianti,
Sempre di più saporito, il tuo cuore.
Frutto di tanti pianti, quel tuo cuore,
Strappatelo, mangiatelo, saziati.
(Giuseppe Ungaretti, Un grito y paisajes y últimos poemas, Tarragona, Ed. Igitur, 2005. Traducción de Carlos Vitale. Como yo no soy quién para enmendar la maravillosa traducción de Carlos Vitale, la reproduzco a continuación:
ES HORA HAMBRIENTA
Es hora hambrienta, tu hora, loco.
Arráncate el corazón.
Sabe su sangre a sal
y sabe agria, es dulzona porque es sangre.
Tanto llantos hacen
cada vez más sabroso tu corazón.
Fruto de tantos llantos, ese corazón tuyo,
arráncatelo, cómetelo, sáciate.
Este maravilloso poema lo leí por primera vez en uno de los momentos más duros de mi vida, cuando yo mismo me derrumbaba -algo que jamás pensé que llegaría a sucederme, porque uno se cree, pese a la edad, fuerte. Los golpes te han hecho llorar, sí, pero te ves firme, asentado sobre lo que estimas seguro; pero estás sobre tu propia fragilidad y, aunque la fragilidad puede ser más cruel que la dureza, acaba también haciéndose añicos. Hasta la noche más oscura acaba rompiéndose y le llega la noche hasta el día más luminoso.
Me llevé el libro al Europa, un lugar que acostumbro a frecuentar en los últimos tiempos. Allí, sentado escribí, leí y sobre todo lloré. Los camareros se turnan en el café y, además de Ana y otro chico cuyo nombre ignoro, pero que es igual de generoso que la del barrio de la Macarena (lo que tuvo como fruto un curioso incidente) sirviéndome huisqui, hay allí dos camareros italianos, una chica y un chico a cual más amable. Cuando estaba lo suficientemente desinhibido, le pedí al chico italiano que me leyese -con su acento napolitano- el poema. Lo hizo y consiguió emocionarme. Ungaretti sabía lo que me ocurría mejor que yo mismo, pues mi corazón estaba lleno de lágrimas, que lo hacían, aunque parezca duro, más sabroso. Era la hora del loco: había que arrancarse y comerse el corazón para dejar de sentir, pues era la única manera de saciarse. Quiero decir que en ocasiones leemos algo en el momento justo; pareciera que el universo entero ha sido hecho sólo para ese momento porque accedemos al sentido de nuestra vida. Ésa es una de las razones, y para mí no la menor, porque las que me impresiona un libro, un texto o unos versos.
El poema es muy carnal y, personalmente, me recuerda también a esas imágenes del Sagrado Corazón en las que Jesús enseña el suyo y que, pese a haber sido educado en un colegio de los Sagrados Corazones, tanto trabajo me ha costado siempre aceptar porque no las comprendo. Porque ¿qué es un corazón? Corazón mío, pálida flor, jardín sin nadie, campo sin sol, cuánto has latido sin ton ni son... así empieza, si la memoria no me falla, el Lamento de primavera de Juan Ramón Jiménez. El poema abre caminos de acercamiento a la vida, pero no a una vida general -la de cualquiera-, sino a la del lector en un momento determinado. Estaba yo triste y Ungaretti consiguió sobrepasar mi tristeza.
Después del tercer huisqui me levanté del café un poco, por decirlo así, perjudicado. Me dirigí al lugar en el que entonces vivía. Cansado, roto, triste y también algo bebido, me apoyé contra la pared en una calle que sale a la Alfalfa. Acertaban a pasar por allí dos policías en sus motocicletas. Al ver a un hombre de edad casi venerable, uno detuvo su vehículo, se bajó y se me acercó para preguntarme: “¿Está usted bien, señor?” “Sí -le respondí-, sólo estoy un poco triste”. Y me dejó con una cordial sonrisa, que sin duda se la debo al policía, pero también al poema de Ungaretti. ¿No lo dijo el alemán? Donde está el peligro, allí crece lo que nos salva.
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