SEMANA SANTA
Una gacetilla que habla de libros y vidas tiene que saber detenerse ante los ritos, que nos señalan tiempos y espacios diferentes. Estos días entramos en uno de esos tiempos diferentes, pese a los esfuerzos que se hacen por normalizar todo tiempo -es decir, por matematizarlo, hacerlo equivalente para acabar convirtiéndoloen una mercancía. Romano Guardini dibuja magníficamente las diferencias entre Odiseo (al que los romanos llamaron Ulises) y Abraham: si el primero traza un arco que parte de Ítaca para regresar, el segundo lo hace saliendo de Ur para no volver. De este modo, para Odiseo su futuro está claramente inscrito en su pasado y, así, no conoce realmente lo nuevo como diferente (muchos siglos después del cantor ciego, un alemán de Röcken revelará el eterno retorno como el pensamiento más abismal). Abraham, sin embargo, parte con un destino que no conoce: el futuro se le revelará como lo nuevo. Entre estos dos polos ha caminado la cultura de Occidente, marcada profundamente por los textos que recogen semejantes experiencias: la Ilíada y la Odisea, y la Biblia.
En la sociedad aparentemente secularizada en la que nos movemos recomendar la lectura de la Biblia puede significar violar un tabú, a menos que se añada la coletilla “por su significado cultural” -pues como enseñó Kolakowski lo religioso anda convertido en lo pornográfico y lo tabú. El griego πορνεία significa, además de prostitución, idolatría y quizás ahí reside el sentido oculto de la afirmación del filósofo polaco, pues eso religioso que nos ha llegado de la tradición (cristiana o judía) aparece como verdadera idolatría ante los cultos modernos no reconocidos aún abiertamente como religiones, pero que orientan realmente la existencia de los individuos y la dotan de un significado. Sin embargo, amén de recomendar la lectura de las obras de Homero (no sólo por su valor literario, sino también religioso*), quisiera recomendar hoy, cuando estamos cerca de la Pascua, la lectura de la Biblia, que ha sido por excelencia la Escritura en nuestra cultura. Claro que los setenta y cuatro libros que componen la Biblia** serían un exceso y partes hay que resultan ininteligibles sin una adecuada práctica de lectura.
¿Qué se podría leer en estos días tan cargados de significado? Pecaré de atrevimiento al decir que se pueden leer los quince primeros capítulos del libro del Éxodo, el Evangelio de san Marcos y el relato de la pasión del Cuarto Evangelio. Ahora sería el momento de recomendar una traducción: pienso desde hace años que la realizada por Luis Alonso Schökel y Juan Mateos es la más recomendable, aunque las antiguas de los padres Nácar y Colunga o la clásica de la Biblia del Oso son también espléndidas.
Y esta recomendación no es literaria o cultural; la Modernidad nos ha vuelto miopes y a veces parece que sólo somos capaces de entender después de dividir, mas la vida no se nos da dividida, sino como unidad (esa exigencia era la que Hegel planteó como moderno que quería ver más allá del horizonte trazado por Kant). Por eso la recomendación que hago es para la vida, es decir, religiosa en sentido estricto, pues esos textos se escribieron para ofrecer como gracia un sentido que estaba más allá de las palabras -que por eso no son nunca lo último- pero al que sólo se puede acceder en las palabras.
Y me tomaré la libertad de citar los últimos versículos del capítulo diecinueve de Juan. Traducido quedaría más o menos así: Había un huerto en el lugar en el que había sido crucificado, y en el huerto había un sepulcro nuevo en el que aún nadie había sido puesto. Como para los judíos era el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús. Hay una hermosa tradición apócrifa que nos cuenta que la cruz fue clavada sobre la tumba de Adán: ¿no sería posible que ese huerto fuera el del Edén llamado ya para siempre a la vida?
También se puede escuchar. Pongo aquí dos vídeos de La Pasión según san Mateo de J. S. Bach para que los disfrute quien tenga un poquito de tiempo. Shalom.
*Alguien dijo en una ocasión: Los griegos no tuvieron los dioses que merecieron. Me temo que esta afirmación desconoce el carácter profundamente religioso de la cultura griega. Baste recordar a Orfeo.
** A la Biblia, por tanto, no se la puede llamar “libro”; de hecho, ni el judaísmo ni el cristianismo son religiones “del libro”, designación ésta que se debe a la Recitación -Corán-, pero que implica un malentendido fundamental pues la Torá está escrita en los corazones y sabemos de sobra que la letra mata, pero el espíritu da vida. Cabe recordar aquí que ni Moisés ni Jesucristo fueron analfabetos, pero el Corán deja claro que Mahoma lo fue; de ahí el nombre del texto: Recitación.
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