Más preguntas
Tenía yo un profesor en la Facultad del que decíamos, en broma porque era una excelente persona, que era enriquecedor: ibas con una duda y salías con dos. Aquello, que a unos adolescentes de apenas diecisiete años, nos parecía una crítica sagaz, sin embargo, no era una censura sino una alabanza, según concluí algún tiempo después porque las preguntas abren horizontes y, como quería Heidegger, nos llevan a lo despejado, al claro del bosque. Desde entonces estoy convencido de que es bueno tener preguntas y, contra la sentencia del formidable Ludwig Wittgenstein, esforzarse por pensar lo que no puede decirse -ahí tenía toda la razón, según me parece, Theodor Adorno. En una de las entradas preguntaba yo, de forma retórica, qué libro recomendaría a alguien que no conozco de nada; me sigo reservando la respuesta, pero va siendo hora de hacer más preguntas.
¿Nos hacen mejores los libros? Adorno decía que escribir poesía después de Auschwitz era un acto de barbarie, ¿realmente es así o las palabras pueden darnos una razón para la esperanza? Ahora, bebiendo otro huisqui, me parece que las palabras resbalan con frecuencia sobre la realidad; pero “realidad” ¿no es acaso otra palabra? Los verdugos de los campos escuchaban con deleite a Wagner, cuyas obras no podían tocarse en Israel, pero no por alguna censura, sino más bien por decencia. El martillo de Röcken hubiese protestado, pero sólo antes de romper con el compositor que hizo de Bayreuth su ciudad -y como dijo un buen amigo, en Bayreuth sólo falta que le pongan una calle al perro de los Wagner o al tocado de Cósima.
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